Radicada en la ciudad de Rishikesh, cuenta su historia de vida y con su testimonio, quiere dar un mensaje esperanzador a aquellos que están atravesando una situación similar
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Por primera vez quiere contarlo. Siente que es el momento. Hizo las paces con su historia y su padre, a quien le había prometido no hablar del tema, falleció hace un par de años. En su interior convivió con la duda desde pequeña, pero recién pudo confirmar su intuición a los 40 años. Semejante revelación marcó un antes y un después en su vida. “Necesito verbalizarlo para transmitir lo que aprendí de ese sufrimiento, de esa ausencia que fue la identidad”, dice Marcela María Delorenzi, conocida como Daisy May Queen (57) desde la India.
Hace 10 años Daisy fundó su hogar en Rishikesh, ciudad ubicada en el norte de la India, reconocida mundialmente como “la capital internacional del yoga”. Actualmente, alquila un cuarto con baño y cocina en la casa de una familia. Allí se siente en paz y, asegura, es feliz. Le gusta imaginar que su amor por la India está vinculada a su pasado que descubrió de adulta.
-¿Cómo te enteraste de que fuiste adoptada?
-No fue algo así como enterarse, yo lo sabía interiormente desde siempre. Creo que a la mayoría de la gente adoptada le pasa eso. Pero nadie me lo había confirmado. Hasta que un día, cuando tenía 40 años, llamé a una amiga íntima de mi mamá y le dije: “Yo necesito que mi vieja me diga, yo no me puedo morir con esta angustia de que ella no me lo diga”. Y ella me respondió: “Sí, yo siempre le digo a tu mamá que te lo tiene que decir”. Fue como una jugarreta lo que yo le hice a esta señora, hacerle creer que yo tenía información, porque yo lo que necesitaba es que alguien me lo confirme.
-Imagino que habría algo que te hacía pensar que tus padres no eran tus padres biológicos.
-Yo era muy diferente a ellos. Más allá de la diferencia generacional, porque ellos tenían cuarenta y pico cuando me adoptaron. Mis padres adoptivos nunca leyeron siquiera un libro, estaban en otra frecuencia, en otra onda. A mí siempre me gustó el arte, la pintura, la escultura, la poesía y la literatura... Y siempre pensaba que la diferente era yo... Creo que si hubiera estado con la familia que me parió, por decirlo de alguna manera, tal vez me hubiese sentido identificada.
-¿Cómo reaccionaste cuando la amiga de tu mamá, por teléfono, confirmó tu sospecha?
-Cuando corté me largué a llorar. Estuve llorando toda la noche. Lloraba por angustia y por felicidad, porque cuando uno piensa algo, cuando lo intuye y después lo confirma piensa “al final tenía razón”, “mi intuición no me falló”, “no estoy loca”. Porque a todas las personas a las que les había confiado lo que yo pensaba siempre me decían: “¡Pero vos estás loca, sos igual a tu viejo!”, “¡¿Qué decís?! Nada que ver”... Entonces, empezás a desconfiar de tu intuición, de vos. Después empecé con terapia y también hice constelaciones familiares que me ayudó, pero tampoco fue “¡wow qué maravilla!”.
-¿Y tus padres adoptivos? ¿Cómo reaccionaron?
-Finalmente la amiga de mi mamá habló con ella. Mis padres vinieron un día de visita a mi casa y lo primero que me preguntaron fue: “¿Quién te lo dijo?”. Yo les respondí que no me lo había dicho nadie, que yo lo sentía adentro porque durante muchos años viví en una casa con dos personas que hicieron lo que pudieron conmigo, porque yo tampoco fui una chica fácil para dos personas grandes y donde mis intereses eran muy diferentes a los de la familia. Con ellos era una lucha constante, como remar en dulce de leche vegano.
