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Conoció los aviones en septiembre de 2000. Ocurrió cuando la escuela a la que asistía organizó un viaje de estudios a Italia. El día de su partida, tuvo la oportunidad de viajar en la ya extinta Alitalia en uno de sus DC-10 o MD-11 (aviones trimotor, que tienen la segunda turbina en el estabilizador vertical -llamado cola- del avión). Ese día, en ese vuelo, descubrió algo que para ese entonces le era totalmente desconocido: el mundo del avión en sí mismo y desde adentro. “Para los que pertenecemos a esta industria la explicación más racional es describir a la aviación como algo que te corre por las venas, es una emoción-felicidad-excitación-entusiasmo-gozo todo junto. Eso mismo me sucedió ese día. Descubrí que dentro de ese tubo enorme de metal con asientos hay un mundo activo y viviente y automáticamente me sentí parte y deseé poder pertenecer”, recuerda Federico Alfi Carriere.
Cuando regresó del viaje, tuvo una charla familiar con sus padres en la que se debatiría su futuro en materia de proyectos. El deseo de volar fue puesto sobre la mesa. Y, a continuación una respuesta que marcaría su futuro inmediato y lo torcería casi irremediablemente le dio un cachetazo de realidad.
“No vas a volar, no vas a ser la mucama del aire de nadie”, dijo su padre con tono firme y determinado. “En esta casa y bajo este techo, hay dos opciones: salís a buscar un trabajo o vas a la facultad a estudiar. En la vida, un título te va a abrir muchas puertas y siempre levantar una pluma (lapicera o bolígrafo) va a ser más liviano y fácil que levantar una pala”.
Desafío personal
Criado entre Villa Urquiza y Villa Pueyrredón, en la ciudad de Buenos Aires, Federico vivió su infancia en una familia de clase media tradicional. Asistió a un colegio privado de barrio que, en ese momento, era una institución italiana no bilingüe pero lo dotó de muy buena educación general e idiomática. Gran parte de sus primeros años de vida los pasó con sus abuelos maternos y paternos. “Dado que siempre estuve rodeado de un círculo adulto muy marcado fui, desde temprana edad, un pibe un tanto más maduro y serio que el promedio”. Aunque era aplicado para el estudio, se reconocía como volátil en su carácter. Nunca se llevo materias ni generó problemas al respecto. No era el chico destinado a ser estudioso. Pero eso estaba por cambiar.
Luego de aquella charla en la que su padre coartara su libertad de elegir, la mente de Federico empezó a asimilar el futuro lejos de los aviones. Y, en ese contexto, la posibilidad de estudiar medicina surgió como el resultado de dos cuestiones: por un lado era un desafío personal. “Jamás me había considerando inteligente y, para mí, los médicos son personas con capacidades intelectuales destacables. Además, era un medio por el cual iba a obtener el respeto de todos, algo que con un pasado de como víctima de bullying necesitaba de alguna forma sanar”.
“Nunca dejes de estudiar, Fede”
Estudió en el Instituto Universitario CEMIC del barrio de Saavedra. Allí ganó una beca del 50% para poder pagar una universidad que él consideraba de millonarios. La carrera transcurrió a término con varios golpes en el camino: la pérdida de su último abuelo y la partida de su mamá al año siguiente. “Días antes de partir, ya en un estado de complicación de su salud me dijo suave y en susurro nunca dejes de estudiar Fede. Y así fue. Cumplí. En 2010 me recibí de médico”. La especialidad llegaría mucho más adelante.
En el medio descubrió la ingratitud que la medicina le generaba. Era una desconexión absoluta y brutal, infelicidad y tristeza. “Una enfermedad crónica que me tocó la puerta puso mi mundo de cabeza y me mostró, con los años, cuan importante, necesario, mandatorio y vital es buscar nuestras pasiones, perseguirlas y hacer todo lo que esté sanamente a nuestro alcance para conseguirlas, desoyendo en el camino todo lo que nos aleje de ellas”.
Trabajó en muchos rubros no relacionados a la medicina. En una fábrica de insumos hospitalarios, en una fábrica de lencería femenina, como peluquero amateur. De todo aprendió, con todo creció. En 2015 ingresó al Ejército Argentino como auditor médico. “Hay un dicho popular que reza: lo que es para vos, te encuentra. Y así fue que el 27 de febrero del 2015, con Juan, un amigo, cuando nos disponíamos a subir a un vuelo de LATAM rumbo a Miami para luego ir a Disney, sucedió lo que yo llamaría el evento bisagra. Ese vuelo tuvo una emergencia a bordo, que asistí y resolví de forma favorable. A los meses de ese evento mi mente empezó a idealizar la posibilidad de trabajar como médico a bordo, figura que no existe en ningún lado ni en ninguna aerolínea”.
La aviación lo llamó durante muchos años. En cada viaje planeado le hablaba. Lo invitaba a ser parte, pero él no podía verlo. Entonces le gritó con esa emergencia en vuelo. Finalmente pudo oír y, como siguiendo un camino de migajas, un día se despertó.
