"Contusión temporal izquierda; hematomas por golpe de mano en ojo izquierdo y comisura labial izquierda; fractura de rótula izquierda; hematoma por equimosis manual en cuello; gran hematoma en músculo esternocleidomastoideo izquierdo y vena yugular; fractura de base craneal".
¿Qué habrá pensado el forense Jorge Tonelli cuando elaboró su informe? ¿Habrá pensado en la foto, en esa foto? ¿En el cuerpo blanco perla tendido en el piso rugoso con las piernas quebradas, en el pelo escurriéndose sobre las baldosas de ladrillo como un remolino dorado, en la cara que miraba hacia abajo como aceptando el anonimato al que algunas veces la muerte somete a un cuerpo cuando para todos pasa a ser solo eso, un cuerpo?
El 14 de febrero de 1988 Carlos Monzón asesinó a Alicia Muñiz y el país miraba aterrado aquella foto sin poderle poner nombre a lo que había pasado. El campeón, el chico pobre nacido en un pueblo de Santa Fe que llegó a Montecarlo, el de cara aindiada de maneras toscas y ojos llenos de hambre, el que con su metro setenta y pico le robó la corona a Nino Benvenuti, el que había tenido que empezar a trabajar a los 8 años y ahora compraba Louis Vuitton, el que supo ser actor y se volvió amigo de Alain Delon, el que con 35 años cosechó 100 peleas con solo 3 derrotas, el de mal temperamento, el que conquistó a Susana, el que se peleó con Susana, el sueño morocho que llenaba Luna Parks, que había roto el hechizo y venía a incomodar el silencio conquistado por una sociedad para la que los trapitos sucios se lavaban en casa y que ahora tenía que reconocer que el campeón, su campeón, había matado a su esposa.
***
Julieta:
Debo decirte que me gustó tu carta […] Realmente me ayuda muchísimo y a veces me siento muy querido. Lamentablemente solemos tirar piedras sin antes conocer a la gente y entramos a juzgar como si fuésemos dueño (sic) de la verdad. Tengo mi mente tranquila, no pierdo mis fuerzas. Soy inocente.
Un amigo,
CM
8 de marzo de 1989.
La serie: ¿campeón o asesino?
La pregunta parece inevitable. ¿Cómo contar hoy la historia? Jesús Braceras es el director de Monzón, la serie que se acaba de estrenar por Space con una producción de Disney Media Distribution y Pampa Films. Con más de 300 personajes, 19 semanas de rodaje y un equipo técnico de 100 personas, la apuesta para nada modesta se suma a las biopics que tan de moda andan por estos días, metiendo el dedo en una llaga que parece no haberse cerrado del todo. ¿Cómo contar a Monzón? ¿Campeón o asesino?
–Fue la primera pregunta que nos hicimos. El apellido se resignificó muchísimo, pero eso fue en este último tiempo, porque inclusive muchos años después del asesinato mucha gente seguía sin cuestionarlo. Creo que es interesante el contraste con la sociedad de 1988, que permitía un montón de cosas que hoy no se permiten.
–Difícil lograr que el relato no se vuelva un juicio sobre su protagonista…
–Nosotros no lo juzgamos. Como director decidí no hacerlo porque es muy difícil dirigir a un personaje que no querés… Lo difícil era ver cómo contábamos la historia. Era como el Titanic; vos, el final ya lo sabés, pero investigando aparecieron otras preguntas y también otras respuestas, por ejemplo el papel que tuvieron los medios y el paralelismo que se puede trazar con el ahora.
–¿Por qué?
–Y al segundo día tenías tapas con sentencias que ya tomaban partido. Te decían que era un asesino o que era inocente. Por ejemplo, para la escena donde él vuelve a la casa con el juez para reconstruir lo que pasó esa noche, usamos el audio de archivo. Ahí podés escuchar, la calle estaba llena y un grupo de personas le decían: "Dale, campeón" mientras que la otra mitad le gritaba "Asesino"… No sé, hay algo muy fuerte.
