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“Está desde la mañana dando vueltas sin rumbo, parece perdido”, le dijo un alumno esa tarde mientras se preparaba para empezar su clase de calistenia en el Parque Saavedra. Acto seguido, lo llamaron con un silbido y el perro se acercó. Aunque mostró un poco tímido y desconfiado al principio, pudieron arrimarse lo suficiente para constatar que no llevaba collar ni mucho menos chapita identificatoria.
“Me lo llevo a casa hasta que ubiquemos a su familia”, anunció en voz Alejandro Zurita sin dudarlo. Pero en realidad, en cuanto terminó la clase, supo que se había embarcado en una tarea un tanto complicada. Con la ayuda de una amiga, mucha paciencia y unas galletas para perros, logró que el cachorro lo siguiera unas cuantas cuadras hasta su casa. Cuando llegaron, le dio comida, agua fresca y comenzó a publicar su foto en los grupos de Facebook de vecinos de Saavedra.
“Estaba en tránsito pero la persona me confesó que ya no la podía tener más”
Pasaron algunos días hasta que apareció una persona que decía conocer al humano responsable del perro. Alejandro encontró la manera de contactarlo. Y supo entonces que el cachorro estaba en tránsito con esa persona pero que tenía la costumbre de escaparse con demasiada frecuencia. “Me agradeció mucho que lo tuviera en casa. Y, viendo, que yo estaba preocupado por la seguridad y bienestar del perro, me confesó que se había mudado y que ya no lo podía tener más”.
Alejandro no quiso entrar en más detalles. Sabía que el cachorro estaba ahora bajo su responsabilidad. Además, advirtió algo que jamás había experimentado: desde que el animal había puesto una pata en su departamento, una conexión especial se había generado entre ellos. “Creo que se relajó y pudo confiar en mí. Con comida y techo seguro, pronto pudo mostrarse tal cual era: un perro alegre, con mucha energía y extremadamente cariñoso”.
“Siempre está conmigo”
Ambos tuvieron que adaptarse a las necesidades del otro. Desde el primer día juntos, Wope acompañó a Alejandro a sus clases de calistenia. Juega con algún perro, con un palito u olfatea los lugares cercanos mientras su humano da clases y luego regresan a casa. “A cada bar que voy y es pet-friendly, Wope viene conmigo. Voy a casa de un amigo, le pregunto si puede ir -normalmente todos dicen que sí- y por supuesto viene conmigo. Voy a entrenar, viene conmigo. Voy a trotar, viene conmigo. Voy a meditar al río, viene. Voy a los Bosques de Palermo, viene... No importa lo lejos que sea, ¡él siempre viene conmigo!”. Y todas las noches tienen el momento de recreación de Wope, para que pueda pasear tranquilo, visitar a una amiga canina y hacer sus necesidades antes de dormir.
“Me enseñó a amar y creer”
El lazo que los une es muy especial. “Su forma de recibirme y pedirme mimos no puedo contarla con palabras pero es hermosa. No es que se desespera. Por el contrario, solo espera y pone carita de hola, papi. ¡Saludame!”. Además, en los bares o cafés, se las ingenia muy hábilmente para pasear por las mesas vecinas, pedir carne y obtener un pedazo de esa comida que tanto le gusta. Le encanta jugar conmigo y con los perros también. Le gusta que los niños lo acaricien. Es besucón, persona que ve agachada va y la besa”, dice Alejandro con orgullo.
Formar una familia junto a Wope no estaba en los planes de este joven profesor de calistenia. “Aunque duela aceptarlo, la verdad es que yo no tenía ni la más mínima intención de tener un perro. No siento que hubiese estado en la posición económica y de disponibilidad de tiempo para hacerme cargo de un perro. Pero sucedió, y soy muy creyente de que Dios no te pone en tu camino un deseo que no puedas lograr o superar. Así que sabía que, de algún modo, por el amor que sentí desde el primer momento por este maravilloso cuatro patas, iba a lograrlo con todo el éxito. Hoy felizmente hace dos años de eso. Estamos mejor que nunca y sé que él también puede sentirlo. Juro que me daba un miedo impresionante adoptarlo. Pero solo me dejé guiar por el amor y hoy me siento más que agradecido: Wope me enseño a amar y creer”.
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