Desde su muerte en el exilio, en 1821, la reliquia que fue guardada recorrió Europa, los Estados Unidos y quizá esté ahora en el país.
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Los restos del Emperador de Francia descansan en una tumba de cuarzo rojo bajo la gran cúpula de Les Invalides, en París. Cada año es visitado por cientos de miles de turistas. El sepulcro está dispuesto de tal manera que quien quiera observarlo debe asomar el torso desde un balcón, inclinar la cabeza y bajar la mirada, rindiéndole así una reverencia. Pero el cuerpo está incompleto: desde hace dos siglos, el pene de Napoleón Bonaparte recorre el planeta separado de su dueño. Aquí, el relato de tan curioso viaje.
Destierro y mutilación
Luego de ser derrotado en la batalla de Waterloo y capturado por los británicos, el Gran Corso fue desterrado a Santa Elena, una isla remota del Atlántico, frente a la costa de Angola. Llegó al que sería su último destino en agosto de 1815, a bordo del navío Northumberland, en compañía de un reducido sequito de asistentes y seguidores. Vivió sus últimos cinco años y medio de vida en el exilio, recluido en Longwood, una casa de campo. Las crónicas de la época cuentan que su estadía en la isla fue difícil, en especial en los últimos tiempos, cuando llegó un nuevo gobernador de la isla que tenía una actitud muy severa hacia Bonaparte, a quien culpaba de la muerte de más de 15.000 soldados británicos en Waterloo.
La tarde del 5 de mayo de 1821, con 52 años, después de pasar 40 días postrado en la cama, el militar y estadista más poderoso y temido de su época dejó de respirar. Al día siguiente, una autopsia determinaría que la causa de su muerte fue un cáncer de estómago, como el que había padecido su padre. Durante el examen, por algún motivo que nadie puede precisar, el médico personal del conquistador, Francesco Antommarchi, seccionó el pene de Bonaparte y lo entregó luego a un sacerdote de Córcega, donde “le petiti Caporal” -como lo llamaban sus soldados- había nacido.
Bonaparte había expresado su deseo de ser enterrado a orillas del Sena. “En medio del pueblo francés al que tanto he amado”, escribió en su testamento. Pero el gobierno británico no lo permitió y le brindó una humilde sepultura en el cementerio de Santa Elena. Recién 20 años más tarde, el 15 de octubre 1840, se produjo repatriación del cuerpo de Napoleón a bordo de la fragata ‘Belle Poule’, a Francia. Pero sus “partes íntimas” ya habían emprendido un camino distinto, otro viaje.
De Londres a Norteamérica
El pene de Napoleón Bonaparte permaneció durante años en poder del clérigo corso Abbé Vignali. Tras la muerte del religioso, lo heredaron primero su hermana y luego su sobrino. En 1916, se convirtió en propiedad de un librero de Londres. Según el autor Harvey Rachlin, en su libro Lucy’s Bones, Sacred Stones, & Einstein’s Brain: The Remarkable Stories, el miembro del emperador francés figuraba en el catálogo del local Maggs Brothers como “un tendón momificado”.
En 1924, según el New York Times, fue adquirido por un coleccionista de Filadelfia al que identifica como A.S.W. Rosenbach. Tres años más tarde, en 1927, fue exhibido al público en el Museo de Arte Francés en Nueva York. En ese entonces, un crítico de la revista Time publicó: “Los sensibleros sollozaban; las mujeres superficiales se rieron y lo señalaron. En una vitrina vieron algo que parecía un cordón de piel de ante (gamuza) maltratado o una anguila arrugada. Era un tendón momificado tomado del cuerpo de Napoleón en la autopsia”.
Además, en aquella exposición se apreciaron otras pertenencias del emperador: mechones de su cabello, su ropa interior blanca, la máscara mortuoria fundida en bronce del papel maché matriz hecha por su médico, Antommarchi e incontables cartas, grabados, caricaturas, cajas de tabaco y medallas. La publicación aclara que la mayoría de los objetos expuestos pertenecían a la colección del religioso Vignali.
