“Es una variedad de la lengua española en la que el léxico es lo más variado”, precisó Pedro Carbonero, especializado en sociolingüística andaluza
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“¡Esoh marditoh roedoreh!” Puede que recuerdes al gato Jinks, su famosa frase y su particular modo de hablar. O, si eres más joven, el acento del Gato con Botas de Shrek, interpretado por Antonio Banderas. Los dos tienen algo en común: hablan con acento andaluz.
Este es propio de Andalucía, una comunidad autónoma en el sur de España que cuenta con más de 8 millones de habitantes. Con esta jartá de gente to’s arrejuntaos en la misma zona, es normal que haya una gran diversidad dentro del acento andaluz.
“El andaluz es una variedad de la lengua española en la que el léxico es lo más variado. Tiene una riqueza tan amplia que en cada pueblo, en cada ciudad, cambia”, le cuenta a BBC Mundo Pedro Carbonero, especializado en sociolingüística andaluza y catedrático de la Universidad de Sevilla.
Pero, como me explica Antonio Rodríguez Almodóvar, escritor, profesor y miembro de la Real Academia de la Lengua, “el andaluz es una norma más fonética que léxica”.
“Nos caracteriza la fonética ante un oído externo, incluso la construcción de la frase, la semántica y la expresividad”, explica. Así, allá donde vayamos los andaluces, se nos puede identificar rápidamente, lo cual no siempre ha sido algo bueno.
No somos pocos los andaluces que hemos sufrido glotofobia, es decir, discriminación por nuestro acento. Desde cometarios como “¿así vas a hablar cuando estés con gente importante?” o “habla menos folclórica”, hasta profesores que nos obligan a pronunciar como en el “castellano normativo”.
Todo en base, explica Rodríguez Almodóvar, en los mitos que empezaron hace siglos, que aún hoy perduran aunque más leves, en los que se nos tilda de “pobres, vagos, malhablados, incultos y graciosos”.
“La supuesta inferioridad fonética se convirtió en inferioridad social y hay quienes dicen que el andaluz es una patología del castellano. Suelen ser supremacistas del idioma que se refieren así también a las hablas de América Latina”, apunta Rodríguez Almodóvar.
Además, en el andaluz, como pasa con el español de América Latina, hay grandes diferencias entre cómo se habla y cómo se escribe. “Esto lo marcan de modo despectivo, pero en la mayoría de las lenguas hay cierta diferencia entre cómo se escribe y cómo se pronuncia. Mira si no el inglés o el francés”, dice Carbonero.
Contíconeso, las singularidades del andaluz viajaron en barco y hoy forman parte del habla en América Latina. ¿Que no? No ni ni ná.
De los puertos de Andalucía p’al Caribe
Cuando Cristóbal Colón llegó a América, no lo hizo solo, claro. Algunos de los que lo acompañaban eran de Sevilla y de otras partes de Andalucía. Y con ellos llevaron uno de los rasgos que más define hoy al español de América Latina: el seseo. Ya sabes... en vez de zapato, pronunciar sapato.
“El seseo y el ceceo son tradicionales del andaluz”, nos explica Carbonero. “Y especialmente el seseo sevillano, pasando históricamente por las Islas Canarias —donde también sesean— se extendió muy pronto y muy fácilmente en el español de América”.
El ceceo —pázame la zal en lugar de pásame la sal—, quedó solo en regiones muy localizadas. Por ejemplo en la parte oriental de Venezuela, en lo que en su día se conoció como Nueva Andalucía.
En esta zona también se da otro fenómeno lingüístico muy propio del andaluz, que es cambiar la l por la r:er niño o la fardilla en lugar de el niño o la faldilla.
Me lo como to’
Pero, algo que hacemos los andaluces sin distinción es comernos letras.“Nos las comemos por el jambre que hemos pasao”, bromea Rodríguez Almodóvar. Aunque, en realida, dice, más que comérnoslas, las aspiramos. ¿Cómo eh la cosa?
