Ni kelper ni criollo, ni siquiera español: el primer nacimiento en las islas fue acadiano. Y su cuna fue tallada por una larga y compleja historia que podría empezar con estas palabras: "J'embarquerai plusieurs familles acadiennes, espèce d'hommes laborieux, intelligents, qui doit être chère à la France par l'inviolable attachement que lui ont prouvé ces honnêtes et infortunés citoyens" (embarcaré a varias familias acadianas, una especie de hombres laboriosos, inteligentes, que Francia debe querer por el inviolable vínculo que le demostraron estos honestos y desafortunados ciudadanos). Así se refería el explorador Louis-Antoine de Bougainville a un grupo de pobladores de América del Norte abandonados por Francia en el siglo XVIII, tras ceder parte de sus colonias a Inglaterra.
Bougainville pensó en ellos, en los relegados acadianos, cuando tuvo que elegir a los miembros de la nueva colonia que proyectaba crear en el sur del Atlántico, sobre las Islas Malvinas: un nombre que el archipiélago debe a las repetidas visitas de expediciones salidas del puerto bretón de Saint-Malo, como las de Jacques Gouin de Beauchêne en torno a 1690. Y que dejó bajo un manto de olvido toponímico a aquellos primigenios pobladores acadianos, mayoritarios en la primera etapa de colonización -la francesa- durante dos breves años, entre 1764 y 1766.
Los acadianos son efectivamente los grandes olvidados de esta historia, aunque tuvieron un papel esencial en la construcción de Port Saint-Louis, el asentamiento que los españoles rebautizaron Puerto Soledad. Las Malvinas fueron un destino más en el largo exilio que este pueblo sufrió durante generaciones. Algunas fuentes dicen que algunos, deseosos de finalizar su interminable viaje, se quedaron incluso después de la entrega de la colonia a funcionarios de Carlos III y durante la instalación de los ingleses.
Son muchas las preguntas que suscitan los primeros tiempos de la presencia humana permanente en las Malvinas. Dos de ellas son más intrigantes que otras: ¿por qué los franceses quisieron instalarse allí? Y ¿quiénes eran exactamente los acadianos? Las respuestas aportan un dato sorprendente sobre las dos primeras personas que podrían haberse dicho legítimamente malvinenses. El tiempo borró la certeza de sus nombres, pero no la increíble saga de sus familias.
La fundación de Port Saint-Louis
Los franceses tuvieron corta presencia en las islas, breve pero suficiente para darles el nombre que se usa en español y en francés, y para fundar la primera colonia permanente. Port Saint-Louis (Puerto Soledad durante el período colonial español) fue el Puerto Luis del gobernador argentino Luis Vernet; hoy es una estancia conocida como Port Louis. De aquella remota presencia francesa solo quedan algunas paredes de piedra incorporadas al casco de la estancia, donde se crían ovejas.
Sus actuales propietarios saben todavía cuáles son las paredes de las construcciones originales sobre las cuales se construyeron los galpones y dependencias de la estancia. A partir de aquellas indicaciones hay que imaginar entonces cómo fue la llegada de los pasajeros del Águila y de la Esfinge, el 31 de enero de 1764. Los dos barcos recalaron en una pequeña bahía circular conectada con otra más grande, la de la Anunciación. No había lugar mejor protegido en las islas y para los colonos se cumplía el sueño de la Tierra Prometida, bañada por la luz del sol de verano y tonificada por vientos cargados de yodo marino.
El erudito Antoine-Joseph Pernety, que formó parte del contingente, dejó una detallada relación de aquella epopeya en su "Journal historique d'un voyage fait aux îles Malouines en 1763 et 1764 pour les reconnoître et y former un établissement et de deux voyages au détroit de Magellan avec une relation sur les Patagons" publicado en 1769. Un largo título que se puede traducir como "Diario histórico de un viaje realizado a las islas Malvinas en 1763 y 1764 para reconocerlas y fundar un establecimiento, y de dos viajes al estrecho de Magallanes con una relación sobre los patagones".
