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Se lo promocionaba como un edificio único en América. El proyecto era descomunal y sobredimensionado para una ciudad de Miramar pintoresca, de hermosos chalets y tiempos pausados, rasgos que aún conserva a pesar de su gran crecimiento. Se auguraba que el emprendimiento generaría cientos de puestos de trabajo y eso era festejado por los vecinos, aunque no faltaron quienes pensaron que semejante mole de cemento alteraría la fisonomía local y su estructura provocaría un cono de sombra sobre la costa ubicada a solo cien metros. El edificio Neptuno, bautizado como “el coloso del Atlántico”, nunca se construyó y un gran pozo que ocupa casi toda una manzana da cuenta de aquel intento fallido que poco tenía que ver con la identidad de esta ciudad ubicada 45 kilómetros al sur de la playa Bristol.
"En esa época, ni siquiera en Mar del Plata había un edificio de estas dimensiones", explica el especialista Daniel Boh, museólogo y coordinador de los museos de Miramar. Es que el Neptuno ofrecería servicios únicos que lo ubicaban entre los emprendimientos arquitectónicos de vanguardia ya no solo en nuestro país, sino en todo el continente. La publicidad que ofrecía los departamentos en venta lo consideraba "digno del año 2000". En los avisos gráficos la descripción hacía soñar con su construcción: "modernísimo en todos sus aspectos, el Neptuno será una expresión de avanzada en arquitectura funcional y un verdadero alarde de arte y buen gusto, tanto en su estructura exterior como en el moblaje y decoración". Irresistible e irrealizable. El enorme cráter a pocas cuadras del centro de Miramar enciende la memoria de los vecinos más antiguos y genera la curiosidad de los turistas.
Una propuesta modelo
El 14 de julio de 1956 el proyecto ingresó a los despachos correspondientes de la Municipalidad de General Alvarado y poco después comenzaron las excavaciones. "Recuerdo que tenía 16 años e iba a mirar cómo subían los camiones por la rampa natural para transportar la cantidad de tierra y tosca que se sacaba del predio. Fue una excavación impresionante, al punto tal que los vehículos venían de Mar del Plata porque los de Miramar no daban abasto", rememora Ricardo Palacios, periodista decano de la ciudad que estuvo décadas al frente del noticiero televisivo local y es uno de esos vecinos que todo el mundo conoce.
La obra constaba de dos edificios ubicados en L. El más alto tendría 42 pisos y alcanzaría los 140 metros de altura. La edificación lindante no sería menor ya que contaría con 29 niveles. 16 ascensores agilizarían el desplazamiento de los habitantes de los 1150 departamentos. "En el ´56 fue algo inédito que nos asombraba a todos, una conmoción para la ciudad", reconoce Palacios. El Neptuno contemplaba una cochera propia para albergar a 800 vehículos que accederían a la misma por una rampa doble. Para satisfacer las demandas del parque automotor, en el predio habría una estación de servicio exclusiva. La mega construcción se anunciaba como el edificio de hormigón armado más grande del mundo y que significaría un avance de medio siglo en cuanto a lo moderno de su estructura.
El proyecto estaba emplazado sobre la avenida 12, continuación de la costanera local, a tan solo una cuadra de la playa y a trescientos metros de la calle principal de la ciudad que, durante las temporadas de verano, se convierte en peatonal. Algunas voces habían objetado la iniciación de la obra argumentando obstáculos legales. "Un mito local decía que existía una ordenanza que impedía la construcción frente al mar, pero no fue así, nunca se encontró esa disposición", explica Boh, quien por estar al frente de los museos de Miramar cuenta con un archivo que reconstruye la historia local.
Dada la altura de la torre más alta, desde sus pisos superiores se podría divisar las construcciones de los hoteles sociales de la localidad de Chapadmalal y hasta el reflejo de las luces de la vecina Mar del Plata. Además, se aprovecharía la altura para instalar una luz reflectora que oficiaría de faro alternativo al oficial instalado en la zona de Punta Mogotes.
Como en un crucero
Los servicios que ofrecería el Neptuno lo convertían en una ciudad dentro de otra. O en una suerte de buque de lujo en tierra. El boceto inicial contemplaba el emplazamiento de 55 locales comerciales, restaurante y "elegante" confitería. "La gente estaba muy feliz porque significaba una fuente laboral muy importante", sostiene Boh.
Además, el vanguardista complejo habitacional contaría con una sala de cine para 1200 espectadores y una nursery de 2400 metros cuadrados, rodeada por un gran parque. En el piso 42 se instalaría un restaurante y una boite, ambos con una vista única de la bella ciudad, el Océano Atlántico y la llanura bonaerense. Para satisfacer la demanda de los huéspedes, el Neptuno poseería un tanque de agua de 125.000 litros y una reserva propia de gas natural, algo inusual para la época.
Las unidades se venderían totalmente equipadas: "Cada comprador recibe su departamento instalado con muebles modernos, decoración, vajilla, mantelería, ropa de cama, y demás enseres. Todo moderno, funcional, de buen gusto y excelente calidad", se leía en los anuncios.
