Museo de Arte Decorativo. ¿Qué nos estamos perdiendo de ver?
El museo del Palacio Errázuriz Alvear tiene un porcentaje altísimo de material sin exhibir
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Qué fue verse por primera vez, para saber que sería algo importante. Esa primera química entre en un hombre y una mujer de la alta sociedad encontró su perfecta forma y es hoy uno de los museos nacionales. El más personal –quizá–, y por qué no, glamoroso. Sobre Av. del Libertador se levanta el Palacio Errázuriz Alvear que da sostén, desde 1937, al Museo Nacional de Arte Decorativo. Alcanza con verlo para entender la naturaleza estética de quienes lo pensaron. La escena fundante entre Matías Errázuriz Ortúzar y Josefina de Alvear se continuó en el amor a las artes. Construido en 1911 por el arquitecto René Sergent, este palacio de estilo neoclásico francés fue, en su momento, el hogar de la pareja y sus dos hijos. Después de la muerte de Josefina, su marido decidió venderlo. Así nació el museo. Que cuenta con las piezas que fueran del matrimonio, que había hecho vida diplomática en Francia durante diez años, y de ahí el acopio. Sobre esa base, se amplió su material: hoy llega a las siete mil. Desde 2017 está bajo la dirección del arquitecto Martín Marcos (Bánfield, 1962), que viene de años en la gestión pública como la década frente a la Secretaría de Extensión Universitaria de la UBA. “Tuve a mi cargo el C. C. Ricardo Rojas, que en los 90 tuvo un rol muy importante en la cultura”. Luego, la dirección de MARQ por cinco años, dentro de una larga carrera entre la gestión y la docencia en la UBA. En relación a qué es lo que tiene distinto el Decorativo respecto de otros museos, Marcos lo define así: “Las artes decorativas son a los siglos XVIII y XIX lo que el diseño es a nuestra contemporaneidad –afirma–. Muchas veces mis propios amigos me decían, ¿qué es el arte decorativo, Martín? Bueno, eso. Es el arte aplicado, el arte que se involucra con una función”.
Pero lo que se ve no es todo. Hasta los museos tienen un lado B. Lo que se exhibe representa solo un porcentaje del volumen de las piezas. Depósito, guarda: palabras murallas que separan a las obras del público. Museos, archivos, bibliotecas no son sin una mirada, y sin que esa mirada los devuelva a la vida, los saque de su condición de objeto guardado. Dice Marcos sobre esto: “Igual que en casi todos los museos del mundo, la proporción de guarda y materiales de exhibición es más o menos así, un 85-15; en el mejor de los casos, un 80-20. En el Museo Nacional de Bellas Artes es 90-10; nosotros vemos de ese museo solo el 10 por ciento de todo eso, el 90 está en los depósitos de guarda”. Las preguntas se instalan solas: ¿adónde va lo que no se exhibe? ¿Las piezas que están en los depósitos fueron todas exhibidas? Y la más lindera a lo fantástico, ¿cuántos museos hay adentro de cada museo? Un palimpsesto auténtico: el arte dentro del arte.
-¿Cómo definirías el espíritu del Decorativo?
-Lo primero que van a encontrar es una de las más magníficas residencias de la Belle Époque en la Argentina que se puede visitar. Las demás que quedan, porque la mayoría fueron demolidas durante buena parte del siglo XX, son embajadas, hoteles, fundaciones, pero la única que es un Museo Nacional abierto al público, patrimonio de los argentinos, es este palacio. No es cualquier obra de arquitectura, sino una magistral. Si estuviera en París, Londres o Nueva York seguiría siéndolo. Es lo que el matrimonio Errázuriz Alvear hizo, y lo que el arquitecto René Sergent y todo su equipo hicieron en Buenos Aires. Si uno quiere entender a qué se refería André Malraux cuando dijo: “Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existió”, tiene que venir al Decorativo. Pensemos que fue un matrimonio muy exitoso. Hubo mucho amor, los dos eran cultos, inteligentes, diplomáticos. Cuando ella muere, él le propone al estado que se lo compren, con la condición de que, si la hacían por ley, dejaba toda la colección.
-Y en cuanto a lo que exhibe el Museo, ¿cuál es su particularidad?
-Un cuadro, una escultura, son obras de bellas artes. Las artes aplicadas, en su momento mal llamadas artes menores, son las artes que estaban metidas dentro de algo que cumplía una función: una silla, una mesa, un tenedor, un herraje, un mueble. Todos lo que se pueda imaginar. A los coleccionistas del siglo XIX y principios del XX les encantaban las artes decorativas. Entonces, los Errázuriz Alvear armaron una colección en Europa de piezas de arte, de bellas artes y artes decorativas, y además eran con las que ellos convivían: su mesa, su silla, su escritorio y su lámpara, de muy bien nivel, con muy buen ojo. Todo eso viene a Buenos Aires. Donde vivían antes de ir a Europa a vivir diez años durante la misión diplomática, no iba a entrar. Y construyeron este palacio.
-¿Qué pasa con todo el material que no puede ser expuesto?
