Afuera hace calor y se cocina la enésima tormenta con granizo que caerá sobre Buenos Aires. Abajo, en el subsuelo, nos reciben el fresco, los pisos mojados y un aire rancio, mezcla de olor a gato y humedad. El cambio de clima genera escalofríos. Bienvenidos a los túneles secretos del Hospital Rivadavia, habitados por trabajadores y equipamiento indispensable para que todo funcione bien allá arriba. Habitado también por el olvido, leyendas, ruidos extraños y fantasmas.
Son más de 180 metros de túneles trazados en distintas direcciones debajo del Instituto de Maternidad Alberto Peralta Ramos, que ocupa la parte baja, sobre la avenida Las Heras, del Hospital Rivadavia, ese gigante de cuatro manzanas en barranca cuyo perímetro se completa con las calles Austria, Pacheco de Melo y Sánchez de Bustamante.
Al Rivadavia se lo considera el nosocomio en funcionamiento más antiguo del país, ya que es la continuación del Hospital de Mujeres inaugurado en 1774 en lo que hoy es Bartolomé Mitre y Esmeralda. En el siglo XIX se impuso la mudanza y los primeros pabellones del actual emplazamiento, en Recoleta, fueron inaugurados en 1887. Para ponernos en clima de misterio recordemos que la iluminación, entonces, era a gas.
Faltaba, igual, para que se construyera el Instituto de Maternidad proyectado por Peralta Ramos, cuyos tres pabellones fueron abiertos entre 1928 y 1930. Arriba se llevaban a cabo las pocas consultas prenatales (casi nadie visitaba al médico antes de parir) y los "partos a oscuras" en los que la madre no quería ser vista por el médico. También había un pensionado (hoy lo llamaríamos sector VIP), nodrizas o amas de leche, refugio para madres desamparadas y una escuela de costura, cocina y otros oficios domésticos para que esas mujeres pudieran ganarse el sustento. Estaban, además, las áreas de aislamiento para enfermas de sífilis, tuberculosis o psicosis puerperal.
Mientras, abajo, en los túneles, los operarios controlaban las entradas de agua y el enorme tablero eléctrico (digno del Profesor Neurus). Había talleres de carpintería y herrería. Laboratorio fotográfico. Iban y venían los carros de la cocina. Alguna camilla salía, cargada, para la morgue. Circulaban caballos. La sala de máquinas y sus calderas llenaban todo de vapor. Más acá en el tiempo, las entidades gremiales del hospital usaron el subsuelo como catacumbas de resistencia. Durante la dictadura (un hueco en la memoria del nosocomio), las instalaciones fueron militarizadas y los uniformados guardaban armas. Otro mito incomprobable sostiene que la organización guerrillera ERP había ocultado, en uno de los recovecos, su propio arsenal.
Puertas adentro
Dentro del programa "Los barrios porteños abren sus puertas", días atrás se realizó una visita guiada a los túneles del Rivadavia. Las anfitrionas fueron Celia Sipes, técnica radióloga y licenciada en Gestión Cultural, y la museóloga Miriam Umille. Ellas son parte de un equipo de trabajo a cargo del Museo Histórico del hospital. El grupo es comandado por el doctor Daniel Gutiérrez y se completa con las técnicas María del Médico y Mónica Amiato, más varios voluntarios.
LA NACION participó del recorrido y pudo saber que el tablero eléctrico de antaño aún se encuentra parcialmente en funciones. O sea, tiene luz y por eso permanece enrejado. Hay un grupo electrógeno antiguo, parecido a un motor de camión de los años 1940, y generadores modernos. La instalación más reciente parece ser un conjunto de tanques de agua de acero inoxidable, de cinco mil litros cada uno, que toman el líquido de la red antes de elevarlo para su distribución a todo el hospital.
Si bien son amplios (tienen entre dos y cuatro metros de ancho, según el sector), los túneles resultaron angostos para ingresar los tanques. Tuvieron que "comer" la pared en una esquina y retirar el viejo azulejado. De otra manera, los toneles de acero "no doblaban".
Antes de iniciar el descenso, Celia y Miriam les advirtieron a las personas altas que debían agacharse y andar con cuidado. Aquí y allá, del techo y de las paredes sobresalen ganchos, ménsulas, conductos de ventilación y bandejas para el tendido de cables.
Es que los túneles siguen operativos. Hay caños de gas flamantes, red eléctrica, lugares para guardado de materiales. Otros caños están abandonados hace décadas y lucen oxidados. Son los que llevaban el agua caliente desde las calderas a todos los pabellones, para brindar calefacción. Como curiosidad, para evitar las vibraciones, estos conductos incluían, en algunos recodos, tramos flexibles.
De tanto en tanto, las claraboyas permiten la entrada de luz natural desde los jardines. De pronto, las guías y las 30 personas del público se detienen frente a una reja. Celia y Miriam temen por sus vidas. Los asistentes están hambrientos como zombis. Quieren historias de terror.
Fantasmas 4 x 4
En sus investigaciones a través de fuentes bibliográficas y testimonios orales, las encargadas del museo recogieron al menos cuatro historias de fantasmas que se repiten, como mitos urbanos, entre el personal del hospital e, incluso, entre algunos pacientes. Los espectros, según la creencia, no solo recorren los túneles sino todas las áreas del hospital.
"La llorona" ocupa el primer lugar en el elenco estable de aparecidos. Se la escucha por las noches y se lamenta, supuestamente, por la muerte de sus hijos. Es la traslación de una leyenda común a múltiples culturas. Sin embargo, en el Rivadavia se la toman muy en serio. Durante una "Noche de los museos", una enfermera de obstetricia juró y perjuró: "Yo la escuché".
