Sin dudas, dejar el suelo natal implica adentrarse en una aventura que deviene en grandes pérdidas y maravillosas ganancias, y en donde el impacto cultural es inevitable. Ser extranjero conlleva el enorme desafío de la adaptación, un reto impregnado de enseñanzas y revoluciones internas.
A través de los testimonios personales de diversos argentinos que decidieron emigrar, Destinos Inesperados intenta abrir una ventana al mundo a fin de explorar cómo se vive en otros lugares. En el camino, busca enriquecernos, soltar prejuicios y conocer un poquito más del planeta Tierra, que nos pertenece a todos.
En el fondo, sin embargo, cada crónica contiene un mensaje que trata, en general, acerca de soltar miedos, mandatos, y tomar coraje para vivir la propia historia. Porque como escribió alguna vez Herman Hesse: "La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero".
Los siguientes fragmentos forman parte de cinco historias que impactaron, junto a tantas otras, en el 2020.
Vivir en las islas Feroe: "Acá hasta los más poderosos te tratan con respeto, como persona"
"En los años que llevo viviendo en las islas Feroe nunca vi a alguien discutir. Ser amable, hablar bien y respetar al prójimo es algo que se enseña desde la guardería", revela Pablo Merin, un argentino que, veinte años atrás, jamás hubiera imaginado que algún día viviría en aquel país autónomo del reino de Dinamarca, de menos de 50 mil habitantes, ubicado entre Reino Unido, Noruega e Islandia.
Allá a lo lejos, en épocas en las que el archipiélago era tan solo un lugar remoto e ignorado, Pablo residía en una Argentina que había emergido compleja y cuestionable. Dejar atrás a su país no fue sencillo, aunque existieron varios argumentos sólidos que lo empujaron a tomar la decisión. El principal, su padre, quien le aconsejó que desplegara sus alas y buscara un futuro mejor.
Despedir San Martín, en Mendoza, y a sus amigos del alma resultó doloroso, aunque más duro fue decirles adiós a sus abuelos: con ellos había vivido por años y lo querían como a un hijo: "No les gustó la idea de que me fuera", rememora emocionado.
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El territorio inesperado amaneció montañoso, impregnado de praderas y enmarcado por acantilados sobrevolados por incontables aves marinas. El primer año fue duro, por el idioma y el clima, pero a partir del segundo, Pablo comenzó develar una bondad inaudita y una belleza peculiar.
"Cuando llegué por primera vez era verano y había muchas celebraciones estivales. Cada isla tiene una gran fiesta y fuimos a una de ellas con varios amigos de mi mujer. Recuerdo que entramos casa por casa y nos invitaban a tomar algo, ¡nadie se conocía!, resulta que acá es muy normal ingresar a los hogares de extraños donde hay fiestas y compartir", dice sonriendo.
"Sin embargo, una de las cosas a las que no me acostumbro es que todos dejan las puertas de los hogares abiertas, sin llave, y la familia, los amigos o vendedores entran a la casa sin golpear, de hecho, no tienen timbres", asegura. "Me ha pasado varias veces que estoy en casa y de repente veo a alguien adentro, un vendedor, un familiar, ¡me cuesta adaptarme a eso!"
"Un lunes por la mañana encontré unos zapatos que no eran nuestros (acá todos se los sacan para entrar a los interiores). Al rato vino un chico y me contó que se los había olvidado, que lo sentía, había estado en una fiesta, salió a caminar y al volver entró en la casa equivocada. Al darse cuenta regresó al lugar correcto, pero dejó los zapatos. Había tomado, ¡claro!, y yo no cerré con llave. Acá nadie se preocupa por algo así, todos se tienen confianza y es muy seguro. De igual modo, cuando estamos en el trabajo y alguien debe venir a reparar algo a casa, dejamos la puerta abierta. Pero repito, ¡cinco años pasaron y no me acostumbro!"
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Pablo dejó la Argentina para construir un mejor futuro, pero jamás imaginó que las islas Feroe formarían parte de su destino. Los caminos inesperados del amor lo acercaron a un rincón del mundo de una particular belleza y del que está muy agradecido. Hoy, luego de varias experiencias europeas y cinco años en el archipiélago, siente que logró una buena vida junto a su familia, en un hogar cálido, con un trabajo, y rodeado de gente muy querible.
"En las islas Feroe aprendí a respetar en un sentido superior, uno donde el bien de la comunidad, el universal, pesa más que el individual. Y, de alguna manera, me recuerda a la San Martín de Mendoza de mi crianza".
