Mirar la calle: desde los looks de la música popular hasta los mandatos sociales
Tras la periódica ronda de seguimiento de las presentaciones de la moda internacional, busco poner en perspectiva los síntomas de anarquía estética, el todo vale visual que invade las pasarelas de las marcas de primera línea y de sus cuantiosas imitadoras. Aclaro inmediatamente que no son los despropósitos que veo desfilar lo que me alarma. (Botón de muestra: el enfático show Spring Summer 2020 de Marc Jacobs en You Tube.) Sabemos, después de todo, que las producciones de las semanas de la moda no tienen mucho que ver con los productos que llegan a las tiendas y se ofrecen a la clientela en los lookbooks digitales en redes, donde lo que se vende son los tonos oscuros y las prendas simples de usar que ninguna casa avezada deja de proponer. Siempre hay pantalones. Siempre hay negro. Pero lo que sí me parece negativo es que la imagen que se imponga, a fuerza de redoble de bombo publicitario, sea la de los espectáculos ofrecidos, cada vez más disociados de toda realidad común.
Que, mientras tanto se debe ir a buscar a la calle (¿dónde si no?) en la moda popular, en la pilcha diaria, que se maneja con sus estilos propios, y que raramente toma como referencia a la moda de fashion week. Estilos digo bien y no tendencias, ya que la calle es en tal sentido curiosamente conservadora. En efecto, es notable como en la calle se preservan y cultivan modos de vestir surgidos como señales de pertenencia juvenil en diferentes épocas, transmitidos y recibidos o adoptados por empatía, con un sentimiento que podríamos llamar tribal.
El universo de la música popular y sus recreaciones anexas es el ideal imaginario común. La calle mantiene vivas así, sin distinción de edades, las ideas y las trazas de sucesivos pasados, plenos de vibraciones eléctricas y de ganas de cambio: según los días, las horas,los rincones, la calle nos ofrece su álbum de imágenes rockeras, hippescas, punk, glam, grunge, new age, indie, raperas, vanguardistas –todas opciones hechas por quienes se visten como se piensan, desde la diferencia, la disidencia y con conciencia de moda. Es una forma de proclamarse presente en el mundo que incluye, por cierto, a los y las que en su vestir expresan su identidad de género o étnica o religiosa. Y, aunque de estos looks podemos decir que ya se han convertido, sin perder su esencia, en clásicos, no debemos soslayar que en la calle persisten también, figuras clásicas según la acepción que la palabra tiene en el lenguaje de la moda, de adhesión a los mandatos de la elegancia –equilibrio, armonía, mesura– a través de los que se manifiesta un apego estricto a las jerarquías de clase.
(Con gran astucia, pero sin la menor sutileza, el mencionado show de Marc Jacobs capta y reproduce la mezcla de ráfagas de rock y pop y folk que despliega la calle a quien sabe mirarla.)
Que la calle le gane por goleada a la moda oficial, no la exime de una cuantas asignaturas pendientes. La más urgente de resolver, dado que necesita aprendizaje y disciplina, es decir tiempo, la adopción, idealmente en masa, de las prácticas básicas del vestir según los principios de la sustentabilidad. La decisión es individual, una toma de conciencia, pero el logro llegará por una acción colectiva. En la próxima entrega, un panorama tan completo como se pueda del panorama nacional en la materia. Sugerencias más que bienvenidas, por IG. Mil gracias.
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