¿Nativos digitales? Qué hacer cuando los chicos pasan mucho tiempo frente a las pantallas y no quieren vincularse
El ser humano es un nativo vincular. La importancia de entender el rol del cuidados en tiempos donde prima lo virtual.
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Se habla mucho de los chicos de hoy como nativos digitales por la comodidad con la que se manejan con las pantallas desde muy pequeños. La realidad es que el ser humano fue, es, y seguirá siendo nativo vincular, es decir que necesita vincularse con otros seres humanos para crecer, madurar, aprender, nutrirse, enriquecerse en sus recursos para la vida. Como dice Donald Winnicott, no existe un bebé sin su madre u otro cuidador principal. Un cuidador que está disponible, cuida, ama incondicionalmente, atiende, calma, mima, entiende, sostiene, alimenta, regula al bebé, quien, en esa matriz de atención y cuidados se conoce a sí mismo, descubre al mundo que lo rodea, se integra al entorno humano.
Al comienzo, el bebé da señales que son interpretadas y atendidas por el adulto, con el tiempo se descubre como un buen comunicador y aprende a expresar sus necesidades en la confianza creciente de que van a ser comprendidas y atendidas: “mirá mamá”, o “mirá, papá”, o “me duele”, “me encanta”, “tengo miedo”, “me siento solo”, “me siento inseguro, “no puedo”, necesito”, “no me sale”, “ayudame”, “quiero”,… El adulto no siempre resuelve o dice que sí pero acompaña con presencia, disponibilidad empatía y amor.
El concepto de nativos digitales podría hacernos creer que el niño no nos necesita, que puede crecer y prosperar con menos contactos humanos que en otras épocas. Pero el principal despliegue y enriquecimiento de las conexiones neuronales dentro del cerebro ocurre durante los primeros años de vida en la relación con otro ser humano, y determina en gran medida la cantidad y calidad de esas conexiones para su vida futura.
El ejemplo en las escuelas
Venimos hace meses insistiendo con la presencialidad en las aulas, ya que la indispensable necesidad de vinculación no termina en los primeros años de vida sino que continúa a medida que crecen. En la escuela los docentes ofrecen esa mirada que devuelve valor, alivia, consuela, estimula, compromete, interesa, cuida, incluso delimita y así acompaña y complementa la tarea de los padres.
Carl Honoré, en Bajo presión nos habla de una investigación en la que se comprobó que los chicos aprendían mucho más en una clase presencial que en la misma clase dada por la misma docente a través de una pantalla. En el aula el docente no solo está presente y disponible sino además interesado y atento, y así sostiene, estimula al que se desanima, responde inquietudes y preguntas, despierta el interés y la curiosidad, invita a investigar. Es decir que sigue enriqueciendo con su accionar las conexiones neuronales dentro del cerebro de sus alumnos.
No alcanza con que los chicos tengan menos tiempo de pantalla, tenemos que entender la importancia y el valor de nuestra presencia y nuestras interacciones con ellos y dejar nuestras propias pantallas de lado, por lo menos de a ratos, ya que nos distraen y complican para una buena conexión con los chicos que tanto necesitan nuestra mirada atenta para convertirse en personas plenas, seguras, confiadas, curiosas, interesadas… ¡Y nunca una pantalla va a poder ofrecerla!
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