Montevideo se suma al coliving para conquistar a la “generación nómade”
MONTEVIDEO.– Gabriela Zimmer entra en un petit-hotel de cinco pisos en Ciudad Vieja con una caja de vinos para una cata que organizará esa misma noche en la terraza. Peter, diseñador de animaciones canadiense, está zambullido en un sillón y mira su celular mientras se cocinan verduras en una sartén. Ambos forman parte de una comunidad de 25 vecinos que comparten los espacios comunes: cocina, living-comedor, sala de juegos, patio interno, alacena, lavandería y hasta un cuarto con sofá y frazada frente a un gran televisor, donde se juntan a ver una película pochoclera.
Después del coworking, Montevideo se lanza al coliving y a la conquista de una generación de nómades para quienes la casa propia ya no forma parte del sueño. Profesionales freelance, jóvenes con un primer trabajo y recién salidos del nido familiar o simples aventureros que priorizan la vida en comunidad, la facilidad administrativa, los desplazamientos sin muebles y la posibilidad de disfrutar de espacios amplios sin ambición de exclusividad.
Tendencia en ascenso en algunas grandes ciudades y aún no muy desarrollada en América Latina, este primer experimento uruguayo de coliving allana el camino para las iniciativas que vendrán. La escala de Montevideo funciona como laboratorio: permite probar modelos antes de ser exportados a otros países.
Sobre la peatonal Sarandí y a metros de la Plaza Independencia y del Teatro Solís, este edificio de 1913 que solía albergar el hotel Plaza Fuerte fue renovado durante cinco meses y mantiene su espíritu: techos altos, piso crujiente, molduras, claraboya y un ascensor de otra época, con dos puertas de vidrio y vista a la escalera.
Cuatro de los 20 cuartos de Zag Coliving están destinados al alquiler por Airbnb, con una tarifa de entrada de 20 dólares por noche. De los 16 "departamentos" restantes, 11 son dúplex y los precios oscilan entre 18.500 pesos uruguayos (616 dólares al cambio actual) y 23.000 (US$ 766), según las características. Los esquineros, por ejemplo, tienen más ventanales, terracita y mejor vista, además de heladera y escritorio. En el resto también se ve aire acondicionado, cortinas black out, bañadera, floreros y objetos de decoración. Los precios incluyen servicios de agua, electricidad, internet, limpieza y lavadero.
Los bancos lindantes con la cocina abierta y el tejo de la sala de juegos les dan al lugar reminiscencias de residencia universitaria, aunque no se respira clima estudiantil. En este refugio con juegos de mesa, tocadiscos y bicicletas Gron que cuelgan en la planta baja, a disposición de los residentes, el perfil promedio es 25-35 años. Aquí se habla de trabajo y de proyectos. Hay un bailarín inglés de 22 años que vino a experimentar coreografías en el Sodre, una despachante de aduana que se mudó con su novio programador de startups y una sommelier de té que también trabaja en un banco de seguros.
"Soy nómade", se define Zimmer, sommelier de vinos de 32 años. Durante estos últimos dos años recorrió regiones vitivinícolas con su esposo, Raphael, 38 años, jugador profesional de póker y programador. Dice que estar en el lugar donde nacen las viñas y tomar el vino mirando ese paisaje es una experiencia que no te da ningún libro, y que al desembarcar en Montevideo por solo seis meses no fue fácil encontrar un lugar para vivir sin dejar garantía y pagando mes a mes.
"Esto ha sido tremenda solución para nosotros. No conseguíamos nada para alquilar sanamente por unos meses y con todo lo que necesitábamos. Es la primera vez que hacemos coliving. No tenemos nada, solo valijas, ganas de libertad y cierta intención de no atarse a las cosas, salir de la vorágine", agrega. Fueron los primeros en usar el cuarto y baño que ocupan en el tercer piso. Lo bautizaron Londres.
Para los nombres de cuartos, los creadores siguieron la misma tendencia que la serie La casa de papel: Londres, Río, Helsinki, Tokio, Berlín. Pura coincidencia, para diferenciarse de las puertas de hoteles con números.
Región obliga, también incluyeron Montevideo, San Pablo, Santiago, Bogotá y Buenos Aires.
Detrás de la iniciativa
Detrás de esta iniciativa están la empresa Sinergia Cowork y la inmobiliaria Acsa. La primera es dirigida por un argentino, Martín Larre, que se subió a la tendencia de los espacios laborales compartidos y en poco tiempo creó 15.000 metros cuadrados de coworking repartidos en cuatro puntos de la ciudad: Sinergia Design –cerca de la estación de ómnibus de Tres Cruces–, Carrasco, World Trade Center y Palermo. La expansión latinoamericana de WeWork, líder mundial de coworking, se centralizó en la Argentina y en Perú, y aún no se ve en Uruguay (posiblemente el año próximo), lo que permitió el desarrollo de este proyecto local. Acsa, por su parte, es una histórica inmobiliaria uruguaya con ganas de renovar su imagen, que aportó el know how de la mano de su director, Mateo Campomar, nueva generación familiar.
"Nuestra génesis es la empresa de coworking y los extranjeros nos activaron la idea cuando empezamos a ver que muchos de nuestros clientes tenían problemas a la hora de alquilar un departamento. La ley uruguaya es vieja y no contempla esos casos. Buscamos modelos en el mundo y descubrimos el coliving, muy alineado con un público que ya conocíamos", cuenta Larre en diálogo con LA NACION.
En esta ciudad con olor a leña y ritmo pausado, donde con frecuencia suele escucharse que ciertas iniciativas no existen porque "no hay mercado", estos espacios de coworking y coliving son un oasis. En las oficinas compartidas se instalan empresas como BoConcept e IBM, así como emprendimientos de marketing digital, apps, arquitectos, traders de alimentos e ingenieros que juegan un partido de ping-pong entre dos reuniones.
Estos proyectos confirman también el lento cambio generacional que se vive en la capital uruguaya de la mano de un nuevo segmento que aprecia comer productos de estación en platitos, molerse su propio café, elegir pan de masa madre y beber cerveza artesanal.
En el coliving de Ciudad Vieja, frente a donde dentro de poco se instalará el segundo Starbucks uruguayo, los estantes de las heladeras y alacenas están divididos por cuarto, y en las máquinas de lavar se marca el turno con un post-it de color flúo. Al igual que en los coworkings, aquí también hay un calendario de actividades con el fin de crear comunidad y lazos entre los residentes, para que compartan su tiempo y su conocimiento con el resto. Hay clases de tai chi, de yoga, noches de ñoquis y huertita con estragón, acelga, romero y lechuga, que todos riegan. Este modelo de negocios es manejo de comunidad y generar contenidos.
Sus creadores ya están pensando dónde instalarán el segundo coliving, y la semana pasada el equipo viajó a Buenos Aires para buscar propiedades y expandir la iniciativa de ese lado del charco.
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