La noticia no aparecerá en los portales ni en los canales deportivos, pero el 30 de mayo debía comenzar la edición 2020 del evento deportivo más peligroso del mundo, un desafío de temerarios que en silencio se convirtió en otra víctima del coronavirus en el calendario deportivo del año. No se trata de escalar el Everest o de ser arquero de la liga española y sufrir los goles de Lionel Messi o de lanzarse en un clavado desde 120 metros como practican los especialistas mexicanos, sino de una experiencia aún mucho más intrépida: subirse a una moto y competir en el Tourist Trophy (TT), la carrera con más muertos en la historia del motociclismo en particular y del deporte en general, por supuesto sin contar el boxeo.
Se trata de un delirio organizado todos los años en la Isla de Man, un islote entre Inglaterra e Irlanda en el que viven 30.000 personas y que una vez al año tiene su morgue preparada. Desde su primera edición en 1907, el TT ya produjo más de 250 muertes a pesar de que solo se corre una semana al año. El promedio es aterrador, de dos víctimas y medio por cada edición, por lo que la suspensión de 2020 debe ser una de las pocas noticias saludables que generó el coronavirus: un salvavidas para evitar más muertes, como solo había ocurrido en 2001, cuando la fiebre aftosa canceló la carrera, y lógicamente en la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
El Tourist Trophy de la Isla de Man es considerado el evento deportivo más absurdo del mundo. Desde sus inicios en 1907 produjo más de 250 muertes a pesar de que solo se corre una semana al año.
La Isla de Man, que no forma parte del Reino Unido, pero sí depende de la Corona británica, es un doble paraíso: fiscal y de la velocidad. La historia de estos desafíos callejeros de motos a 300 kilómetros comenzó a inicios del siglo pasado cuando se prohibieron las carreras en caminos públicos de Inglaterra y los pilotos se enteraron de una isla a 20 kilómetros de la costa inglesa en la que podían acelerar todo lo que quisieran. No se trataba de ningún circuito, sino de la única calle del lugar, una recta que unía los dos extremos de Man, pero para los motoqueros sonaba al cielo.
Aquellos primeros kamikazes ingleses y sus motos de alta cilindrada comenzaron a cruzar el mar de Irlanda para lanzarse en velocidad como no los dejaban en su país y, desde inicios del siglo XX, una vez al año, la carrera más esquizofrénica del mundo se corre entre finales de mayo y comienzos de junio. El Dakar, en comparación, es para tibios. En la Isla de Man, que mide 50 kilómetros de largo por 20 de ancho, se fueron agregando calles (no muchas porque es una isla en la que vive una población que entraría en la cancha de Ferro), y a falta de un circuito tradicional, el Tourist Trophy siguió corriéndose en ese puñado de caminos y de rutas, algunas que suben y bajan pequeñas montañas.
Aun para los pilotos con vocación suicida, resultaría mucho más seguro acelerar en un circuito preparado. El absurdo de Man consiste en que deben correr a esa misma velocidad entre banquinas, cordones, columnas de alumbrado, paredes de casas que están a un metro de la pista y público pegado al camino como si fuese el viejo Turismo Carretera, el de ruta. Ni siquiera el asfalto está bien conservado ni tampoco existen las protecciones de guardaraids y, mucho menos, las escapatorias de los circuitos urbanos, como el de Mónaco. Sería como una gran picada organizada, como un Rápido y Furioso, porque además no hay una largada conjunta, sino que se sigue el formato contrarreloj.
El circuito entre calles y rutas urbanas se extiende durante 60 kilómetros y las carreras, una diaria durante una semana, son a 6 vueltas. Un inglés delirante llamado John McGuinness, que ganó 13 veces la carrera, tiene el récord de vuelta en 17 minutos, es decir, a 212 kilómetros por hora en promedio. Sin embargo, el récord de velocidad neta en una recta es de 331 kilómetros por hora: hay que imaginarse que uno se asoma a la ventana de su casa y de repente un Fórmula 1 pasa en plena aceleración.
La TT fue parte del Mundial de motos hasta la década del 70, pero había tantas muertes que los pilotos pidieron dejar de visitarla y les hicieron caso. Desde entonces se convirtió en una carrera independiente: cualquier dueño de una moto acorde –y sin miedo de morir– puede participar en las diferentes categorías, desde los elegantes sidecars hasta las motos de mil centímetros cúbicos, la cilindrada más potente. Un argentino, el cordobés David Paredes, intervino varias veces en los últimos años, aunque por una cuestión de presupuesto siempre quedó lejos de los primeros lugares. Eso hasta que, en 2020, el Tourist Trophy pasó de asustar a todos a cerrar sus puertas por el coronavirus.