Emigró al País Vasco para enriquecerse, atravesó una odisea para obtener los papeles y se embarcó en un proyecto diferencial en relación a la historia argentina
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Mariano Eiben no necesitaba irse de Argentina. Como tantos otros seres en este mundo, deseaba partir tras búsqueda de una experiencia transformadora. Estaba convencido de que traspasar las fronteras y vivenciar otra cultura en su cotidianeidad significaría enriquecerse, sin importar los resultados de su aventura.
En su rincón sanjuanino, y mientras imaginaba el futuro próximo en San Sebastián, los preparativos trajeron consigo emociones intensas, aunque acompañadas por cierta calma. Su novia había emigrado tiempo atrás luego aceptar una oferta laboral como profesora de inglés, Mariano ya la había visitado y conocía la ciudad ubicada a la vera del golfo de Vizcaya, en el País Vasco: “Es fantástica”, suele decir cuando habla de aquella porción de España.
“Mi familia me apoyó en la decisión, como tiende hacer toda familia, aunque también son a los que más les cuesta y quienes preguntan cuándo vas a volver”, dice pensativo, mientras repasa su historia. “Y lo cierto es que siempre se puede volver. Las cosas pueden salir mal, pero es mucho más duro arrepentirse de lo que nunca se hizo”.
Mariano jamás olvidará aquel día de diciembre de 2019. Mientras el carreteo acrecentaba su adrenalina y el gran tubo metálico se elevaba por los cielos, el joven se dejó envolver por una felicidad extraña y cierto temor a lo desconocido. En su tierra dejaba una carrera prolífica de periodista, así como familia y amigos entrañables. ¿Qué haría en el País Vasco? Aún no lo sabía.
Mariano estaba lejos de imaginar que aquella partida traería consigo el comienzo de una de las aventuras más extraordinarias. Y que, a miles de kilómetros de su patria, estaría unida a ella como jamás lo había estado en su vida.
La adaptación en el País Vasco: “Nadie te está esperando. Acá hay una cultura de milenios y no van a intentar cambiar para hacerte sentir cómodo”
A pesar de que ya conocía San Sebastián, Mariano arribó a su nuevo hogar con la sensación de haberlo hecho por primera vez. Conocía los paisajes, pero su mente había dejado atrás los pensamientos de quien está de paso, colmados de fascinación ante lo diferente. Sus impresiones ahora eran otras, habían mutado, así como su mirada: “Cuando uno ordena su mente sabiendo que este va a ser el hogar, tenés que concientizarte de muchas cosas, mirar a tu alrededor, ser muy observador para entender el entorno al que te estás sometiendo voluntariamente”.
Desde las primeras semanas, Mariano puso todo su esfuerzo en adaptarse a su nuevo hábitat, en especial al idioma utilizado allí por los locales (el euskera), y a las “cuadrillas”, como se suele denominar a los grupos de amigos en el País Vasco: “En mi opinión los latinos somos más calurosos; es cierto que acá son de personalidad más dura”.
“El idioma de ellos es importantísimo, lo reivindican y es un desafío, en especial en los pueblos”, continúa. “En mi caso yo soy muy curioso con las lenguas, por lo que entendí que para sentirme parte de este lugar que iba a ser mi hogar, iba a tener que aprenderlo. La clave es intentar adaptarse uno al lugar que llega y no pretender que sea al revés. Porque lo cierto es que vos venís aquí, pero nadie te está esperando. Acá hay una cultura de milenios y no van a intentar cambiar para hacerte sentir cómodo”.
Costumbres de un pueblo festivo, pero con mucha educación: “No está la viveza criolla de las que los argentinos pecamos un poco”
Los días se transformaron en semanas, para luego convertirse en meses intensos, plenos en desafíos. Entre los hábitos y costumbres, Mariano descubrió a una comunidad caracterizada por las celebraciones; para cada pueblo hay un santo y un feriado, en cada ocasión un gran festejo impregnado de desfiles, comida, baile, fuegos artificiales y atmósfera alegre.
