Natalia Lafourcade: “La música me salvó”
Una de las voces mexicanas más admiradas del mundo recorre sus momentos duros y la alegría de todo lo demás
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Natalia Lafourcade no es una perfeccionista. La manía que muchos artistas –y también un montón de humanos que se dedican a otros menesteres, vale aclarar– consideran una virtud nunca la persiguió gracias a la sabiduría de una madre tierna y comprensiva. Lo cuenta ella: “Tuve un accidente a los seis años que implicó mucho tiempo de rehabilitación y que no pudiera ir a la escuela. Eso lógicamente afectó a mis calificaciones: siempre era la última, la que no ganaba ningún diploma o no tenía nunca un 10. Pero mi mamá me decía siempre: ‘Natalia, por favor, no quiero que hagas las cosas para lograr el reconocimiento de nadie. Debes hacer todo el esfuerzo que puedas, si eso alcanza para tener un 6 o un 7, está bien, a mí me da igual. Tú ya eres la que eres, entonces ponle todo el amor a lo que hagas, pero no te vayas a entristecer porque no traes a casa un boletín con muchos 10’. Eso se quedó muy incrustado en mi forma de trabajar, el hecho de no preocuparme tanto por el reconocimiento, sino porque lo que hago quede bonito, real, honesto, que me emocione, que me pare los pelos”. Esa, dice, es su referencia. Valora el reconocimiento porque la hace pensar en todo el trabajo que hay detrás. Pero sabe que todo es muy subjetivo y contrastante en la vida. “Siempre habrá artistas mucho más geniales que yo. Y lo llevo como lo que es, no significa nada más que eso. Cuando me llega el reconocimiento, pienso de inmediato en el equipo de trabajo que me acompaña, que lo da todo. La vida sigue, y hay que hacer más cosas”.
La vida sigue. Eso habrá pensado también María del Carmen Silva Contreras, la mamá de Natalia, cuando tuvo que afrontar el trago amargo de aquel accidente que sufrió su pequeña hija. Todo empezó con la voluntad de cumplir un deseo de la niñita, que hacía tiempo venía soñando con montar un caballo. De pronto ese sueño se transformó en pesadilla, y fue la propia María del Carmen, una avezada pedagoga musical, la que inventó un plan de enseñanza destinado a revertir las dificultades de habla y movimiento de su hija: el método Macarsi (por sus propias iniciales, claro) fue el renacer de Natalia.
Toda esta historia que la cantante, compositora y productora musical mexicana de 37 años va hilvanando con la precisión quirúrgica de una excelsa narradora desde su casa en Veracruz viene muy a cuento. Sirve para entender la sólida carrera que tiene, casi veinte años en el candelero de la música latinoamericana de proyección internacional, desde aquel debut homónimo de 2003 que nos regalaba “En el 2000”, un himno generacional enfocado en la devoción por los ídolos juveniles del tipo Ricky Martin y la pérdida de la inocencia, compuesto y cantado por una chica de 18 años que ya había superado varios traumas y estaba dispuesta a seguir creciendo. “La música tiene poder, tiene fuerza, hace de las suyas –dice ahora–. Eso es muy mágico, me gusta mucho. Nunca sabés qué efecto va a provocar en aquel que la recibe, cómo se va a transformar el mensaje que enviaste, pero a mí la música me salvó. Ha sido medicina en trances difíciles y estuvo siempre, en momentos lindos y no tan lindos. Vivo por ella y para ella”.
Observar de cerca el proyecto que promueve, Un canto por México, cuyo Volumen II, acaba de aparecer, editado por Sony Music, ayuda a creerle. La tarea de rescate del son jarocho, uno de los géneros tradicionales más ricos y enigmáticos de la música mexicana, ha sido titánica, pero ha dado excelentes resultados: ya se recaudaron más de cien mil dólares cuyo destino final es la reconstrucción del Centro de Documentación del Son Jarocho, un espacio cultural inaugurado en 1998 y destruido por un terremoto en 2017.
