Participó en competencias de alto rendimiento, su pasión por el ciclismo fue el impulso que la motivó para imponerse en un mundo de hombres
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El olor a bife a las cuatro de la mañana cuando su padre se preparaba para alguna carrera de ruta sumado al aroma a aceite Esmeralda Mum para masajes, son recuerdos que quedaron grabados en su memoria. En ese entonces Daniela Donadío tenía tan solo cinco años pero ya se forjaba en ella lo que se convertiría en una pasión y profesión años más tarde.
Tanto su papá como sus hermanos eran ciclistas. Sin embargo, a ella, nunca la dejaron competir. Menos en esos años, cuando las mujeres todavía no se habían insertado en la disciplina y los entrenamientos eran de grandes sacrificios. Había que levantarse al alba, salir a la ruta a practicar en medio de los autos y pedalear a 50km/h con la posibilidad de una caída que dejaba serias heridas en piernas y brazos, como mínimo. “Mis papás nunca lo desearon para mí y yo siempre soñé con ser ciclista profesional, hasta que un día, a los 15 años, mi mamá me dejó competir y así empecé”.
“Vivía una vida abocada al deporte y al estudio”
Su esfuerzo y compromiso pronto le significaron un lugar en la Selección Juvenil de Ciclismo. Entrenaba de lunes a lunes, se levantaba temprano para pedalear en el rodillo, después iba al colegio, volvía a las 13.40, almorzaba, se ponía la ropa de ciclismo y se acostaba a dormir unos veinte minutos antes de arrancar con el entrenamiento en pista. Por lo general, los domingos competía y el lunes descansaba activamente, es decir, salía a pedalear unos 20 ó 30 km.
A medida que progresaba en sus entrenamientos, un sueño iba cobrando forma en su interior: competir, estar a nivel nacional. Después llegó una participación en un Sudamericano, luego en un Panamericano. Y así, ella misma, iba subiendo la vara. “Nunca me interesó salir de noche, nunca tomé alcohol, nunca fumé. Vivía una vida totalmente abocada al deporte y al estudio. Pero era difícil porque era la chica rara del grado, que si iba a un cumpleaños de 15 o a una fiesta volvía a las doce. O, ya más de grande, si salía a tomar algo con amigas, ella pedía licuado en tanto que los demás tomaban cerveza. Pero no lo viví como algo que sufrí, lo viví como una etapa de mi vida relinda, de mucho esfuerzo, de soñar despierta para poder alcanzar mis objetivos, que siempre se trataba de algún podio”.
“Por ser mujer, parecía que no podía cumplir mis sueños”
Pero tuvo que sortear algunos obstáculos. El ambiente, no solo estaba dominado por hombres sino que también era machista. “Por ser mujer, parecía que no podías cumplir o hacer cosas y superarte y mejorar. Yo me hice el lugar, me lo hice con mucho respeto y sin escuchar a nadie. Cuando la gente no cree en vos lo primero que hace es decirte cosas que no querés oír, desanimarte, decirte que no vas a poder o preguntar cómo vas a hacer”.
Los diez años en los que Daniela estuvo en la selección argentina fueron muy exigentes, quizás, según dice, más que lo que se exige hoy en día. Por ejemplo, a ella no la dejaban caminar. Tenía que trasladarse a cualquier parte que fuera en bicicleta o estar tirada con las piernas para arriba. Caminar no era algo que estuviese bien visto en ese momento. Ahora los ciclistas salen a correr como parte del entrenamiento.
Sin miedo a lo desconocido: con Máxima y Mandela
Pero hubo un evento que lo cambió todo. Corría el año 1999 cuando Daniela se encontró entrando en calor para una de las competencias de los Panamericanos de Winnipeg, cuando una angustia la invadió y sintió que quería volver a su casa. Aunque era joven, tuvo la lucidez para esclarecer sus sensaciones: “Si no estoy disfrutando esto que soñé tanto tiempo entonces no lo tengo que hacer más”, pensó. No dudó demasiado, decidió retirarse, vendió todo y comenzó de nuevo. Tenía 25 años y sentía que había cumplido una etapa.
Por mandato familiar, estudió tres años de abogacía en la Universidad Católica Argentina para luego terminar en Relaciones Públicas y Comunicaciones. Luego obtuvo la concesión de las actividades en bicicleta en Las Leñas durante los meses de verano, usaba la marca Zenith, amigos y sponsors.
