Cuesta imaginarla exclusivamente en su casa. Justo a ella, que es un torbellino, con mil proyectos. Sin embargo, en tiempos regidos por el Covid-19, hasta las "ciudadanas del mundo" deben guardarse. Natalia Oreiro (43) vive un presente puertas adentro, rodeada por sus dos amores, su marido desde hace 19 años, Ricardo Mollo (líder de Divididos) y su hijo, Atahualpa (8). Pese al encierro, su nombre aparece una y otra vez en la prensa por dos razones: el estreno de Nasha Natasha, el documental de Netflix que muestra cómo los sueños pueden hacerse realidad y su relación con sus fans rusos; y los posteos que hace en su flamante cuenta de Instagram (en sólo un mes consiguió 481 mil seguidores). En una charla sincera, con ese estilo fresco que la caracteriza, se confiesa con ¡HOLA!
–Tengo la sensación de que el encierro te empujó a abrirte un poco más…
–Siento que estamos viviendo un momento donde todo se potencia. Para la gente solidaria o que tiene ganas de ser empática con el otro es un buen momento para abrirse y generar conexión. En cambio, la gente que es egoísta se vuelve más egoísta. Cuando hice la cuenta de Instagram quería conectarme porque tenía tres proyectos para estrenar, y una necesidad de encontrar mi propio canal. Se dio de manera natural. Un día Júpiter, mi perro, entró con las patas llenas de barro y yo estaba pasando cera, lustrando el piso. Me pareció divertido, me grabé y me mandé. Pero tardé en verificar mi cuenta porque había varias con mi nombre. Encontré un lugar de diversión, donde aprendo mientras lo hago.
–En el documental mostrás por primera vez cosas muy íntimas, como tu casamiento, el nacimiento de tu hijo y la casa de tu abuela.
–Es muy raro para mí el proyecto en sí. Se apoya en un costado profesional pero el subtexto tiene que ver con las emociones y la construcción de un sueño. Un tanto por la amistad con Martín [Sastre, el director] y por mi ingenuidad me abrí mucho. Y lo que me devuelven es algo de mucha emoción, quizás porque todos estamos muy sensibles. Habíamos pensando hacerlo como un documento para que un día vieran mis nietos, pero después nos animamos y lo presentamos en el Festival de Cine de Moscú, aunque ahí sólo se veía la gira. Más adelante, empezamos a pensar en ese vínculo tan especial que tengo con Rusia y sentí que tiene que ver con que lo que te pasa en la infancia te queda marcado en el corazón. Tuve la necesidad de entender lo que me pasaba, cuando empecé a construir ese puente de amor entre la niña que fui y la proyección que tenía de mi vocación.
–Rosita, tu mejor amiga de la infancia, dice que cuando empezaste a hacerte conocida te hacían bullying en el colegio.
–Sí, pero nunca lo padecí, seguramente por mi personalidad. Entonces no existían las redes, todo era más pequeño. Yo vivía en un barrio de Montevideo. Empecé a trabajar a los 12 años y era una rareza. Iba al vespertino, de 16 a 20, y me escribían cosas en las paredes, en los baños, me esperaban para agarrarme. Siempre esquivé el conflicto, pero en algún momento tuve que enfrentar la situación y nunca más me volvieron a molestar. Más allá de eso, siempre fui muy sociable. Sentí lo que hoy llamamos bullying pero no me afectó, convivía con eso como parte de lo que había elegido. Y en algún punto comprendía la molestia de llamar tanto la atención, pero no me enroscaba.
–¿Terminaste el colegio?
–No. Hice el último año del secundario medio libre y me quedaron varias materias porque me vine a Buenos Aires con 16 años. No debería decir esto porque es muy mal ejemplo, pero nunca sentí el peso, esa fue mi realidad.
MODO CUARENTENA
–¿Cómo afectó tu carrera este paréntesis? Viajás, por lo menos, dos veces al año…
–¡Más! Tenía una gira por Polonia, Rusia… Pero esto es una realidad mundial. Reconozco que desde un lugar de privilegio es mucho más fácil aceptarlo. Nos afecta pero no de la misma manera. Desde este lugar de privilegio, ayuda saber que voy a tener trabajo, que puedo quedarme en mi casa, que mi hijo está bien, está emocionalmente contenido, tiene un jardín y puede treparse a los árboles, tengo los perros... No lo digo desde la culpa, pero sí desde un reconocimiento de que no es la misma realidad para todos. Como embajadora de Unicef recibo unas cifras muy tristes de cómo crece la pobreza en la infancia, cómo afecta a los chicos. Por un lado, da tristeza y ganas de hacer cosas y, por el otro, genera impotencia sentir que la Argentina es muy injusta, porque no es pobre, es injusta. Yo, que soy muy inquieta y tenía muchos proyectos, me lo tomé con paciencia y responsabilidad, sabiendo que es importante tener una actitud solidaria. De esta salimos entre todos. Y es algo global. Siento que aunque no seamos considerados como trabajadores esenciales, en este momento los músicos, los actores, los comunicadores acompañamos a una infinidad de gente en soledad. Una buena onda, una sonrisa, una imagen que los ayude y levante el ánimo es muy agradecido.
–¿Qué te sucede con tu familia lejos?
–Mis padres están en Uruguay; y mi hermana, Adriana, está acá. Ella tiene Las Oreiro, yo me desvinculé hace dos años porque hacía tiempo que no formaba parte del proyecto, no podía dedicarle tiempo y era muy injusto para ella. Adri sacó, además una línea de novias, con la que le va muy bien. Varias veces intentamos que mis padres se vengan pero no hay caso. Ellos extrañan a los nietos, más que a nosotras. [Se ríe]. Esta situación que estamos viviendo te hace tomar conciencia de lo finito, ya se fue casi todo el año. Mirás para atrás y decís ¡cómo pasa el tiempo! Lo veo con Ata, que tiene 8, y para mí sigue siendo mi bebé. En la cuarentena, creció tres centímetros. Me doy cuenta porque los pantalones le quedan cortos.
