Aterrizó en Brasil por trabajo y sin ganas, hasta que en el lobby del hotel todo cambió.
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Llegó a Río sin demasiadas expectativas, poco sabía de aquella ciudad, y nunca le había interesado conocer demasiado de ella. Había arribado por trabajo y su estadía sería de cuatro días.
A todo el mundo le gusta el portugués, pensó para sus adentros apenas pisó el aeropuerto brasilero, a mí no, siento que su tonada deforma la voz. Así siguió, un tanto temerosa ante el escenario desconocido y la posibilidad de que le roben, ¡había escuchado bastante acerca de los hurtos y las guerrillas en las favelas! Claro, algo sabía de Río de Janeiro, lo que llegaba a través de las noticias, una mirada sesgada y, debía admitirlo, llena de prejuicios.
El taxi encaró la autopista sin mirar los carriles y su corazón comenzó a latir con fuerza, a Belén no le gustaba la velocidad. Pero entonces su respiración se detuvo por otros motivos, o más bien uno: el verde a su alrededor, jamás en su vida había visto un verde semejante.
Y así, a medida que el auto atravesaba morros, curvas y contracurvas, subidas y bajadas, un nuevo pensamiento emergió: ¡Qué belleza! ¿Esto es Río? Aquel estado de sublime admiración se intensificó cuando aparecieron las playas, que a cada kilómetro le parecieron más bellas. “Llegamos a su hotel”, anunció el chofer.
Belén bajó del auto, lloviznaba y un hombre negro con dientes muy blancos corrió hacia ella, esbozó una amplia sonrisa, y la escoltó con un paraguas hacia el lobby. “Su equipaje espera en la habitación”, le anunciaron. “En la barra, si lo desea, puede degustar una caipiriña”. Adoraba una buena caipiriña, pero pronto comprobó que nunca había probado una igual. “Hola”, escuchó mientras saboreaba la lima. “Por tu acento veo que sos argentina. Un gusto, me llamo Pedro, soy chileno”. Una vez más, el corazón de la joven aceleró su marcha, aunque esta vez no era a causa de la velocidad. O tal vez sí.
En el balcón de su habitación el sol había asomado, frente al mar de Leblon y la exuberancia de la vegetación de un verde imposible, Belén, sorprendida ante su revelación, decretó que se había enamorado de Río de Janeiro.
¿Es esto amor?: “Con él podía ser yo misma”
Le quedaban las horas de la tarde para descansar hasta el día siguiente, donde la jornada laboral en la feria de tecnología recién comenzaba a las 12 del mediodía y se prolongaba hasta las 20, “En los días feriales acá se estila salir de noche y descansar a la mañana, antes de volver al predio ferial”, le habían explicado. Belén descansó una hora y luego decidió dar un paseo por la playa.
La arena bajo sus pies le provocó un escalofrío, a pesar de los 28 grados que marcaban los carteles luminosos de la calle. Era la textura, tan fina, la que provocaba aquella electricidad extraña. “Hermoso, ¿no?” La mirada de Belén se posó sobre la de Pedro, abrió la boca, pero sus palabras quedaron trabadas y se liberaron en un tartamudeo. Qué torpe, pensó, pero Pedro sonrió y la invitó a tomar unos tragos en un barcito en el que, según él, se enamoraría del atardecer en Río. Con vos, seguro, se dijo ella mientras se sonrojaba.
La bossa nova y los batidos de coco aflojaron el cuerpo de Belén y encendieron sus sentidos. Hasta el día de hoy no sabe explicar cómo fue que todo sucedió tan natural, como si se conocieran desde siempre: “Bailábamos al mismo ritmo, nos anticipábamos los pensamientos, nos reíamos hasta que nos dolía la panza y, sí, nos besamos como jamás me besaron en mi vida. Con él sentía que podía ser yo misma”, asegura Belén.
Charlas profundas, sueños alocados y mariposas
Se volvieron inseparables, cuando Belén no estaba en la feria o en cenas laborales, pasaba cada minuto con Pedro. Visitaron el Pan de Azúcar y el Cristo Redentor, pero también fueron por barrios pintorescos llenos de música, magia y colores.
Ella le habló de sus sueños, incluso algunos que jamás había confesado: “Sueño con largar todo, despojarme de los títulos y lo material innecesario, e irme a vivir a Alaska, ya sé, una locura, ¿qué voy a hacer en Alaska? Nada. O todo, según el punto de vista. La naturaleza te pone a prueba cada día e imagino que te conecta con lo esencial de la vida y el universo”.
Y entonces, de la mano de los sueños con sabor a imposible venían las charlas existenciales, que se ramificaban hacia el origen del mundo, el propósito de la existencia humana, el amor y la existencia de Dios. “Así fui siempre”, afirma Belén. “Amante de las largas charlas que mis amigas catalogan a veces de densas o demasiado profundas. Con él, en cambio, no tenía que inventar conversaciones para llenar vacíos o entretenernos. Tan solo surgían, fluían naturales”.
Fueron cuatro días de besos con mariposas, sábanas intensas, conversaciones estimulantes, y sabores, paisajes y melodías inolvidables.
Gracias por cuatro días inolvidables y gracias a Río de Janeiro
Pedro había retrasado un día su regreso a Chile para estar con ella. Fueron juntos al aeropuerto, aunque sus vuelos salían en diferentes horarios. Belén partía antes y el esperaría un par de horas.
Hicieron el chek in y en el café hubo conversaciones estimulantes y risas, como siempre. También melancolía, nostalgia, una rara sensación de que iban a extrañar lo que nunca vivieron y jamás vivirían.
“Él nunca me preguntó acerca de mi vida amorosa. Siempre hablamos de nosotros por fuera de lo concreto, por fuera de nuestra cotidianidad, nuestra rutina”, dice Belén.
“En Buenos Aires había alguien, nada serio en ese momento, pero alguien con quien, de hecho, formé una familia años después. Pedro nunca preguntó, ni nunca le pregunté. Presentía que él también tenía su vida allá, su realidad por fuera de ese idilio que vivimos en Río de Janeiro”.
Belén abrazó fuerte a Pedro en el aeropuerto y se perdió por migraciones. Ella siguió su camino y él el propio. Su tiempo compartido, en una dimensión paralela, quedó y quedará en sus historias como uno de los tesoros más preciados. Hasta el día de hoy, Belén le agradece a ese hombre por aquellos cuatro días inolvidables, donde pudo ser ella misma, en toda su esencia.
Y, por supuesto, atrás quedó su desinterés por la ciudad: hoy ella ama Río de Janeiro.
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