
Modo esponja
Un trabajo que explica cómo absorber el torbellino de información que nos llega cada día

ANTICIPO DE LIBRO Moda esponja
AUTORES Sebastián Campanario y Andrei Vazhnov
EDITORIAL Sudamericana
Cada verano, el filósofo argentino Christian Carman alquila la casa de Bella Vista, provincia de Buenos Aires, donde vive el resto del año y se traslada con toda su familia a las sierras de Córdoba. Allí, con temperaturas menos agobiantes, puede descansar e investigar mejor. Hace ya más de quince años que está casado con María Emilia, una profesora de Recursos Humanos con quien tuvo cuatro hijos, una nena y tres varones, separados por dos años de diferencia cada uno. Al grupo se le sumaron luego un Husky siberiano (Eclipse) y dos gatas: Eureka y Anticitera.
Desde hace algo menos de diez años, Carman mantiene una relación paralela, con una pasión de alta intensidad. No con un ser humano, sino con un conjunto de treinta engranajes de bronce oxidados, de más de dos mil doscientos años de antigüedad, que componen lo que se conoce como el “mecanismo de Anticitera”, uno de los artefactos más fascinantes y enigmáticos jamás hallados. Fue encontrado en 1901, rescatado del naufragio de un navío griego ocurrido entre los años 85 y 60 a.C., cerca de Creta. Cuando comenzaron a analizarlo, los arqueólogos de Atenas notaron que servía para predecir eventos astronómicos –como los eclipses o las fases lunares–, y hasta las fechas de los Juegos Olímpicos, con enorme exactitud: su error estimado es del 0,0002 anual. Se trata de un aparato tan excepcional, con una tecnología tan “fuera de época”, que para la mayoría de los académicos que venían estudiando el tema sólo pudo haber sido diseñado por Arquímedes, el genial matemático griego. Pero durante más de un siglo se trató solamente de una hipótesis: la datación más exacta permitía solamente aproximar una ventana de cuatrocientos años, nadie podía estar seguro de que “la computadora de Arquímedes” (así se la conoce, aunque en sentido estricto no es un artefacto programable) hiciera realmente alusión a su apodo.
Hasta que Carman tuvo su “momento Eureka”, como se llama en la historia de las ideas a aquellas instancias de descubrimiento, esos instantes casi mágicos en los que llega la inspiración y surgen ocurrencias nuevas. El término hace alusión al grito que pegó Arquímedes cuando descubrió la solución a un problema mientras se daba un baño de inmersión, y salió corriendo a la calle desnudo, de la emoción, según cuenta la leyenda.
Tras varias noches de insomnio y luego de trabajar más de cinco años sobre los engranajes, Carman dio con una solución que aproximó el inicio de los cálculos del mecanismo al 25 de junio de 205 a.C. a las 15.35 hora local de Atenas, un momento contemporáneo con la vida de Arquímedes, que murió asesinado por un soldado romano en el año 212 a.C. La solución de Carman constituye, de alguna manera, un “momento Eureka sobre un momento Eureka”, una metainspiración, lo más cercano que un ser humano haya estado en la era moderna a esa instancia icónica de la historia de la creatividad. La trama de cómo lo logró contiene todos los ingredientes de una novela de detectives y de las buenas epopeyas que llevaron a ideas innovadoras: constancia, trabajo en equipo, humildad, aprovechamiento de nuevas tecnologías, multidisciplinariedad y mucha, pero mucha pasión.
Carman recuerda que comenzó a trabajar sobre el mecanismo de Anticitera de casualidad, por invitación del historiador James Evans, a partir de una beca Fullbright que había ganado. “Ahora dicen que está por salir la primera tablet sumergible, ¡esta fue la primera tablet sumergible!”, bromeó Carman en una charla TED donde contó su experiencia. En 2008, gracias a una nueva tecnología desarrollada por científicos de la empresa Hewlett Packard para diseñar sombras en películas de animación como Shrek, se “revivieron” letras del mecanismo que se consideraban perdidas, y apareció un dialecto de Corinto y Siracusa, donde vivía Arquímedes. Evans estaba seguro de que el artefacto era la misma máquina fabulosa atribuida al matemático griego por Cicerón en escritos antiguos, pero no podía probarlo.