ENTRE DOS AMORES
Del otro lado de la línea, se adivina la sonrisa de Natalia cuando habla de su hijo. "Está muy bien. Yo tuve más cambios. Al principio estaba muy arriba, me la bancaba. Después empecé a sentir que se estaba poniendo raro, que el exceso de información termina desinformando y no ayuda. Con Ricardo desde un principio le explicamos a Ata lo que pasaba, con palabras acordes con su edad. Cuando lo escucho hablar con sus abuelos, o con Blanquita, la señora que trabaja en casa que obviamente no viene desde antes de que la cuarentena fuera obligatoria, me sorprende por los términos que usa y, sobre todo, por la aceptación con que lo toma. Él está feliz de tenernos todo el día con él.
–¿Y el estudio?
–Va a una escuela muy relajada pero, así y todo, uno no está preparado para ser maestra, a veces pierdo la paciencia. El otro día dijo "este año mi mamá es mi maestra", y me mató. Ata es fanático del origami, y ahora toma clases de lunes a sábado por Zoom. Yo estoy alucinada con las cosas que hace. Creo que este es un momento para ser flexibles porque esta no es la nueva normalidad. Él no miraba pantallas, porque en su escuela proponen no hacerlo. ¿Pero cómo hace para tomar clases de origami? Y ahora empezó a ver películas, o algún dibujito. Llega un momento que ya hicimos origami, regamos las plantas, cuidamos la huerta, jugamos con los perros, entonces si surge "¿miramos una película?", la respuesta es "¡dale!".
–¿También hace carpintería?
–Sí, con su papá. Para el Día de la Madre me hizo un banco. Los domingos siempre prendemos un fueguito y hacemos unas verduritas, él come carne, yo hace treinta años que no, y como nos sentábamos en el piso, me hizo el banquito. Es muy tierno. Me da tranquilidad saber que él está bien, y a la vez, siento tristeza por amigos, como maquilladores, peluqueros, actores, que están muy complicados.
–¿Ata te pide tecnología?
–No por ahora. Tampoco es una negación, pero le presentamos otras opciones. Hace equitación hace un par de años, porque le encantan los caballos, pero esta temporada no pudo arrancar. Todo esto que estamos viviendo es tan nuevo que vamos aprendiendo día a día. Entonces, si no tengo una necesidad, no voy a salir para exponer a todos. Yo también colaboro con la gente de Garganta Poderosa, que tienen comedores, y ahí te das cuenta de que hay gente que necesita salir para ganarse el mango. Pero los que podemos quedarnos, me parece solidario hacerlo.
–¿El encierro te generó algún nuevo pasatiempo?
–Me la pasé haciendo tortas. Ahora paré un poco porque me comí todo. De hecho, arranqué hace dos meses con clases de gimnasia virtuales porque iba a salir rodando. Hacía una marquise por día, torta de manzana…
–¿Ricardo también cocina?
–Sí, él se encarga de la cocina porque le encanta y hace todo muy rico, yo sólo si es necesario.
–¿Los dos son vegetarianos?
–Yo soy ovolactovegetariana, Ricardo come pescado, y Ata come milanesas porque en casa de mamá le hacen. Yo no se las preparo ni loca porque me muero de ver la carne cruda, pero Ricardo le hace unas buenas milanesas.
–Se lo ve muy compañero y cariñoso con vos en el documental.
–Ricardo es un ser luminoso, un gran compañero, muy cariñoso, no sólo conmigo, sino también con sus tres hijos y con su nieta, Lola. Tiene un gran sentido del humor y una visión de las cosas muy positivas. De hecho, él animó a su banda a grabar canciones con sus celulares y subirlas. Extrañan mucho el contacto con el público, pero nunca dejaron de ponerse creativos.
–Suena a que el encierro no los perjudicó como a otras parejas.
–Nuestras profesiones son un tanto atípicas en ese sentido, porque podemos estar un mes separados por distintos compromisos y después tres meses seguidos en casa, donde compartimos un montón de cosas pero también mantenemos nuestros espacios. En ese sentido, no nos modificó.
NUEVOS PARADIGMAS
–Apenas termine todo esto te espera mucho trabajo, pero muchas actrices, incluso en Hollywood, se quejan de la exigencia física para que las sigan llamando. ¿Te pasa?
–Creo que era más de los 90 esa cosa de las supermodelos, la perfección, lo inalcanzable. Es una pesadez que una mujer no pueda estar contenta con su cuerpo y no le hace bien a nadie. Mis arrugas hablan de lo que viví y para mi profesión, sobre todo en el cine, es muy valorado un primer plano real; si no, hay emociones que no se transmiten. Es entender qué tipo de actriz querés ser y acompañar el paso de los años con los papeles que elegís. Y con los años vienen los personajes más jugosos. Somos parte de este cambio, donde las mujeres se unen, se defienden. Hoy se habla de cosas que antes no se hablaban, pero eso no significa que estén resueltas. Los jóvenes tienen una visión de género muy avanzada. Lo veo en mi ahijada, que tiene 13 años, y eso me da mucha esperanza de que cuando ella sea una mujer, las cosas que por ahí vivimos nosotras, como una mirada mucho más machista, sexista y exitista, incluso en cuanto a la edad, ya no existan.
Agradecimientos: H&M Conscious Exclusive
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