La historia de la familia de Chang Sung Kim incluye un escape de Corea del Norte; en la Argentina, decidió estudiar teatro para entretenerse sin imaginar la carrera televisiva que vendría después: fue Walter Mao, en la serie de Sebastián Ortega; el “Chino” Chang, en La peluquería de Don Mateo y es el “Chino” Soja en El Marginal
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Chang Sung Kim fuma espaciadamente. Aprovecha el recreo del cigarrillo para elaborar sus respuestas. Repite ese proceso durante la hora y media de entrevista con LA NACION. Lo hace como un argentino, y no como un coreano, porque así es él, un argencoreano criado bajo la más rigurosa escuela surcoreana pero enamorado de la idiosincrasia porteña. Su familia no le permitía ser actor. Su papá no le autorizaba tener novias argentinas. Sus compañeros de escuela lo calificaban erróneamente como “ponja” o como “chinito”. Pero eso nunca lo conmovió. De hecho, en su aparición más reciente, allá por 2016, en la primera temporada de El Marginal, su personaje era un malhumorado preso reincidente al que los otros reclusos bautizaban como el “Chino Soja”. Y Soja, por medio de habilidades de pelea excelsas, se hacía cargo de todos los bullys: “Vengan de a uno”, los provocaba. Y se los cargaba. Con la misma actitud del personaje que interpretó, Kim se abrió un espacio en la sociedad argentina. Pero no le fue fácil: tuvo que hacer lo imposible para que su familia le permitiera ser él mismo. Como si lo hubiesen obligado a usar una piel que no fuera la suya.
De Corea del Sur a la Argentina… en barco
“Chang”, como le dicen sus amigos, arribó a la Argentina bajo el más oscuro de los anonimatos: en un buque de carga junto a decenas de personas. Apenas contaba siete años y un puñado de meses cuando una Corea desgarrada por la guerra obligó a su padre a emigrar junto a otros cientos de personas. El plan inicial era hacer escala en Buenos Aires y viajar a Paraguay. Su familia había acordado con un terrateniente local que, luego de labrar su campo por diez años, ellos recibirían las escrituras de las tierras. Pero, antes de ir hacia allí, se dieron cuenta de que algo estaba torcido: era un embauco.
Sin embargo, nunca lamentó que eso resultara así. “Para nosotros, quedarnos en Buenos Aires fue un honor. Además, en ese momento, la Argentina era un país del primer mundo, y en Corea había hambre y desolación”. “Yo estaba hechizado por la ciudad”.
Esa navegación en familia de casi 20 mil kilómetros con fines escapatorios ya se entiende como un cambio radical de vida, como una aventura dramática. Pero, como si fuera un chiste de mal gusto, los Kim llevan en su agenda otra historia de características kafkianas.
Escapar de Corea del Norte (como fuera)
Transcurrían los años 1940s cuando los primeros norcoreanos simpatizantes del estalinismo conformaban su primer partido formal en una península coreana desgastada por el imperialismo japonés que la había azotado durante el periodo de anexión. El abuelo de Chang se destacaba por ser un tenaz militante anticomunista. Se juntaba, en los cafés de Pyongyang, con ciudadanos de cualquier clase e ideología política, y los persuadía a cuestionar y rechazar esas ideas.
Esa década se fue con velocidad, y para 1949, ya se auguraba la Guerra de Corea, que enfrentaría no sólo a Corea del Sur con Corea del Norte (con una influencia soviética ya instalada), sino también al comunismo con las corrientes ideológicas de occidente. Su abuelo -a esa altura, un hombre buscado por sus enemigos- no pudo ocultarse por mucho tiempo, y fue capturado. Pero, antes de perder su libertad, lanzó una alerta. Primero, le advirtió a su padre y a su hijo (el padre de Chang Sung), que los comunistas también irían tras ellos. Entonces, fue así que el bisabuelo del actor tomó una medida drástica: desertó al Sur con su nieto escondido en una carretilla de jardinería.
“En el Sur, años después, mi papá se alistó en el Ejército. Lo hizo por obligación, porque allá los hombres debían [NdR: y todavía deben] hacer un tiempo de servicio militar obligatorio. Y en 1950, cuando estalló la Guerra, tuvo que ir a pelear. Se enfrentó con muchos soldados que, seguramente, eran conocidos”, agrega Chang. Eran tiempos difíciles, su familia estaba partida, literalmente, por una frontera. Su papá nunca más vio a los que quedaron en el Norte. Nunca más vio a nadie.
Dejar Corea, borrar todo y empezar de nuevo ayudó a los Kim a echar tierra sobre los fantasmas de la pobreza. “No se trataba de venir a la Argentina, se trataba de escapar de Corea”, explica.