El título lo dice todo, como era habitual en los libros publicados en aquellos tiempos. Pernety fue el capellán y el naturalista de la expedición de Bougainville. Como tal, nos dejó un inestimable testimonio de aquella primera colonia, aunque era un hombre más acostumbrado al refinamiento de los salones literarios de Europa que a la rudeza de las islas subpolares. Es tan recordado por un tratado sobre la pintura, y por haber fundado logias masónicas en Berlín y en Francia, como por su relato sobre el archipiélago.
Breve pero fundante, la presencia francesa se limitó sin embargo a las inmediaciones de Port Saint-Louis. Los industriosos acadianos, cuyos méritos destacaba Bougainville, construyeron en un tiempo récord un esbozo de pueblo y se lanzaron a la puesta en valor de aquellas tierras barridas por los vientos. Repitieron así lo que ya habían realizado con mucho éxito en la Isle Saint-Jean, la actual Isla del Príncipe Eduardo, en el este de Canadá.
Francia mira hacia las islas
Antes de interesarnos en su peculiar historia, es tiempo de responder a la primera de nuestras dos preguntas. Para saber a qué se debía el interés de la corte francesa por aquellas islas desoladas hay que hacer como en tiempos de las películas VHS: rebobinar y volver a escenas anteriores de la historia.
En 1763, el Tratado de París puso fin a siete años de guerra y confirmó un cambio de jerarquía entre las potencias europeas. Francia cedió su prevalencia a Gran Bretaña y perdió su primer imperio colonial, que abarcaba inmensas porciones de América del Norte, muchas islas caribeñas y la India. El rey Luis XV, sin embargo, ordenó celebrar el tratado en París con fuegos artificiales, dejando otra muestra de su carácter para la posteridad, de la misma manera que quedó en la historia por otra frase que le atribuye: "Después de mí, el diluvio".
El diluvio del Tratado de París sumergió a pobladores que vivían a miles de kilómetros de Versailles y su fastuosa corte. Eran los acadianos que poblaban las costas y las islas atlánticas de Canadá y que se habían visto involucrados en el conflicto. Los historiadores consideran de hecho a la Guerra de los Siete Años como la primera verdadera guerra mundial, mucho antes de la Gran Guerra de 1914. Estalló en 1756, cuando el rey de Prusia invadió Sajonia, uno de los principados del Sacro Imperio Romano Germánico. A lo largo de aquel prolongado conflicto Prusia fue aliada de Gran Bretaña y su contrincante fue una alianza formada por Francia, Austria, Suecia, Rusia y España. Las batallas desbordaron los límites de los territorios alemanes y se expandieron por el Mediterráneo, América del Norte, el Caribe y la India, involucrando a pueblos originarios, el imperio mogol y los ejércitos cosacos, con repercusiones hasta en las Filipinas.
Con el Tratado firmado, el ministro Choiseul quiso recomponer sin embargo la presencia francesa en el mundo y su plan fue centrarse en tierras deshabitadas para no volver a abrir conflictos, ni con el enemigo británico ni con el aliado español, hasta restablecer adecuadas fuerzas militares. En aquellos tiempos todavía quedaban varias terrae nullius, tierras de nadie, espacios habitables que no dependían de ningún Estado.
Interpretando libremente el Tratado de Tordesillas y comprobando que los españoles no se habían asentado en las islas, Louis Antoine de Bougainville presentó a Choiseul un plan para montar una expedición a las Malvinas. El archipiélago era conocido desde hacía mucho tiempo y había sido avistado y mencionado por navegantes españoles, portugueses, holandeses, ingleses y sobre todo de St. Malo. Antes de ellos, las islas eran también conocidas por los yaganes y otros grupos originarios de Tierra de Fuego, como lo demostraron hallazgos de puntas de fechas en las islas. Quizás fueron los que llevaron con ellos el único mamífero terrestre originario de las islas, un cánido que Bougainville llamó lobo-zorro y que Darwin pudo estudiar y bautizó Canis antarcticus, el lobo antártico (fue exterminado por los kelpers durante el siglo XIX).