Pero a pesar de las festividades constantes, el argentino reveló aquella otra cara sorprendente y cotidiana: “No se encuentra ni un papel de caramelo en el piso; la bocina en los autos no existe, no se toca para nada; un auto para una cuadra antes cuando ve que un peatón se está acercando a la esquina”, explica. “El respeto por el prójimo es importantísimo, se respeta a rajatabla y la gente lo hace con gusto. No está la viveza criolla de colarse en una fila o similar, esas cosas de las que los argentinos pecamos un poco. Todo esto fue lo que más me impactó”.
La costumbre de comer “pinchos”, por otro lado, agradó a Mariano de inmediato. En San Sebastián halló una oferta gastronómica con protagonismo y el hábito de comer un “pincho” a cualquier hora; un pincho de tortilla de papa a las 7 de la mañana, o unos bonitos del norte a las 4 de la tarde: “Acá la cultura de la hostelería es esencial. Es impresionante lo que mueve y las fuentes de trabajo que da”.
País Vasco, un territorio de industrias prósperas y oportunidades laborales: “Eso sí, venir sin papeles es muy complicado acá”
Más allá del rubro gastronómico, Mariano descubrió en San Sebastián y sus alrededores una gran oferta laboral relacionada al sector industrial, ampliamente desarrollado a partir de 1950 y durante las siguientes dos décadas.
En general, en el País Vasco halló cementeras, lecheras, bodegas, muchos cultivos, así como un desarrollo amplio en aeronáutica, telecomunicaciones, energía, medio ambiente, biotecnología, electrónica industrial, electrodomésticos, automoción y más. “Hay de todo, las oportunidades laborales están para quienes realmente las quieran buscar”, afirma.
“Eso sí, venir sin papeles es muy complicado acá. Las multas por contratar en negro son siderales. Te estás metiendo en graves problemas y dañando tu reputación. Y para algunos trabajos la barrera idiomática es importante y ese es mi caso, ya que soy periodista. Desde que estoy aquí no pude trabajar de lo mío, en el rubro de comunicación el idioma es un impedimento”.
Una pandemia, el hundimiento del Gral. Belgrano, y la creación de una obra clave: “Dejaron su vida, su juventud, su inocencia y sus sueños por la patria”
Mariano había arribado con la valija llena de ilusiones, pero, a diferencia de su novia, él no contaba con la ciudadanía europea. Apostillar las documentaciones y realizar los trámites necesarios resultó ser un camino tedioso, costoso y estresante, hasta que, finalmente, obtuvo los permisos que le abrieron las puertas al viejo mundo para empezar una nueva vida laboral.
“Algo complejo porque cuando por fin lo logré, llegó el confinamiento. Fue muy difícil, hubo que ser muy paciente y muy fuerte mentalmente”, confiesa. “Ahí cumplió un rol fundamental mi novia, quien fue la que trabajó y me apoyó”.
Durante el encierro y sumido en sus desafíos mentales y emocionales, Mariano decidió que era tiempo de escribir. Por aquellos días nació su novela, “Al fondo de la eternidad” (disponible en Cúspide y Amazon) , la primera historia que trata del hundimiento del General Belgrano, contado a modo de ficción, una forma diferente de acercarse a los eventos.
La novela tuvo una excelente recepción, lo que más tarde le permitió viajar a la Argentina y presentarla, junto a miembros de la Armada Argentina, sobrevivientes del crucero y veteranos de Malvinas. Ya de regreso en España, fue invitado por el embajador argentino, Ricardo Alfonsín, a dar una charla sobre su obra.
“Escribir esta historia ha sido una experiencia espectacular que no creí que existía. Fue un placer entrevistar a los sobrevivientes, así como escribirla. La amabilidad y humildad de ellos, así como las ganas de que se conozca su historia a mí me ha enriquecido de una manera increíble. Son nuestros héroes de carne y hueso, que allí los tenemos para aprender de ellos. Dejaron su vida, su juventud, su inocencia y sus sueños por la patria”, cuenta Mariano, quien actualmente trabaja como recaudador de fondos de una ONG.