La convocatoria que lanzó Lafourcade es un éxito en términos de rendimiento económico –con un fin indiscutiblemente filantrópico–, de poder simbólico –se sumaron a la cruzada grandes artistas como Rubén Blades, Caetano Veloso y Jorge Drexler– y de resultado artístico: este segundo volumen tiene muchos pasajes preciosos.
Agotada de la exigencia física y mental de las largas giras que llevó adelante en los últimos cinco años, esta singular artista mexicana resolvió ahora tomarse un tiempo para descansar en su casa y trabajar con tranquilidad en las canciones de un próximo disco. “Obviamente, con la pandemia todos extrañamos los shows en vivo, pero creo que voy a esperar hasta 2023 –anuncia–. Mi máxima aspiración ahora es crear, conectar con la música desde el estudio, desde mi hogar. Necesitaba mucho volver a mi casa. Si pudiera hacer un click y estar sobre un escenario, lo haría. Pero son muchos los pasos que hay que dar para llegar ahí, así que prefiero volver en un tiempo”.
Aprender en casa
Más allá de su rol como arqueóloga de la gran tradición de la música popular mexicana, Lafourcade también es una artista ocupada en las vicisitudes del país que la vio nacer, una caldera en plena ebullición desde hace años. Golpeado por la crisis económica y la violencia del narcotráfico, México intenta hacer pie de nuevo de la mano del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, aunque la tarea no parece nada fácil. “Está el ánimo de luchar para salir adelante, para estar mejor, pero por otro lado también hay mucha incertidumbre y una gran frustración que estamos experimentando muchos de nosotros y nosotras –resume Natalia–. Hay muchos problemas que no se solucionan: temas de violencia, temas de género, temas de educación, temas de seguridad... Hay cosas que van mejorando lentamente, pero queda muchísimo trabajo por hacer. Estamos alertas, ansiosos porque las cosas cambien. Y estamos cerca de votar otra vez, de pedir porque el país tome el rumbo adecuado. Sabemos que nuestros gobiernos suelen fallar, que el sistema político suele fallar, que está fracturado, que hay corrupción e injusticias, pero hay muchas personas inquietas que quieren aportar algo positivo y eso se ve: el país está mucho más despierto, más consciente, se habla de cosas de las que antes no se hablaba, se ponen las temas sobre la mesa, se debate. Todo eso forma parte de una evolución”.
Mientras piensa todo esto –su carrera, su país, su presente, su futuro–, Natalia fija la vista en un punto distante, deja de mirar directo a la cámara del Zoom para construir esa cercanía ficticia que la pandemia impuso como moneda corriente. Y viaja una vez más al pasado para recordar a esa mamá que la salvó y la hizo más fuerte, a ese papá clavecinista y también pedagogo –Gastón Lafourcade– que hoy con 86 años sigue dando clases de música y al que ella define como “un apasionado”. Y en ese trayecto veloz recuerda cómo era su día a día cuando todavía no imaginaba el lugar que ocupa hoy: “Aprendí todo en mi casa. Crecí yendo a la escuela por la mañana y viendo a mis padres dar clases por la tarde. Y tengo con ellos una relación muy fuerte, un vínculo muy particular porque nunca terminé una formación de escuela estricta. Ellos fueron y son mis maestros. Siempre me fue ganando la necesidad de crear y de ir avanzando al mismo tiempo en el que iba a aprendiendo cosas. Mi papá quería que estudiara cello, pero me dio libertad para elegir, yo armé mi carrera a mi manera y aquí estoy. La libertad es todo. Si no te la dan, debes buscarla. Si te la dan, hay que aprovecharla”.
De la Argentina, un destino fijo en sus tours, Lafourcade conserva la mejor impresión: ha tocado aquí desde su primer disco y nunca dejó de hacerlo. Por eso tejió una relación muy cercana con sus fans argentinos y tendió lazos con músicos locales: Cachorro López produjo muchos de los temas de Hasta la raíz (2015), uno de sus discos más elogiados y ganador de cuatro premios Grammy latinos, mientras que Adrián Dárgelos, Vicentico y Kevin Johansen se sumaron como invitados en Mujer divina, homenaje a Agustín Lara (2012). “Me tocó estar en la Argentina en etapas diferentes de mi carrera, ya tengo un vínculo con el público, una complicidad. Tuve que picar mucha piedra al principio, pero hoy ya tengo una relación consolidada, y eso me pone feliz. Esa confianza que nos tenemos no se da de la noche a la mañana. Siento todo el amor que me brindan. Y espero no perder esa intensidad. Bueno, esas son las cosas que me inquietan en estos tiempos, que se vayan a olvidar de mí. ¡Pero ni modo! Hay que confiar [risas]. De todas maneras, seguro voy para allí antes de 2023, como turista o estudiante de tango”.