Casi se habían dado por vencidos, y Carman estaba desesperado por la frustración. Una noche, luego de cenar, se fue a su cuarto en el sótano de la casa de los Evans, se sentó en la cama y desparramó a su alrededor cientos de hojas con gráficos y cuadros que ya habían sido chequeados y rechequeados mil veces. “No había errores. Entonces recordé un paper que había leído dos semanas antes en el avión, de Alexander Jones, aún no publicado, que había logrado encontrar en la hora de los eclipses un patrón que mostraba cuándo la luna alcanzaba su máxima velocidad. Era un elemento nuevo, que no habíamos tenido en cuenta, que tal vez sirviera o tal vez no”, rememora. Estuvo horas haciendo cuentas y, a la mañana siguiente –el día de la renuncia del Papa Benedicto XVI–, le dijo a Evans que tenía un indicio de solución. “Miró los cálculos, me miró a mí durante un instante que pareció eterno y finalmente me dijo que había que revisar todas las cuentas, pero que si estaban bien habíamos encontrado la fecha de datación exacta del Mecanismo de Anticitera. Y yo fui feliz.”
En la historia de la relación del filósofo de Bella Vista con la “computadora de Arquímedes” el entusiasmo fue creciendo con el paso de los meses. “Creo que, a medida que nos fuimos conociendo, ambos nos fuimos dando cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro. Lo que el mecanismo piensa de mí preguntáselo a él, pero ahora, tiempo después, lo que él significa para mí lo tengo muy claro. De alguna forma en él se resumen todos los temas que habían sido de mi interés, que siempre fueron muy dispersos y, por los cuales, siempre me había visto obligado a optar”, dice.
Su padre ingeniero siempre albergó el deseo de que siguiera sus pasos, pero a él le tiró más la filosofía y el pensamiento abstracto. En la Universidad Católica (UCA), estudió griego antiguo, seguro de que jamás le iba a servir; sin embargo, terminó siendo un conocimiento que le daría una luz de ventaja sobre otros investigadores en la carrera por datar el artefacto. Cuando Evans le propuso el desafío, se dio cuenta de que se trataba de un problema eminentemente práctico, y se puso a googlear cómo funcionaban los engranajes. “No tenía idea, por ejemplo, de que dos ruedas dentadas en contacto giran en sentido contrario, o que la cantidad de dientes determina los períodos de rotación.”
Hace poco, luego de que el descubrimiento de Carman fuera motivo de notas en el New York Times y en otras publicaciones, el filósofo fue invitado a dar una charla en la Biblioteca Nacional, a la que asistió su padre. “Cuando terminé –cuenta–, mi papá se me acercó y me dijo: ‘Mucha filosofía, pero al final estás hablando de engranajes’. Y tenía razón.”
Ideas de aguas profundas
Arquímedes está estresado, preocupado, le cuesta dormir bien y a menudo siente que pierde el foco sobre lo impor tante. El gobierno de la Antigua Grecia anunció un sinceramiento de la tarifa del agua, que vuelve prohibitivos los baños de inmersión. El mecanismo de Anticitera no funciona del todo bien, y los sirvientes reclaman mejoras en sus condiciones de esclavitud.
Un Arquímedes así de estresado probablemente no hubiera podido alcanzar su famoso “momento Eureka”, por varios motivos. Sabemos que las soluciones creativas aparecen cuando, luego de trabajar activamente en un problema, dejamos de concentrarnos en encontrar la solución, cuando se relaja el filtro de la atención y el foco extremo. Por otro lado, el pensamiento creativo requiere la posibilidad de abrir un espacio para suspender juicios automáticos, visiones cerradas o “en túnel” y ampliar la perspectiva para contemplar nuevas posibilidades y maneras de resolución de los problemas que no aparecen en la instancia reactiva propia del estrés.
Por eso el director de cine David Lynch, creador de la serie Twin Peaks y de películas que ya son clásicos como Terciopelo azul, en su libro Atrapa al pez dorado habla del paralelismo entre las ideas y los animales submarinos: en ambos casos, los ejemplares más originales, fantásticos y con mayor potencial están en lo más profundo del océano (o de la mente humana). Para bucear en estas profundidades creativas y relajar los filtros de la rutina diaria, Lynch es un fanático de distintos tipos de meditación. Y así, bajar un cambio para acelerar el proceso creativo.