El paraíso arcadiano pierde una R
En su voluminoso libro "Francia en las Islas Malvinas", Rafael Saiegh reconstituye así los primeros momentos de la colonia: "El 17 de febrero -de 1764- los tripulantes fueron desembarcados. Una canoa transportó a tierra a Bougainville junto con el ingeniero de la Serre, en tanto en una chalupa se transportaron algunos oficiales y el primer material".
Los documentos que acompañan su texto muestran el plano de la ciudad proyectado por De la Serre con un hospital, casas familiares, barracas para los soldados, una iglesia con su cementerio, oficinas públicas y una plaza con un obelisco en su centro. También está el plano de la casona del comandante.
No faltaron ni las ganas ni las voluntades. Solo el tiempo. La presencia de los franceses despertó la cólera de los españoles y reavivó el interés de los ingleses. Bougainville en sus escritos retomó incluso argumentos usados por navegantes ingleses: "Milord Anson recomienda a los ingleses crear un asentamiento al sur de Brasil, sosteniendo que la nación que lo hiciera dominaría el comercio de los mares del sur".
Y eso fue lo que estuvo cerca de concretar, una experiencia que duró dos años y unos meses desde de la llegada de sus dos navíos, L’Aigle y Le Sphynx, con varias familias acadianas a bordo.
Llegamos así a nuestra segunda pregunta. Los acadiens son los habitantes de un "país" que no existe desde 1713 y la firma del Tratado de Utrecht que finalizó la Guerra de Sucesión de España. Madrid pasó en un segundo plano a nivel mundial, Francia impuso su política exterior pero tuvo que ceder a los ingleses opulentos territorios en el este de Canadá: son las actuales provincias de Nova Scotia y Nuevo Brunswick, la Acadia de los tiempos coloniales. Su nombre se refiere a la Arcadia idealizada y democrática de la Antigua Grecia. El gobernador Samuel de Champlain fijó la grafía definitiva de la región omitiendo la R. En aquellos lejanos territorios del norte de América, los colonos vivían con libertades y en un plano de igualdad impensables para sus conciudadanos de Europa, bajo la tutela de un monarca absolutista. Para sus habitantes, Acadia era lo más cercano al paraíso terrenal, que además había forjado alianzas y amistades con varias naciones indígenas, brindándose apoyo y protección mutua.
En 1713 aquellas regiones pasaron bajo control británico pero los colonos gozaron todavía de ciertas libertades reconocidas garantizadas por el Tratado y pudieron conservar su idioma y su fe católica. Este período favorable a los acadianos duró unos 30 años, durante los cuales prosperaron y se multiplicaron. Sin embargo, las guarniciones militares siempre los vieron como fuentes potenciales de peligro, tanto a ellos como a sus aliados indios.
Nombres rescatados de las brumas del Atlántico Sur
En la actualidad, las minorías francófonas de las provincias marítimas de Canadá (Nuevo Brunswick, Nova Scotia, Isla de Príncipe Eduardo y Terranova) siguen reconociéndose como acadianos y se convocan cada cinco años, desde 1994, en un Congreso Mundial. En realidad se trata de un gran festival cultural y musical internacional, que reúne a gente de distintos lugares del mundo con antepasados en común, dispersos por América del Norte, Francia y el Caribe. La séptima reunión se hará en 2024 en Nova Scotia. Pero fue durante el primero de aquellos eventos, en Moncton, cuando la muy popular violinista Edith Butler mencionó por primera vez en mucho tiempo a aquellos lejanos primos que se instalaron en las Malvinas… Su gesta había sido ya olvidada por la mayoría y actualmente aún sigue siendo poco conocida y estudiada.
