El 6 de julio se celebra el día de Santa Nazaria, en honor a la monja española que se radicó en Buenos Aires y desde su casa, sobre la Avenida Constituyentes, forjó su obra
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Nazaria Ignacia March Mesa nació en Madrid un 10 de enero de 1889. Su padre, José Alejandro March y Reus, era marino mercante. Su madre, Nazaria Mesa Ramos, atendía los quehaceres de la casa. Vivían en un piso alquilado a una cuadra de la puerta de Alcalá, en el corazón de la capital española. Se podría decir que eran una familia de clase media acomodada.
Sin embargo, cuando era adolescente, su padre falló en un negocio clave y lo perdió casi todo. Así los March Mesa pasaron de la estabilidad al desamparo. José Alejandro se embarcó rumbo a México, donde le había surgido una oportunidad de trabajo prometedora. Viajó solo para explorar el terreno y conseguir una vivienda capaz de recibir a toda la familia. Soñaban con empezar allí una nueva vida.
Nazaria, sus 10 hermanos y su madre se quedaron en Sevilla, en casa de sus abuelos. Estudió como pupila, de lunes a viernes, en el colegio de las Niñas Nobles del Espíritu Santo, de Sevilla, donde tomó su primera comunión.
Al mes siguiente viajó a México. En el barco conoció a un grupo de monjas de la congregación “Las hermanitas de los ancianos desamparados”. Y no tuvo dudas: quería unírseles. Cuando llegó a México, le pidió permiso a sus padres y ellos estuvieron de acuerdo. Nazaria ingresó a la congregación a sus 19 años y adquirió el nombre de Nazaria de Santa Teresa.
La vuelta a España
Ya como alumna, fue enviada a España para realizar su formación religiosa. Se radicó en Valencia, ciudad de origen de la congregación. Un año más tarde le comunicaron su primer destino: iría a trabajar en Oruro, Bolivia, en un centro minero a 4000 metros sobre el nivel del mar. Arribó allí a los 23 años.
En su nuevo país no pasaba desapercibida. Entre todas las “hermanitas”, ella destacaba por su acento español y pinta de europea. Le tocó, junto a un grupo de monjas de la congregación, trabajar cerca de la zona minera.
En una charla con LA NACION que toma lugar en la Casa de Oración Nazaria Ignacia, en Buenos Aires, la hermana Susana María Moreno, quien conoce todas las peripecias de la historia de Nazaria, explica: “La realidad de Bolivia estaba muy convulsionada, era un país pobre, y en las zonas mineras había muchas revueltas de los trabajadores contra las compañías extranjeras; una realidad muy fuerte. En ese contexto la ancianidad quedaba en desamparo. Entonces las hermanas fundaron un asilo”.
“Ella era la ‘europeíta’. Su gracia andaluza y la identidad sevillana que adoptó la hacían muy simpática por naturaleza. Por eso siempre la mandaban a pedir las donaciones para sostener a los ancianos e ir al mercado para que les donaran lo que hubiera: frutas, leche, carne... A ella no le costaba, se hacía amigos rápidamente y la gente le daba de todo, mucho más de lo que hubieran dado a cualquier otra persona”, agrega Susana.
“Nazaria era muy sensible a la realidad. Mientras se encontraba con las problemáticas de la gente, se conmovía al ver las necesidades humanas que no podían ser satisfechas. Ella veía el vacío de Dios en la vida; no podía creer que la pobre gente viviera de esa manera. Aparte, el trabajo en las minas era muy insalubre”, explica.
El catequista Juan Carlos Gastoldo, un estudioso la historia de la religiosa, agrega: “A Nazaria la inquietaban la explotación de las mujeres, que era evidente, y la prostitución que había”.
Por eso fundó el primer sindicato de mujeres obreras de Latinoamérica, en el año 1931, con el objetivo de ayudarlas e instruirlas para realizar distintas profesiones y darles herramientas para ganar más independencia.
En un retiro espiritual, visitó el Beaterio de las Nazarenas, un conventillo con muchas viudas víctimas de diversas situaciones. “Ahí tuvo una revelación-explica Gastoldo-. Estando en la capilla del lugar, vio la imagen del Jesús Nazareno y oyó una voz que le dijo ‘vos vas a ser fundadora y esta casa va a ser tu primer convento.
Continúa Susana: “Ella tenía ambiciones. Quería levantar a Bolivia y quería evangelizar. Entonces se lo planteó al obispo. Él se dio cuenta de que Nazaria era una mujer pastoral, una mujer con visión de la iglesia y con mucha ambición. Entonces le dio más responsabilidades. Le pidió que se hiciera cargo del Beaterio de las Nazarenas. Y ella aceptó”.
Su superior le autorizó salir por 6 meses de la congregación en la que estaba para dedicarse exclusivamente al beaterio. “Reformá la vida de estas mujeres”, le dijo. Y luego le agregó una condición: al cabo de ese tiempo ella debería volver con 10 postulantes nuevas a ser monjas. Si no lo lograba, tendría que regresar a su antiguo trabajo.