Un árbol de la vida
“Este es un disco que le canta al amor y al desamor, a la alegría y a la tristeza –afirma Lafourcade–. Está cruzado por la pena, la muerte y el canto de protesta. Habla de las mujeres y de los niños y las niñas. Apunta a la reflexión y al acercamiento a lo divino. Rescata nuestras leyendas y tradiciones. Tiene un repertorio muy amplio que abarca todas esas facetas. Casi sin darnos cuenta, con Kiko Campos [el experimentado coproductor del álbum], hicimos un gran tributo a la vida. Es una historia diferente con cada canción, y al final todos esos matices son la vida. Cuando me preguntan qué es Un canto por México, me gusta decir que es como un árbol de la vida”.
Si hablamos de rescates, el de “La llorona” por partida doble tiene su motivación y sus justificaciones, que exceden al capricho. Canción incombustible que han interpretado desde Joan Baéz y Lila Downs hasta Raphael y Rosalía, fue un emblema del repertorio de Chavela Vargas, referente ineludible para Lafourcade y una de las homenajeadas en otro disco fabuloso, Musas, donde Natalia revivió su espíritu indomable convocando a las guitarras de Los Macorinos, habituales compañeros de ruta de Chavela.
“Chavelita se fue convirtiendo en mi principal musa –remarca Lafourcade–, es la mujer que está presente en todas las cosas que hago. Mientras grababa Musas tenía detrás de mí la sombra de Chavela, de Violeta Parra, de María Grever... Todas mujeres que cantaron con la verdad a flor de piel. Me preguntaba cómo llegar a ellas, y busqué, busqué, busqué hasta que logré conectar con sus canciones de tal manera que las pude hacer mías. Cuando canté “Qué he sacado con quererte” de Violeta, lo que estuvo ahí fue mi interpretación, mi vínculo con la pena, con el dolor, con aquello que se rompió y me dio la fuerza para interpretar un tema como ese, que no es tan fácil para mí. No es fácil, soy lenta con mis procesos, me lleva tiempo digerir las cosas”.
Más que lenta, Natalia Lafourcade es modesta. Y sin discusiones, muy decidida. De otro modo no hubiera sido posible el suceso que consiguió la serie de tres conciertos de apoyo a Los Cojolites en 2019 –el último en el Auditorio Nacional de la capital mexicana, con capacidad para 10 mil personas–, una hazaña que nadie se hubiera animado a pronosticar aun cuando esa agrupación de Veracruz tiene su renombre gracias a su participación en la ficción cinematográfica en la que Salma Hayek encarnó a Frida Kahlo, allá por 2002 (la banda sonora fue premiada con el Oscar) y un par de nominaciones a los Grammy.
Los Cojolites fundaron el Centro de Documentación del Son Jorocho en la la ciudad de Jáltipan de Morelos, iniciando de ese modo una heroica operación de rescate de un estilo musical nacido hace más de 300 años en las costas de Veracruz como parte del acervo cultural de los esclavos. Prohibido por las autoridades religiosas de la época, que consideraban a esa música como una expresión lasciva y por lo tanto pecaminosa, el son jorocho le cantó al amor romántico y también tuvo su tinte festivo y celebratorio. “Es una música que viene del campo, de la sabiduría ancestral, del amor a la vida. Y tiene un fuerte componente místico que nos señala que somos parte de un todo, de la naturaleza, del universo”, apunta Lafourcade, hoy concentrada únicamente en promocionar este disco que es solo una parte de la estrategia de preservación cultural en la que se comprometió con toda su energía.
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