–¿Qué?
–Creo que tiene que ver con lo que pasa con los ídolos populares, y cuánto, muchas veces, les llegamos a permitir.
El Macho
–Todos los boxeadores están un poco locos.
–¿Por qué?
–Y esa es fácil, nena. ¿Quién se sube a un ring?
Jorge Paladino se reclina sobre un sillón estilo inglés de cuadros verdes que entran en perfecta sincronía con su traje pardo. El tercer piso en el barrio de Caballito que oficia de consultorio, en realidad, goza de una prolijidad casi monocromática, acorde con los buenos modales de su dueño.
Paladino tiene una voz como suenan las voces de antes, rugosas, con cierto aire campechano que vuelve simpática su altanería porteña. Conoció a Monzón en los 70, en el gimnasio del Luna Park, una de esas Atlantis que quedan bajo el agua de nuestra desmemoria, pero que en su momento fueron un lugar de culto en la ciudad. Si uno pasaba a eso de las cuatro de la tarde por la calle Bouchard podía, por ejemplo, ver entrenar a Monzón y a Ringo Bonavena. Paladino fue el médico de los dos.
–Aquel (por Monzón) era un calentón… Una vez estábamos en el Maxim’s de París y se enojó con Susana (por Susana Giménez) por celos. Resulta que estaba Víctor Galíndez, que le daba charla a Susana y, claro, era muy mujeriego. Y a este le agarró la locura de irse… Y se fue, caminando arriba de las mesas. Y nos tuvimos que ir todos.
Tírenme, hijos de puta, pero mátenme porque si no los mato a ustedes. El que saca un arma tiene que tirar, son códigos.
–¿Era una persona violenta? –indago, entendiendo la trampa que supone esta pregunta. Paladino la sortea bien, con otra historia que lo pinta de cuerpo entero.
–Un día estábamos en Venezuela, habíamos ido a ver a Nicolino Locche que peleaba en el Maracay. A la noche estábamos caminando Monzón, yo, Locche, Tito Lectoure y un cantante de allá. Entonces pasa un coche con seis venezolanos y uno le grita: "Oie, Monzón (Paladino entona caribeño), te juego US$200.000 a que no le ganas a Mantequilla". "Yo no juego, yo peleo", les respondió Monzón. "Tú no juegas porque eres un cagón"... Uh, para qué. Nos fuimos todos a parar a un parquecito frente al hotel. Uno de ellos lo agarra y otro le tira una patada en la cara. Él la esquiva, se suelta y empieza a correr a otros dos. Cuando estaban a 20 metros, los venezolanos sacan un revólver. Entonces Monzón se rompe la camisa y les grita: "Tírenme, hijos de puta, pero mátenme porque si no los mato a ustedes". Los tipos salieron corriendo.
–¿Y qué pasó después?
–Vuelve Monzón recaliente. "El que saca el arma tiene que tirar, son códigos", nos decía. Y al rato nos tira: "Quiero pelear con ese". Se refería a Mantequilla.
La pelea con José Ángel "Mantequilla" Nápoles se hizo el sábado 9 de febrero de 1974. Nápoles se rindió antes de llegar al séptimo round. Para publicitar la pelea, como Nápoles tenía el suyo, Alain Delon –organizador del evento– le inventó a Monzón un apodo. Le puso el Macho.
Estimada Julieta:
Querías saber mis programas favoritos, son "Los profesionales", "Magg Giver" (sic) y las películas que dan los miércoles y sábados por el canal 10. Me gustaría ver "División Miami" y "La familia Ingalls", pero por este canal no lo pasan.
C. Monzón
25 de mayo de 1990.