“Parecía un cordón de piel maltratado o una anguila arrugada”, Revista Time, 1927
En 1944, “la colección de Abbé Vignali” (así se la siguió llamando, aun tras haber cambiado de dueño), incluido el pene de Napoleón, fue comprada por el coleccionista Donald Hyde, de New Jersey. Años más tarde, su viuda la vendería a otro coleccionista de Filadelfia llamado Bruce Gimelson.
Si bien su autenticidad era incierta, ya que nunca se realizó una prueba genética que acredite su origen, la reliquia presentada como “el miembro viril de Napoleón Bonaparte” atraía una gran cantidad de pujadores en cada subasta.
En 1977 fue adquirido por John Lattimer, un prestigioso urólogo y profesor de la universidad de Columbia y también un afamado coleccionista de reliquias extravagantes, quien pagó 3000 dólares por el pene del emperador. Según los relatos de la época, la intención del médico era sacarlo de la atención pública ya que, como urólogo, decía sentirse ofendido por la exposición lasciva que le daban.
Lattimer, a través de un estudio pudo determinar que se trataba de un pene humano. Pese a sus reiteradas solicitudes, el gobierno francés jamás accedió a proporcionarle una muestra del ADN de Napoleón para certificar su correspondencia.
Además de la reliquia napoleónica, el urólogo tenía una singular colección de recuerdos históricos: cinturones de castidad medievales, una camisa con el cuello manchado de sangre de Abraham Lincoln, un traje de baño de Marilyn Monroe...
Lattimer falleció en mayo 2007, a los 92 años , y su hija fue la encargada de hacer el inventario de todo lo que había en la casa que la familia tenía en Manhattan, los más de 3000 objetos que comprendían la herencia de su padre, entre ellos el supuesto pene amputado de Napoleón.
Un año más tarde, Evan Lattimer contó al New York Times que al poco tiempo de fallecer su padre recibió una llamada en que le ofrecieron 100.000 dólares por el aparente miembro napoleónico. La oferta la sorprendió ya que días antes uno de sus hermanos le había sugerido que lo tirara. “No teníamos absolutamente ningún concepto de cuánto podrían valer las cosas. ¿Cómo calificas algo que es único?”, declaró.
El historiador y periodista Tony Perrottet investigó el tema en su libro “Los secretos de Napoleón: 2.500 años de historia descomprimidos”. Allí, además de contar la singular historia del pene conquistador, hace también referencia a partes del cuerpo de otras celebridades que también se convirtieron en objetos codiciados por los coleccionistas.
En 2014, Perrottet visitó la casa de Evan Lattimer en las afueras de Nueva York para grabar un reportaje que fue emitido por la cadena británica Channel 4. La mujer primero mostró documentos científicos que demostraban que la reliquia se trataba de un pene humano. Luego llevó al entrevistador al sótano de la casa, donde tenía guardado su tesoro en una pequeña caja de madera negra con una “N” impresa en su tapa. “¡Es más pesada de lo que creía!”, dijo socarronamente Perrottet.
El comentario, de mal gusto, también tiene su historia. Durante años, historiadores y periodistas ingleses especularon con el tamaño de la reliquia. El sitio de noticias norteamericano Huffpost publicó que “el emperador francés Napoleón Bonaparte tenía un pene de 3,80 centímetros”. Esta especulación, como la de su baja estatura (está comprobado que Napoleón Bonaparte midió 1,68 metro, por encima de la media de sus conciudadanos en la época), formarían parte de una campaña de desprestigio que iniciaron hace más de 200 años los ingleses contra el militar francés.
En 2016, el pene del emperador de Francia (junto al resto la colección de Lattimer) fue subastada en la casa de remates de objetos históricos Hermann Histórica, en Munich. Según el diario alemán Bild, varios objetos, especialmente los pertenecientes a jerarcas nazis, fueron adquiridos por un misterioso comprador argentino que estuvo presente en el lugar y pagó 600 mil euros por ellos, presuntamente para ser exhibidos en un museo. La misma crónica, que no identifica al comprador con nombre y apellido, dice que el pene de Napoleón Bonaparte fue incluido en la compra.
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