El Mundial 78, mi primer Mundial, me marcó para siempre. Entendí que el fútbol era algo más que deporte. Y que el periodismo deportivo podía ser algo más que un entretenimiento. Me acredité con 19 años, cuando todavía era estudiante de periodismo, y pagué de mi bolsillo los US$200 que pedía de depósito el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), la estructura militar que creó la dictadura para quedarse con el control y con el negocio de la Copa.
Cubrí el torneo para la agencia Noticias Argentinas (NA), a la que había ingresado meses antes, uno de los pocos medios en los que las Madres de Plaza de Mayo al menos podían dejar denuncias que, por entonces, nadie publicaba. Organismos de derechos humanos pedían desde el exterior que se boicoteara la Copa, pero el Gordo José María Muñoz, líder en audiencias, contragolpeó desde Radio Rivadavia diciendo que Europa quería quitarnos el Mundial y que todo era "una campaña antiargentina". La canción oficial de la Copa no admitía disidencias: "Veinticinco millones de argentinos/ Jugaremos el Mundial…".
Estuve en el Monumental el día que Videla, con monseñor Juan Carlos Aramburu (arzobispo de Buenos Aires) a un lado y João Havelange (presidente de la FIFA) al otro, inauguró "la Copa de la Paz". En ese mismo momento, las Madres daban su vuelta en la Plaza de Mayo. La TV holandesa filmó la escena. Algunos periodistas extranjeros me hacían preguntas para las que no tenía respuesta. Ellos sabían mucho más que yo. Recuerdo a uno en particular, era francés y se llamaba Alain Leblang. Años después lo reencontré en otro Mundial. Trabajaba para la FIFA.
Estuve también en el Monumental el día de la final 3-1 contra Holanda. Nunca grité goles como un hincha en un palco de prensa, ni siquiera los dos de Diego a los ingleses en México 86. Los goles del 78, como me sucedió durante toda la Copa, más que celebrarlos, los observé. Intuía, porque todo era locura, que ese carnaval tenía algo de insensato. Eso sí, jamás imaginé que a setecientos metros del Monumental, la ESMA era un campo de concentración.
Una de las primeras sorpresas, recuerdo, fue ver que la gente salió igual a festejar después de la derrota 1-0 contra Italia, cierre de una primera rueda difícil, que Argentina inició con ajustadas victorias de 2-1 contra Hungría y Francia. La sorpresa no fue solo porque se festejaba una derrota. También hubo destrozos. Los vi azorado a la medianoche, apenas terminé mi trabajo en NA y salí a caminar en medio de la multitud por la calle Florida. Los diarios, al día siguiente, no hablaron del tema.
La selección hizo un clic en la segunda vuelta en Rosario. Apareció Kempes en el 2-0 a Polonia. Y el partido contra Brasil (0-0) fue una final anticipada, más guerra que fútbol. El 6-0 siguiente a Perú, acaso el partido más polémico en la historia de los mundiales, aseguró el boleto a la final contra Holanda, ganadora del otro grupo y que, aún sin Cruyff, buscaba en Argentina la Copa que no había podido ganar cuatro años antes, cuando perdió la final contra Alemania, también país anfitrión.
Siempre recuerdo la entrevista que le hice a Rep, atacante holandés, horas antes de la final. "Tenemos miedo de ganar", me dijo. Usé la frase en el copete de mi despacho para NA. Pero la entendí algunos años después. El 6-0 a Perú, es cierto, pudo haberse facilitado por alguna bajada de línea política desde Lima. Si el Mundial se hubiese jugado en Brasil, me dijo una de las fuentes, el favor habría sido para Brasil. Entrevisté mucha gente durante años protagonista de ese partido. Recibí muchas sospechas, ninguna acusación concreta. Y así como Perú perdió dos goles claros en los primeros minutos (no todos los jugadores pueden acatar la orden de ir a menos), también Holanda perdió la oportunidad de ganar el Mundial cuando Rensenbrink estrelló un tiro en el poste en el último minuto. El alargue, con el Matador Kempes a pleno, fue delirio argentino. Fue un premio justo para una selección que, Menotti mediante, se preparó como nunca antes para un Mundial. Y también para la rica historia de un fútbol que, más allá de su eterna jactancia, ni siquiera había clasificado para México 70 y se había ido de Alemania 74 humillado 4-0 por Holanda. Videla, que jamás había pisado antes una cancha, celebró con los pulgares en alto. Creyó que él también había ganado.
René Houseman
Delantero | 60 años | Jugó los mundiales de Alemania 74 y Argentina 78
"El primer Mundial que me acuerdo es el de Inglaterra 66. Yo vivía en la villa de Belgrano y jugábamos a la pelota a la mañana, a la tarde y a la noche, no hacíamos otra cosa, pero los partidos de la selección los escuchaba solo en casa. Después de quedar afuera contra Inglaterra me fui a llorar al parque. Tenía 13 años".