-El Museo se vende en 1936 y en 1937 se inaugura con las mil piezas iniciales de la colección Errázuriz Alvear: el Greco, Rodin, el mobiliario, un montón de piezas que eran las que constituían esa casa. A lo largo de todas estas décadas, el Museo, por donaciones, adquisiciones o legado incrementó su colección a siete mil, de las cuales están exhibidas no más del quince por ciento. En su mayoría, de la colección inicial, porque son muy valiosas. Pero otras, valiosas también, se incorporaron a lo largo de los años. Igual que casi todos los museos del mundo, la proporción de guarda y materiales de exhibición es más o menos esa: un 85-15.
-¿Adónde van las piezas que no se exhiben?
-El 90 por ciento está en los depósitos de guarda. ¿Cómo resuelven los museos estos problemas? Con las exposiciones temporarias. Los museos sacan en exposición temporaria, con algún guion y alguna lógica curatorial que le interese particularmente, saca alguna colección y la exhibe. Nosotros hicimos eso hace tres años: 250 porcelanas de razas caninas de las principales manufacturas de porcelana europea del siglo XIX, principios del XX, una colección valiosísima que está en guarda. Son 250 perritos. Manufacturas de porcelana de Viena, Alemania, Inglaterra, Francia. Una exposición bellísima que hicimos en nuestras salas temporarias del subsuelo y fue un éxito. Dijimos que a esa exposición la gente iba a poder entrar con su perro. Fue una fascinación total. También sirvió para reflexionar: cómo convivimos en una ciudad como Buenos Aires con tantos miles de mascotas. Una pequeña pieza de porcelana guardada en un armario se pone en exhibición, se cuenta una historia y se arma algo que nunca se imaginó.
Lo que sale a la luz
Los perros de porcelana lo hicieron: dejaron atrás la condición de guarda y llevaron gente al museo. Llegó a los medios. Fue tapa. “Un buen museo es aquel que cuando salís –dice Martín Marcos–, te deja con más preguntas de las que tenías al entrar. Esas son las historias lindas para contar desde los objetos, desde la arquitectura, desde los espacios, desde las historias”. Y en relación con esa muestra que jamás hubiera sido de no haberse sacado del depósito, Marcos reflexionó con Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes, sobre las vueltas de las obras. “Esa semana hablé con mi colega y amigo Andrés Duprat, se reía y me decía: «Yo tengo la mejor exposición de Miró que hay en la Argentina desde 1930, la tengo colgada y todavía no fui tapa de la nacion, y vos con veinte perritos de porcelana, mirá»”. Como subraya el director del Decorativo, a la colección de Miró “no había con qué darle”. Por eso sorprendieron las piezas caninas, “cómo con algo tan sencillo que había estado guardado durante tantos años, funcionó así. Esa colección no salía a exhibición desde hacía 30 años”.
-De todo eso que todavía no se conoce, ¿qué cosas hay en el depósito del Decorativo?
-Me gusta particularmente una colección pequeña de esculturas griegas. Son bellísimas. Terracotas. Algunas están expuestas en una vitrina del primer piso, pero otras no porque son muy frágiles. Pero seguramente van a merecer una exposición en algún momento; de hecho, ya la tuvo, pero cada vez que abro ese armario y me encuentro con todas esas deidades del mundo griego mirándome, se me pone la piel de gallina. Hay otra pieza de un valor incalculable que se exhibe cada tanto, una sopera de plata que era de los zares. Hay varias de esas en el mundo. La señora Nelly Arrieta de Blaquier tenía una en su casa, ella pagó al experto para ver si la que estaba en su casa o la del museo era la que había estado entre los Romanov. La nuestra era la verdadera. Es otra de las que me parece que merecen ser vistas. Ahora estamos recibiendo muchas piezas de diseño argentino del Siglo XX. Preparamos una colección que, cuando tengamos el espacio del Museo Nacional de Arte Oriental, vamos a poder exponer de manera permanente y rotatoria.
-¿De qué se trata?
-Serán por momentos los muebles, las lámparas, la cristalería. Tenemos unos cristales de Lucrecia Moyano que son espectaculares. Es otra diseñadora, artista argentina poco visualizada, ella trabajó para la firma Rigolleau. Sus diseños son magistrales. Hay vasos de Tiffani, de buena parte de los diseñadores del art nouveau europeo. Los Rigolleau eran coleccionistas, se dedicaban al vidrio, obviamente, pero además coleccionaban piezas de vidrio y cristal y esa es una donación que entró, creo, en la década del 70. Cada vez que veo las piezas de Moyano me emociono, porque digo qué bárbaro, qué mujer, porque trabajar el vidrio es trabajar a 300, 400 grados de temperatura. Y además que en la Argentina se pudieran hacer esas cosas en la década del 60.
-¿Qué desafíos enfrenta un museo?
-Un museo no debe caer en ser un mausoleo. Y el decorativo tenía casi una condena con eso. Iba a ser el mausoleo de los Errázuriz. Cuando a un museo se lo hace dialogar con la contemporaneidad, se le hacen preguntas incómodas, cuando se lo pone en otra dimensión, entonces, ahí cambia.
- Gratis, previa inscripción. El museo está abierto de jueves a domingo, en Av. del Libertador 1902. De 13 a 19. El acceso es gratis, con inscripción previa: https://compartir.cultura.gob.ar/museo-nacional-de-arte-decorativo/. Además de la muestra permanente, hay exhibiciones destacadas, como la actual El centenario. Fellini en el mundo.
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