"Mi travesía, en general, ha sido una de grandes aprendizajes culturales y personales. Cada lugar, con sus similitudes y diferencias, me ayudó a crecer, evolucionar. Sin lugar a dudas, a Europa - en relación a lo económico y la calidad de vida - no la cambio por Argentina. Pero, a pesar de todas sus bondades, si nuestra patria fuera un lugar seguro, organizado y poco corrupto, no cambiaría Argentina por Europa. Aun así, lo único cierto es que los eventos de mi vida tomaron una dirección y ahora siento que pertenezco a Europa, y creo que eso no lo cambiaría. Si tuviera que volver atrás y tomar la decisión de irme otra vez, tomaría el mismo camino".
Vivir en Paraguay: "Los argentinos no somos mejores y existe mucho por aprender"
A Mariano Moyano jamás se le hubiera ocurrido mudarse a Paraguay. En el pasado, su profesión de abogado lo había llevado a vivir en Nueva York por un tiempo, un destino que para su entorno se oía natural a la hora de evaluar la posibilidad de emprender un cambio de vida. ¿Pero Paraguay? ¿Por qué elegiría aquel país latinoamericano, hermano fronterizo en el mapa, pero tan alejado de las fantasías de un ideal? Sin embargo, cuando llegó el momento de tomar la decisión, no lo dudó. El semblante de su mujer, Florencia, irradiaba todo lo que él necesitaba para saber que hacían lo correcto: allí, rodeada de aquella atmósfera, ella contagiaba felicidad.
Buenos Aires siempre había sido querida, en la Argentina el matrimonio tenía un camino andado, pero anhelaban transitar por nuevos senderos que les abrieran las puertas a desafíos inéditos, para enriquecerse y ampliar sus visiones del mundo. Por aquel entonces, con 35 y 32 años, se percibían jóvenes, aunque no tanto; sin dudas, sentían que poseían la suficiente energía para emprender el nuevo rumbo: "Obviamente, este tipo de decisiones se viven con un poco de miedo", reconoce Mariano hoy. "A la distancia comprendemos que fue una iniciativa osada, pero el tiempo nos dio la razón".
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Mariano jamás olvidará la seguridad de Florencia al tomar la decisión. Cuando pisaron por primera vez territorio guaraní juntos en una visita en mayo del 2005, palabras inesperadas surgieron de la boca de su mujer: "Yo me quiero quedar acá, esto es lo que siempre soñé". A ella, los aires paraguayos le recordaban a sus cinco años en Caracas siendo soltera, al calor humano caribeño y a una alegría diferencial conquistadora de corazones.
"Ella vio que era un lugar ideal para criar a nuestra hija de dos años y a los hijos que vinieran (dos más llegaron en Asunción). Asimismo, pudo apreciar la calidad de su gente, la simpleza y el hecho de que todo allí parecía fluir sin tantas complicaciones. Aunque al principio no estaba convencido, de pronto también lo pude ver", continúa Mariano.
Nada los ataba a Paraguay, ni trabajo ni proyectos, sin embargo, en julio del 2005 ya estaban mudados: "`Andá a Buenos Aires y vendé todo´, recuerdo que me dijo mi mujer. Fue una decisión impulsiva, pero dicen que las mejores decisiones son las que se toman desde el corazón...", sonríe Mariano.
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En sus 15 años viviendo en Paraguay, y excluyendo el período de pandemia, la estabilidad los acompañó en sus actividades: "No conocemos de recesión, ni de inflación, ni de corridas cambiarias", revela Mariano. "Cada vez que nuestros hijos visitan Buenos Aires se sorprenden al ver que los precios ya no son los que ellos conocían de su último viaje. Ellos se han criado sin esas cosas y como padres es uno de los objetivos cumplidos".
"La inseguridad generalizada tampoco es un tema aquí", continúa pensativo. "Si bien hay algunos problemas como en muchos países, acá se respira cierta seguridad. Me he olvidado con frecuencia la llave puesta en el auto, o la ventana abierta y... nada. Paraguay es un país que progresa, con sus problemas obviamente, que los hay, pero seguirá progresando".