La bella y la bestia
Si el ring lo convirtió en héroe, Susana significó la consagración del mito. La invención de Daniel Tinayre, además de dar pie a una de las películas más vistas del cine argentino, La Mary, encarnó la fantasía sexual de todo un país. El morocho y la rubia. La bella y la bestia. La burguesa y el cabecita negra. La estrella y el campeón. Por donde se la mire, la fórmula era irremediablemente efectiva, acogía la pulsión más instintiva de una imaginería que necesita entender hasta el deseo en términos antagónicos.
Y, consciente o no, Susana supo alimentarla desde el comienzo. Uno de los primeros en entrevistar a la pareja fue Juan Alberto Badía. El reportaje es realizado desde un móvil. Badía les propone un juego, entrevistarse mutuamente.
Arranca Monzón.
–¿Qué recordás más de la película? –pregunta serio.
Susana se ríe mientras juega con su flequillo.
–Ay, Carlos, qué se yo. Todo, ¿viste? Cada escena fue una pequeña experiencia.
Susana suelta nuevamente una risita intentando mostrar cierta picardía.
–Supongo que hay que preguntar qué opina del señor Carlos Monzón – interviene Badía, intentando hacer su oficio.
–Un buen chico. Es un buen boxeador –Susana suelta una carcajada mientras toma a Monzón del brazo y se mueve como una novia adolescente–. No, la verdad es que Carlos fue una sorpresa, y no te lo puedo decir solo yo. Es un tipo que tiene una gran plasticidad. Y es muy inteligente, no hay que repetirle las cosas. Estamos todos sorprendidos.
–Bueno, ahora le toca a él… –sugiere Badía.
–¿Estás loco? –lo interrumpe la actriz–. Yo no me atrevo. A ver si me dice alguna macana.
El final
Una lámpara se enciende como en cortocircuito. Los ojos se abren, y ahí lo vemos. El Monzón pensado por Braceras y encarnado por el actor Jorge Román aparece tendido en el piso. Se toma el hombro, se queja. Se lo ve dolorido. Se percibe cierta confusión. Es de noche, es lo único que sabemos. No hay ningún otro indicio que nos cuente, que juzgue, que nos permita anticipar la escena. Recién cuando el plano se abre, la vemos a ella tendida a su lado. Y entonces, apenas unos segundos después, el pelo rubio que asoma como húmedo y termina en un charco de sangre nos dice que lo peor ya ha pasado. Aunque para la historia ese recién sea el comienzo.
Carmen Carrasco y Alicia Muñiz se conocieron cuando tenían 18 años. Alicia acababa de llegar de Uruguay y fue a pedir trabajo a Horizonte, un boliche de danza árabe que venía haciendo furor en los 70. Carmen llevaba un año allí. Según recuerda hoy, era como tocar el cielo con las manos: "A los tres meses me pude comprar un auto. Y ni siquiera sabía manejar".
Para los 80, ya pasaban todo el tiempo juntas. Fue en esos años que Alicia conoció a Monzón.
–Al año empezó a sacar su lado oscuro. Alicia me empezó a contar que venían los amigotes de Santa Fe, que se quedaban en la casa y eran como unos animales. Un día ella estaba haciendo fideos y delante de ellos se los tiró en la cara porque decía que estaban horribles. Lo denunció un par de veces…
–¿Y qué pasó?
–Nada, no era como ahora. No le dieron bola. Me acuerdo una vez que fuimos a buscar a un comisario que era amigo nuestro. Ese día la escucharon más. Pero ¿quién se iba a querer meter con Monzón? Imaginate, él iba seguido a Via Veneto, un boliche en Recoleta, y siempre pasaba lo mismo. Se tomaba dos tragos y quería boxearse con todo el mundo, pero nadie le decía nada.
–¿Por qué?
–Y porque para el dueño, que él parara ahí, era flor de negocio.
¿Quién se iba a querer meter con Monzón? Imaginate, él iba seguido al boliche Via Veneto y siempre pasaba lo mismo. Se tomaba dos tragos y quería boxearse con todo el mundo, pero nadie le decía nada.
