Los planes eran otros: ella debía bajar en Buenos Aires y el seguía para el sur...
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¿Te querés casar conmigo? Tal vez, para muchos la propuesta suene corriente, pero cuando la ceremonia es en un micro de larga distancia y con un pasajero casi extraño, la cuestión suena, como mínimo, extraña.
Corría el año 1998, Emma Luz se ubicó en su asiento en una tarde calurosa en Iguazú, en el horario de la siesta, con destino a Buenos Aires. Atrás dejaba una relación que no había funcionado y se despedía de una provincia que había aprendido a querer, sin imaginar que cupido aguardaba en aquel viaje, decidido a flecharla.
J.B. embarcó en la localidad de Dorado. Era apenas un muchacho de 24 años, su destino era Comodoro Rivadavia. Emma lo observó desde la ventanilla, sonreía despreocupado, cargaba una campera y una mochila azul. Estaba acompañado por varias personas, todos lo abrazaban y a algunos se los notaba evidentemente emocionados. Se trataba de una despedida familiar.
Emma observaba sin ningún motivo en particular, la escena le sirvió como distracción del momento, para luego retomar sus pensamientos acerca de lo que haría en Buenos Aires. Apenas tenía 21 años.
Como si se conocieran de toda la vida
El micro retomó viaje por la ruta 12, aún quedaban largas horas hasta llegar a destino. Emma tomó su lectura del momento, hasta que vio a J.B. cruzar por el fondo, llamó su atención y lo miró. Entonces lo observó caminar por el pasillo hacia ella y le preguntó si podía sentarse. El asiento contiguo al suyo estaba vacío. “Claro”.
“Ahí empezaría la historia que evoco en este momento”, rememora Emma. “Han pasado más de 20 años, he contado esta historia en muchas oportunidades, en una clase en la universidad y a todos mis amigos. En ese micro de larga distancia charlamos, reímos, nos contamos nuestras jóvenes vidas e hicimos una conexión inmediata”.
¿Cómo podía ser que sintieran que se conocían de toda la vida? Mientras conversaban, el micro atravesó la ciudad de Corrientes, la tierra todavía era colorada cuando Emma y J.B. se besaron por primera vez. Habían perdido la noción del tiempo y el espacio, en algún momento el micro frenó, estaban en Paso de los Libres y el conductor anunció que harían una parada para comer. Fue entonces que J.B. la invitó a la primera cita, un almuerzo en uno de los paradores remotos, donde se descansa para hacer un alto en esos largos viajes: “Aún puedo recordarnos a los dos, tan felices. Parecía que nunca terminábamos de charlar, de reír, de mirarnos... Hasta que el chofer dio aviso de que debíamos subir para continuar”.
Una propuesta y una ceremonia
El viaje continuó, los paisajes mutaban, pero las conversaciones no cesaban. Hablaron de un sinfín de cuestiones, entre ellas, proyectos de vida juntos, aunque era evidente que el destino de J.B. y sus deberes en el sur complicaban el panorama.
De pronto entre besos y charlas, llegó la pregunta: “¿Te querés casar conmigo?” Emma lo miró y le sonrió, “¿nos casamos?”, reiteró él. Aún con una sonrisa en su rostro ella le contestó que sí.
Improvisaron los anillos con papel aluminio de un paquete de cigarros que él tenía, Emma lo miraba enamorada, ¡la había conquistado! La ceremonia fue muy íntima, se hicieron votos de amor, se colocaron las alianzas y se besaron para sellar el momento. Una vez más habían perdido la noción del tiempo, entre las promesas y los besos.
“Cuando quise darme cuenta faltaba poco trecho para que yo tuviera que bajar, no quería bajarme, me sentía feliz con J.B y estábamos recién casados y en luna de miel”, cuenta Emma con una sonrisa. “Pero no tenía alternativa, había llegado a mi destino”.
Una imagen grabada de “esos días de tanta juventud”
“Retiro”, anunció el chofer para romper el hechizo. “Tengo que bajarme”, le dijo Emma a J.B, mirándolo con tristeza. Él calló por un momento y de pronto sacó un pañuelo de tela de su abrigo, anotó un número de teléfono y lanzó: “no perdamos el contacto”.
“Fue un abrazo fuerte, como si supiéramos que no nos volveríamos a ver”, relata Emma Luz. “También fue un beso a las apuradas”.
La distancia, despiadada, hizo la ilusión del reencuentro cada día más lejana. Emma jamás volvió a saber de él: “Me quedó su imagen grabada haciendo los anillos y casándonos en aquel micro de larga distancia que atravesaba kilómetros, en esos días de tanta juventud”.
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