Vivir en un pueblo de EEUU. Son argentinos: "Nos ganamos el corazón de la región"
"¿Y ahora qué?", se preguntó Sandra angustiada mientras ordenaba el galpón y entremezclaba su tristeza con sensaciones de alegría generadas por el simple acto de desempolvar pequeños tesoros perdidos. Ningún objeto parecía ser demasiado relevante hasta que, de pronto, divisó una carta en la que pudo distinguir un sello proveniente de Estados Unidos. ¡La recordaba! Era una correspondencia vieja que les había dedicado su tío para el día de su casamiento. En ella, les deseaba todo lo mejor y los alentaba a que un día den un gran salto, se suban al avión y allí, en el gran país del norte, dibujen otro destino. En su momento, a Sandra y Fabián, la sola idea les pareció una locura.
Pero ahora los números no cerraban. Sandra sentía que habían ingresado a un túnel demasiado oscuro, descendente y en donde parecía imposible hallar una luz al final del camino. Su negocio había vivido sus días de gloria, pero era tiempo de aceptar que la gente ya no invertía en fotos para casamientos o bautismos, "¡es más, la gente ya ni se casa!", le exclamó un día a Fabián, dueño del negocio aparte de ser su marido. Definitivamente, el ayer ya había dejado de ser y era necesario pensar un nuevo presente, para vislumbrar un buen futuro.
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El reencuentro con la carta dejó a Sandra pensativa: ¿y por qué no? Entonces llegaron las charlas, las innumerables horas de insomnio y las tantísimas lágrimas, hasta el día que decidieron partir. "Nuestros padres, aunque les doliera, siempre estuvieron presentes y apoyando. En cuanto al resto, hubo de todo. Es el precio que hay que pagar - el enojo de algunos, la indiferencia de otros- que duelen como el tan nombrado desarraigo, que se siente al principio, pero como todo, eso también pasa".
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"¿400 habitantes?", se sorprendieron sus allegados en Argentina. A pesar de haber llevado una vida en los suburbios, Sandra quedó maravillada por la atmósfera diferencial de aquel pueblo mínimo que los recibió con los brazos abiertos desde el principio.
Como productores gastronómicos artesanales, la vida en una pequeña comunidad al pie de una montaña emergió como si estuviera hecha a su medida. Con días que arrancan desde el alba, la comunidad simple, generosa y amigable, se dispuso a hacerlos sentir bienvenidos como nadie:
"Desde el primer día nos sentimos como en casa. Lo cierto es que ya nos habíamos hecho de varios amigos a lo largo de los años, ya que solíamos venir semanalmente a vender nuestros productos en el mercado de agricultores", cuenta con una gran sonrisa. "Aquí nos dedicamos a hacer quesos y dulces artesanales, así como empanadas argentinas y nos hemos ganado el corazón y el estómago de la región. Y el tercer domingo de cada mes hacemos pizza party ¡y se llena!".
Con su nueva vida llegaron nuevos aprendizajes originados por otros por hábitos a los cuales debieron adaptarse. Sandra pronto descubrió que para hacer ciertos mandados tenía que planificar su semana con antelación. Para comprar las necesidades diarias, por ejemplo, debía manejar 25 minutos por un camino de montaña, y el correo, por otro lado, apenas estaba abierto de 11 a 13hs.
"¡Acá se lleva una vida de granjeros, bien rural"!, continúa. "Todos los que pasan por la puerta, ya sea en camioneta, moto o tractor con su carga de fardos de paja, tocan bocina o levantan la mano para saludarnos. Y la gente del `vecindario´ está contenta de que esta casa, que ha estado deshabitada por 15 años, haya vuelto a vivir, así que, aunque no estemos, ¡tocan bocina y saludan igual!".
"Asimismo, se escucha el ruido de las motosierras preparando leña; acá, cuando te querés acordar, ya se vino el invierno y hay que estar listos. ¡No va a faltar mucho para ver el humo de los hogares tratando de tocar las nubes! Y cuando la vida se pone difícil, tiendo a pensar que mi recompensa es vivir en este paraíso, la casa rodeada de un bosque, que nos va a proveer de la leña para que no nos falte el calor de hogar".
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"Por supuesto que uno reniega con ciertas cosas, o se agarra broncas, pero si tengo que hacer un balance, este es positivo. ¡Nuestra experiencia nos enseñó tantas cosas! Insertarse en otra cultura te abre los ojos y el corazón, aprendés que hay mil y una maneras de hacer una misma cosa, o afrontar una misma situación", continúa. "Una cuenta pendiente es volver a nuestro país, mi querida Argentina, que la recuerdo en todo momento. Hay días que la extraño más que otros. Se extrañan los olores, las voces y los sabores de lo nuestro, que vive intacto en nuestro corazón y en él habitará por siempre", concluye conmovida.
