Mucho más que ir a fiestas y posar: así trabajan las influencers
Son las seis de la mañana en una ciudad que no es Buenos Aires, en un país que no es Argentina, y en el lobby de un hotel de lujo un grupo de influencers espera ser llevado al aeropuerto para volver a casa. Yo estoy ahí, entre agotado por el trajín de todo y contento por la experiencia de ser, en mi rol de periodista, parte del selecto grupo. La espera se hace larga, pues los representantes de la marca que organizó el viaje trabajan sin descanso –y sin dormir- para seleccionar el material de la fiesta que ocurrió la noche anterior. Las fotos tienen que ser publicadas minutos antes de que las influencers suban al avión, en las respectivas cuentas de cada una, todas a la misma hora y con los mismos hashtags. La ingeniería del asunto requiere precisión, sincronía y comunicación. Los invitados a la fiesta tampoco dormimos, porque estuvimos trabajando en el evento hasta tarde y ahora estamos acá, sin el primer café de la mañana, esperando. El lector se preguntará: ¿a qué llama usted, estimado periodista, "trabajar"? ¿Ir a una fiesta es trabajar?
Ultimamente todo el mundo habla de los infuencers, envidia a los influencers, odia a los influencers y, muy en el fondo o muy en la superficie, quisiera ser influencer. Como los tengo cerca, me suelen preguntar: ¿qué onda con ellos? ¿Cómo puede ser que les paguen por viajar y pasarla bomba o que les regalen un celular espectacular solo para que la marca tenga el privilegio de que ellos se dignen a usarlo? Las respuestas son bastante simples y remiten directamente a las reglas del mercado: muchos influencers miden, venden, comunican y llegan, ellos solos desde su telefonito, a la misma cantidad de consumidores que un medio de comunicación masivo. ¿Esto es real? Es real.
Yo, sin ser influencer, a veces gozo de los mismos privilegios que esta incipiente casta porque dirijo una revista. Cuando recibo un par de zapatillas, un smartphone, un perfume o lo que sea, lo subo a mis redes sociales escuetas de seguidores (para los parámetros que maneja esta gente) como para no desairar a la marca que me hizo el regalo en cuestión. Todos mis amigos, casi sin excepción, estallan de una sana envidia. No importa lo bien que estén de plata o la cantidad de cosas que se puedan comprar sin recurrir al canje; todos siempre demuestran su admiración o celos por quien recibe –en este caso, yo- cualquier cosa por el simple hecho de meter un hashtag o un arroba. La creencia, entonces, es que estos elegidos con la varita mágica de Instagram tienen la mejor vida del mundo. La idea es, también, que ninguno labura.
Ponerle el cuerpo y las horas
En este viaje que mencioné al principio y en otros viajes, eventos o acciones de prensa que suceden habitualmente en mi diario vivir como picapiedras de los medios, fui cambiando la noción de "los influencers son una plaga, no hacen nada, la tienen servida en bandeja" por el hecho algo triste y muy real de saber que, en la mayoría de los casos, trabajan tanto o más que yo cuando se trata de comunicar los atributos o las experiencias de una marca. Y aunque es cierto que ninguno es merecedor de un Premio Pulitzer y la mayoría alcanza tristemente a hilar dos frases a modo de epígrafe, también es verdad que le ponen el cuerpo a la causa. Van por todo y saben editar videos, son bastante genios con las fotos y están a la última en el mundo de las aplicaciones y adornitos para decorar todo lo que ocurre en sus perfectas vidas instagrameadas.
Sus agendas suelen estar repletas y a veces andan con dos teléfonos en cima, cámara de fotos, cargadores varios y un vestuario pensado especialmente para la ocasión (y la foto "casual"). Ninguno de los que yo conocí claudica en su objetivo de mantener vivo el ritmo de sus historias de Instagram con contenidos que entretengan a sus seguidores, mantengan complacidas a las marcas que la esponsorean y hagan girar la rueda sin parar. Eso que nosotros, como trabajadores de medios, logramos completar en nuestra jornada laboral de ocho horas promedio, los influencers más profesionales terminan haciendo todo el día, todos los días, en cualquier ocasión.
Porque el medio, en este caso, son ellos mismos. El personaje de tapa son ellos, el fotógrafo son ellos, la vesturista y productora de moda son ellos, las guionistas son ellos y las ejecutivas de publicidad son, también, ellos mismos.
Ellos, convertidos en producto, no pueden darse el privilegio de parar. ¿Y si dejo de subir historias? ¿Y si la gente se aburre de mí? ¿Y si me tomo vacaciones, desaparezco y viene otro a ocupar mi lugar? Imposible.
Un influencer, cuando hace que está de vacaciones para vender el lugar al que fue invitado, está en realidad generando el guión de su propia vida. Tiene que pensar, en cada momento, cómo va a contar eso que está viviendo, como hará que sea lo más envidiable posible y como mostrarse entretenido, siempre divertido, bello, muy feliz y ultra relajado.
La previa
La semana que viene me voy a otro viaje de influencers. Sí, yo que siempre quise escribir y ser periodista soy tentado por representantes de prensa que me dicen en modo de halago "ya estás para influencer vos, eh!". Pero me siento demasiado grande y demasiado vago para cumplir ese rol. Porque, como parece haber quedado claro en este relato, ellos trabajan más que nosotros. Trabajan de ser felices, lo que me resulta realmente extenuante.
Una de las que viajará conmigo es Angie Landaburu (@angelitalc en Instagram, con más de 430 mil seguidores), que parece estar todo el día pasándola bomba. Quienes conocemos el backstage de su vida sabemos que trabaja más que muchos de nosotros. Angie hace un mes viene proparando los outfits para las fotos que vamos a hacer en el viaje, investigando la carta de los restaurantes a los que vamos a ir para saber cuáles son los platos más instagrameables y preguntándome sobre cada actividad del viaje para ver cómo comunicarlo con exactitud milimétrica. Angie ya armó la paleta de colores de su feed, gestionó acuerdos y contratos con las marcas que la van a acompañar en el viaje (sí, que una influencer de moda use tales o cuales zapatos en sus vacaciones requiere de un acuerdo previo), modificó el pasaje varias veces para respetar sus compromisos en Buenos Aires y armó reuniones en nuestro destino para ampliar su red de auspiciantes a nivel latinoamericano.
Yo, de solo escribir esto, ya me cansé.
Y estoy seguro de que el lector padece un agotamiento similar al mio.
¿Queda claro que ser influencer es un trabajo extenuante?