Las víctimas que nunca fueron incluyen a dos niños que nunca existieron, supuestamente sepultados por sendos terremotos en México en 1985 y 2017. Pero también hombres y mujeres que sí existieron, aunque nunca estuvieron donde dijeron haber estado: las Torres Gemelas en 2001 y el Bataclan de París en 2015.
Ciudad de México
19 de septiembre de 1985. Son las 7.19 de la mañana y la gigantesca capital empieza a levantarse, pero de pronto la rutina urbana se paraliza y el suelo empieza a temblar y resquebrajarse, arrastrando en la furia de sus entrañas cientos de construcciones y, con ellas, incontables víctimas. "Fueron segundos y horas de terror prolongado, miles de edificios caídos y dañados, hazañas de los individuos y de las multitudes, tragedias y desajustes psíquicos, imágenes terribles y memorables, demostraciones de la cooperación internacional y pruebas de los alcances y límites de la burocracia", evocaba el escritor Carlos Monsiváis en una crónica del desastre.
El número exacto de víctimas nunca se supo, aunque las estimaciones más pesimistas las llevan hasta más de 15.000. Muchos fueron los rostros y nombres que se convirtieron en símbolos de la tragedia: entre ellos "los niños del milagro", tres bebés rescatados con vida entre las ruinas del Hospital Juárez siete días después del terremoto. Pero a uno de los más emblemáticos, el pequeño Monchito, buscado durante días entre los restos de un edificio de nueve pisos, nunca se le pudo dar un rostro. Aunque no hay de qué extrañarse: porque Monchito en realidad nunca existió.
3 de octubre de 1985. Habían pasado dos semanas del terremoto -un monstruo de 8,1 grados de magnitud- cuando las agencias de noticias empezaron a difundir la información: sepultado bajo toneladas de cemento había un niño de nueve años, vivo, junto al cadáver de su abuelo. Los socorristas intentaban mantenerlo con vida dándole agua y glucosa, pero aún no podían alcanzarlo. Se cavaron túneles bajo los escombros pero se derrumbaron, mientras los coordinadores del rescate se comunicaban con él en una suerte de alfabeto Morse. "Estamos cerca, lentamente avanzamos hacia él", decía el ingeniero argentino Carlos Marbrán, al frente del rescate en la casa derrumbada cerca de la histórica plaza del Zócalo.
Con el correr de los días la tensión aumentó: los silencios de Monchito hacían temer lo peor, pero después los medios reportaban nuevas respuestas del niño. "Sáquenme, sáquenme", aseguró haber escuchado uno de los socorristas mientras Mauricio Nafarrete, padre de Monchito, se desesperaba por la lentitud de los avances. Poco después hubo versiones de que el niño había aparecido, muy débil y deshidratado... solo para continuar luego con nuevos reportes de la desesperada búsqueda. No faltaron expertos norteamericanos, tecnología de última generación, declaraciones de ministros, nuevos túneles: y sobre todo las polémicas por la vana búsqueda y la falta de resultados. Sin duda, tampoco faltó imaginación. Los reportes de prensa hablaban de un auxilio con máscaras de oxígeno y de un hecho milagroso, que le habría salvado la vida al pequeño atrapado: el agua acumulada para apagar un incendio vecino se había acumulado en el edificio caído, permitiéndole beber para apagar una sed de dos semanas.
Para el 6 de octubre, sin embargo, el optimismo había desaparecido. "Ahí abajo nunca hubo nadie con vida, sobre todo porque después del terremoto hubo un incendio que quemó todo", sentenció el ingeniero Gustavo Gómez Ibarra. "No hay supervivientes, cualquier información en contrario carece de fundamento", se hizo eco el ministro de Protección Civil, Ramón Mota Sánchez. La atención de los medios se desvió hacia otro drama, muy real, el de las costureras atrapadas con sus máquinas en precarios talleres de confección derruidos por el terremoto. Con el antiguo fervor ya transformado en indiferencia, y tras recuperar el cuerpo del abuelo pero nunca el del niño, la búsqueda de Monchito cesó oficialmente el 11 de octubre.
Treinta y cinco años después nadie cree que Monchito haya existido y se habla de "histeria colectiva" pero, sobre todo, de una motivación concreta detrás de la fabulación: la voluntad del padre de recuperar una caja fuerte con millones de pesos oculta en la habitación donde supuestamente estaba sepultado su hijo. En medio del caos en el que se había convertido Ciudad de México en aquellos días nadie le hubiera hecho caso para buscarla, pero ¿cómo resistirse en cambio a quitar los escombros para ayudar al rescate de un "niño del milagro" supuestamente vivo?
