Nahuel Pérez Biscayart: "Te hacen creer que la felicidad es llegar a la alfombra roja"
Con 31 años, gracias a sus papeles arriesgados es uno de los actores argentinos más elogiados en el exterior. Fue invitado por el Incaa a ser jurado del Festival de Mar del Plata y a la Semana del Festival de Cannes. Hoy triunfa en el cine europeo, pero dice que compararnos siempre con el primer mundo "nos impide valorar lo nuestro"
Cuatro días –se lamenta–. Hace cuatro días que no duermo en una cama. Vivo arriba de un avión. Es cierto que viajo en primera y que las comodidades son otras, que en algunos vuelos te sentís como si estuvieras en un hotel. En los aviones de alguna manera uno puede ver un poco la división de clases sociales. Por un lado, están los que viajan súper cómodos, con una atención personalizada; por el otro, la clase turista que va apretada como en una lata de sardinas.”
Son poco los días en estos últimos seis meses que el argentino Nahuel Pérez Biscayart (31) durmió en una cama. Cruzó continentes dispuesto a difundir 120 pulsaciones por minuto, la película de Robin Campillo (francés de origen marroquí, guionista habitual de Laurent Cantet) que lo colocó en el mundo como una de las jóvenes consagraciones de este año, tras poner el cuerpo a Sean, uno de los activistas de Act Up en los primeros años de lucha contra el sida. Una desgarradora historia de amor y militancia que llega a los cines el jueves próximo y que se quedó con el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes.
“Me resulta contradictorio lo que me está pasando, por un lado la felicidad de lo que generó la película y por el otro, ese foco de atención, de alfombras rojas, de viajes en limusinas, con choferes que te llevan a aeropuertos y hoteles 5 estrellas”, reconoce el actor que fue jurado en el último Festival de Mar del Plata y que está preseleccionado a los Premios César, en la categoría Revelación, que se otorgarán en febrero próximo.
–El anonimato, ese que creías haber logrado por trabajar en diferentes lugares, como un buen nómada, y que defendías ante este mundo de exposición, ¿está perdiendo su lugar?
–Estar en tantos lugares diferentes, trabajar, meterme en esos mundos me ayudó a tener ese anonimato, esa idea de estar perdido, que para mí es lo mejor que te puede pasar. Con 120 pulsaciones por minuto esto cambió. No sé si en París [donde actualmente vive] ahora seré menos anónimo. Me encanta poder tomar un colectivo, un vino en la vereda, y a la vez poder trabajar en lo que me gusta. Es cierto que con la peli hubo un salto cualitativo, y que quizá pierda un poco esto del anonimato, pero lo que me deja conforme es que el reconocimiento lo conseguí desde el trabajo.
–El film logró una excelente repercusión en los países donde se estrenó y también cosechó premios en los más diversos festivales [ganó el prestigioso Golden Peacock a la Mejor Película en el 48º Festival Internacional de Cine de la India y Nahuel se quedó con el Silver Peacock en la categoría de Mejor Actor masculino]. ¿Son necesarios los premios?
–Seamos sinceros, los premios tienen mucho poder, estaría buenísimo que no fuera así, pero cuantos más premios ganás, más posibilidades tenés de que tu película sea vista. Se abre el juego.
–Por eso la locura que despiertan los Oscar. [El film de Campillo fue preseleccionado para representar a Francia, pero no logró ganarse un lugar entre las candidatas a Mejor Película Extranjera]
–Es verdad todo lo que genera el Oscar, te da la posibilidad de que la película se estrene en lugares impensados y que convoque a mucha más gente.
–Para conseguir estar entre las candidatas, ¿el lobby previo es importante?
–Sí. Ojo, lobby no quiere decir coimear al otro para que te vote, sino invitarlo a que vea tu película. Los que tienen mucha guita hacen proyecciones a todo trapo en Beverly Hills, con cócteles, recepciones, fiestas, lo que es un planazo y es más probable que vean tu película de esta manera, a que le den bola al DVD que les llega con la frase: para su consideración. Conclusión, al final siempre nos mueve la comida y la bebida gratis.
–¿Hiciste algo de lobby en Los Ángeles?
–Algo hicimos, pero imaginate cuál era nuestra escala. Hicimos la proyección en el teatro de la Academia y hablamos con quienes fueron a verla, les gusta conocerte, conocer el detrás de escena. Hollywood es una maquinaria feroz, es muy fácil que tu película quede perdida, sobre todo cuando tu historia viene de otro lado, en otro idioma. En 120 pulsaciones por minuto se habla un montón, hay mucho diálogo, es una película rara para una cabeza formateada que sólo digiere en inglés. Era necesario darle un empujoncito.