Julieta:
El juicio es en mayo, se confirma la fecha en estos días, lo espero con mucha fe, verán que la realidad de las cosas no son como las difamaron…
Carlos Monzón
19 de abril de 1989.
Julieta, que es Julieta Gómez Martí, se acuerda del 14 de febrero de 1988 como si fuera hoy. Tenía 12 años y estaba de vacaciones con sus padres. El boxeo para entonces se había convertido en la rutina de los sábados para la familia. Cuando no podían ir al Luna, Julieta y el viejo se prendían a la tele mientras la mamá amasaba unas pizzas.
–Me acuerdo la primera vez que vi el nocaut de Monzón con Benvenuti, me enamoró. La potencia, el poder… A quien no le guste el boxeo, lo sé, puede sonar raro…
De pronto, la voz se quiebra. Julieta, que ahora roza los 40, ostenta título de abogada y es árbitro de boxeo, se pone a llorar.
–Me emociona mucho hablar de esto. Para nosotros compartir esas noches era eso, amasar la pizza, escuchar la pelea. Hasta hoy mi papá me plancha las camisas cuando me llaman para alguna pelea… Y no sé. Yo no lo veía como "Monzón" –dice, dibujando las comillas en el aire–. Era mi amigo, ¿me entendés? Yo le contaba todo…
Y entonces Julieta recuerda las cartas, cómo al enterarse de que estaba preso decidió escribirle, y que a los pocos meses él le respondió, que todavía se acuerda de cuando su papá la fue a buscar aquella tarde al Instituto San José de Villa Crespo y cuando llegó la estaba esperando su mamá con el sobre, que los tres leyeron esas primeras líneas, que desde entonces siempre llevó las cartas con ella, que una vez las autoridades del colegio citaron a sus padres y les preguntaron "¿Ustedes son conscientes de que está privado de su libertad por homicidio?", y que su papá les dijo que sí y que no se lo iban a prohibir, que ella no lo veía así, que recién le cayó la ficha hace algún tiempo, que sí, que él la mató y que fue condenado.
–¿Y cómo lo describirías?
–Como tierno, me generaba eso. Lo veía como a un tío… Esas cartas fueron como si…
–¿Cómo si..?
–Como que se familiarizó una cuestión que hasta ahí la veíamos solo por los medios.
Cárcel o cementerio
–Si tuvieras que resumir la vida de Monzón en tres escenas, ¿cuáles serían?
Braceras piensa por un instante.
–La imagen de la infancia pobre, su victoria con Benvenuti y esa noche en la casa de Pedro Zanni.
–¿Y cómo lo describirías?
–Es un personaje complejísimo. Por un lado, en Monzón había resentimiento y hambre, se tomaba revancha frente a ese mundo que tanto lo privó. Pero por momentos también genera cierta ternura en su forma de hablar. Muestra como cierta ingenuidad o cierta forma elemental… Transmite como cierta sensación…
–¿De qué?
–Sensación de que está ahí, pero no pertenece.
Julieta:
Estoy trabajando en el camping de UPCN todos los días, de lunes a viernes de 9 a 17. Podés llamar cuando quieras […] Qué rica pizza prepara tu "vieja" como vos decís. Ojalá algún día las pueda probar.
Carlos Monzón
Octubre de 1991.
La pregunta vuelve a colarse una vez más.
–¿Cómo definir a Carlos Monzón?
–Terco, bastante elemental. Pero era buen tipo… Me acuerdo de que en una pelea tuve que infiltrarle las manos con xilocaína porque le dolían de los golpes que había dado.
Paladino hace un largo silencio.
–Yo se lo dije. Un día en Dinamarca, antes de la pelea con Tom Bogs, agarro y le digo: "Escuchame, tu final está escrito: cárcel o cementerio".
Y, como no queriendo, Paladino larga un suspiro.
–Me equivoqué, fueron las dos.