En Buenos Aires, (primero viviendo en el barrio Rivadavia y, luego, en Caballito) su familia se dedicó a proveer servicios textiles caseros, como arreglos de botones, de costuras, cambio de talles… “Todos los recuerdos que tengo de mis viejos son de ellos trabajando. Mi papá era bueno vendiendo, y mi mamá, cosiendo. Pero, para no ser muy dependientes del otro, ambos decidieron aprender a coser y vender, respectivamente”.
“Quise traer una novia argentina a casa, casi me echan”
Chang Sung se crio entre argentinos e incorporó elementos de la cultura local. Eso rápidamente causó un efecto en él. También motivó un impacto en su familia. “Me acuerdo de que un día quise traer una novia argentina a mi casa... Mis papás casi me echan. Yo veo lo insólito y patético de ese «argumento», lo noto. Pero también comprendo el por qué de sus acciones”.
Sus padres perdieron mucho. “Al irte de un país, de tu país, perdés amigos, perdés tierras, perdés familia, perdés olores, lugares de pertenencia... Lo que le sucede a la mayoría es que no tienen ganas de perder más nada, y se aferran tanto a lo que les quedó, a las tradiciones, a las costumbres, que cuando su hijo se casa con alguien que no es de la comunidad, lo sienten como otra pérdida”.
Ese perjuicio, más varias acciones similares, consumieron la paciencia de Chang Sung, que se fue a vivir a Brasil en búsqueda de calma. “Me peleaba demasiado con mis papás, ya ni les hablaba. Era insoportable vivir en la misma ciudad que mis viejos y que nuestra relación fuera así”. Pero ese viaje duró poco, y regresó a Buenos Aires antes de lo previsto. “No lo sabía, pero la cultura argentina me había atravesado el alma. Ya era muy argentino, y no podía estar lejos de Buenos Aires”.
“Ellos tenían formas, pero yo no tenía por qué seguir con esas formas”, continúa.
Entonces se casó con una chica argentina y, luego, decidió estudiar teatro. “Imaginate lo que fue contarle a mi viejo que quería ser actor...«Paaa, quiero ser actor»…¡¡¡Me quería bajar todos los dientes!!! [...] Yo, en ese momento, era muy obediente y muy poco rebelde. Pero fui por ese sueño, me animé a perseguirlo”.
"“Tampoco quería ser actor profesional. Fui a estudiar teatro porque soy un enamorado del cine. De muy chiquito iba al cine. Me gustaba. También disfrutaba la actuación; pero no para mí, sino como espectador”"
Así fue que Kim se formó: leyendo muchas obras y practicando hasta quedarse sin voz ni gestos. En ese periodo tuvo la suerte de ser llamado para muchos plays de renombre y demás programas de televisión, como Graduados, Los Simuladores y Floricienta. Y, años después, anotó su poroto más importante al participar en El Marginal, en la que su tímido personaje, “El chino soja”, se comunicaba a través de gestos e insultaba en un español cortado por un acento asiático. Su escena de mayor impacto fue eléctrica: peleó con Pastor, uno de los personajes principales de la saga. Allí, el “Chino” le propinó una fugaz paliza al ex policía protagonizado por Juan Minujín.
Cuando fue actor principal de su propia película
“En un momento de mi vida dije «me tengo que dejar de joder, yo soy coreano, esto no puede esperar más», y viajé a Corea con un equipo de filmación, documentando cada lugar al que iba, cada restaurant que visitaba, cada persona con la que me reencontraba. Al final, armamos un lindo documental que se llama 50 Chuseok. Se puede encontrar en cine.ar (CineAr)”.
Cuando se cumplieron 50 años de la llegada del primer contingente de coreanos a la Argentina, se hizo una celebración muy grande. Chang sintió que había desatendido sus raíces. “A mi, personalmente, me pasó que dejé de lado, olvidé a Corea. no volví nunca más”. Entonces protagonizó su propia producción, 50 Chuseok, que dirigió Tamae Garateguy.
Y añade: “No tengo parientes directos en Corea y no tenía muchos motivos salvo ir como turista. Pero decir y sentir es diferente, y, con los años, fui sintiendo que había algo pendiente. Me podía hacer el b… pero soy coreano, nunca voy a dejar de ser coreano. El documental es mi viaje a Corea después de 48 años. Fuertísimo, no sabés lo que lloré en ese viaje”.
Ese viaje, quizás, fue el que lo ayudó a encontrarse a sí mismo. Y a ubicarse en su ghetto a sabiendas de que, si bien la cultura argentina lo había atravesado hasta los huesos, su sangre siempre tendría otra identidad.
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