Ser un personaje más de las alfombras rojas no le quita el sueño a Nahuel, al contrario, lo lleva a preguntarse acerca de la fantasía que se alimenta alrededor de éstas. “Te hacen creer que la felicidad es llegar a esto, a los flashes. Es muy perverso. Sólo hablamos de una alfombra roja sintética que está armada para que seas el centro de la acción. Básicamente, estás siendo mirado por los otros, es un armado en el que buscan generar que el brillo y el glamour sean sí o sí sinónimo de felicidad o la felicidad en sí misma. Señores: las alfombras rojas son una vidriera de productos, te buscan para ofrecerte qué ropa, qué joyas, qué perfume te vas a poner. Es puro consumo.”
–Para muchos, en una época atravesada por el éxito, pasearse por una alfombra significa llegar…
–La competitividad permanente de llegar. “Nahuel llegó.” Eso lo escucho todo el tiempo. Hice carrera. ¡Triunfé afuera! (ironiza) ¡Gané premios afuera! Estamos formateados así, es triste. Me entristece que me pregunten: ¿qué se siente triunfar afuera? Ese discurso está lleno de connotaciones. ¿Por qué el afuera es mejor? Tenemos una cuestión identitaria con Europa y con los Estados Unidos, que nos impide valorar todo lo que hacemos porque nos comparamos permanentemente, con lo que no fuimos, como si fuéramos una Europa fallida, como si fuéramos una especie de barco que encalló acá y nos abandonó y que en realidad la vida que nos merecemos está allá. Es tremendo, de ahí esta melancolía permanente que sentimos. Sólo estoy a 10, 13 horas de avión. Mañana, si hay un proyecto que me interesa acá, vengo y lo hago. Cuando digo esto me miran como si estuviera loco.
Fue en Cannes, en 2008, tras la presentación de La sangre brota, de Pablo Fendrik, que el director francés Benoit Jacquot puso su mirada en Nahuel y lo hizo debutar en el cine galo con En el fondo del bosque. “Ya hace… nueve años que me instalé, pero no sólo filmé en Francia (rodó en España, Rumania, Hungría, Turquía e Italia). Las cosas se van dando y uno va gravitando hacia determinadas búsquedas, circunstancias de la vida. Me gusta meterme, pensar el camino. No siento que sea tan profesional para hacer cualquier cosa.”
–Tampoco parece que te interesara hacer cualquier cosa. La mayoría de tus películas son arriesgadas.
–Hacer una película es una gran tarea, una obra, no lo digo de manera pretenciosa, tampoco creo que vayamos a cambiar el mundo, pero para mí es importante, es un encuentro con el otro, con una idea. Es un acto de amor. El trabajo no suele está relacionado con el placer necesariamente, pero estaría bueno que así fuera. Tengo la fortuna de poder elegir, entonces cómo no hacer cosas que me movilizan. En este buscar también aprendí a decir que no, a decidir qué es lo que no quiero hacer.
–¿Es lo más difícil?
–Sí, porque es lo que más miedo te da, salir del confort y moverte hacia esos espacios que te permiten evolucionar. Si no lo hacemos, nos quedamos siempre en la comodidad, en la angustia. Uno creció con la idea del “aprovechá, aprovechá”. Está bien aprovechar el momento, pero en qué contexto, en qué condiciones. Decir sí a todo no es bueno. Cuando hay cosas que no creo que sean para mí, lo digo por respeto a mí y al proyecto, porque sé que otro puede hacerlo mejor.
–Decir no genera temores, aún más si pensamos en la idea de no tener trabajo en el futuro.
–Claro que sí. Ese miedo no lo siento tanto ahora. Es un miedo medio tonto que tenemos todos, como ese miedo a no ser querido. Cuando entendés que ese miedo no te va a conducir a nada, es cuando soltás y te relajás. Obviamante, esto lo podés hacer cuando tenés la fortuna de trabajar en cosas que te permiten tener un margen económico, y eso te ayuda a que no te asuste el hecho de no trabajar en un futuro cercano. Claro está y en esto no quiero sonar pedante; cuando estás sin trabajo y tenés una familia a la que darle de comer, pasamos a hablar de otra situación y entramos en otro debate.
–Actuar en otro idioma para muchos actores resulta un desafío y a veces una verdadera complicación. ¿Cómo es para vos?