La niña Frida, 2017. Tal vez lo más increíble del "niño fantasma" no es que haya existido, sino que se haya repetido. Lo mismo que la fecha: fue otra vez un 19 de septiembre, pero esta vez de 2017, cuando la tierra tembló en Puebla hasta alcanzar 7,1 grados de magnitud y dejar 369 víctimas, la mayor parte en Ciudad de México. En la zona sur de la ciudad el Colegio Enrique Rébsamen, una construcción con irregularidades de construcción por donde se mirara, colapsó y mató a 25 personas. Pero solo una concentró la atención de los medios y dio rápidamente la vuelta al mundo: Frida Sofia, una niña de 12 años atrapada bajo los escombros, que según la cadena Televisa -la primera en difundir el informe, al día siguiente del terremoto- había quedado con vida y se comunicaba con los socorristas.
Pronto el drama se amplificó: los rescatistas que oían la débil voz de "Sofi" hablaban ante las cámaras; se llevaron perros que confirmaron la presencia de una persona viva; #fridasofia se convirtió en trending topic en Twitter. Se hablaba de la familia, de los hermanos, de sus compañeros de colegio, hasta se le dio un apellido -Ledezma- y se anunció su rescate: sin embargo, los padres de Frida Sofía nunca fueron entrevistados ni se dieron a conocer. Y mientras los canales televisivos TV Azteca y Televisa transmitían el salvataje en vivo, otros medios empezaron a dudar... y a recordar a Monchito. Esta vez, la ilusión o el montaje fue mucho más breve: el 21 de septiembre las autoridades mexicanas desmintieron oficialmente la existencia de Frida Sofía. No era alumna del colegio derrumbado, lisa y llanamente no existía.
Para la historia, Frida Sofía quedó como un montaje televisivo en busca de rating -un triste "anti-reality show"- o un nuevo caso de histeria colectiva. Con ironía, cuando se supo la verdad el canal TV Azteca emitió un capítulo de Los Simpson, El rescate de Jimmy O’Toole, en el que Bart arroja una radio a un pozo y crea la ilusión de que hay un niño hundido en el interior: pronto todo el pueblo de Springfield cae en la trampa (y finalmente el propio Bart termina también víctima de su propio invento).
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia: pero en las historias de impostores no solamente hay quienes nunca existieron. También hay hombres y mujeres de carne y hueso que eligieron situarse en lugares y momentos que nunca vivieron.
Nueva York, 2001
El día que el mundo vio con horror el choque de los aviones contra las Torres Gemelas en Nueva York, y el derrumbe de las gigantescas construcciones que simbolizaban las ambiciones de Manhattan, la española Alicia Esteve Head estaba en Barcelona, su ciudad natal, donde estudiaba Administración de Empresas. Hija de un español que terminó preso por fraude y de una inglesa que le legó la habilidad en el idioma, Alicia había sido siempre el centro de atención familiar. Sin embargo, parientes y amigos le perdieron el rastro cuando terminó sus estudios. Simplemente desapareció. Cuando reapareció ya habían pasado dos años, estaba del otro lado del Atlántico y se había inventado un nuevo nombre: Tania Head. Y un nuevo pasado: sobreviviente del ataque a las Torres Gemelas.
Tal vez fuera la convicción con que habló ante las cámaras norteamericanas las numerosas veces que fue llamada a contar su testimonio en su calidad de nueva integrante de la Red de Supervivientes del World Trade Center. Tal vez el afecto con que consolaba a muchos compañeros de desgracia que luchaban por sobrevivir al trauma. Tal vez las quemaduras en el brazo que atribuía al horror del ataque, aunque se las había causado en un accidente de auto bastante anterior. O el cuidado con el que pergeñó su historia: según su versión, cuando se produjo el atentado Tania estaba en el piso 78 de las Torre Sur del World Trade Center. No era cualquier lugar: este rascacielos recibió el choque del vuelo 175 de United Airlines en vivo por televisión y una hora después se derrumbó, también ante las cámaras de un mundo horrorizado. El avión había impactado entre los pisos 77 y 85: ella se ubicaba en el peor lugar y era por lo tanto una del puñado de víctimas -apenas una veintena- que lograron escapar milagrosamente del sector de la torre más afectado antes del colapso final.