“Aparece sobre todo en la s, es la aspiración de la s implosiva a final de sílaba o de palabra, ehto/ehtoh, en vez de esto/estos. Y la aspiración por pronunciación suave de la j fuerte castellana, en vez de jamás, hamás”, explica Carbonero.
Esto está muy extendido en toda Hispanoamérica, sobre todo en el Caribe. También se extiende otro fenómeno tan andaluz como una maceta cargá de geranioh: acortar palabras.
“La claridad y economía (del lenguaje) son normas de las hablas, pero en el andaluz es clave. Quienes dicen que acortar es vulgar no ven que es algo de vanguardia”, sostiene Rodríguez Almodóvar.
Pasa con las terminaciones de los verbos en -ido o -ado, que quedan así: me he sentao y he comío. También en mu en vez de muy, po en vez de pues, to en vez de todo... La lista es más larga que un día sin pan. La economía del lenguaje es tal que podemos resumir en tres sílabas una frase de tres palabras: to’ pa’ na’ en vez de “todo para nada”.
¿Ejemplos de esto en América Latina? Mira estas cuantas letras de canciones:
La negra tiene tumbao y no camina de lao. - Celia Cruz, Cuba.
Pa’ que to’ el mundo vea lo rica que tú está', que tú está'- Bad Bunny, Puerto Rico.
De aquí pa’ ya, de allá pa’ ca... Con la pollera colará. - La orquesta de Lucho Bermudez, Colombia.
Usté no na’, no es chicha ni limoná'- Víctor Jara, Chile.
¿Quieres más, miarma? Pues sigue leyendo, pisha.
Un revoleo de palabras y expresiones
De nuestras palabras, muchas llegaron a América Latina y hoy son parte de su léxico.
Por ejemplo, la palabra zarcillo viajó directa de las orejas de las mocitas o zagalas andaluzas a la boca de los hispanohablantes.
En México, la alberca y, en Argentina el alfajor, hicieron un viaje aún más largo. Ambas son parte de los andalucismos que, a su vez, provienen, de arabismos, es decir, que tienen origen árabe.
Típicas del andaluz hay incontables palabras y expresiones y no todas aparecen en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE). Así que aquí te presentamos solo una mijilla, vamos, una pequeña selección.
Aliquindoi. “Estar alinquindoi” es estar pendiente o atento. No se conoce a ciencia cierta su origen, pero la versión más extendida es que proviene de los marineros ingleses que llegaban al puerto y gritaban “look and do it” (mira y hazlo) a los estibadores andaluces cuando descargaban los barcos.
Ardentía. En el diccionario de DRAE aparece como sinónimo de ardor. En su uso en Andalucía se refiere a ardor de estómago.
Casapuerta. Es la entrada de una casa, lo que viene siendo el portal o el zaguán. Ya en “El celoso extremeño”, de Miguel de Cervantes, aparecía: “En el portal de la calle, que en Sevilla llaman casapuerta, hizo una caballeriza para una mula”.
Coraje. Si en Andalucía algo te da mucho coraje significa que te ha dado una rabia intensa, mucho enfado e irritación. En algunas partes de México también se usa esta expresión.
Chapú. Es una reparación, más o menos rápida, de algo de la casa, desde apretar unos grifos a poner las losas del patio. Incluso hay quien hace chapús como medio de vida o para redondearse. El chapú queda bien, al contrario que la chapuza, que suele ser un desastre.
Chuchurrío. Ese día que estás alicaído, triste o cansado, enfermo, estás chuchurrío o tu día has sido chuchurrío. Originalmente significa mustío o marchito y lo puedes aplicar para algo que está arrugado, estropeado, caducado o con mal aspecto.
