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Como aventurero de larga trayectoria, muchos dirían que Tom Hudson lo ha hecho y visto todo. O casi todo. Estuvo al frente de veleros en medio de fuertes vientos, avistó enormes anguilas en cascadas de Nueva Zelanda y surfeó las inquietantes olas de América Central. Desde luego, con semejante historia, no es ajeno a las sorpresas. Pero hace poco, mientras remaba por el río Saskatchewan en un viaje en canoa por Canadá, vio algo que lo dejó atónito.
Apenas perceptible a lo largo de la orilla del río, detectó un perro blanco y peludo completamente solo. Al principio, Hudson pensó que el animal podía estar simplemente refrescándose en el río. Pero pronto quedó claro que no estaba disfrutando, sino que había quedado atrapada. “Cuando me acerqué, escuché un gemido y supe de inmediato que necesitaba ayuda”.
“Fue muy difícil poder sacarla”
Con mucho cuidado, Hudson se aproximó al lugar donde estaba la perra. Movió un pesado tronco que flotaba por encima de la parte trasera del animal y se aseguró de que no estuviera lastimada. “Fue muy difícil poder sacarla. Pero ella me ayudó lo mejor que pudo con sus patas delanteras”.
La perrita finalmente había sido liberada, pero estaba demasiado débil para moverse sola. Hudson consideró dejarla allí e ir a buscar ayuda, pero rápidamente se dio cuenta de que no quería quedarse sola. Probablemente hacía varios días que estaba perdida y había ladrado tanto para pedir ayuda que ya no tenía fuerzas siquiera para moverse o emitir un sonido. “Por la forma en que lloraba y me miraba cuando me alejé unos pasos, entendí que tenía que llevármela conmigo”.
Hudson cargó con cuidado al perro en su canoa. Juntos, Hudson y su nueva compañera remaron río abajo en busca de su familia. Hasta que 300 metros después se toparon con la primera de las casas del trayecto. Hudson amarró su canoa en el muelle y dejó a la perra en tierra firme. Con esperanza, llamó a la puerta de la casa y le explicó la situación al hombre que estaba adentro. Milagrosamente, el hombre supo exactamente a quién había encontrado Hudson. Le explicó que la perra era suya, se llamaba Ivy, tenía 14 años y la había estado buscando durante días.
Conmovido, el humano responsable de Ivy se puso sus botas y caminó apresurado al muelle donde esperaba la perra. Tomó a Ivy en brazos y la llevó a una pequeña pileta con agua tibia para que el animal se relajara y pudiera recuperar temperatura corporal. Hudson ayudó a la familia de Ivy a quitarle el barro del pelaje. Limpia y cuidada, Ivy comió y empezó a recuperar fuerzas. Pronto, los otros perros de la casa se acercaron para darle la bienvenida a Ivy y a su rescatista.
“Los mensajes me sacan sonrisas”
La agradecida familia de Ivy le preguntó a Hudson si se quedaría a cenar y le ofreció una cama para pasar la noche. Después de tantas noches solo, Hudson aceptó con gusto. “He estado viviendo en mi carpa al aire libre durante los últimos dos meses, así que que me ofrecieran una casa y una cama cálida fue algo muy importante para mí”.
La mañana siguiente, al despedirse de Ivy y su familia, Hudson se alejó remando con una inmensa sensación de satisfacción y positividad. “La amabilidad que he recibido de la gente aquí en Canadá ha superado con creces mis expectativas. Desde que ayudé a Ivy, los mensajes que he recibido de todo el mundo no han hecho más que sacarme una sonrisa en cada trayecto del camino”.
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