No tenía trabajo, se fue de mochilero a recorrer Sudamérica y en el camino ganó un viaje a la India
Mochi tenía 21 años cuando quiso cambiar de vida y a los 28 vive de viajar por el mundo
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“Si ahora tuviera la posibilidad de encontrarme con mi yo de antes, lo haría, volvería atrás y le diría tranquilo que todo va a estar bien, no va a pasar nada malo, al final va a salir bien”, dice Maximiliano Forte.
Está en Ushuaia, al sur de la Argentina y si tuviera que decir qué es lo que, al final, va a salir bien, diría que es exactamente eso: hablar, ahora, desde ese lugar helado, haber despertado de una siesta porque a la mañana salí a caminar hasta encontrar una laguna, sentir que el mundo es un sitio cercano.
Si alguien le hubiera dicho todo lo que iba a suceder, posiblemente él no lo hubiera creído. Pero ahora a Maximiliano le dicen Mochi y hace siete años que hace lo que quiere: viajar, vivir de recorrer el mundo. Para lograrlo, sin embargo, hay un camino de intentarlo una y otra vez.
Que las redes sean el motor del viaje
Todo empezó como empiezan, más o menos, la mayoría de las historias como esta. Maximiliano tiene 21 años y un trabajo que no le gusta. Pasa once horas por día encerrado en una oficina en Carrasco. Un día hay algo que empieza a hacer ruido, algo como una disconformidad, algo como sentir que aunque todo esté bien, la vida tiene que ir por otro lugar. Y empieza a pensar y entre todo lo que piensa aparece una palabra: viajar.
“Entonces empecé a leer blogs de viajes, a buscar información, sitios que podía visitar y empecé a juntar dinero. Después compré mi primera cámara, una Nikon D40, y una computadora. A mí me gustó mucho la fotografía, había hecho algunos cursos y empecé a ver que quizás podría haber algo detrás de eso para poder viajar. Por entonces las redes sociales no eran tan fuertes como ahora, pero empezaron a ver que había gente que estaba viajando y publicando y compartiendo su viaje. Entonces me hice una página de Facebook y me descargué una aplicación que en ese momento no usaba mucha gente, que era Instagram”.
Aunque su familia lo apoyaba, también había quienes lo cuestionaban: ¿Por qué iba a dejar un trabajo que le daba estabilidad económica? ¿Qué iba a hacer cuando regresara? ¿Qué pasaría cuando se terminara el dinero que tuviera ahorrado?
Pero él siguió. Organizó un viaje a Perú y se fue con una mochila. Se subió a un avión, partió de Montevideo y aterrizó en Lima. Era la primera vez que viajaba fuera de Uruguay. Cuando salió del aeropuerto el mundo era un lugar diferente. Ruido, tránsito, bocinas, motos, taxis, movimiento. Y, sin embargo, lo supo: él quería sentir esa sensación siempre.
Viajó por Perú, hizo la llamada “ruta del Gringo”, que va desde Lima hasta Cusco, conoció Machu Picchu, cruzó a Bolivia, llegó a Copacabana, una ciudad sobre el lago Titicaca, ya La Paz y volvió a Cusco. Mientras, sacaba fotos y compartía su viaje en las redes sociales. En Instagram lo seguían sus familiares y amigos.
Después tuvo que regresar a Uruguay. Y todo lo que le habían dicho que quizás pasaría comenzó a suceder: no tenía trabajo y sus ahorros se habían acabado, se había separado de su pareja de entonces y no sabía cómo seguir con su proyecto.
“Sentí que todo lo que quería empezaba a tambalear. Pero ahí, después de una depresión muy grande, agarré la cámara y la computadora y empecé a trabajar como fotógrafo de sociales, hacía algunos cumpleaños, sacaba fotos en algunos boliches”.
Juntó 300 dólares, volvió a agarrar la mochila y se fue a viajar por Chile. Hizo dedo, recorrió el país entero. Se enamoró de Valparaíso y se quedó allí un tiempo. Después, otra vez lo mismo: había que regresar a Uruguay. Y eso hizo. Pero esta vez fue diferente a la anterior: habían pasado dos años desde que empezaron y ya tenían cerca de 30 mil seguidores en redes sociales. Empezó a pensar, entonces, que no hacía falta irse muy lejos, que Uruguay tenía muchos sitios para mostrar y que nadie lo estaba haciendo a través de redes.
Repitió la fórmula: trabajó un tiempo, ahorró algo de dinero y decidió que quería volver a Cusco, cerrar un ciclo. Y también, que iba a hacer a dedo. Salió de Montevideo junto a un amigo, hizo dedo hasta Libertad, de ahí hasta Gualeguaychú y desde allí a Rosario.
Estaba con un amigo que lo acompañaba en San Luis, una ciudad cerca de Córdoba, durmiendo en una estación de servicio tapado con un nylon que colgaba desde la carpa de su compañero, cuando le llegó un mensaje que fue el golpe definitivo: la certeza de que todo había valido la pena. Alguien le decía, al otro lado del teléfono, que había ganado un viaje a la India.
Continuó haciendo dedo, cruzó la Cordillera de los Andes en un camión cargado de arroz, llegó hasta Santiago de Chile y subió por el desierto hasta llegar a Perú. Y luego insistiendo e insistiendo con compartir todo su viaje en redes sociales, con hacer que de allí surgiera el motor para seguir de viaje.
Después se fue India, Nepal y Tailandia y dice que nada fue igual desde entonces. Que conocer la India le “partió la cabeza”. Que quiere volver. Que quiere estar en otros sitios así, que pongan en jaque todas sus ideas, todas sus estructuras. Que hay algo suyo que cambia cada vez que viaja.
Fue como invitado a Paraguay y a las Islas Malvinas. Hoy su Instagram (@mochiviaja) tiene más de 100 mil seguidores y trabaja con algunas agencias acompañando a grupos en viajes de turismo aventura por diferentes lugares, tanto en Uruguay como fuera del país. Por eso ahora está en Ushuaia. Por eso, si pudiera volver en el tiempo y encontrarse con él mismo, a los 21 años y sin saber muy bien hacia dónde ir, le diría que caminara hacia el lugar que quiere, que al final, todo saldrá bien.
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