–No tengo tanta relación con la palabra como muchos creen que un actor debe tener. No busco en la palabra la fuente de emoción o la fuente de acción, no sé si lo hago de manera consciente. Actué en idiomas que casi no hablo. Para 120 pulsaciones por minuto hice un trabajo fonético muy concreto, muy técnico que se conecta con la acción. Me atrevo a dar vuelta la idea y decirte que de alguna manera el no saber el idioma me ayudó a actuar mejor, porque le perdí el pudor y el respeto a lo que las palabras en mi lengua materna me representan o a los lugares a los que cada palabra me puede llevar. En francés puedo decir te extraño, tengo miedo, te amo, y lo hago en un estado emocional diferente de si lo tuviera que actuar en castellano, porque son más las barreras que tengo que romper para decir te amo, te extraño. Cuántas veces en la vida uno quiso decir estas palabras y no pudo; palabras que implican tanto en castellano y que por ahí en francés sólo es un sonido. Con el tiempo, atravesando distintos proyectos, en distintos idiomas, me di cuenta de que pensar menos en la palabra para mí es fundamental.
–¿Buscás a los personajes o ellos te encuentran?
–No sé si los elijo a propósito. Me gusta que los buenos directores vean una configuración en mí en la que quizá uno no se imagina. Con 120 pulsaciones por minuto se generó algo muy especial, hubo un compromiso grupal. Hablamos de una historia que moviliza mucho. Conmueve ver la fortaleza de esa juventud loca, esa parte de la sociedad que estaba condenada a muerte injustamente por esa enfermedad perversa que al comienzo afectó principalmente a la comunidad homosexual, a los marginales, a los que usaban drogas, a las prostitutas, a los presos. El Estado se lavó las manos hasta que se dio cuenta de que se trata de una enfermedad que no discrimina. Es muy fuerte ver a esos jóvenes totalmente abandonados por el Estado, por el poder, por la misma sociedad adulta que no quería ver. Es la historia de esos jóvenes que deciden pasar a la acción, dejan de ser víctimas para ser protagonistas de su vida y decir no, no me voy a morir tirado por ahí en la oscuridad, avergonzado. Voy a hacer de esto una fuerza, me voy a juntar con otros que están en la misma. Para mí, eso es humanismo, creer que el ser humano, si se junta y se propone un objetivo, puede modificar las cosas, puede generar un cambio. La idea de que la unión hace la fuerza se hace real. Estos pibes aprendieron a hacer política sobre la marcha, aprendieron sobre la enfermedad sufriéndola, hicieron una especie de universidad popular.
–Hablamos de una muy historia muy personal…
–Fue un honor ser parte de este proyecto. Fue un gran desafío, estaba asustadísimo porque era un personaje muy complejo de actuar, pero decidí dar a vida a uno de estos seres indispensables, capaces de luchar para cambiar una supuesta realidad. Robin, el director, me acompañó en cada paso porque él vivió toda esta historia, era militante, y el relato lo toca desde un lugar muy íntimo.
–El estreno en Francia estuvo acompañado de excelentes críticas y de diversas opiniones de especialistas, en otros terrenos, que destacaron la importancia de contar historias que revalorizan el sentido de manifestarse.
–Es que cada vez estamos más aislados, yo en lo mío, vos en lo tuyo, creemos que somos repolíticos porque tuiteamos algo, pero después no hacemos nada desde la acción. El discurso mediático de las redes sociales no se condice en absoluto con la acción concreta. Estamos en un momento de desvinculación con el otro. Por un lado, está la magia en la que podés estar en contacto con todo el mundo, pero a la vez nos desvinculamos con lo que sucede. Sigo creyendo que las manifestaciones son muy saludables, es un momento en el que uno se despoja, se refleja y se encuentra en el otro, en la fuerza del otro, y se crea algo que no se puede producir de manera individual. Manifestarse es un hecho social superador, es lo que hace posible que las cosas cambien. No podemos ver lo que ocurre detrás de un teléfono, es necesario salir, escuchar, ver qué le pasa al otro. Por eso matan también, como lo hicieron con Rafael Nahuel. Matan por la espalda para acallar manifestaciones. Me preocupa mucho lo que pasa acá, en mi país y en el mundo. Sobre todo, me preocupa escuchar a ciertos funcionarios o figuras públicas que dicen cosas con un gran distanciamiento de la realidad, y lo hacen con una impunidad total. Me alarma el crecimiento de la derecha y la posición que se toma sobre ciertos temas.
–Como ocurre con los migrantes, una problemática social que dividió a Europa.
–Lo mejor que les puede pasar a los europeos son los migrantes, lo mejor que tiene París son los inmigrantes. La diversidad, las nuevas voces y culturas siempren suman. Es lo que pasa en Buenos Aires con los hermanos latinoamericanos.
