Germán Vega se encontraba en la cresta de la ola. Tenía 32 años, se había ido a vivir a su lugar en el mundo, Bariloche, y cada día se conectaba con su pasión: la nieve, las montañas y el snowboard. Tenía un local de ropa que abría hasta las 13, luego salía a sentir la adrenalina y el viento en su rostro por un par de horas, y regresaba a las 16:30 para seguir trabajando hasta la noche, momento en el cual disfrutaba de las salidas con sus amigos.
A pesar de estar inserto en mundo idílico, él también conocía de cerca otras realidades. Una vez por semana colaboraba con Cre- Arte, una institución para personas con discapacidad, donde entrenaba a jóvenes para correr maratones. Pero lo que Germán jamás hubiera imaginado, es que aquel mundo lo impactaría mucho más de cerca de lo esperado.
De un minuto para el otro
Fue en un día como cualquier otro, que llegó el accidente que le cambiaría la vida para siempre. "Recuerdo que cuando me ocurrió estaba en el piso, rodeado por mis amigos, y sentía que mis piernas estaban encima, como dobladas hacia la parte superior de mi cuerpo, cuando en realidad se encontraban estiradas", relata Germán, "Entonces dije: `Me rompí la columna. No siento de la cintura para abajo´. Al trabajar con chicos con discapacidad, alguna idea tenía de que algo me había pasado. Ellos me dijeron que no me preocupe, que todo iba a estar bien, uno no se imagina esos escenarios. Lo primero que pensé fue: sáquenme de esto, quítenme la vida, porque yo no voy a poder vivir sin caminar. Son las primeras reacciones que uno tiene cuando surge un cambio tan brusco de un minuto para otro en la vida", continúa.
Tal como lo había anticipado, Germán no pudo volver a caminar y, salir de la cueva oscura en la que había caído, parecía algo imposible. ¿Cómo vivir una vida sin poder hacer aquello para lo que había nacido? ¿Cómo vivir una existencia que lo obligaba a despedirse de su pasión?
Sumido en su desolación, las palabras de aliento le llegaban lejanas. Pero con el tiempo, con el amor constante de su entorno familiar, y una creciente certeza de que sí era posible, las comenzó a escuchar con mayor claridad. Tal vez sí era capaz de volver a sentir amor por la vida, e incluso volver a sus amadas montañas.
El viento en la cara
Dispuesto a no dejarse vencer, Germán terminó su rehabilitación en La Plata, adaptó su auto, comenzó a recuperar parte de su independencia y regresó a trabajar. Volver a valorarse y valorar la vida lo acercó a experiencias que nunca creyó que iba transitar en su nueva realidad. En 2006 se puso de novio y, a su vez, conoció a una instructora de esquí adaptado que lo acercó a la disciplina. Germán supo que era tiempo de regresar a la nieve.
Decidió entregarse a la sabiduría de aquella mujer oriunda de Estados Unidos, quien le hizo notar que el escenario sí había cambiado, pero que no había perdido nada, tan solo se había transformado. "Ella fue quien me enseñó a esquiar de manera independiente. La primera vez que volví a la nieve fue increíble. No puedo describir lo emocionado que estaba y cómo lloraba. Lloraba porque pensaba `¡se puede esquiar sentado!´. Cuando soltó las riendas - lo cuento y se me pone la piel de gallina-, no paraba de llorar. Fue lo más emocionante que me pasó después del accidente: volver a mi pasión, sentir el viento en la cara, y la sensación de velocidad, que fue impagable. Es hasta el día de hoy que subo al cerro y durante todo el trayecto voy emocionado. Ni hablar cuando esquío. Lo mejor que me puede pasar en el día es esquiar", revela profundamente conmovido.
Lograr lo imposible
En el año 2008, a Germán lo dejaron a cargo del Área de Discapacidad de la Municipalidad de Bariloche y en 2010 nació Joaquina, su primera hija; luego llegaron los mellizos Fausto e Iñaki. Y un día, luego de doce temporadas de esquiar de manera independiente de la mano de Santiago Pinedo, este le dijo: "Te voy a corregir la técnica. Tenés que ser instructor para el público en general. Estás en condiciones".
"Yo pensé que me iba a dedicar a correr en esquí, pero no me gustó. En ese momento me cambió la cabeza y sentí que tal vez sí podía hacer lo imposible: enseñarles a personas convencionales. El Presidente de la Asociación Argentina de Instructores de Esquí, Snowboard y Pisteros Socorristas, Martín Bacer, tiene una mentalidad inclusiva. Él me dio la posibilidad y confió en mí; si no, no lo hubiera logrado", asegura.
Si todo fluía tal como lo soñaba, Germán Vega se convertiría en el primer instructor de esquí en silla de ruedas del mundo. Sin embargo, no todo fue sencillo en su nuevo camino. La recepción de sus futuros colegas fue reticente y, al comienzo, no estuvieron de acuerdo. ¿Cómo iba a dar clases una persona sentada?
Pero Martín Bacer, los aleccionó al respecto a fin de lograr una mayor apertura mental. Aun así, y justamente por su condición, a Germán le exigieron más de la cuenta. "Pero pudimos demostrar que se puede dar clases y ser instructor", cuenta con una sonrisa, "Y hoy lo que más me enorgullece es que esto sienta un precedente para abrirle las puertas a otros. Actualmente, la recepción en todos los ámbitos es excelente y nadie dice que no lo puedo hacer. Dar clases me gratifica enormemente".
Nunca bajar los brazos
Hoy, Germán Vega finalmente tiene el título de primer instructor de esquí en sillas de ruedas del mundo habilitado para enseñarles a personas sin movilidad reducida. Desde la Fundación Challenger Argentina, también lleva a personas con dificultades económicas, con discapacidad y con problemas motrices a hacer deportes de montaña. Así mismo, es uno de los ganadores del Premio BIENAL de ALPI, que se entrega el próximo viernes 2 de agosto en el Congreso Nacional.
Su experiencia de vida lo ha llevado por una travesía que le dejó enormes enseñanzas. "Los lugares, las situaciones y los vínculos afectivos siempre se transforman. Sin embargo, dejarse rodear por aquellos que te aman es fundamental ante estas situaciones, que fácilmente nos llevan a aislarnos. Tengo un círculo muy querido de amigos que me ayudó desde el primer momento; y mi pilar fundamental es mi familia. Ellos me han aguantado y les agradezco en lo profundo todo lo que tuvieron que sobrellevar. Tenían mucho miedo a que me deprima irremediablemente. Lo cierto es que, antes del accidente me deprimía por todo, me hacía problema por todo. Después del mismo, cuando volví a confiar en la vida, mi perspectiva cambió y dejé de hacerme problemas por un montón de cosas que antes consideraba importantes".
"Mi historia me dejó un aprendizaje claro: Todo se puede hacer y nada es imposible. Me enseñó que las trabas son una construcción mental y que la cabeza lo maneja todo. Por ello, nunca hay que bajar los brazos. Los cambios por algo son y nunca son para mal, son para bien. Soy un convencido de que se puede lograr lo que nos propongamos. Se puede tener familia, novia, tener sexo, trabajar y conquistar nuestros sueños. Es una cuestión de la cabeza: con la actitud y el esfuerzo todo se logra", concluye.
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