Daisy sospecha que hasta el cambio de su nombre por el que todos la conocemos, previo a conocer que era adoptada, está relacionado con esa sensación de no sentirse identificada con su familia adoptiva: “Marcela María, era un nombre que le gustaba a mi mamá, pero después me cambié el nombre por Daisy May Queen. A ellos no les gustó que lo hiciera, pero creo que inconscientemente siempre sospeché que era adoptada. Y creo que parte de cambiarme el nombre fue eso, decir ‘yo no soy esa persona, soy otra’. Inconscientemente creo que el cambio viene por ese lado. Y Daisy porque yo siempre caminaba con los pies abiertos, marcando las 10 y 10, aún lo sigo haciendo, como una pata. ¡La pata Daisy! Lo de “May Queen” es por Queen obviamente. Yo a Brian May [guitarrista de Queen] siempre lo sentí de una forma como un hermano, maestro, consejero... en la adolescencia uno busca un montón de bastones para sobrellevar el bajón que es encontrar tu personalidad, empezar a conocerte. La adolescencia es una etapa dolorosa y mi bastón siempre fue Queen. No solo Freddy, sino también Brian. Por eso me puse May y Queen para que se supiera que era por él”, dice.
-Y luego vino lo más difícil: conocer tu origen.
-Yo quería saber de mi pasado, pero mi mamá era renuente a hablar del tema. Cuando ella falleció, mi papá me dijo que me habían comprado. Para mí fue un shock, porque me compraron como un tarro de mayonesa en el supermercado. Pienso que esto te da como una impronta materialista a tu vida. Todo te afecta cuando sos chico, porque dicen que las células guardan toda la información por más de que no tengamos la consciencia activada.
-¿Supiste como fue el procedimiento?
-Mi papá me contó que hubo un doctor, que tenía su clínica en Victoria (San Fernando), que recogía las criaturas que sus padres no querían o que la mamá no podía tenerlas y las vendía. El apellido del doctor empieza con “Q” y, aunque ya falleció, no quiero decir su nombre. Yo me comuniqué con el hijo y le pedí información, pero él nunca me contestó. ¡Hasta lo fui a buscar a la casa! Mi partida de nacimiento fue “truchada” por este médico y mis padres adoptivos figuran como los biológicos. Lo paradójico es que esa partida trucha es una muralla que divide mi vida de la verdad.
-¿Pudiste perdonar a tus padres adoptivos?
-Es difícil, ahora está todo superado y perdonado. Sé que mis padres hicieron lo que pudieron, tanto los biológicos como los adoptivos. Estoy en paz con eso, pero fue muy difícil para mí hasta el momento en que me liberé de esa pena. Fue muy duro, no sé cómo explicarlo, creo que solo el que es adoptado puede entenderlo. Porque es doloroso y te sentís sin identidad, sin rumbo, sin bandera... es como nacer y no saber en qué país naciste porque para mí el linaje es importante.
-Es parte del derecho a la identidad.
-Yo, lamentablemente, no tuve la oportunidad de saber quienes fueron mis padres. Por ahí saber quién es mi papá no me interesa tanto como sí saber quién es mi mamá biológica. Creo que el Estado debería contemplar eso, porque noto que siempre que se habla de una ley de adopción se piensa solo en los padres que van a adoptar, nunca de la criatura ni de sus derechos. Se cuida a la criatura para saber quienes va a adoptar al niño, cómo son, pero de los derechos de los chicos nunca se habla. Que cualquier criatura que sea adoptada tenga derecho a saber quiénes son sus padres biológicos si en algún momento quiere saberlo. Yo tengo amigos adoptados que no quieren saber quiénes fueron sus padres, no tienen interés. Pero hay una cuestión, no solo psicológica, sino una cuestión médica, porque pueden existir enfermedades que se transmiten de padres a hijos que vos desconocés y no sabés que tenés que cuidarte de eso porque no conocés a tus padres biológicos.
-¿Qué te ayudó a sanar?
-Una vez mi psicóloga me dijo algo que me gustaría transmitirle a todos los que son adoptados y que tiene ese sentimiento de búsqueda: “Si vos querés saber cómo es tu mamá, miráte vos”. Ahí empecé a sanar porque me empecé a mirar y al mismo tiempo pensaba ‘bueno mi mamá tiene que haber tenido esto’ o ‘le debe haber gustado aquello’... Tal vez a mi mamá o a mi papá les gustaba el arte. Es una forma de armar un rompecabezas inexistente. Yo estoy dibujando las piezas para tratar de armar ese rompecabezas.
-Imagino que parte de ese proceso de sanación es contar tu historia.
