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Algo andaba mal y ella lo presentía. Tenía tan solo doce años pero, de alguna extraña manera, había logrado ponerse en contra de toda su familia. La rebeldía y el enojo se habían convertido en una forma de ser que la mantenía en estado de alerta. Pronto comenzaron los ataques de pánico y la dificultad para conciliar el sueño. La noche era tan tortuosa que algunas veces se animaba a pedirle ayuda a su mamá para tratar de descansar. Sentía miedo y le faltaba el aire cuando comía o cuando llegaba el momento de ir a la cama.
Las actividades sociales también se habían vuelto un problema. Aunque salía esporádicamente o asistía a reuniones con amigas, todo concluía en la misma sensación. Los nervios y la incomodidad la llevaban a abandonar esos espacios de recreación y a recluirse en ese mundo interno, que lentamente se había convertido en un infierno.
“Quería mejorar para poder competir”
Criada en el pueblo de Saavedra, cerca de Sierra de la Ventana, al sur de la provincia de Buenos Aires, Macarena Álvarez vivió una infancia tranquila y libre. La localidad donde había nacido, de pocos habitantes, le permitía salir a andar en bicicleta, organizar planes en la naturaleza y jugar a la casita al aire libre, su plan preferido.
A los once años, después de haber probado varias actividades -desde dibujo, hasta piano o guitarra-, decidió que le daría una oportunidad al tenis. “Desde el primer día que agarré la raqueta me di cuenta de lo que me gustaba ese deporte y el entusiasmo que me generaba el juego. Ese hallazgo inesperado me llevó a querer pasar varias horas practicando y mejorando cada golpe para poder competir. Amaba jugar al tenis y estar horas en la cancha, pero todo se volvía oscuro por momentos”.
“El caso de Thelma Fardin me abrió los ojos”
A los dieciocho años, en busca de un futuro profesional, Macarena se mudó a la ciudad de Bahía Blanca. Por primera vez en su vida estaba sola y lejos de su familia. “El primer año fue terrible. Volvieron los ataques de pánico. Eran prácticamente todos los días”. A pesar de las dificultades nunca dejó de estudiar. En 2014 obtuvo un título como Licenciada en Nutrición y luego hizo una Diplomatura en Diabetes. Pero fue en 2018 cuando realmente se asustó. Comenzó a tener episodios de sangrados intestinales.
“Me pregunte qué era lo que mi cuerpo estaba tratando de decir pero que yo no podía poner en palabras. Pero fue una una tarde cuando volví a casa que vi en Instagram toda la repercusión del caso Thelma Fardin. Quedé paralizada porque ese día algo cambió para siempre. Sentí que yo también había sido víctima de abuso sexual. Hablé con mi psicóloga, confirmamos juntas mi sospecha y le pedí que me hiciera todos los test necesarios para saber que mi salud mental estaba bien. Además de eso, realicé chequeos médicos con más frecuencia, hice biodescodificación y todo lo que podía sumar para estar mejor”.
“Nada era suficiente”
Aunque Macarena estuvo dispuesta a trabajar el trauma que había quedado de aquellos años difíciles, todavía no era el momento para encarar esa búsqueda interna con la intensidad que requería. “Tenía muy reprimido todo. Evidentemente no estaba preparada para enfrentarme a semejante trabajo mental”.
El malestar continuó. En septiembre de 2022, un día no quiso ni pudo levantarse de la cama. Tampoco quería ir a trabajar. Su cuerpo se ponía duro y temblaba. Habían retornado los síntomas gástricos, la falta de aire y ahora se presentaba, además, una caída pronunciada del pelo. Ya no tenía voluntad ni fuerza para enfrentar al mundo. Solo quería estar puertas adentro y llorar.
“Volvieron también los ataques de pánico. Pero esta vez eran peor: comenzaban y luego tenía crisis de ansiedad que duraban más de dos o tres horas. Eso me impedía hacer deporte como siempre me había gustado, ir a trabajar o salir. Intentaba hacer todas las técnicas que había aprendido: ponerme agua fría, masajearme la mano, meditar, escuchar música relajante. Pero nada era suficiente”.
“Pude recordar todo lo sucedido”
Por sugerencia de los médicos accedió a hacer una consulta psiquiátrica y tomar medicación que le permitiera poder hablar sobre lo que había vivido. Comenzó efectivamente a trabajar el trauma. “Por primera vez pude recordar todo lo sucedido. Había sido víctima de abuso psicológico y sexual por parte de la profesora de tenis de esa época, desde los 12 hasta los 16 años. Si bien el pueblo era un lugar tranquilo, internamente comencé a vivir todo con mucha culpa, vergüenza y miedo. Las amenazas y la manipulación hicieron que mi adolescencia no fuera como la del resto de mis amigas. Todas mis decisiones pasaban lamentablemente por esa persona. Todos esos hechos eran los motivos de mi ansiedad y faltas de aire. Lo que no pude decir en ese momento, el silencio que guardé durante tantos años, las amenazas con las que me enfrenté para que jamás dijera nada a nadie, me llevaron a vivir un infierno. Poder hablar me empoderó para hacer la denuncia y hablar con mi familia, amigos y amigas”.
Según contó en una entrevista con el diario La Nueva, la profesora la citaba para entrenar sola, le hacía comentarios sobre su cuerpo y le remarcaba que ella era especial y diferente a todas sus otras alumnas. Eso no era todo: la manipulaba, la presionaba para que fuera a entrenar y le hacía creer que los demás jugadores hacían las cosas mal. Hoy la causa está en trámite en la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio Nº 4, a cargo del fiscal Diego Torres.
Para Macarena fue un trabajo mental enorme, de mucha perseverancia. Atravesó días buenos, otros malos, muchos llenos de tristeza, enojo y bronca. “Comprendí que durante muchos años había dejado de ir a lugares como cumpleaños de mis amistades, salidas que cancelaba, comidas en las que estaba nerviosa. Siempre sentía que ocultaba algo, que los demás hablaban de mí, que todo me daba vergüenza y me generaba incomodidad. En el camino perdí amistades, por no poder ser yo misma y tampoco poder hablar. Ni siquiera registraba qué me pasaba o porqué me comportaba de determinada manera. Hoy siento esta oportunidad como un renacer. Nunca dejé de confiar en que si lo intentás un poquito cada día todo se puede. Aprendí que hay que buscar ayuda porque siempre hay personas dispuestas a dar una mano cuando más lo necesitas”.
“El deporte me está ayudando a sanar”
En el proceso, Macarena nunca dejó de trabajar y de escuchar a sus consultantes. Hacer radio es una actividad que la apasiona y forma parte de su sanación. También se animó a retomar las clases de tenis. Algunas fueron con falta de aire, y ataques de pánico. Pero nunca bajó los brazos. Confiesa que le encantaría poder viajar a ver un grand slam, en particular el Roland Garros y que sueña con poder dedicarse al tenis, pasar todos sus días en una cancha, tanto entrenando como ayudando a deportistas a que cumplan sus sueños de llegar a esos torneos que ella no pudo en ese momento.
“El mismo deporte, que durante muchos años no pude jugar tranquila porque me recordaba los hechos traumáticos, hoy me está ayudando a sanar. La actividad física permite tener objetivos y trabajar para cumplirlos. Enseña sobre el respeto adentro de la cancha y luego para la vida. Da ejemplos sobre la honestidad, el esfuerzo y la perseverancia. Cada golpe que doy con la raqueta y cada respiro profundo que hago, es un paso más para superarme y saber que se puede”.
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