“Una carrera al divino botón”
“Tenía 33. Una carrera al divino botón y un deseo que perseguir. No había mucho más por hacer. Debía ponerme en movimiento. Para volar en Argentina hay que matricularse en un organismo gubernamental que se llama ANAC -Agencia Nacional de Aviación Civil- y para lograr más matricula de idoneidad profesional hay que hacer un curso de algunos meses en diferentes instituciones oficiales”. Se anotó en una institución que reunía los requisitos que él buscaba. Allí recibió su primer golpe de realidad. “¿Estás seguro de hacer esto, ya sos grande y estás sobrecalificado”, le advirtieron en el momento de inscribirse. Respondió con determinación: “sí, estoy seguro, procedemos por favor”. Así fue que comenzó a cursar por nueve meses, todos los sábados, en secreto de todo el mundo. “Vestido de tripulante en potencia me dediqué a disfrutar y, por sobre todo, a aprender”.
La primera experiencia profesional fue con Avianca Argentina. Comenzó a volar un 13 de abril del 2019 cubriendo la ruta Palomar, Mendoza. Como médico y parte de la tripulación, Federico vivió diferentes situaciones de emergencia, afortunadamente todas con final positivo. Asistió a personas con miedo a volar, casos de crisis de pánico hasta pasajeros que sufren falta de oxigeno (hipoxia), cuadros de presión arterial elevada y alguna perforación de tímpano. También los que tienen condiciones de salud especiales que requieren de autorización médica especial para volar.
Sin embargo, a Federico todavía le faltaba dar un paso más en su búsqueda personal. “Yo masticaba la idea de irme desde hacía tiempo. Siempre me sentí un extraño en mi país por razones diversas. Estas cuestiones se fueron haciendo más notables y densas a medida que pasaban los años y la situación general de país se deterioraba. Mi situación laboral en ese momento era perfecta. Estaba volando y dando clases en la escuela para tripulantes de cabina de pasajeros. Se fue de vacaciones a Miami y en ese viaje conoció la visa H2B de trabajo temporal no agrícola.
Los requisitos para acceder a la visa son básicos: edad desde los 21, muy buen nivel de inglés, y tener algo de experiencia en el área a trabajar en el exterior. Una vez obtenido el contrato lo que resta por hacer es administrativo. “Esta visa me dio la oportunidad de poder dejar Argentina de forma prolija, ordenada y legal, que no es un dato menor, teniendo además la oportunidad de poder trabajar. El ámbito laboral es la hospitalidad: hoteles o clubes privados y hay varias posiciones en función a la experiencia. Mozos, cocineros, pasteleros, asistentes de mozo, supervisores, front desk, housekeeping, etc. Esta visa obliga al empleador a cubrir todos los gastos que implica trasladar al empleado desde su país hacia el lugar donde desarrollara sus funciones y proveer parte del alojamiento”.
“Argentina siempre me bombardeó”
En este momento Federico vive y trabaja en Boca Ratón Florida, a unos 90 minutos de Miami en auto. Está empleado en un club privado de golf, y desarrollo sus funciones como mozo en lo que la industria llama “fine dining” que es el servicio de cena de lujo (cenas con servicio francés de múltiples pasos, capacidad reducida, asistencia personalizada y finalización de los platos al lado de los comensales).
Básicamente la jornada laboral suele ocupar la gran parte del día, pero en sus días libres él suele ocuparse de los quehaceres básicos y dedicarse tiempo. “Si puedo, hago algún viaje corto, visito amigos, voy al gimnasio o a la playa. El tiempo libre desde que llegué es tiempo de calidad que no lograba tener viviendo en Argentina. Acá podés ir al a playa, conectar tu speaker al celular y dejarlo en la reposera mientras te metés al mar. Al regresar, ambos artefactos siguen en tu silla de playa”.
Asegura que todavía no siente la necesidad de regresar a su tierra natal. “Argentina en lo personal siempre me bombardeó con muchas cosas de las que siempre busqué escapar. Estando acá logré una tranquilidad desconocida en mis 39 años. No estoy listo para quebrar ese balance”.
Cuando mira hacia atrás, reconoce que cada trabajo que hizo lo enriqueció. ”Hacer las cosas bien o mal cuesta lo mismo, pero hacerlas bien además, gratifica y nos enriquece. Ser flexibles y abiertos es la base del bienestar laboral. Esforzarse es el sustento del progreso. No se avanza en la comodidad. En ese estado solo fluimos en la monotonía y autocompasión. Estar en contacto con culturas desconocidas te abre las puertas del alma. Entendés a la gente y al mundo con un prisma que pocos conocen. Podemos tomar dimensión de que en este planeta, se puede hacer todo. Solo es necesaria la receta correcta: atreverse, confiar, amigarse con el miedo, desoír (siempre habrá detractores, no hay que darles importancia) y para finalizar, seguir adelante pese a todo (toda tormenta pasa…. aún las más pesadas, amarrate de donde puedas, resistí, espera y volvé a caminar hacia tus proyectos). Hay tantas vidas posibles como deseos uno tenga”.
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