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Una de las conclusiones a las que llegué pasada la experiencia del encierro forzado por una pandemia que aún no terminó, es que ya no volveré a vivir en un consorcio de departamentos. Espero poder sostenerlo pues, a menos que me caiga del cielo un bonito penthouse en alguno de esos edificios de época con paredes gruesas y bien silentes, ahora añoro la humilde casita sin medianeras en la ciudad de mi infancia. No pido escuchar solo pajaritos: lo que ya no quiero es tener gente en mi techo.
Me tocó compartir la cuarentena con una amable comunidad de vecinos que vive de manera ruidosa cada actividad doméstica. Había que armarse de paciencia en esos largos meses del 2020. Todos estábamos atravesando nuestro propio calvario con el asunto del virus. Incluso entendimos que los sonidos normales se habrían magnificado producto del dramático silencio que sumió a las ciudades durante el toque de queda, cuando no volaba ni una mosca... y escuchabas la descarga del inodoro de al lado. Pero la relativa vuelta a la normalidad de estos últimos meses no cambió la situación puertas adentro. El de arriba en vez de correr la silla para levantarse, la arrastra. A mover muebles a medianoche y que a cada rato se le caigan cosas pesadas, se sumaron las “visitas higiénicas” (y que nunca se sacan los tacos). Pero lo peor son los portazos que parecen partir las paredes… ¿qué necesidad de empujar la puerta con furia, si uno puede cerrarla, simplemente?
Ser o no ser misofoba
Investigué un poco para descartar la misofonía, esa condición que hace que te moleste hasta cuando un ser amado mastica chicle o toma sopa en tu oído. “Los misófonos son tildados de histéricos y malhumorados, se sienten incomprendidos por los demás y tienen pensamientos violentos cuando el sonido del otro les molesta” decía una de las definiciones más autorizadas acerca de este trastorno mental. Lo de malhumorada sí encajaba con mi realidad: cada día me levantaba cansada, angustiada de solo escuchar el entorno y saber que no cambiaría, a menos que me mudara. Quejarse con los vecinos no sirvió de nada. Peor, ya no me saludan. Al final consulté con un médico y resulta que no soy misófoba ni neurótica, sino uno entre los millones de seres con alta sensibilidad a esos ruidos intensos o reiterados que a veces naturalizamos por falta de alternativa o desconocimiento, pero que de a poco nos van enfermando.
La concientización sobre el ruido
El último 28 de abril se celebró el Dia Internacional de la Concientización sobre el Ruido, una fecha que desde 1996 - por iniciativa del Centro para la Audición y Comunicación (CHC, por su sigla en inglés) de los Estados Unidos - busca alertar y generar conciencia sobre el impacto nefasto del ruido en la salud, e invitar a las personas a realizarse pruebas auditivas. “Solo somos conscientes de una parte de los efectos que produce en nuestro entorno. Por ejemplo, cuando no podemos dormir o cuando hay un ruido fuerte puntual. Muchas veces dejamos pasar estas molestias, lo cual va causando un deterioro progresivo en nuestra salud física y mental, al estar sometidos a niveles de ruido constantes” reza un texto de la Sociedad Española de Acústica.
Según la OMS, la polución sonora es uno de los problemas medioambientales más graves de las sociedades contemporáneas; y va más allá de la invasión a la intimidad y a la pérdida de confort, coinciden los estudios. Insomnio, ansiedad, hipertensión, alteraciones vasculares, trastornos digestivos y depresión son algunas de las patologías asociadas, hasta se ha documentado cierta relación entre la contaminación acústica y el riesgo de padecer angina de pecho o infarto agudo de miocardio, nada menos. Según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente - actualizados a propósito de la efeméride - es la causa de 12000 muertes prematuras cada año en Europa y contribuye a 48000 nuevos casos de cardiopatía isquémica. También se estima que 22 millones de personas se consideran altamente afectadas por el ruido y 6,5 millones sufre trastornos crónicos del sueño por esta causa. Es además el primer motivo de pérdida de audición en el mundo. De hecho, señala la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello, tres de cada cuatro habitantes de ciudades industrializadas padecen algún grado de pérdida auditiva como consecuencia de la exposición a sonidos de alta intensidad.
Exigir calidad constructiva, es lo que nos queda al menos para controlar la contaminación en nuestras casas. En el mercado se están investigando nuevas soluciones para insonorizar mejor los espacios interiores, ejemplo, una ventana que al abrirse neutraliza el ruido exterior, casi silenciándolo. Pero mientras los recursos no estén al alcance de todos, y los estados no se ocupen de impulsar normativas que obliguen a los desarrolladores inmobiliarios a incluir aislamiento acústico eficaz en sus proyectos, a la hora de alquilar o comprar, al usuario le queda informarse para poder distinguir una propiedad bien aislada de una que no lo está. Eso nos ahorrará la mitad de los conflictos que genera el ruido en edificios y condominios urbanos, en todo el mundo. No se trata de silenciarlos, sino de convivir en armonía con los de al lado o los de arriba, sin morir en el intento.
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