En Parque Chas, el barrio de calles intrincadas y circulares, donde la ciudad se transforma en un laberinto, creció Nahuel Pérez Biscayart. “Tuve una infancia bastante feliz, de mucha calle, de espíritu aventurero. Buscaba descubrir el mundo. El barrio era una especie de parque de diversiones, donde nos metíamos en esas calles que parecían no tener escapatoria, entrabas en una y salías en otra, era como estar en Alicia en el país de las maravillas. Parezco un viejo hablando [ríe] pero en aquella época las puertas no se cerraban con llave, hacíamos papas y cebollas asadas en el cordón de la vereda, en Año Nuevo cruzábamos la calle con una valija porque eso nos iba a traer posibilidades de viaje y en Carnaval bombardeamos con bombitas de agua a los que pasaban por ahí. Cuento esto y siento que crecí en un pueblo, lejos de la ciudad. Viví una especie de transición, de una vida más comunitaria que se daba en los barrios.”
–¿Qué te hace recordar?
–Los olores, lo sensorial. Tengo recuerdos desde muy chiquito, de viajes que hacíamos con mi familia, de campings en los castillos franceses de Loria comiendo ensaladas que comprábamos en el supermercado. Se me viene a la cabeza una babosa gigante que entró en la carpa y toda la investigación que hicimos de cómo se había metido, o descubrir de qué manera vaciar la pelopincho chupando la manguera. Lo que más recuerdo son emociones, esas que te hacen comprender cosas como la maldad, la felicidad, estados muy primarios, colores, olores, gustos, como el sabor de probar una flor del jacaranda, comidas.
–Hablando de comidas, sabores y olores, ¿te diagnosticaron celiaquía de chico?
–Sí, a los 12 años, en ese entonces era algo rarísimo, no era algo que se conocía. Íbamos hasta Villa Adelina a comprarle a una señora comida sin gluten. Ahí empecé a tomar conciencia de lo que comía.
–Estuviste muy involucrado con campañas para informar acerca de esta enfermedad
–Era necesario hacerlo, fue un gran paso inicial, hoy vas a restaurantes, heladerías y te ofrecen menús alternativos sin TACC (alimentos libres de gluten), ya no es una rareza.
–¿Este aprender sobre los alimentos fue la razón que te llevó a hacerte vegetariano?
–Los argentinos tenemos una relación bastante particular con los alimentos, buscamos llenarnos sin conocer demasiado lo que comemos, cómo se produce ese alimento. Hoy, intento llevar una dieta libre de sufrimiento animal y también humano, porque muchos productos son producidos por personas en situación de explotación. No todos tienen la posibilidad de elegir. Me parece que hablar de esto puede ser una falta de respeto al que no puede elegir. Hablar así me hace quedar como el típico burguesito que se interesa por su salud, su clase de yoga, que pone foco en la importancia de saber respirar y en su empresa tiene a 80 empleados en negro, no es mi caso. Es extremo lo que digo. El otro día vi una escultura gigante que decía: ‘Todos tenemos el poder de elegir’. Dejen de mentir. Esas son frases perversas. Hay mucha hipocresía y contradicciones.
–¿Sentís que te contradecís?
–Todo el tiempo, hablo de términos éticos a la hora de consumir, no tengo auto, no como carne y después me tomo un avión cada tres días. La vida es una bola de contradicciones, no existe el purismo.
1986. Nace el 6 de marzo en Buenos Aires. En el barrio de Parque Chas pasa su infancia, a la que define "feliz"
1999. Su pasión por actuar toma fuerza en un taller escolar. En 2003, debuta en TV en los ciclos Disputas y Sol negro
2005. La crítica celebra su actuación en El aura, de Fabián Bielinsky, y en Tatuado, que le vale el Cóndor de Plata
2008. Llega a Cannes con La sangre brota. El director Benoît Jacquot lo elige para protagonizar En el fondo del bosque
2017. Su actuación en 120 latidos por minuto lo pone en el centro de la escena de la inematografía europea
EL FUTURO. Es candidato a quedarse con el Premio César como Actor Revelación por su trabajo en el film de Campillo. Este año pondrá la energía en leer guiones y en promocionar los films [sin fecha de estreno en la Argentina] de Albert Dupontele (Au revoir là-haut) y Joan Chemla (Si tu voyais son coeur)
Producción: Cenizo & Fellay. Asistente de fotografía: Juan Pablo Soler. Make up y pelo: Rocío Marrodan para Calcarami Studio con productos Maybelline NY. Agradecimientos: Kostume, Boerr Yarde Buller, Ay Not Dead.