Es una de las pocas cosas que sabemos del “momento Eureka”: en neurociencias hay aproximaciones cada vez más promisorias acerca de qué es lo que pasa en el cerebro cuando tenemos una ocurrencia, pero aún no se llegó al hueso (en este caso, a la dinámica mononeuronal) del fenómeno. Tal vez quienes más cerca hayan llegado en este viaje a las profundidades del cerebro creativo sean los científicos cognitivos John Kounios, de la Universidad de Drexler, y Mark Beeman, de Northwestern, quienes vienen estudiando el tema desde los años noventa y que recientemente hicieron un descubrimiento clave: en el instante previo a una epifanía, la actividad del cerebro vinculada al área visual literalmente se apaga. Esta “ceguera” ni llega a advertirse por lo rápido que sucede, y representa un momento de profunda introspección. El pintor francés Paul Gauguin dijo una vez: “Cierro mis ojos para ver”. Para el artista era necesario “apagar el resto del mundo”, aunque fuera por un instante muy breve, para rescatar ideas de lo más profundo de la mente.
Kounios y Beeman postulan que hay por lo menos dos formas de resolver problemas. Una manera analítica, es decir, dando pequeños pasos y construyendo lentamente la solución; y otra discontinua, en la cual nos encontramos en blanco (o a oscuras) hasta un momento de revelación, dando lugar al famoso “ahá, lo tengo”. Son los acertijos o aquellos dilemas asociados al “pensamiento lateral”, cuya respuesta llega de golpe, y luego parece obvia.
Usando MRI (resonancia magnética funcional), Kounios y Beeman vieron que la actividad neuronal en áreas específicas del lóbulo temporal del hemisferio derecho del cerebro, tradicionalmente vinculadas con procesos asociativos, se activa aproximadamente al momento de resolver la tarea. El EEG permitió ver que trescientos milisegundos antes de resolver la tarea ocurre una activación muy similar a la que se ve cuando cerramos los ojos y suprimimos estímulos visuales de nuestro entorno.
Al contrario de los procesos de inteligencia tradicionales, que según Kounios se parecen más a una autopista neuronal donde se maximiza la velocidad, la creatividad es un fenómeno mucho más complejo para las neurociencias, “algo más cercano a un suburbio con pequeñas calles y atajos misteriosos”. Los neurocientíficos argentinos Facundo Manes y Mariano Sigman suelen resaltar que su disciplina aún está en una etapa muy embrionaria en lo que se refiere al estudio de la creatividad: hay respuestas aproximadas, por muestreo, pero aún no se ha podido determinar qué es lo que sucede en la mayor profundidad del fenómeno.
A partir de sus estudios, Kounios cree que son muchos los hábitos que podemos fomentar para lograr una mayor canti dad de disparadores de momentos Eureka. “El buen humor, estar contento, los promueve, sin duda”, dice; “y sabemos que la ansiedad, por el contrario, fomenta el pensamiento más analítico”. El científico estadounidense también recomienda dormir bien: “Hay un proceso muy rico de consolidación de la memoria que ocurre cuando dormimos. Estos recuerdos se transforman, nos conducen a detalles no obvios y a conexiones ocultas. Dormir bien nos lleva a generar muchos insights”.
Para Kounios, vivimos en un mundo de una complejidad apabullante, donde las respuestas a los grandes desafíos que enfrenta la humanidad (pobreza, escasez, contaminación) llegarán de la mano de soluciones “fuera de la caja”, por lo cual es fundamental seguir indagando en este tipo de procesos neuronales. Los problemas son tan graves y urgentes que el pensamiento tradicional sencillamente no alcanza para llegar a tacklearlos a tiempo.
“Por eso también debemos reforzar el sistema educativo, que hoy pone todo el énfasis en el pensamiento más analítico e incremental”, remarca. Los incentivos a no pensar en forma oblicua o disruptiva también son fuertes en las empresas y en el ámbito científico: es imposible para un académico contarle al financiador de su beca que una respuesta llegará de la nada, en forma completamente imprevisible, como sucedió con la datación de la “computadora de Arquímedes”, que Carman y Evans realizaron con éxito.