Vivir en Fiyi. Son argentinos: "Acá un buen auto o casa pasan a un quinto plano"
"¿Dónde están los muebles? ¿Acaso no usan sillas o mesas?", solía preguntarse durante el día Paola del Moral, entre tantas otras incógnitas que emergían de aquella comunidad tan extraña como amable. "¿Qué hago acá?" era, sin embargo, el interrogante que la asaltaba, una y otra vez, por las noches.
Las islas Fiyi, esas mismas con las que soñaba Truman antes de revelar que era el protagonista de un show, jamás habían formado parte de los planes de la mujer argentina que, cada mañana y durante casi un año, despertó sin comprender bien dónde estaba. "La sensación de estar de vacaciones no terminaba más, me tomó muchos meses asimilar que este destino en el mundo, Fiyi, es mi hogar. El lugar es hermoso, la gente es increíble, pero sentía que no era mi casa. Faltaba la rutina, faltaban las costumbres. Fue difícil".
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Como paracaidista profesional, Sebastián, el marido de Paola, había recorrido varios rincones de la tierra, pero ninguno lo había conquistado. A Fiyi llegó por primera vez en el 2016 por trabajo, y se enamoró de su atmósfera irremediablemente. A la Argentina regresó con la idea fija de armar valijas y mudarse:
"Yo no quería saber nada", confiesa ella al recordar la insistencia y lo descabellada que le resultaba la idea. "Soy ingeniera en sistemas y trabajé dieciséis años en la misma empresa. Soy muy estructurada. Tenía un trabajo cómodo, mi casa, mi familia, mis dos hijos, mis dos caniches. Era un rotundo no".
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Con el transcurso de los meses, ya enamorada de la belleza del puerto Denarau, hubo otras costumbres que a Paola le resultaron inesperadas. Le impresionó la gran libertad de elección sexual y el claro avance en relación al cuidado del medio ambiente. A pesar de ser muy antigua y tradicional en costumbres, y no estar habituada a los usos clásicos occidentales de la tecnología, Fiyi se presentó moderna en otros aspectos:
"Todas las casas tienen paneles solares y el 70% de los autos son híbridos. No se ven motos como en otras geografías similares: no les gusta ni las saben manejar. Por otro lado, el Facebook acá se usa para el trueque, para cambiar pescado por verduras. Acá no se pasa hambre: si tiene el estómago vacío, el fiyiano pesca", asegura. "¡Y no hay muebles tal como los esperaríamos! Usan una manta tejida de paja, allí se sientan a comer y se reúnen a rezar. Algunos tienen colchonetas en el suelo, pero no hay televisores, mesas o sillones".
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"Este pedacito del mundo, tan bello, llegó para enriquecerme. Acá aprendí a vivir despacio, a que la ropa no es importante; a que un mejor auto o una casa pasen a un quinto plano", continúa pensativa. "Este lugar me enseñó que uno no dimensiona lo que tiene hasta que lo extraña. Pero, a pesar de todo, acá también aprendí a disfrutar un poco más el atardecer, meterme en el agua calentita a cualquier hora del día sin prisas, o tan solo escuchar el sonido de las olas. Pienso que soy muy afortunada, sin embargo, no pierdo las esperanzas de que algún día las cosas en mi patria mejoren para que mis hijos puedan volver".
Vivir en Chipre: A los 56, estaba por cerrar su hostería, pero el último inquilino cambió sus planes
Pero entonces, a su hogar compartido llegó su último cliente en búsqueda de un cuarto para alquilar. Elena, que ya tenía 56, jamás hubiera sospechado que a su vida había ingresado su gran amor: "Cuando lo vi entrar quedé impactada. Estaba ahí parado en la puerta, me observaba y no se movía, y yo me mantuve distante, en mi lugar de dueña de casa", recuerda. "Nos encontrábamos en el desayuno y hablábamos un poquito en inglés, me contó que vivía en Inglaterra, pero me repetía la palabra `Cyprus´, su lugar de origen, tardé en darme cuenta de que hablaba de Chipre, isla que conocía solo de nombre, aunque ni sabía dónde quedaba. En una charla le pregunté por qué al llegar se había quedado en la puerta inmóvil: `Te estaba mirando y pensé: todo el mundo parece tan enojado, y ella está ahí, con esos ojos tan plácidos´, me dijo. Pobre hombre, se encontró después con la otra parte", ríe con ganas.
