“Dios sabe por qué junta y separa a las personas…”, dice el protagonista de esta historia
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En su búsqueda del amor, Guillermo jamás imaginó que el camino sería tan difícil y que, a veces, el amor es profundo, pero el tiempo y espacio se niegan a coincidir.
Corría el año 92, cuando en una tarde santafesina le tocó mostrar una casa que tenía a la venta otra inmobiliaria colega. Al ingresar al local, una mujer de unos 22 años, de cabellos negros, largos y enrulados, lo atendió con una leve sonrisa.
“Juro que nunca me pasó, y eso que tuve historias anteriores donde creía haber encontrado ese amor de la vida. Pero en ese momento estuve seguro de que era ella, no sé cómo, ni por qué”, rememora Guillermo.
A partir de entonces, el joven inició su campaña de flirteo incansable, que ella recibía con amabilidad pero sin brindarle falsas esperanzas. Por ello, su corazón se llenó de dicha aquel día, cuando luego de tanto insistir, ella lo invitó a su casa paterna, donde vivía junto a su familia: “Ahí confirmé mi presunción: era el amor de mi vida”.
Cuando el padre no te quiere
Guillermo la había frecuentado apenas una semana, cuando la primera nube negra se instaló. Su padre deseaba algo mejor para ella, un hombre adinerado, y él no calzaba con sus expectativas. El joven enamorado le manifestó acerca de sus intenciones nobles y puras, e insistió con la idea de que ella era quien debía decidir: “El padre le dijo que si tomaba la decisión equivocada, no la quería en la casa”, revela Guillermo. “Me eligió, el padre la echó, y ella se mudó finalmente a lo de su abuela”.
A partir de entonces, todo se complicó demasiado. Para calmar las aguas, el joven enamorado decidió alejarse por un tiempo, que se transformaron en años. La morocha de pelo largo enrulado jamás se iba de sus pensamientos, y cierto día, cuando ya había ingresado a trabajar en el rubro bancario, decidió contactarla para saber de su vida. Al localizarla, ella fue muy amable con él, aunque traía noticias devastadoras: se había casado y tenía un hijo.
A pesar de todo, siguieron en contacto y el destino, ¡pícaro destino!, quiso que se encontraran en algunas oportunidades de casualidad. Guillermo jamás intentó nada indebido: no podía imaginar nada con alguien comprometido.
Pasión liberada
Sin embargo, otro buen día volvió a llamarla. En el banco donde él trabajaba buscaban una empleada, y él le brindó algunas sugerencias sobre el examen de selección que le tomarían, junto a unos ejemplares de la revista Apertura y Negocios, remarcando los artículos que debía leer.
El objeto de su afecto quedó seleccionada, pero la alegría duró poco. El viejo sentimiento afloró, la pasión quedó liberada y pronto, él supo que aquella había sido una mala maniobra: no deseaba estar tan cerca de ella, si no podía ser su mujer.
Así fue como a los pocos meses, Guillermo pidió el traslado al norte de la provincia. Creyó que la distancia lo haría olvidarla rápidamente. No fue así, las circunstancias intensificaron el amor que ya había sido liberado: él viajaba todos los fines de semana para estar unas horas junto a ella, aun a pesar de que seguía casada.
Una decisión y una verdad por revelar
Guillermo decidió que era tiempo de actuar con firmeza y olvidarla. Para lograr su cometido, conoció a una mujer con la que se sintió muy bien: “Y ahí supe que no todos los amores son iguales, con ella tuvimos un hijo, hoy adolescente”, cuenta. “Años más tarde ella me contó que cuando se enteró de mi paternidad, lloró varios días. Nunca supe el porqué de sus labios”.
Para entonces, la inocencia se había perdido. Guillermo retornó a la ciudad con un cargo bancario directivo a cuestas, y los encuentros se hicieron más frecuentes, hasta que esta vez ella tomó la decisión de apartarse: “Yo no hice nada para impedirlo, lo que menos quería era destruir dos familias. Y decidí priorizar la mía”, reflexiona.
La decisión de su amada fue la definitiva. Hoy, tantos años después, ella está separada y hace un tiempo formó una nueva pareja. Guillermo no dejó de pensar en ella, de hecho, escribió una novela dedicada a su historia, tal vez en un intento por descifrar a los corazones y a las personas.
“No, yo no la olvidé. Nunca volví a buscarla, ni lo volveré a hacer. No sé qué haría ella, pero su silencio es sinónimo de lo mismo. Dios sabe por qué junta y separa a las personas. Conmigo fue generoso y le agradezco todos los días por ello. Tengo una hermosa familia y soy feliz. Pero hay amores que no se olvidan. En mi historia existe una razón del porqué no fui a buscarla definitivamente, una y mil veces. Tal vez un día lo sepa. La historia no era juntos, pero sí fue una grandiosa historia”.
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