-Hice las paces con mi historia y la cuento ahora porque yo le había prometido a mi papá que no iba a hablar del tema, pero él falleció en 2019 y yo necesito contarlo, verbalizarlo para transmitir lo que aprendí de ese sufrimiento, de esa ausencia, de ese hueco interno que siempre estuvo ausente que es la identidad de cada uno. Transmitírselo a los siguen buscando, a los que no tienen una pista o aquellos que ya desistieron y están completamente desesperanzados de poder encontrar a sus padres biológicos, porque hay gente que no le interesa pero hay otros que sí, como es mi caso.
“Quería tener otra vida”
Hace diez años tomó distancia de los medios. Dejó atrás su historia en la radio al lado de grandes figuras como Rolando Hanglin, Luisa Delfino, Adolfo Castelo y Juan Alberto Badía, su pico de fama en FM Hit con los 40 principales, y se radicó en la India.
-¿Cuánto tiene que ver tu ida a la India con el descubrimiento de tu pasado?
-Tuvo que ver eso y otras cosas que me pasaron en la vida. La India para mí fue como una gran madre. Osho decía que es el único país femenino. Acá hay como una gran devoción hacia la madre. Yo no quería morirme con un micrófono enfrente haciendo los 40 principales o presentando a Ricky Martin: quería tener otra vida, dedicarme a otra cosa, explorar. Me pareció que era un tema terminado. Yo terminé con un programa hermoso que se llamaba “Curiosa noche” en Vale 97.5, un programa que amé donde leíamos cosas de filósofos desde Osho hasta Borges. Pero en un momento sentí que no tenía más nada comunicar.
-En ese entonces, ¿estabas casada?
-No, yo estaba viviendo la vida loca. Me casé pero... ¿ves? ahí no seguí a mi intuición, porque yo nunca quise casarme ni tener hijos... Pero me casé por una cuestión de presión familiar y la verdad es que no era para mí el matrimonio... ¡yo tenía razón!
-Dicen que a la India “o la amás o la rechazás”, que no hay término medio ¿Es difícil vivir en allá?
-Te reformulo la pregunta: a la India o la entendés o no la entendés. La primera vez que vine a la India me enamoré. Si no recibiste “el telegrama”, no vengas porque no la vas a pasar bien. Cuando digo recibir “el telegrama” me refiero a tener el deseo de venir. Si tenés el deseo profundo de venir es porque fuiste invitada. Acá es muy fuerte la diferencia cultural, que es el mejor gurú que podés tener. Acá vas a aprender un montón de cosas que la gente vive diariamente y que nuestro chip occidental dice “eso está mal”, “eso es diferente” o “así no se debe hacer”. Acá todo es diferente, es como venir a Marte. Es otro planeta.
-¿De qué vivís?
-Cuando llegué puse una pastelería vegana que se la dejé a un indio que era mi socio, con el que tengo un vinculo de hermandad. Él es más joven y tiene el empuje, la puede llevar adelante. Yo ahora participo desde otro lado, la última vez que estuve en Buenos Aires aprendí a hacer tortas veganas sin gluten y cuando volví les mostré a los chicos cómo hacerlas. En el último tiempo, estuve conduciendo grupos que vienen a la India para una empresa Argentina y les traducía la India a la cultura Argentina, las costumbres, la gente, cómo se vive acá, sobre los dioses. También tengo un canal en Youtube en el que hago videos sobre la India.
-Hace un tiempo, en alguna entrevista, dijiste que estás “alejada del sexo”.
-Sí, tuvo muchísima repercusión, pero la verdad es que no tengo más ganas. La libido se me cayó en un 80 por ciento con la menopausia. Mucha gente lo puede ver como una tragedia, pero yo siento que me saqué una mochila re pesada de encima. El sexo es como adicción, pero yo ya la pasé, ya disfruté, hice lo que tenía que hacer. A los 40 el reloj biológico me tiró todas las hormonas de golpe y, por decirlo de alguna manera, no tuve piedad por nadie. Me pasó eso estando recién divorciada y adelgazada. Era una locura.
-¿Cómo sigue tu vida? ¿Vas a quedarte definitivamente en la India o tenés planeado volver a la Argentina?
-No sé si voy a terminar viviendo definitivamente acá, no tengo idea. No sé qué me depara la vida, pero acá estoy para recibir lo bueno y lo malo.
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