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Son sociables e inteligentes. Pueden reconocer hasta cien rostros humanos. Como los perros y los cerdos, aprenden su nombre y responden cuando se las llama. Se comunican con sus polluelos antes de que salgan del cascarón. Las hay de diferentes razas, plumajes y dimensiones diversas. Como seres sintientes, tienen su carácter y personalidad. Desde luego, sienten emociones como alegría, soledad, frustración, miedo y dolor. Sin embargo, en la cruel realidad de la industria avícola, miles de pollitos de engorde son “descartados” cada día por no cumplir con los estándares exigidos. Pero ese no fue el caso de esta historia.
Lo conversaron durante algunas horas y finalmente llegaron a una conclusión: no dejarían que las gallinas que vivían en el jardín de la casa se ocuparan de los huevos que habían puesto. Por la noche, era muy peligroso que los huevos quedaran a la intemperie. Así que tomaron la decisión de ponerlos en la incubadora. Dieppe, el pueblo en Normandía, Francia, donde Carolina y su marido residen, es un lugar pequeño que combina lo rural con lo urbano. Aunque no es un campo en el sentido estricto, es habitual que los habitantes tengan gallinas en sus hogares.
Después de 21 días de incubadora, uno de ellos rompió finalmente la cáscara del huevo. Su llegada al mundo fue en un “grand écart” (es decir, con las patas abiertas y la pancita apoyada en el suelo). “Mi marido le fabricó una suerte de soporte para que pudiera enderezarse y apoyarse, como toda gallina, sobre sus dos patas. Los días pasaron y logró enderezar la pata izquierda. Sin embargo, la derecha quedó horizontal al piso, bien alargada como la pierna de una bailarina de tango”, recuerda Carolina Chighizola.
“Encontró la manera para hacerse un lugar en el mundo”
Aunque no sabía nada sobre las gallinas, ni había tenido contacto con ellas durante su vida, Carolina guardaba el recuerdo de una anécdota que su madre le contaba con frecuencia durante su infancia. “Mi mamá siempre me contaba que de chiquita paseaba un pollito en un balde -ella nació en Pellegrini, un pueblo cerca de La Pampa- y yo tenía la imagen en mi memoria. No puedo agregar mucho más sobre mi relación o conocimiento de las gallinas antes de esta tan especial. Sí puedo decir que antes de conocerla ya hacía muchos años que no comía carne de ningún tipo”.
El problema en la pata de Paloma, como Carolina bautizó a su nueva amiga gallina, nunca resultó una dificultad para ella. De hecho, Paloma se las arregló para desplazarse saltando sobre su pata izquierda. “Y así, medio saltando, medio tangueando, Paloma encontró la manera para hacerse un lugar en el mundo, para ser Paloma”.
Paloma tenía una parada muy original y ligera, siempre invitando a un paso de danza. Su plumaje era negro, suave y brillante. Su raza, holandesa a pompón con un pompón bien discreto y plumas blancas en la cabecita, un poco despeinadas, pero con estilo. Le encantaba comer pastas y torta de vainilla y al anochecer esperaba siempre que la fuera a buscar Carolina para dormir en el interior de la casa, en un recinto muy confortable, especialmente adaptado para ella.
“Paloma confiaba en mí”
Durante siete años, Carolina y Paloma fueron compañeras inseparables. “Siempre tuvimos una relación muy cercana, Paloma confiaba en mí, se dejaba acariciar y recibía con gusto mis besos”. Paloma se paseaba en los brazos de Carolina mañana y noche. Disfrutaba mucho escuchar música mientras Carolina dibujaba o escribía. Sí, porque Paloma también ayudó a su tutora a reconectarse con su pasión: la ilustración y la escritura. Pronto será una gallina famosa en el mundo entero porque tiene un álbum ilustrado del que Carolina es la autora.
Paloma tenía dos preferencias a la hora de comer: las pastas con queso y la torta de vainilla. Conocía el horario de almorzar y quince minutos antes de la hora prevista, empezaba a gritar en el jardín para reclamar su almuerzo. Al anochecer, miraba hacia la ventana de la casa de Carolina porque sabía que no le correspondía dormir afuera. Lo hacía en el interior de la casa, en un recinto muy confortable, especialmente adaptado y preparado para ella, donde disponía de agua y granos a voluntad.
“Era una gallina muy perseverante”
Sin embargo, Paloma tuvo un problema de salud muy grave cuando quiso poner un huevo y fue necesario llevarla de urgencia a la clínica veterinaria. Tenía espasmos y estaba perdiendo mucha sangre. En la veterinaria se ocuparon de ella con mucha dedicación. Estuvo en cuidados intensivos varios días. Durante su convalecencia en la clínica, Carolina y su esposo cumplían un horario de visita para poder verla.
“Paloma mostró ser una gallina con coraje y muy perseverante, así que luego de dos semanas muy difíciles, logró recuperarse y pudo disfrutar de nuevo en el jardín de nuestra casa, bailando como siempre, feliz de ser ella misma”, explica.
“De Paloma aprendí el amor por la vida y el aferrarse a ella, cueste lo que cueste. Aprendí también la importancia de aceptarse como uno es. Paloma nunca vio un impedimento en su discapacidad, al contrario, su pata de bailarina fue su manera de estar en el mundo. Con Paloma aprendí a observar más de cerca a las gallinas, aprendí a formar parte de su mundo y a que ellas formaran parte del mío. Aprendí a conocerlas, a escucharlas, a distinguirlas en su andar y cacareo, no hay una gallina igual a la otra. Y en ese sentido, Paloma fue muy especial”.
En abril de 2023, Paloma sufrió un accidente del cual no pudo recuperarse. Su pata sana se fracturó y a pesar de los esfuerzos, no logró sobrevivir. Murió el 5 de abril de 2023, pero quedó en los corazones de todos aquellos que tuvieron la dicha de conocerla en persona o a través de los relatos de Carolina. “No hay día que no la vea bailando en el jardín y bailará para siempre en mi corazón, en mis historias y en mis dibujos”.
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