En la tradición de artistas que combinan la pachanga con la conciencia social, un listado que va de Los Fabulosos Cadillacs a Calle 13, Miss Bolivia propone otra forma de bailar. Lo importante, dice, es que no es necesario sacarse el cerebro para mover el cuerpo. "El baile tiene una cosa mántrica y empoderante. Yo siempre fui una persona muy endeble emocionalmente. Muy sensible y muy fácil de deprimir. Ahora tengo más herramientas para que eso no ocurra. Pero a mí la música me sacó de los lugares más oscuros. Y el baile me ayudó a salir", explica.
La danza tiene un papel esencial en la propuesta artística de Miss Bolivia, el alias de la licenciada Paz Ferreyra (41) desde hace una década, cuando abandonó una vida académica ligada a las Letras y la Psicología y dejó atrás cierta estabilidad laboral como productora de TV, para vivir exclusivamente de la música. "Por esa época empecé a ir a las fiestas Santera que organizaba una de mis mejores amigas, María Ronchi. Y ahí se iba a bailar. Pero no para levantar, ni para ninguna otra cosa. Se trataba de bailar. Nada más. Era una cosa revolucionaria, donde había contacto con el ser. O al menos yo empecé a sentir un contacto con lo más importante de lo humano. Empecé a tener relaciones con otras personas a partir de esas fiestas y empecé a hacer amistades. Con mucha de esa gente, muchos de ellos artistas, ahora somos íntimos amigos. Y esa amistad nació a partir del baile", cuenta.
Fue en un concierto durante una de las fiestas Santera cuando Paz decidió incorporar un bloque de bailarinas al set de Miss Bolivia. "Al principio, el baile no era tan importante. Más que nada, porque vengo de la escuela del punk y del rock. Sentía que le estaba quitando fuerza o algo genuino a la música, como que traicionaba algo. Creo que empecé a sentir que el baile era muy importante cuando empecé a sentir la necesidad de bailar. Y, en un concierto en las Santera, mientras cantaba, un par de chicas que bailaban en la pista se subieron al escenario. Y fue una locura. Desde ese día, las incorporé al proyecto".
Después de una década bailada y de la masividad hacia la que la proyectó "Tomate el palo" (el hit de 2013 con Leo García como estrella invitada), Miss Bolivia y su fusión de rap, cumbia y otros ritmos latinos coquetea con el mainstream, invade espacios, hace actos de guerrilla cultural. A fines del año pasado, en el Hipódromo de Buenos Aires, fue telonera de Maluma, el colombiano que es uno de los artistas latinos más escuchados en el mundo en la temporada. Allí, frente un público ABC1, con Nicole Neumann y otras celebridades faranduleras pululando en las butacas, Paz alzó el puño y recitó: "Si nos tocan a una nos tocan a todas / El femicidio se puso de moda / El juez de turno se fue a una boda / La policía participa en la joda". Se trata de "Paren de matarnos", un alegato contra la violencia machista que escribió en sintonía con los tiempos de #niunamenos. Su set incluyó, por supuesto, a ese ballet de chicas con estética bien guarrior del conurbano bonaerense, o de cualquier barrio de Latinoamérica. "Miss Bolivia es música y danza. Y las bailarinas son tan importantes como el baterista o cualquiera de los músicos. Pero eso no implica que sea vacía de contenidos. Para mí, el culo es una metralleta, una herramienta revolucionaria, una bazuca que acompaña y refuerza el texto. El movimiento del baile es otra forma de empoderarse. Ahora, para todos y todas. Porque las mujeres nos estamos sacando la mochila y los guiones que dicen que si bailás en cola-less sos una perra. Ya fue. Por eso me encanta tener bailarinas mostrando el culo. Y que esos culos no sean necesariamente perfectos. Aguante la celulitis. ¡Aguante todo! Son herramientas de resistencia. Y creo que a través del baile, definitivamente, se puede resistir. Un pueblo que baila es un pueblo que lucha".
