My Way
A inicios de los años setenta, cuando el dinosaurio estaba en trance de desaparecer, de pronto, en las noches de Oliver y Carrusel comenzó a sonar Sinatra cantando My way y yo me encontraba allí, frente a un Drambuie con hielo, mi licor amable de entonces. En ese tiempo, los progresistas aún pelábamos patatas en el cuartel del franquismo, pero cada uno trataba de ser feliz a su manera y, según la letra de la canción, también mordíamos más de lo que podíamos masticar. Las novias habían comenzado a amar de otra forma. Con las botas altas habían conquistado los taburetes de las barras y, aunque les parecía un poco canalla, adoraban la voz de Sinatra, que las obligaba a cerrar los ojos. My way comenzó a sonar también bajo los pinos del derruido jardín de Villa Valeria, donde un grupo de alucinados pacifistas intentábamos a nuestra manera derribar la dictadura con aviones de papel, y un día, desde la alta nieve del Guadarrama vimos pasar por el fondo del valle, sobre un armón de artillería, al dinosaurio envuelto con la mortaja de aquella canción. My way ilustró después todo el tiroteo de la transición, y al llegar la libertad me recuerdo bajo el cañizo de un bar mediterráneo que filtraba una luz de mediodía oyendo la voz de Sinatra, que decía: "Cuando tuve dudas/ me encaré con todo y no me hundí/ lo hice a mi manera". Hay canciones que sintetizan los sueños de una época, una forma de sobrevivir o de enfrentarse al destino. Durante años he llevado esa música en el coche y en medio de ella he ido envejeciendo. En muchos viajes he atravesado esa canción como si fuera un paisaje que me conducía a un horizonte de ojos azules. No era Sinatra un moralista, sino más bien un pendenciero flaco con el tabique nasal de platino, pero su garganta, que había admitido hectolitros de whisky Jack Daniels, era un terciopelo ligeramente raído por donde pasaba la voz de My way para contarnos sus caídas y sus formas de levantarse, su orgullo y sus derrotas. Ahora mismo la estoy oyendo en la terraza de una playa solitaria. Algunas ráfagas de viento de abril se llevan fragmentos de la melodía hacia alta mar y enseguida vuelve desde las aguas azules para recordarme aquellos días en que, aspirando un cigarrillo Lucky Strike, también yo quería construir un mundo de humo a mi manera, y uno de aquellos aros que salían de mi boca servía de corona al mejor de mis sueños. Sí, hubo una vez, seguro que lo sabéis, en que cada uno tuvo un momento de gloria que lo hizo inmortal. A su manera.