En su libro, Rafael Saiegh los menciona al pasar en un capítulo: "La población civil incluía, en calidad de colonos, a dos familias acadienses". Se los pudo conocer con mayor precisión porque una de las ramificaciones de esta historia llega hasta Saint-Martinville, un pueblo del estado de Luisiana, en el Delta del Misisipi. Está en pleno territorio cajún y conserva el Memorial Acadiano, con el centro de documentación del exilio y la diáspora de los acadianos. Su conservadora actual es Elaine Clément, quien escuchó hablar del largo viaje de aquellos colonos que cruzaron el Atlántico de norte a sur y lo confirma en un antiguo francés, el mismo que se hablaba en el oeste de Francia durante el siglo XVII y el mismo que llevaron con ellos seguramente los colonos a las Malvinas…
En sus registros no figuran muchos datos sobre los "malvinenses" pero se conservaron nombres y algunas magras precisiones que permiten imaginar historias de vida. Guillaume Mervin y Anne Bourneuf, ambos nacidos en Saint Malo pero casados en Louisbourg, en América del Norte, llegaron a las Malvinas con sus tres hijos, Guillaume (nacido en Acadia), Jean y Sophie (nacidos en Bretaña, luego de la deportación de sus padres). También viajó otra pareja cuyos datos Elaine Clément conserva entre sus documentos. Se trata de Augustin Benoît y Françoise Thériot, ambos nacidos en Acadia. Se casaron en Saint-Malo, estando deportados. Ella viajó con su hermana Geneviève y su esposo, el carpintero Guillaume Guichard (una precisión que aporta Christopher Hodson en su estudio "The Acadian Diaspora").
Teena Ormond, la directora del Museum & National Trust de las Islas Malvinas, agrega un dato más: los colonos percibían un aporte de seis sols diarios (una suma que permitía comprar una docena de huevos en una zona rural en 1780 y que sería el equivalente en la actualidad de dos euros). Las promesas de éxito de aquella nueva colonia decidieron a otros acadianos a sumarse a los dos viajes que se organizaron a continuación: en el segundo, comandado por Bougainville, 80 colonos más llegaron al incipiente pueblo. Todos eran acadianos, según Teena Ormond.
Son aquellos que el diario de a bordo de Bougainville menciona, sin nombrarlos. Entre ellos encontramos a una familia cuyo interminable exilio fue recreado por el periodista Marc Poirier en una nota publicada en el portal "L’Acadie Nouvelle". Se trata de la familia Cyr, que tuvo una taberna en el Fortín Beauséjour, sobre la frontera entre las zonas francesa e inglesa de la Acadia. En 1758 Jean-Jacques Cyr y su esposa Marie-Josèphe Hébert fueron deportados a Saint-Malo y de ahí viajaron a las Malvinas. Una tercera expedición (esta vez sin Bougainville), llevó un tercer y último grupo de 79 colonos, mayoritariamente originarios de América del Norte, según las precisiones aportadas por el Museo de las islas.
Elaine, la conservadora del Memorial de Louisiana, precisa que todos ellos escaparon al "genocidio", una palabra que se usa con insistencia para hablar del trágico exilio de los acadianos. En torno a 1750 hacía tiempo que los ingleses tenían interés en las tierras agrícolas de los colonos francófonos, que consideraban como "las mejores del mundo". Empezaron así una operación de deportación a gran escala, que alcanzó su punto máximo entre los años 1755 y 1763, con el objetivo de desplazar a los primeros colonos por otros llegados de las Islas Británicas. Esto es lo que los acadianos llaman genocidio y recuerdan como el Grand Dérangement, el Gran Disturbio.
El primer nacimiento
La población acadiana se estimaba en alrededor de 12.000-18.000 personas en 1755, de las cuales fallecieron entre 7.500 y 9.000. Fue también una limpieza étnica, aunque diferente a la Shoá o el genocidio armenio.
