Una segunda oportunidad le dio a ella la posibilidad de rehacer su vida en el momento menos pensado.
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La gerencia había comunicado al personal del área que iban a incorporar puestos administrativos. Lorena, como supervisora, participó en las entrevistas. Y fue en ese contexto que conoció a Leandro. Entre muchos de los curriculum vítae que habían llegado, el de Leandro fue el que pasó las diferentes etapas hasta que finalmente quedó seleccionado. “Nos terminamos haciendo amigos. Él siempre me contaba de las ganas que tenía de enamorarse. Sin embargo, aunque había conocido a varias chicas, sentía que no tenía suerte. También me contó de su primera novia, que había fallecido en un accidente”, recuerda ella.
El trabajo era llevadero, el café en las tardes se había convertido en un clásico de diez minutos para ponerse al día sobre las novedades del otro. En ese momento, Lorena estaba de novia y en sus vacaciones de verano, luego de varios meses de atraso y pruebas de embarazo negativas, finalmente confirmó con un estudio de sangre que estaba esperando a su primera hija. Tanto ella como su novio recibieron la noticia con un poco de sorpresa pero pronto estuvieron felices: iban a convertirse en padres.
Perder la voz y recuperar la valentía
Sin embargo, la felicidad pronto se vio empañada. Al cuarto mes de embarazo, a Lorena le diagnosticaron cáncer de tiroides. Tuvo que ser intervenida de urgencia con riesgo de que el embarazo se interrumpiera. “No podía dejar de llorar y pensar en que no iba a tener a mi bebé. El momento más hermoso estaba lleno de incertidumbre. La cirugía llegó, mi bebe se salvó, yo perdí la voz por muchos meses. Mis amigas y Leandro siempre estuvieron presentes. Mi familia me contenía para darme fuerzas”.
Hasta que llegó el momento del parto. En un control de rutina, Lorena rompió bolsa. ¡Estaba en trabajo de parto y no lo sabía! Su hija Carolina nació sana luego de dos horas. “Desde el momento que nació mi beba, las cosas con el papá empezaron a convertirse en un problema: los celos y las discusiones sin sentido eran una constante. Hasta que un día le dije que me quería separar, que no quería esa vida. Lloré mucho, quería una familia, pero no de esa forma”.
Todo fue cuesta abajo. Si bien el padre de la hija de Carolina se fue del departamento donde convivían, la realidad era que estaba muy enojado y buscaba la reconciliación de mala forma. “Nos lastimaba con palabras y un día me levantó la mano. Entonces decidí denunciarlo. No iba a poner en riesgo la vida de mi hija ni la mía”.
Una luz en la oscuridad
La última vez que la vio fue cuando cumplió un año. Lorena y el padre de la nena se encontraron en el juzgado para coordinar la cuota de alimentos. Pero él jamás pagó ni tuvo intenciones de generar un lazo con su hija. Mientras, Lorena hacía todo lo posible por brindarle a su hija la felicidad que merecía. Le organizó una fiesta de cumpleaños y Leandro, siempre leal y compañero, se encargó de las fotos y los videos. “Caro, mi hija, era la estrella y se sacaba fotos con todos. Leandro armó un video hermoso que nos emocionó a todos”.
Luego de esa fiesta en la que había vuelto a respirar tranquilidad, a Lorena le realizaron un tratamiento con iodo por su tiroides. Tuvo que permanecer una semana alejada de su hija, que se quedo con su abuela y tías. Ese año fue duro. Pero Lorena contaba con el sostén y el apoyo de su familia y amigos. Para animarla organizaron un programa de fin de semana largo en una quinta.
“Lo que jamás imaginé fue que, por la noche, con unas cervezas encima, Leandro me iba a confesar que estaba enamorado de mi. Yo no entendía nada de lo que me decía. Pero él me estaba confesando que se había enamorado, que en realidad siempre lo había estado, pero que se había dado cuenta que quería estar con ella y su hija cuando armó el video de la fiesta”.
Lorena se negó a escucharlo. Le respondió que era imposible que él quisiera a alguien como ella, con problemas, madre soltera y sin un futuro cierto. Le dije que era imposible, que no sabia lo que decía que yo tenia mil problemas, que no era para él, era madre soltera. Pero Leandro estaba seguro de lo que sentía y le robó un beso: “acá estoy, mirame, te amo, solo eso”, le repetía. Lorena se marchó, estaba sumamente confundida y no sabía qué hacer.
Una segunda oportunidad
De regreso en el trabajo, él se anunció en su oficina y le dijo que había decidido renunciar. Era la solución más saludable que encontraba para ese momento. La dejó sin palabras. Lorena pensó mucho, seguía confundida. Hasta que un día tomó valor, le escribió y le dijo que lo extrañaba: sus charlas, sus mensajes, a él. Ella también estaba enamorada.
Comenzaron una relación y a los pocos meses se animaron a la convivencia. “Si bien era muy chiquita se sentía a gusto con él. Hasta que un día saliendo de una cochera le gritó ¡papá! Los dos nos quedamos helados y se nos llenaron los ojos de lágrimas”.
En el 2019 contrajeron matrimonio. Y al año siguiente llegó Emma a sus vidas. Pero un nuevo problema de salud golpeó a la puerta. Al mes del nacimiento de Emma, a Lorena le diagnosticaron un tumor en la cabeza. “La familia, mi amor por mis hijas y Leandro, el amor de mi vida, me dieron esa fuerza que yo ya no tenía. Juntos salimos adelante, el tumor fue benigno, me dieron de alta, recuperé la visión completa de mis ojos y pude volver a empezar. Una vez más. Todos debemos luchar por una segunda oportunidad de ser felices, de intentarlo dejar de lado nuestros prejuicios, el qué dirán de nosotros. Hoy mi marido y yo estamos esperando que el juzgado le de el sí al pedido de adopción de nuestra hija mayor, ya que ella quiere tener el apellido de él. Ese sería un gran regalo para nuestra familia”.
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