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"Había viajado a verlo a la isla y todo de ella me parecía divino", rememora la mujer, que a su llegada a Chipre ya había cumplido 58. "Estaba muy enamorada y, al principio, los filtros fueron poco objetivos; siempre somos poco objetivos, pero cuando uno está enamorado, los velos son más gruesos. Todo era brillante, burbujeante, encantador, divertido, bello".
Arribó en invierno y llovía. El reciente encantamiento con la isla duró poco y el castillo de arena comenzó a desmoronarse. De pronto no hubo nada, pero nada, que le resultara familiar y el temor lo invadió todo: se hallaba sin amigos, sin trabajo y sin lengua, porque si bien manejaba un inglés respetable, descubrió que una cosa era entenderse en aquel idioma y otra vivir con él. Y de griego, la lengua cotidiana en su ciudad, nada:
"A los tres días de mi llegada estaba aprendiendo griego en inglés con un nivel de estrés increíble. A los 58 años el disco duro es más duro aún, así que todo me costaba más. Pero había algo, junto al amor, que a mí me retenía en la isla a pesar del idioma, de la comida diferente, la música desconocida y las extrañas formas de relacionarse".
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Perfeccionarse en las lenguas locales fue otro de sus caminos hacia la amistad. Elena había terminado su primer año de griego con poco estudio, sin saber demasiado, y comprendió que lo más sensato sería focalizarse en perfeccionar su inglés, idioma que allí todos dominan:
"Chipre tiene una riqueza histórica impresionante. Al estar situada en lugar estratégico, el mundo la ha querido desde siempre; solo tiene sesenta años de independencia. Todas las culturas imaginables la han marcado de alguna forma: europeas, árabes, turcas, griegas, romanas. Los últimos que estuvieron fueron los ingleses, que dejaron gran cantidad de huellas, como la forma de conducir, o la obligatoriedad del inglés en las escuelas. Esto, a los extranjeros, nos beneficia. Perfeccionar el idioma permitió comunicarme mejor. Un par de años después me metí con el griego más fuerte, lo que no quiere decir que lo hable bien todavía. Practico con mi pareja, y tengo muchas amigas chipriotas, pero lo interesante es que si les hablo en griego me contestan en inglés", dice sonriente. "Lo vivo como un gesto amoroso y les pido por favor que me hablen en su idioma".
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Hoy, a sus 69, y luego de once años en Chipre, Elena rememora con orgullo el recorrido de una travesía que le dejó grandes enseñanzas, entre ellas que, aunque parezca imposible, nunca es tarde para atender el llamado del amor y emprender otro rumbo hacia una nueva vida.
"Mi experiencia me enseñó que no hay que dejar que el miedo, ni esa incertidumbre que nos lleva a ver todo bajo filtros oscuros, nos domine. La actual pandemia me recuerda a mis viejos temores ante lo inesperado. Creo que ésta nos está invitando a mirarnos hacia adentro para curar la mente, por supuesto, siempre atendiendo lo físico. Hoy, predomina un gran miedo que nos quiere atrapar, pero no lo debemos dejar crecer. Lo velos propios y las informaciones contradictorias nos alejan de la confianza y la paz. En mi caso, hace un tiempo decidí dejar de consumir las noticias. Por supuesto, cuando me enteré de Argentina, me invadió cierto temor y fui consciente de la distancia, pero me di cuenta de que con miedo no le sirvo a nadie y volví a mi foco de orden interno en todo sentido", reflexiona.
"En estos años también aprendí acerca de los lazos invisibles a pesar de las diferencias. Recuerdo que, en una época que estaba haciendo danza del vientre acá en la isla, me enteré de que los sirios toman mate como nosotros, y en cantidades industriales. Al ir a comprar el cinturón con moneditas, descubrí que en la tienda tenían yerba, bombillas y mates. El paquete, de marca desconocida, decía: producto de Argentina, pero todo estaba escrito en árabe. Al final, estamos más unidos de lo que imaginamos".
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"Los impactos culturales dan miedo porque también te cuestionan el quién soy y qué hago acá. Atravesé muchos de estos choques, pero comprendí que siempre tuvieron que ver con los juicios, con lo que uno cree que está bien o mal; lo que es lindo y lo que es feo. Hace poco leí una frase de un libro que decía que somos capaces de ver la belleza a nuestro alrededor en proporción al amor que llevamos dentro. Chipre me enseñó y me enseña a hacer crecer cada día un poco más ese amor".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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