Inicio de obra
En las dependencias del municipio, el proyecto se presentó con bombos y platillos ante las autoridades locales, la prensa, las fuerzas vivas y los vecinos más encumbrados. El Dr. José María de Amelivia Velar de Medrano, director y administrador del Neptuno, realizó un encendido discurso donde ponderó las bondades de su creación de cemento. Las miradas de asombro de su audiencia lo decían todo. Las sensaciones eran contradictorias: alegría y cierta incredulidad ante una obra faraónica. A pocos días de aquel anuncio oficial, comenzó la profunda excavación que estuvo a cargo de la empresa marplatense Tomás Guarino e hijos. La remoción de 40 mil metros cúbicos de tierra tuvo un costo de 1.300.000 pesos. "Nunca se presentaron planos, es un misterio", reconoce Palacios.
En los ´50 se aprobó la ley de propiedad horizontal, lo cual incentivó la industria de la construcción. "En veinte años se construyó la mayoría de los edificios que están sobre la avenida costanera. Fue un boom. No se identificaba la temporada de verano del invierno porque había una impresionante cantidad de gente trabajando. Al mediodía se veían enjambres de trabajadores en bicicleta que salían de las obras y se iban a almorzar a sus casas. El Neptuno era parte de ese fenómeno. En aquellos inviernos el dinero corría tanto como en verano", recuerda el periodista Palacios, que también tuvo a su cargo el programa Historias de vida del Canal 10 local.
En semanas estuvo listo el gigantesco pozo que ocupaba toda la manzana y varios metros de profundidad que anticipaban los varios subsuelos del edificio. Los vecinos pasaban para tomarse fotografías antes que se construyera la nueva estrella costera sin imaginar que la excavación quedaría intacta y que el Neptuno nunca vería la luz.
No pudo ser
Las razones por las cuales jamás se concretó la construcción de las dos torres nunca estuvieron claras. "No hay testimonios de gente que pueda hablar de estafas. Dicen que se paró por los vaivenes económicos del país", explica Palacios. El misterio merodea los destinos del proyecto que ya es toda una leyenda local. "Se dijo que había poca gente local involucrada, y nunca quedó claro por qué se dejó la obra. Algunos hablaron de estafas, pero, en realidad, todo indica que el proyecto les quedó grande a los realizadores", sostiene Boh. La venta de los departamentos se ofrecía en cómodas cuotas a través de una modalidad cooperativa y se anticipaba la autorización para alquilar las unidades en caso de no ser ocupadas por los propietarios.
En 1959, a tres años de la profunda excavación, los vecinos ya reclamaban un cerco perimetral dado lo peligroso que resultaba el pozo para quienes transitaban sus márgenes y para los chicos que habían convertido ese sótano a cielo abierto en un patio de juegos agreste.
"Hace un tiempo, un grupo especializado fue a buscar fósiles, dado que es el único lugar donde se pueden encontrar los sedimentos de la ciudad al aire libre", dice Daniel Boh, quien ya había imaginado nuevas piezas para la colección del Museo Municipal Punta Hermengo, ubicado en el vivero dunícola Florentino Ameghino.
Cuando ya se había asumido el fracaso del Neptuno, se comenzaron a buscar posibles salidas para ese predio de ubicación privilegiada. Recién en 1985, el empresario Clarisnaldo Reynoso presentó un proyecto para construir un edificio de 22 pisos y que contenía un gran espacio destinado a un nuevo casino. Además, se previa donar 3.500 metros cuadrados a la Municipalidad para convertirlos en espacios públicos. La idea jamás prosperó. Actualmente, la manzana se encuentra loteada con lo cual su posible venta debería consensuarse entre varios propietarios. Dos edificios de cocheras de varias plantas son las únicas construcciones que hoy ocupan los espectrales límites del Neptuno. "Actualmente está prohibido excavar en otro lugar para rellenar este predio porque alteraría el sistema de tierras del sitio afectado. Además, habría que extraer y transportar una cantidad de tierra impresionante, lo cual demandaría una importante suma de dinero. La solución sería ocupar esos subsuelos con algunas construcciones. Por otra parte, esa manzana desvaloriza el valor de las casas cuyos frentes dan al baldío", sostiene Ricardo Palacios.
Para los miramarenses, el Neptuno es una leyenda que se transmite de generación en generación. “Ya es un clásico del paisaje urbano”, concluye Daniel Boh. Aún hoy, el proyecto suena grandilocuente y desmedido, a contramano de la organización de una ciudad que, incluso en plena temporada, mantiene aires sosegados. El sábado 29 de diciembre de 1956, los diarios notificaban: “Se inicia la venta del Neptuno”. El anuncio fue tan solo una utopía. Para los turistas curiosos es motivo de mil y una consultas a esos lugareños que han bautizado al imponente cráter rociado por la sal del océano como “el pozo del Neptuno”.
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