En 2001, con la crisis social y económica que atravesaba la Argentina, decidió viajar a Europa para hacer allí experiencia. En ese contexto, y con 26 años fue invitada al casamiento de Máxima a Holanda. Fueron cuatro días de lujo y fiestas. Y de ese viaje aún conserva en su memoria la charla que tuvo a solas con Mandela y su mujer, esperando que llegara Máxima del civil.
“Le escribí a un sponsor mío que se llamaba Martin Varsavsky (fue el inventor del callback o llamada a cobrar) y le dije, ¿Martin me das trabajo que me quiero quedar en Europa?
- Te puedo dar trabajo en mi velero de lujo como chef, le respondió
- Pero yo solo se cocinar comida argentina.
- No te preocupes, te pongo al mejor chef de Palma de Mallorca para que te enseñe los diez platos que a mi me gustan y listo.
Y así, estando en Mallorca, vivía en el velero amarrado al muelle y se iba en patines a la casa del chef para aprender a cocinarle la comida mediterránea que a Martin le gustaba. “La experiencia en el barco no fue tan buena. Tenía mareo de tierra y eso hacia que cuando me bajaba del barco a conocer otras ciudades me mareaba en tierra firme y la pasaba mal. El punto final fue yendo de Sotogrande a las Islas Canarias. Nos agarró una tormenta de dos días en el Océano, que casi da vuelta el barco. Yo estaba tan descompuesta que solo podía mover un dedo para contestar no, cuando me preguntaban si me sentía bien. Llegamos a Canarias, me bajé del barco y pedí que nos pagaran hasta ahí, porque yo no resistía un viaje más. El dinero de tres meses de trabajo en el barco nos alcanzó solo para el vuelo a tierra firme (de Canarias a España)”. Continuó viaje como instructora de esquí de los hijos de Martin en Baqueira Beret, y terminó en Irlanda, trabajando para un patrón de polo.
La bicicleta, un estilo (rentable) de vida
Se mantuvo de todos modos siempre vinculada a la bicicleta y al deporte de alguna forma. Fue Sport Manager de Red Bull y después, cuando entendió que le encantaba enseñar, creó su propio grupo de entrenamiento y fue creciendo. También se animó a organizar bicicleteadas masivas para cinco mil personas junto al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y una Expo Bici para los amantes de las dos ruedas.
Hoy, lejos de las competencias, reconoce que la bicicleta fue para ella una escuela de vida. “Esos diez años que estuve compitiendo de forma tan exigente hicieron de mí una persona que no se da por vencida, que no sabe lo que es la palabra no, que prefiere golpearse contra la pared antes de no intentarlo y que sabe que puede y que nadie me puede decir que no. Y quiero transmitir ese mensaje a las mujeres, que se animen a hacer las cosas que sueñan y que no escuchen a nadie, que solo escuchen a su corazón. Todo lo que logré lo logré así, escuchando solo a dos o tres personas que amo. Siempre seguí mi corazón, y me golpeé más veces de las que salí airosa, pero de esas que salí airosa me llevaron a ser lo que soy hoy”.
Con el COVID-19, la industria de las bicicletas fue una de las que más creció en pandemia; en los últimos dos años se triplicó, alcanzó 1.500.000 de unidades vendidas, y la movilidad en las calles del país aumentó un 83%, de acuerdo a datos de Google. En el contexto de la pandemia, y bajo el pedido de desarrollar bicicletas nacionales, Daniela también decidió apostar en este sector y presentó su nuevo proyecto: BUG Bikes, una marca argentina de bicicletas diseñada por ciclistas.
“Estoy muy feliz con este proyecto porque puedo plasmar mi amor por el ciclismo y mis años de experiencia, tanto arriba como debajo de la bicicleta, para diseñar la bici ideal, la que me hubiera gustado a mí, la que le regalaría a la persona que más quiero para que se enamore de este deporte y de la libertad que sentís pedaleando”.
“Desde siempre sentí que el ciclismo era un lugar donde la mujer no pertenecía, y para mí la bicicleta siempre significó mi lugar en el mundo, el punto de encuentro con mis afectos, la posibilidad de conocer nuevos lugares, el eje para llevar una vida sana… Emprender en un mundo masculino y abrir caminos para que las mujeres puedan participar de la libertad que da la bicicleta fue mi mayor desafío y es mi mayor orgullo”.
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