Se trató de una deportación masiva, a la que escaparon solo los que abandonaron sus fincas para refugiarse en bosques y territorios indios, o los que prestaron juramento incondicional a la Corona británica. La gran mayoría de los fallecimientos se debieron a las condiciones de los traslados, a enfermedades, a batallas de guerrillas y al estrés provocado por la deportación.
Los acadianos fueron llevados a Francia; a barcos desarmados y transformados en cárceles (en inglés los llamaban hulks) en puertos británicos; a las Antillas y sobre todo al Delta del Misisipi, donde dieron nacimiento a la comunidad cajún. Es allí donde mejor se conservó la cultura, el idioma y la identidad de los colonos de Acadia. Elaine Clément, de Saint-Martinville, cerca de Lafayette y de Nueva Orleans, es una de las lejanas descendientes de aquellos sufridos exiliados y seguramente una prima igual de lejana de los primeros colonos malvinenses, aquellas mujeres y aquellos que fueron doblemente americanos: una vez en el norte y otra vez en el sur.
Este puñado de colonos empezaron una nueva vida a las puertas de la Antártida, pensando que su largo viaje había finalizado. No contaban con el juego de alianzas y de poderes de las cortes europeas, que hacían y deshacían los imperios coloniales según su parecer. El Nuevo Mundo a veces no pesaba mucho en los intereses del Viejo, como lo mostraban los tratados. Voltaire mismo, por más iluminado que fuera, consideraba al inmenso Canadá como "un puñado de leguas de nieve".
Los registros del Memorial Acadien no lo confirman, pero algunas fuentes -como el historiador Jean-Marie Fonteneau- lo mencionan: Fonteneau en particular precisa en su libro "Les Acadiens : Citoyens de l’Atlantique" (Los acadianos: ciudadanos del Atlántico), publicado en 1996, que al momento de retirarse unos 30 acadianos decidieron permanecer en las islas y se fundieron con la colonia española de Puerto Soledad. Teena Ormond confirma este dato y brinda una precisión: correspondencias ministeriales en los Archivos Nacionales de Francia hacen mención a tres grupos de rezagados conformados por acadianos que viajaron desde el Atlántico Sur y llegaron a Francia en julio de 1769, junio de 1771 y mayo de 1775.
Bougainville en persona regresó a las islas a bordo de otra nave, la Boudeuse, para restituir las islas al representante de la Corona española, y desde Port Saint-Louis emprenderá la primera circunnavegación francesa del mundo entre 1766 y 1769. Los colonos que no optaron por quedarse embarcaron hacia Montevideo. La colonia terminó así sin pena ni gloria y con ella la increíble aventura de los acadiens australes. Pero antes dejó un precedente prestamente olvidado tanto por los españoles como por los ingleses: los dos primeros habitantes nativos de las Malvinas nacieron durante aquellos dos años y eran hijos de acadianos.
Rafael Saiegh da una última precisión en su obra. "La familia Benoit-Terriot (escrito Thériot en registros del Memorial) formada por cinco, uno de los cuales era un recién nacido, posiblemente el primer ser humano nacido en las Malvinas". Pernety lo confirma en su diario de viaje, donde habla de su partida junto con Bougainville en 1764, para buscar más insumos y colonos: "La segunda familia (acadiana) consistía en el marido, la mujer, un niño de cuatro años y la hermana de la mujer, que tenía 16 años. Esa mujer estaba a punto de dar a luz cuando salimos de las islas para volver a Francia".
La tercera expedición llevó a más gente a las Malvinas, en 1766. En aquel entonces solo faltaban meses para el traspaso de soberanía, pero un bebé (¿quizás dos?) ya se había convertido probablemente en el primer nativo de las islas.
Y habrá que esperar hasta 1830 para que se produzca el primer nacimiento registrado: sería el de Matilde Vernet y Sáez, hija del gobernador argentino Luis Vernet, nacida el 5 de febrero de ese año y siempre conocida como Malvina. Aunque esa es otra historia...
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