“La querían quitar del medio”
Según Susana, Nazaria sufrió un intento de asesinato: “Quisieron envenenarla porque ella quería imponer un orden y cambiar las cosas. Había un ambiente político revuelto entre la movilización del indigenismo contra la conquista y contra España. Había un fuerte rechazo hacia todo lo que viniera de afuera. Y Nazaria no solo era española sino que también avivaba a la gente. Hasta ese momento, la iglesia era ‘tras los muros’, y de repente aparecía una mujer que movía a la gente de la calle. Si todavía hoy se resiste a la mujer en la iglesia, imaginate entonces... La querían quitar del medio”, asegura.
Nazaria finalmente reclutó mucho más que diez candidatas. Y el obispo la confirmó en su puesto.
Sería uno de sus tantos trabajos. Como el sueldo que cobraba era muy pobre, Nazaria también hacía horas en un hospital de guerra, donde atendía a los heridos de la guerra del Chaco. Además, tenía una tercera “chamba”: lavaba las sábanas de los trenes que llegaban y partían de Oruro. Se presentaba como un reloj, todos los días a las 4 de la madrugada, en la estación. Cuando terminaba, partía a realizar sus otras labores.
En ese escenario, junto a las mujeres del beaterio, fundó la congregación “Misioneras de la cruzada pontificia”. Su impronta era clara: ella quería apoyar al Papa y a los obispos. Quería darle fuerza a la iglesia, que según Susana, se veía “debilitada, amenazada por el luminismo francés y las ideas marxistas”.
“Lo que Nazaria quería era la unidad de la iglesia. La adhesión al papado fue una señal de unidad”, añade.
El nuncio del cono sur de aquel entonces, el Monseñor Portesi, se sorprendió con su obra. Se encontró con Nazaria y le dijo que quería que su trabajo se expandiera por el continente. Entonces la invitó a venir a Buenos Aires.
Villa Pueyrredón
Nazaria vino en 1929, se instaló en el barrio de Villa Pueyrredón. La familia Saavedra le donó una casa y un terreno adyacente para que su congregación trabajara. Allí llegaron a vivir hasta 20 hermanas que practicaban la catequesis, la liturgia y que dirigían algunos grupos de oración y reflexión.
Al mismo tiempo construyeron una parroquia. “No es posible que tengamos esta casa tan linda, con todas las comodidades, y que el rey del universo esté en una capilla de calamina”, pensó Nazaria. “Ahora nosotras trabajaremos con todos los anhelos de nuestro corazón para que en Villa Pueyrredón se lo conozca y se lo ame como al verdadero rey”, agregó.
En aquel entonces, hizo un viaje exprés a España, por cuestiones laborales. Allí casi muere asesinada. Los milicianos del bando republicano detuvieron a un grupo de monjas, dentro del cual estaba ella. Las llegaron a ubicar junto a un paredón de fusilamiento, hasta que una de ellas gritó algo, en un inconfundible acento uruguayo. Los soldados oyeron y asumieron que todas eran extranjeras. Entonces las liberaron.
Tras ese episodio, Nazaria regresó a Buenos Aires. Años después, en 1943, enfermó gravemente. Estuvo varios meses internada en el hospital Rivadavia, donde falleció el 6 de julio de ese año, a sus 54. Los médicos le habían explicado que tenía el corazón muy dilatado, probablemente como consecuencia de un problema pulmonar causado por la exposición a la altura de Oruro. Nazaria fue velada en la casa de Villa Pueyrredón y sus restos fueron llevados a una cripta en el cementerio de la Chacarita. En 1972 la trasladaron a Oruro, donde hoy sus restos descansan en paz.
Sus dos milagros
En 1964, Agustina Ortiz de Jimenez, vecina de Villa Pueyrredón, sufrió una gravísima peritonitis post parto. Los médicos auguraban el peor final. “Chichina” -así le decían sus amigos y familiares- pasó la noche internada en el hospital Pirovano con el peor de los pronósticos. Las monjas de la Casa de Oración fueron a visitarla y le regalaron una reliquia con una estampita con el rostro de Nazaria. Los médicos habían declarado a “Chichina” como “incurable”. Sin embargo, años después, ella recordó que, en medio de su dolor, esa noche apretó la estampita fuertemente y se quedó dormida. La mañana siguiente amaneció curada, sin rastro alguno del cuadro de dolor. Los doctores le dieron el alta y le permitieron volver a su casa.
46 años después, en 2010, ocurrió el segundo caso de milagro. Resulta que la señora María Victoria Azuara, una religiosa española, había tenido un accidente cardiovascular. En el hospital le explicaron que la altura de Bolivia, en donde había estado destinada, le había afectado seriamente. Estaba en mal estado; todas sus compañeras le rezaban a Nazaria suplicando una milagrosa recuperación. La hermana no solo se sobrepuso, sino que lo logró sin haber quedado con secuelas. Al día de hoy, a sus 97 años, vive felizmente.
Santa Nazaria
El legado de Nazaria dejó tal huella en sus devotos que la iglesia no tardó en reconocer a la religiosa. En el año 1992, el Papa Juan Pablo II la beatificó en Roma.
En 2015 surgió la iniciativa de canonización desde Buenos Aires. El monseñor Oscar Aparicio, arzobispo de Cochabamba, abrió el proceso de estudio sobre sus dos milagros.
3 años después, en 2018, el papa Francisco autorizó la santificación de la religiosa. Entre los invitados de la ceremonia hubo personas que mucho tuvieron que ver con la obra de la española. Pero, entre todos ellos, había alguien que destacaba aún más: Agustina Ortiz de Jimenez, “Chichina”.
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