Escamondao. Viene del verbo “escamondar”, que originalmente significa quitarle a un árbol las ramas inútiles y hojas secas o limpiar algo quitándole lo superfluo y dañino. Pero si en Andalucía escuchas que algo o alguien está escamondao significa no solo que está limpio, sino impecable, justamente lo contrario de ir empercudío.
Jartá/Panzá/Pechá. Aunque se dice en distintas partes de Andalucía, significan lo mismo: demasiado, un montón. “Te quiero una jartá”, “Había una panzá de gente” o “Nos hemos pegado una pechá de comer”.
Jartible. Tienes que estar atento si alguien te dice que eres muy jartible. Escucha bien el tono, porque depende de cómo te lo digan, puede decirte que eres muy pesado y cansino o alguien que no se cansa de hacer algo.
Malafollá. Es el término con el que solemos referirnos al carácter de la gente de Granada y es una particular mezcla de un poco de mal humor, sorna y acidez. Se usa sobre todo en la zona de Andalucía Oriental para hablar de cualquiera que sea desagradable y tenga mala sombra.
Malaje. Es el primo del malafollá, solo que este es de Andalucía Occidental. A efectos prácticos, tienen la misma mala sombra. El DRAE lo recoge como andalucismo y Rodiguez Almodóvar sostiene, como muchos lingüistas, que viene de “mal ángel”. Lo contrario, el ser una persona graciosa, con alegría y salero es “tener aje”.
Mandaos. Si estás en Cádiz y vas por los mandaos, vas a comprar comida y utensilios para la casa, casi lo mismo que en Cuba, México y Nicaragua, que es comprar de lo necesario para comida según el DRAE. Pero si estás en Almería y le preguntas a alguien a dónde va y te contesta “a hacer unos mandaos/mandaíllos”, te está dando largas para no decirte qué va a hacer.
No ni ná. Aquello de “me negarás 3 veces” los andaluces nos lo tomamos muy en serio y lo hacemos constantemente, solo que lo decimos todo junto y significa lo contrario. Según Antonio Rodríguez Almodóvar, esto es una “súper afirmación” compuesta por 3 negaciones con algo de ironía. Para Pedro Carbonero es la máxima de la superlatividad y expresividad andaluzas y afirma que “negar es la forma más efectiva y afectiva de afirmar algo, es un modo de pedirle complicidad al oyente”. Te voy a poner un ejemplo que seguro entiendes a la perfección: ¿Te gusta Pedro Pascal? No ni ná.
Pirriaque. Al que le gusta el pirriaque (o pirrriaqui, según el hablante) le gusta el alpiste, empinar el codo, chupar... En definitiva, le gusta beber aguardiente o licor en general de poca calidad.
Regomello. Cuando algo o alguien te da pesar, mucho disgusto o preocupación, eso te da regomello o hace que estés regomelloso. “Me da regomello que se haya quedado en su casa”.
Revoleo. Un zaperoco, un arroz con mango, un follón, una pelotera, un quilombo... Eso es un revoleo.
Saborío. Se podría pensar que una persona saboría es alguien con mucho sabor, con gracia, pero es justo lo contrario. Un saborío es alguien sin sentido del humor. Otras versiones posibles que puedes encontrar de esta palabra es esaborío y desaborío.
Sieso. Es el primo hermano del saborío, pero este no solo es soso y sin sabor sino que, además, es un poquito antipático. Si la persona en cuestión es malhumorada y sosa en un grado extremo, siempre puedes añadirle un aumentativo y quedar como un auténtico andaluz: dile que es un sieso manío.
Rabúo. En la junta entre un saborío, un sieso y un rabúo, cuídate del rabúo, porque los otros dos no tienen la culpa de haber nacido sin gracia y, aunque al sieso se le haya avinagrao el carácter, el rabúo lo que carga es una mala uva impresionante. Vamos, que tiene mu’ mala leshe.
La vin compae, con esto ya lo tienes to’ pa entendernos. ¿Que no? No ni ná.
*Por Alicia Hernández
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