No fue ese, sin embargo, el pico de popularidad de Miss Bolivia en los últimos meses. A mediados del año pasado, se sentó a la #mesaza de Mirtha Legrand y revolucionó el prime time dominguero, principalmente por la descripción de su vestuario. Entre chivos de diseñadores y grandes marcas de sus ocasionales compañeros de mesa (Débora Pérez Volpin, Natalie Pérez, Peter Lanzani, Marielys Alvarado y Paula Oliveto), ella apeló a la sinceridad. "Estos zapatos me los compré en Once. Este chupín es de Mora Mía, Natalia, una amiga. Esta remera es de feria americana. Esta campera la compré, también, en un negocio de Once. Estos anillos son del Barrio Chino y salen $50. Me pintó y me peinó mi amiga personal Mechi Moréteau. Y, a la gilada, ni cabida", se despachó y provocó las risas y el elogio de Mirtha.
También contó en la mesa su derrotero sentimental. "Durante muchos años tuve novias, parejas, convivientes, concubinas. Y hace un par de años me enamoré de un hombre". Mirtha, claro, se sorprendió. O se hizo la sorprendida. "¿No me digas? ¿Y qué se produjo en tu vida?", indagó. "Nunca fui prejuiciosa. Nunca tuve un totalitarismo o absolutismo del tipo «solo me gustan las mujeres», le dijo. Y contó, también, que se habían casado. Que el doctor Emmanuel Taub le había propuesto casamiento en unas vacaciones con un anillo de papel. Que ella primero le dijo que no porque la había tomado de sorpresa y porque le tenía fobia a ese tipo de formalidades, pero que finalmente le dio cabida al romanticismo y se aventuró. "Me encantan los nerds, y él es un nerd con espíritu", definió. Y contó que están prontos a empezar los trámites de adopción.
Al rato, Mirtha la felicitó por haber confesado (sic) su homosexualidad, y que después había cambiado. Con soltura, con espontaneidad, ella le habló de la libertad de amor, de descategorizar, del deseo nómade, flexible, al que hay que acompañar. De romper con las estructuras. Y, a la hora de los postres, cantó "Tomate el palo" mientras Mirtha y sus comensales bailaban sentados a la mesa y repetían una de las frases que popularizó la canción: "A la gilada, ni cabida".
Es una tarde de diciembre y Miss Bolivia ahora está sentada en lo que ella define como la mesa de un "café cheto estilo cupcake" de Belgrano, a media cuadra de la clínica donde en un rato tiene turno con el médico. "Me pregunté un montón si aceptar o no la invitación a lo de Mirtha. Llamé a un montón de amigos, algunos pesos pesados de los medios, de la militancia. Yo sentía dudas. ¿Qué voy a hacer? Estaba el espacio y me estaban llamando. El tema era qué hacer con ese espacio. Podés ir a entregar la cola o a mostrar el puño, la hoz y el martillo", dice.
¿Y por qué aceptaste?
Por una cuestión de militancia. La música hizo que trascendiera un target y me dio acceso a algo más global. ¿Qué hago con eso? Yo podría quedarme loopeando con la gente que piensa igual que yo. Pero ese es un loop que se esteriliza porque vos ya sabés que pienso igual que vos. La otra opción es trascender a eso, sentarme con la otredad y decir que pensamos muy distinto. Y yo aprovecho el momento de mayor rating de la tele para visibilizar cosas que de otro modo no entran en lo de Mirtha. O no entran en el prime time. Creo que desde los lugares más mainstream hay fisuras, y se pueden tirar bombas. Y el efecto es mucho más grande.