Su historia lo tenía todo para conmover, pero por las dudas le agregó más: sobre todo un novio llamado Dave, muerto en las Torres, con quien aseguró que tenía fecha de boda para el 12 de octubre (en entrevistas televisivas llegó a contar que se había casado con él en una ceremonia póstuma posterior al 11 de septiembre). Dijo que la había salvado "el hombre del pañuelo rojo", uno de los verdaderos héroes de aquel día, que entró a rescatar a varias personas hasta que finalmente también murió. También relató que un hombre herido le había dado su alianza de boda para que se lo entregara a su viuda si ella lograba salvarse: nada parecía demasiado para adornar la tragedia y completar su aura de rescatada milagrosa. "Estuve en las Torres. Soy una superviviente y les voy a contar sobre eso", era su frase de cabecera al encabezar las visitas guiadas a grupos de turistas en busca de recorrer los lugares del desastre.
Pero la impostura de Tania la convirtió en víctima de su propio éxito. En 2007, una investigación periodística del New York Times, que la consideraba una de las testigos más relevantes de los ataques del 11 de septiembre, empezó a verificar los detalles de su historia. Y no aparecieron ni sus títulos en Stanford ni su trabajo en Merrill Lynch: lo que apareció fue su verdadera identidad, Alicia Esteve Head, barcelonesa, mitómana.
Desde entonces, Alicia/Tania volvió a desaparecer. Su paradero es un misterio, a pesar de los libros y documentales difundidos sobre su historia. No dio entrevistas, circularon rumores de suicidio, se dijo que consiguió y perdió nuevos trabajos. Pero solo se sabe un detalle auténtico: jamás pidió dinero ni compensación alguna como presunta víctima de la catástrofe neoyorquina del 11 de septiembre.
París, 2015
Fausse victime, vrai coupable tituló la prensa francesa. Falsa víctima, verdadero culpable. Lo mínimo que podría decirse de Jean-Luc Batisse, un francés condenado en marzo a tres años de prisión firme por haberse hecho pasar por superviviente de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París: en particular, del ataque al concierto de Eagles of Death Metal en el Bataclan.
Pero esa noche, Jean-Luc ni siquiera estaba en París. Estaba a casi 300 kilómetros, en su casa de Nancy, cuando supo del atentado y recibió poco después, vía Facebook, el mensaje de un amigo residente en la isla de la Reunión -un departamento de ultramar francés al este de Madagascar- que buscaba a dos familiares. Primero le dio el número gratuito dispuesto por las autoridades para buscar a víctimas de los atentados. Dijo que quería ayudar: "Soy así, me gusta ayudar a la gente", declaró en el juicio que condenó su superchería.
Pero después tuvo un coup de tête, un "impulso". Y fue llamar a la asociación de ayuda a las víctimas Life for Paris, presentándose como víctima del Bataclan. La agrupación había nacido en las redes sociales: "La gente se juntaba y se daba apoyo, nadie pedía justificativos, había confianza", explicó uno de los miembros. Pronto Jean-Luc Batisse se hizo notar: "Posteaba una enorme cantidad de cosas en Facebook, mensajes muy lacrimógenos, a menudo confusos, poco comprensibles. Claramente parecía perturbado, pero supusimos que era por el trauma del atentado", agregaron otros integrantes de Life for Paris.
Mientras tanto sus fabulaciones crecían. Contó que sus padres habían muerto en un accidente, y llamó al hermano de una joven llamada Anne, una de las verdaderas víctimas, para contarle que habían ido juntos al concierto y la había visto en sus momentos finales, "con el terror en la mirada". Curiosamente ninguno de los amigos de Anne lo conocía, pero nadie sospechó. Unos meses más tarde, mostró una falsa entrada al concierto del Bataclan conseguida en la dark web y presentó un pedido de resarcimiento como víctima del atentado. Recibió cinco pagos y la medalla nacional de reconocimiento a las víctimas del terrorismo.
Pero fue demasiado. Los integrantes de Life for Paris empezaron a sospechar: Jean-Luc no daba el perfil del público del Bataclan. Bastaron algunas averiguaciones más para llevar el caso a la policía y revelar finalmente, tras el examen de su teléfono celular, que nunca había estado ni en la sala de conciertos ni en París. A diferencia de otros -hubo al menos 20 falsas víctimas de los atentados de 2015- Batisse fue juzgado y condenado, como lo fue un año antes Alexandra Damien, otra francesa de 33 años que también lucró como falsa víctima del 13 de noviembre.
Sin embargo, sus casos están lejos de ser una "excepción francesa": en la era de las fake-news, las falsas víctimas florecen por doquier, como ocurrió después de los atentados de Las Vegas, de Parkland, de Manchester, de Christchurch. Con ayuda del Photoshop o de la dark web, pero sobre todo de la credulidad y la confianza ajenas.
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