:: La única final de Roland Garros que Rafael Nadal podría perder sería contra el propio Nadal, pero, aun así, la mejor superficie del tenista español no queda en París, sino en su cerebro único, un poco budista y un poco mártir.
La historia de una mente prodigiosa comenzó cuando Rafa tenía 6 años y, a contramano del resto de los chicos, no conjugó el verbo "jugar", sino "aguantar". Su formador y primer entrenador, su tío Toni –un extenista al que no le había ido bien en su intento de vivir entre polvo de ladrillo–, se dedicó a moldear a un chico que pudiera cumplir lo que él no había podido: ser un campeón.
Rafa era un nene, pero, cuando el sol daba en una de las mitades de la cancha, Toni le decía que fuera a jugar a esa mitad. También citaba a su sobrino a practicar a las 9, pero él recién llegaba a las 10. O podían estar entrenándose con pelotas nuevas, pero, de repente, el tío sacaba una mojada y se la tiraba: como Rafa calculaba mal el pique, Toni le decía que era un desastre de tenista. También le prohibía tirar raquetas al piso, le imponía jugar con buena cara, sin ninguna queja, y después de cada práctica lo hacía ir a buscar todas las pelotas desperdigadas. Era casi una tortura, a tal punto que Juan, el padrino de Rafa, llegó a decir que Toni lo trataba con "crueldad mental".
Pero Rafa aguantaba, su palabra favorita. A los 11 años, el chico ganó un título de menores, el sub-12 de España, y en la familia se juntaron para festejar. Toni llamó por teléfono a la federación española, se presentó como periodista y pidió la lista de los últimos 25 campeones del torneo. Luego los leyó en voz alta delante de Rafa y concluyó que eran nombres poco conocidos: solo uno de cada cinco ganadores había llegado a ser profesional. En medio de la euforia familiar, Toni le bajó los humos a su sobrino: "Tus probabilidades de vivir del tenis son una de cinco", le dijo, al tiempo en que, para sumarle herramientas tenísticas –o para seguir inyectándole anticuerpos a futuras frustraciones–, le puso la cancha al revés: aunque Rafa fuera diestro, tendría que pasar a usar la raqueta con la mano izquierda.
En Rafa, el libro oficial escrito por el periodista británico John Carlin en 2012, Nadal asume que Roger Federer y Novak Djokovic son mejores que él, pero esa –supuesta– inferioridad tenística no le afecta. Las 300 páginas de la publicación remarcan una oda a la fortaleza psíquica en el deporte, muy por encima del talento. Allí, Rafa dice: "El tenis es un ejercicio mental". "Durante un partido estoy en lucha por mantener a raya las debilidades de la vida cotidiana. Cuanto más contenidas estén las emociones humanas, más posibilidades habrá de ganar". "Hay que convertirse en un guerrero sin emociones. Ni siquiera me permito sonreír durante el juego. Allí levanto una muralla a mi alrededor. La cabeza es todo. El talento no basta". "Todo lo que conseguí no fue por quien soy, sino por lo que hago". "La mayor parte del tiempo, cuando juego, siento dolor, pero eso le ocurre a todos, menos a Federer. Aguantar es la clave. Aguantar físicamente, no rendirme en ningún momento, no permitir que lo bueno ni lo malo me desvíen de mi camino. En el último extremo, el dolor reside en la mente. Si controlás la mente, controlás el cuerpo. La cabeza es la parte más frágil del cuerpo".
La relación entre Nadal y su tío comenzó a resquebrajarse en 2010 después de un partido ante el uzbeko Denis Istomin por la primera ronda del Abierto de Estados Unidos. El español, claro, había ganado con facilidad, pero su tío (que dejaría de ser su entrenador en 2017) le reprochó que su cara había dejado trascender emociones. En el manual de Rafa, jugar con mala cara es dejarle ver al rival su estado de ánimo: nerviosismo, tensión, miedo, alegría, lo que sea. Nada de eso puede ocurrir: Nadal tiene que jugar con un rostro que no diga nada, que no ría, que no se enoje, que no le dé señales al rival por dónde jugarle, mitad budista, mitad mártir, hasta ganar 13 Roland Garros y 20 Grand Slam.