Volver a la patria: “Hay cosas que inevitablemente se van perdiendo de a poquito y otras que ya es imposible recuperarlas”
Para Mariano, volver de visita a la Argentina es impactante. Siente que debe aprovechar y apreciar cada día, cada hora y cada segundo, porque hasta las cosas más mínimas y básicas cobran un valor sumamente importante cuando no se puede gozar de ellas.
Sin embargo, la lejanía también le enseñó a buscar nuevos caminos para no perder los rituales: “Por ejemplo, veía en familia a River, nos abrazábamos, reíamos, nos lamentábamos juntos. Ahora me levanto a las 2 am a ver el partido, si es necesario, y lo seguimos juntos por el grupo de Whatsapp. Uno se adapta y se reinventa para seguir disfrutando de lo mismo”.
“Pero hay cosas que inevitablemente se van perdiendo de a poquito y otras que ya es imposible recuperarlas”, reflexiona. “En nuestro caso, en este tiempo lejos, hemos tenido partidas prematuras, pero también nacimientos. Uno entiende que la vida es un balance, que hay que aprovechar lo que está con nosotros y no desentenderse. Todos vamos cambiando, pero los regresos hay que disfrutarlos. Hay que comer la comida de uno, escuchar a los amigos, escuchar el propio acento, los ruidos de tu ciudad, aquello que te ha forjado como persona”.
Aprendizajes sin fronteras: “Irse da miedo, pero yo creo que los argentinos también tenemos una pequeña ventaja”
Hoy, a sus 33 años, Mariano recuerda con orgullo aquel 2019 que lo vio partir. Orgullo por animarse, orgullo por desprenderse de los miedos y las trampas mentales, en especial las de las culpas que se instauran en un mundo que aún le cuesta abolir la idea férrea de las fronteras. Él no deseaba dejar su Argentina querida, sino aventurarse hacia terrenos desconocidos para aprender y crecer como ser humano.
Las aventuras, sin dudas, llegaron, y no solo de la mano de las enseñanzas de una nueva cultura. Mariano emprendió un viaje de exploración hacia los corazones de los sobrevivientes del Gral. Belgrano, que trascendió los hechos para darle lugar a lo humano. Lejos de su tierra, el joven de 33 años se acercó a ella como nunca antes, demostrando que las distancias no son un impedimento para aportar a la tierra que amamos.
“Me considero un privilegiado, porque gracias a mi pareja puedo estar en el lugar que estoy. Yo, al trabajar en ayuda humanitaria, he hablado con mucha gente. Con gente de África, que muchas veces tiene que tirarse con una balsa de cartón al Mediterráneo; hablo con personas de Centroamérica, muy pobres, que llegan con lo puesto a intentar vivir una vida mejor. No me puedo comparar con esa gente, me siento un privilegiado”.
“Hay que hacer las cosas cuando hay que hacerlas. Es muy trillado, pero es la realidad”, reflexiona. “También es una gran ventaja saber que, si quiero volver, tengo donde hacerlo y me esperan con los brazos abiertos. Sabía que si me caía tenía una red de contención. Mi consejo es que quien tenga las ganas de hacerlo lo haga, pero sobre todo que quien tenga la voluntad, porque muchas veces es una cuestión de voluntad. Irse da miedo, se extraña, pero yo creo que los argentinos, que vivimos de crisis en crisis y con un estrés constante, también tenemos una pequeña ventaja (que preferiría no tenerla) que es la resiliencia, la habilidad de reconvertirnos y adaptarnos”.
“El mundo está lleno de lugares muy bonitos, de gente que vale la pena conocer. Es la única manera de ser mejores: conociendo y conociéndonos; esto último especialmente: está bueno ser amigo de uno mismo y confiar en las habilidades que uno tiene”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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