La descripción de tu vestuario se volvió viral…
Yo no me acordaba que estaba esto del look. Me acordé ese día, en el baño, ahí en lo de Mirtha. Y por las dudas repasé todo lo que tenía puesto. No me imaginé nunca el impacto que iba a tener, pero me pareció un gesto punky. Hay gente que hizo remeras con la leyenda "Esta ropa me la compré en Once". Son actos microterroristas. Eso es lo que más destaco. Pero ahí también hablé de un montón de cosas: de la lucha LGBT y de la represión policial.
Y, a pesar de lo disruptivo, le caíste muy bien a Mirtha.
Sentí mucho respeto. Mal. Después me mandaron un whatsapp agradeciéndome y contándome que se había quedado encantada conmigo. Realmente fue genuino. Y creo que ese tipo de gestos generan transformación social. Pasa por ahí. Transformar a partir de la música, pero también en esa interacción. Es decir, que el audio pegue con el video. Trato de tener coherencia.
Antes de ser Miss Bolivia, paz tuvo varias vidas. Hace poco, subió a su Instagram una foto de principios de los 90 en Estados Unidos, donde pasó el final de su adolescencia en una especie de intercambio estudiantil. "Cursé cuarto y quinto año en un pueblito de Nueva York", recuerda. "Yo era muy punky, también escuchaba a Sumo y a los Cadillacs, pero ahí fue que conocí el rap. Descubrí y entendí el placer de unir la palabra y la métrica. Que había una escena. Que era una cultura, una estética. Fue en 1992. Iba a ver recitales y empecé a nerdear".
En Fort Ann, ese pueblito de 1.500 habitantes, entendió, también, cómo es pertenecer a la otredad. "Las distintas éramos una chica negra y yo. El resto, super-redneck. De algún modo, fue mi primer contacto con el mundo outkast, realmente marginal", cuenta. "En invierno nevaba un montón, y me pasaba días y días y días sin ir a la escuela. Tenía amigos que eran hijos de hippies que cultivaban en sus sótanos". Así que no solo fue su inicio en la cultura del hip hop, también en el reggae y en un mundo cannábico diferente: ni prensado ni paraguayo. Y, al mismo tiempo, desarrolló su incipiente pasión melómana. En plena explosión del grunge, se copó con Nirvana. Pero también con Smashing Pumpkins, Fugazi y un enorme abanico de bandas que incluía a los legendarios Grateful Dead. "Cuando terminé el colegio, los seguí durante un año. Ahí conocí a los ultrahippies. Era como si fueran unos ricoteros que van en caravana, y tuve acceso a la psicodelia de verdad".
Cuando volvió a Buenos Aires, Paz empezó a estudiar con Andrea Álvarez, baterista y percusionista que venía de tocar, entre otros, con Soda Stereo. "Para mí fue un modelo de artista y de mujer. Empoderada y ovárica. Y ella me marcó", explica. Sin embargo, en ese momento estaba lejos de proyectar una carrera musical. Empezó a estudiar Letras y, cuando le faltaban 10 materias para recibirse, decidió cambiarse a Psicología. "Era ultranerd", explica. "Encontré mucho placer en la lectura y en la escritura. A tal punto que prefería no salir. Me quedaba con un vino, sola, escribiendo. Mi autor de cabecera era Gilles Deleuze, me voló la cabeza". Se graduó con Diploma de Honor de la UBA, pero sin grandes ánimos de ejercer la Psicología, sino para volcarse a la docencia y a la investigación. "Eso sí, siempre me gustó escribir. Y me gusta la esterilidad, hacerlo porque sí", dice.
