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Ese día, como tantos otros, había salido a entrenar con unos amigos. El destino: una zona de cerros del distrito de Cieneguilla, en Lima, Perú. Cuando estaban por finalizar el recorrido y al descender de la parte más elevada de los cerros, Diego Paredes y su compañero, se percataron de que uno de ellos no estaba. Decidieron detenerse a esperarlo ya que pensaron que posiblemente había pinchado llanta o sufrido algún problema.
La zona donde hicieron la pausa era como un arenal: el camino, de tierra desértica, ya lo habían recorrido en otras oportunidades. “Desde que nos paramos escuchamos en la lejanía un ladrido y llanto de un cachorro. No lográbamos ver al animal a la distancia en un principio. Pero luego de unos minutos vimos muy a lo lejos cómo un pequeño perrito venía corriendo. Pensamos que se trataba de un perro de la zona que suele ladrar a los ciclistas. Pero el cachorro estaba solo y sin manada”.
“Empezó a llorar y ladrar”
Por unos instantes lo perdieron de vista en una especie de zanja o montículo de tierra que no le permitía seguir avanzando. Sus ladridos aún se escuchaban a lo lejos. Luego de un rato, ya cuando llegó el compañero faltante -quien efectivamente había sufrido una falla mecánica-, el perrito había logrado sortear ese obstáculo y continuó su carrera hacia los ciclistas.
“Mientras nosotros ayudábamos con el arreglo de la bici de nuestro amigo, el perrito llegó hasta donde estábamos y empezó a llorar y ladrar de alegría moviéndonos la cola. Me acerqué a darle agua y cuando ya estábamos por irnos, estuvimos todos de acuerdo en acercar al cachorro al lugar desde donde lo habíamos visto correr”. A lo lejos había un vehículo y una casa.
“No era una opción dejarlo”
Se dirigieron hasta el lugar. Pero, al llegar, advirtieron que no había nadie: ni otros perros ni gente. La puerta de la casa estaba con candado aunque tenía un espacio por donde el perro quizá pudo haber escapado. “Sinceramente no sabíamos si esa casa era del perrito, pero intentamos meterlo por ese espacio para dejarlo ahí. El perrito salió y empezó a desesperarse buscando seguirnos y querer estar con nosotros. Intentamos en varias oportunidades volver a ingresarlo pero cada vez era perro lloraba más”.
Como nadie respondía por el cachorro, llegaron a la conclusión de que si ellos se iban y el perro los seguía, lo expondrían al peligro: en soledad, el animalito podía perderse o alejarse de esa zona. “No era una opción dejarlo, así que improvisamos la manera de acomodarlo en mi chaleco para traérmelo a casa. Emprendimos el viaje de casi dos horas de regreso y el perrito en todo momento se mantuvo tranquilo”.
En tanto que Diego ya vive con otros dos perros y sus horarios de trabajo lo mantienen con una jornada laboral fuera de casa, no podía asumir la responsabilidad de adoptar al pequeño cachorro. “Lo traje a casa con la consigna de que entre todos le busquemos hogar. Esperamos encontrar una buena familia a la que vamos a estar dando seguimiento para que, de verdad, lo cuiden mucho”.
Luego de publicar el video buscando ayuda para este perrito, en cuestión de horas aparecieron posibles adoptantes. Una veterinaria se ofreció a cubrirle los tratamientos necesarios. “Todavía lo estamos conversando, pero creo que ha encontrado una familia responsable en el distrito de Ate. Es más, su nombre ahora será Capuccino”.
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