Los monopatines eléctricos brotaron en las bicisendas porteñas sin previo aviso, como esas palmeras que crecen en un clima que no les pertenece. Apenas aparecieron, nadie sabía muy bien de qué se trataba. Algunos ciclistas que los cruzaban se extrañaban de que los manejaran adultos, a veces vestidos con saco y corbata. También hubo guardias de seguridad que se encontraron confundidos al no saber si podían autorizar el ingreso de personas con monopatines en los edificios que custodiaban. Hasta que, a mediados de abril, la Legislatura porteña surfeó el vacío legal y aprobó una ley, propiciada por el oficialismo y no exenta de polémicas, que regula su uso.
En abril se modificó el Código de Tránsito y Transporte que habilitó el uso de monopatines eléctricos en la Ciudad. Las ventajas: disminuyen el tiempo de traslados cortos y no contaminan.
En rigor, lo que se modificó fue el Código de Tránsito y Transporte, en el que se habilitó el desplazamiento "por bicisendas, ciclovías y ferrocarriles" a aquellos "dispositivos de movilidad personal" propulsados "exclusivamente por motores eléctricos". Marcelo Depierro, del unibloque Mejor Ciudad, fue el único de los 55 legisladores que votó en contra de la iniciativa. "No es que esté en contra de su uso –explica–, pero aparecieron de repente, se votaron de un día para el otro y se parchó la ley sin una verdadera coordinación".
La avanzada de esta nueva tropa de vehículos de dos ruedas coincide con una escalada mundial, que promueve su uso como medio de transporte. Los primeros aparecieron hace tres años en la costa oeste de Estados Unidos. Luego la moda se trasladó hacia México, después a Europa y, lentamente, fue expandiéndose por América Latina: los monopatines eléctricos ya se usan en ciudades de Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Brasil. Sus principales ventajas, dicen quienes lo defienden, son dos: que disminuyen el tiempo de traslados cortos –los recomiendan para trayectos de hasta cinco kilómetros–, y que no contaminan –para cargar su batería basta enchufarlos durante tres horas, como una laptop o un celular–.
Marcelo Depierro, el único de los 55 legisladores que votó en contra, considera que "los monopatines agregan una nueva capa de movilidad en la ciudad sin coherencia".
"Es una movida bastante disruptiva, una nueva lógica que se va adaptando en ciudades de tránsito muy congestionado. Los monopatines desincentivan el uso del automóvil, funcionan como un complemento para las bicicletas, y son más accesibles porque no requieren de esfuerzo físico. Tampoco se necesita una licencia especial para usarlos. Solo hay que apretar un botón y dejarse llevar", señala Iván Amelong, gerente general de Grin Argentina, la única empresa que ofrece alquiler de monopatines eléctricos, en la zona de Palermo y Recoleta, a través de una app. El valor del servicio es de nueve pesos el minuto. "Si bien puede parecer caro, hay que tener en cuenta que el monopatín sirve para distancias cortas –aclara Amelong–. El promedio de viaje es de 10 a 12 minutos, entonces un viaje puede llegar a costar unos $90, con la conveniencia de moverse rápido y cómodo por la ciudad". Marcelo Depierro, el legislador, no está tan de acuerdo. Según él, "los monopatines agregan una nueva capa de movilidad en la ciudad sin coherencia".
El negocio
Los valores de un monopatín pueden ir desde los $6.500 hasta los $60.000 los más sofisticados. Tomás Zwanck tiene 40 años y es de los primeros que vislumbró el negocio por venir: hace nueve meses abandonó su profesión, la abogacía, para montar Voltion Shop, un negocio de venta de monopatines por internet. "El año pasado los vi en Barcelona y pensé que era una buena idea –cuenta–. Y acá estoy, tirando semillas. Todavía está muy verde el asunto, pero es cuestión de tiempo. En el mundo esto ya triunfó". Para él, los monopatines no tienen contraindicaciones: "Uno compra calidad de viaje, no paga patentes, cuida el medioambiente, no paga estacionamiento". La mayor dificultad, hoy, es el valor de las importaciones, que hace que el precio de los vehículos todavía sea muy caro para la venta. "La mayoría de mis compradores hasta ahora fueron gente de barrios privados, que los usan para andar por el country", confiesa. Pero hasta su papá, de 82 años, ya los probó. El único consejo que le dio antes de subir es que avance prestando atención para delante y mirando hacia el piso. "Porque eso sí –dice–, un monopatín no te perdona los pozos".