El 30 de diciembre de 2004, el incendio en Cromañón provocó la tragedia más grande de una generación. El dolor y los alcances superan ampliamente los 194 muertos de esa jornada. En ese momento, Paz tenía el título en trámite y venía trabajando en el área de contención psicológica de desastres y catástrofes del Gobierno de la Ciudad. Atendía, sobre todo, emergencias en la vía pública, gente en situación de calle. Pero también formaba parte de la guardia y de la reserva de la ciudad en caso de desastres. Cuestiones como incendios o desalojos. Esa noche, Paz estaba con sus compañeros en una terraza. Despedían el año. Asado, escabio, porro, luces de colores. Fiesta. En ese momento, suena el teléfono. La jefa les avisaba que había un chico fallecido en un accidente en un boliche de Once, que tenían que ir para allá. "Nadie entendía nada. A los cinco minutos, nos llama y nos dice que había tres muertos. En ese momento se cortó la fiesta. Yo estaba bebiendo, no estaba apta para poder operar. Empezamos a ver la tele y quedamos recaretas", recuerda Paz. "Yo me fui a mi casa. Me di una ducha de 40 minutos para cambiar la energía. Al toque me llaman. Estaba todo colapsado. Me fui a la morgue. Y nunca me pude recuperar".
En la morgue habían montado un dispositivo espontáneo. Los cuerpos estaban embolsados. "Los padres que habían ido a Cromañón y a los hospitales y no encontraban a sus hijos venían a la morgue y tenían que mirar todos los cuerpos. Era demasiada tristeza gratuita. Decidimos, entonces, llamar a unos fotógrafos del Gobierno de la Ciudad. Hicimos fotos de todos los cuerpos y montamos una estación con una computadora. Recibíamos al padre o a la madre, y les mostrábamos las fotos. Si los reconocían, empezaba el trabajo personalizado: un acompañamiento burocrático y administrativo, pero sobre todo emocional", recuerda. "Y para eso no contábamos con herramientas. Por más que fueras un psicólogo estrella. Era el contacto absoluto. Abrazo, abrazo, abrazo. Tratar de que nadie cruce la calle distraído y lo pise un auto. Gente que sacaba una bolsa de poxyran y se ponía a jalar. Lo único que podías hacer en ese momento era acompañarlos. Y yo estuve nueve horas seguidas haciendo eso. En el medio, me iba a llorar a la morgue", cuenta. "Terminé manipulando cuerpos y separando cadáveres, además de asistir a madres y padres en el reconocimiento de los cuerpos. Y eso me salió recaro. Obviamente, no se compara con el dolor de la gente, pero yo no me la banqué. El impacto no fue solo profesional, fue a nivel personal. Tengo amigos que estuvieron ahí y, por suerte, están vivos. Pero igual, a los dos días me tuve que ir. Cromañón me marcó para siempre". Esa tragedia fue, de algún modo, el embrión de Miss Bolivia.
Paz pidió licencia. No se la dieron. Entonces se cambió de trabajo. Empezó en el Canal de la Ciudad. "Empecé de cero, de aprendiz, era el che pibe. Pero llegué a redactar contenidos, escribir programas, inventar productos", explica. Fue ahí que, bajo la tutela de Ricardo Balado, adquirió el know how para producir, en la esfera pública, sin presupuesto. "Aprendí muchas herramientas para ejecutar una idea. A Miss Bolivia me fui con esa capacidad y con ese saber", sostiene.
En ese momento, empezó la que ella misma define su "década torteril". Por primera vez se puso de novia con una chica y se fueron a vivir a la calle Bolivia, en La Paternal. De ahí su nombre artístico. La relación no funcionó y Paz se mudó, entonces, a La Boca, a una panadería abandonada que compartía con Paula Maffia y Lucy Patané, actuales miembros de Las Taradas. En ese momento, a fines de 2007, Macri asumió la Jefatura de la Ciudad de Buenos Aires y a Paz la echaron del Canal de la Ciudad porque "no encajaba con el perfil".