Después está "El fantasma de la enfermera", la imagen de una mujer regordeta, vestida con el delantal y la cofia típicos del uniforme de otra época, que se corporizó en diversas ocasiones. En el museo hay una antigua foto del personaje que dio origen al mito. Celia cuenta que años atrás, en el área de Genética, una estudiante observaba muy concentrada a través del microscopio cuando, de pronto, sintió una presencia a sus espaldas. Pensó que era un compañero que buscaba hacerle una broma. Al darse vuelta, vio el espíritu. La pasante nunca quiso volver a trabajar.
En el tercer puesto se ubica "El fantasma del médico". Entre las cuatro y las cinco de la mañana, el Rivadavia, como muchos otros hospitales, se puebla de gente que hace cola para sacar turnos. Varios pacientes han referido que un doctor impecablemente vestido, con guardapolvo planchado y almidonado, se presentó ante ellos en la duermevela de la espera y les dijo: "No pueden quedarse acá. Váyanse". De inmediato desaparecía. Pequeño detalle: a esa hora no hay médicos en los servicios. Solo están los de Guardia. Así que estamos ante una broma de practicantes o una auténtica alma en pena.
Por último, la más bella de la historias tenebrosas es la de "La estatua del ángel", que algunos llaman "El ángel de la muerte", porque en su gesto parece arrojar rosas a un sepulcro. De acuerdo con Celia, estuvo instalada originalmente frente a la sala de cirugía, en la Maternidad. A partir del momento en que descubrieron la pieza escultórica, arreciaron las muertes. Pacientes que tenían buen pronóstico sucumbían sin explicación. Entonces las monjas de Nuestra Señora del Huerto, que tenían gran injerencia en la administración, retiraron la obra y la emplazaron en un lugar donde su influjo maligno no pudiera causar daño. En el exterior, a las puertas de la morgue, donde sigue hasta el día de hoy.
El episodio del ángel fue abordado en la literatura y el cine. El doctor Rodio Raíces, que fundó el Museo del hospital en 1987, lo narró en uno de sus escritos. Los autores Guillermo Barrantes y Víctor Coviello, por su parte, lo incluyeron en "Buenos Aires es leyenda 5", próximo volumen de una exitosa saga de libros que se ha convertido en material escolar por el fanatismo de los pequeños lectores.
Asimismo, Barrantes tomó la historia del ángel como base para el guión de "Ecuación", una película con Roberto Carnaghi que se estrenó en 2016. Luego, Barrantes y Coviello escribieron la novela "Los malditos de Dios", basada en el guión cinematográfico. El protagonista es siempre Hermes Vanth, médico del Hospital Rivadavia.
Barrantes dijo a La Nación que el mito del ángel de la muerte tiene vinculación con el de Mothman, "el hombre polilla", un ser humanoide de dos metros de altura, alas plegables y ojos rojos hipnóticos que anuncia catástrofes y desgracias.
La sala velatoria
Para entender el contexto en que se gestaron estos misterios urbanos, debe tenerse en cuenta que el Rivadavia lleva 131 años en Recoleta, aunque su origen se remonta a la época colonial, hace 244 años. La historia del país, con toda su cultura y sus creencias populares, atraviesa a la institución. En ese lapso, el hospital pasó de la iglesia a la provincia de Buenos Aires, Rosas le quitó apoyo, luego intervino la Sociedad de Beneficencia, más tarde pasó a la Nación, el peronismo disolvió la Beneficencia, hubo gobiernos civiles y militares, estaban las monjas, etc. Desde 1992, el nosocomio pertenece a la ciudad de Buenos Aires.
La mitología aumenta por la cercanía del Hospital Rivadavia con la Biblioteca Nacional(predio donde estuvo el Palacio Unzué, residencia presidencial de Juan Perón y Eva Duarte que fue demolida tras el golpe de 1955) y con el Parque Las Heras (lugar de la Penitenciaría Nacional entre 1877 y 1962). Algunos suponen que había túneles que conectaban al nosocomio con la cárcel y la iglesia de San Agustín, ubicada en Las Heras entre Austria y Agüero, enfrente de la quinta.
Un ingrediente más completa el cartón y nos hace cantar ¡bingo!. El Rivadavia es tan viejo que tiene una sala velatoria, ya en desuso, ubicada convenientemente cerca de la morgue. La última vez que recibió visitas fue en la década de 1980. De manera informal, por así decir, se permitió que allí se cumpliera el último deseo de un canillita que tenía su puesto de diarios en el hospital. Él quería que lo velaran ahí adentro… con la camiseta de Boca. Y así fue. Amén.
Próxima visita y La noche de los museos
El próximo 8 de noviembre, a las 11, habrá una nueva visita al Hospital Rivadavia para conocer sus jardines y la capilla. Y el sábado 10, en "La noche de los museos", los recorridos abarcarán distintos pisos, incluido el subsuelo. En los túneles habrá una videoinstalación performática llamada "Distopía hospitalaria", a cargo de la cineasta Gabriela Aparici, directora de "Tango suomi", delicioso documental de 2017 sobre unos finlandeses locos que reivindican el tango como una creación escandinava. Si alguien se impresiona en medio de la oscuridad, los médicos, por suerte, estarán cerca.
Cómo anotarse: el programa "Los barrios porteños abren sus puertas" está vigente desde 2004. Sus múltiples actividades son gratuitas, con cupos limitados e inscripción previa online. Para estar atentos y anotarse, lo más fácil es googlear "Patrimonio Buenos Aires". El primer resultado del buscador lleva a la página de la Gerencia Operativa de Patrimonio, dependiente de la Dirección de Patrimonio, Museos y Casco Histórico del gobierno de la ciudad. A mover los deditos. ¡Los lugares se agotan!
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