"Me habían separado y me rajaron. Yo era delegada; si armaba bardo en el sindicato, seguramente me volvían a contratar". Pero entendió que era tiempo de resetear. Ya ahí, sí nació Miss Bolivia. "Cambié absolutamente mi modo de vida. Fue reloco, porque yo era una profesional con un posgrado, con un montón de herramientas, pero había decidido vivir otra vida. Resignar mi lifestyle, por decirlo de algún modo. Cambié el taxi por el skate", explica. "Necesité resetear. Resignar el salario, la estabilidad, la previsibilidad. Arrancar de cero. Irme a vivir a La Boca. Deep La Boca. ¡Y me gustó! Aunque en la esquina hubiera una cocina de paco. Necesité volver a empezar para contar las cosas desde ahí. Si bien tuve una vida con mil historias para contar, necesité volver al gueto. Y ahí empecé a hacer esta música. Ahí sí tenía que ver la música con eso que yo estaba transitando. Y me encantó vivir así. Resigné todo lo burgués".
"Tomate el palo" te dio un salto a la masividad, ¿cuándo te diste cuenta de que iba a ser un hit?
Yo me había separado por una traición amorosa. Estaba muy triste y pesaba 39 kilos. Estaba hecha un desastre y escribí esa canción para no morir. Fue la crónica de mi tristeza. Y a mí me empoderó, comercialmente hablando. En Pop Art me habían devuelto el contrato sin escuchar el disco. Una vez que colgué el tema en la web, sin el disco publicado, y vi que a las dos o tres semanas tenía 300.000 escuchas, me di cuenta de que ahí pasaba algo. Después, la canción tomó vida propia. La traición generó una identificación, para todos, de un lado o del otro. El traicionado y el traidor. Fue un fenómeno que quise matar un montón de veces, y no pude. Ahora ya no lo quiero matar. Ahora lo acepto, le estoy agradecida. Pero, en un momento, era tan fuerte que sentía que era difícil visibilizar el resto de la obra.
Y ahora que la música te permite vivir bien, ¿mantenés contacto con la cultura de la calle?
Nunca me fui de ahí. Yo soy eso también. Si bien he transitado un montón de cuestiones burguesas, mi familia viene de esas bases. Y yo vuelvo todo el tiempo. Sin nada de artificios. Yo lo necesito hasta para poder componer. Si no, queda una cosa artificial, vacía de contenidos, forzado. Yo sigo todo el tiempo estando entre la calle y el libro. Sigo militando todo el tiempo por todo lo que considero justo. Y eso se hace en las redes, pero también en la calle. El día que dejás de poner el cuerpo, ahí quedás medio separado por el mainstream de la raíz. Al mismo tiempo, hice la carrera de Sommelier y empecé a moverme en otros circuitos que nada que ver. Todo el tiempo basculando entre una cosa y la otra. Creo que ese es el chiste también. Yo, con "Tomate el palo", me compré una casa. O sea, el dolor lo transformé en una casa. Es una locura. Es mi primera casa propia.
SU PROPIA MARCA
En los créditos de Pantera (2017, Sony), su tercer disco, Paz Ferreyra figura como la directora general de la producción. Mientras se prepara para celebrar en 2018 los 10 años de Miss Bolivia, y proyecta su carrera al exterior con algunos feats internacionales, también prepara su primer libro, consolida un modelo de negocio que incluye una línea de vinos y Ni Cabida, su marca de ropa. "Empezó con el típico puesto de merchandising de banda de rock. Tangas, remeras… Y la verdad es que armé una pyme unipersonal. A veces, contrato a amigos que me ayudan con las ventas. No tengo local, es itinerante. Vendo en los shows y en las ferias". Uno de los hits es la gorra con la sigla HDP, un juego de palabras que excede el insulto: "Hija del Patriarcado es una de las opciones. Todo lo que hago con mis frases tiene muchísimo éxito. Es una marca pirata e informal, pero está cada vez más desarrollada, más empoderada, más fuerte".
Producción: Bár Midley. Maquillaje y pelo: Sol ferreiro para Calcarami Studio. Agradecemos a: Retro Boutique, Vestuarete, Zubielqui, Keak Vintage Boutique, Ciarlo, Silvana Swiss Origins.
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