Minujín, a todo o nada
"Me gusta corromper con el arte"; "Por la droga perdí años de trabajo"; "Muchos hombres no pueden creer que una mujer haya hecho las cosas que hice yo". Viaje al loco mundo de una transgresora, que redefinió el arte en la Argentina
1
Es difícil distinguir el momento exacto en que uno llega a conocer -conocer realmente- a alguien como Marta Minujín.
-Ah sí claro sería brutal brutal hacer una nota hace treinta años que fui tapa de la revista viste la muestra del Malba es espectacular...
Conocer a la Minujín de entre casa: a la esposa, a la madre. A la que se esconde detrás de ese personaje construido obsesivamente durante décadas.
-Veámonos en al Malba a las cinco o a las seis no mejor a las seis a mí me conviene a las seis decime si para vos está bien así ves la muestra no te la podés perder...
Sin distraerse por la verborragia, la hiper actividad, el disparate. Los overoles, los anteojos oscuros, los colores fluorescentes...
-La muestra va a estar cerrada pero mejor así tenemos el museo para nosotros chau.
Evitar todo eso que está ahí para no ser evitado.
Ver a través de los fuegos artificiales.
Es martes, es la hora pautada y empezamos mal: Minujín llega al bar del Malba puro fuego artificial: overol negro, anteojos espejados, un par de esculturas colgadas del cuello, tres anillos con forma de ojos en cada mano y unas botas, como alfombras, con grandes flores amarillas, violetas y verdes.
-¿Me van a invitar el licuado?
Según la historia que ella misma cuenta, de corrido, nació en el seno de una familia de clase media, rígida, muy rígida. Con un padre médico, judío pero no religioso, y una madre muy española, muy católica, con "actitudes creativas" (tocaba el piano). Padres que eran rígidos, porque pretendían hacerla comer sentada a la mesa y no caminando por toda la casa. Cuenta que tuvo un hermano diez años mayor que murió de leucemia. Que su padre, médico, especialista en leucemia, enloqueció, abandonó la carrera y se puso una hostería en el Sur. Abandonó todo, dice, y todo la incluye a ella, la pequeña Marta, de 14 años. Pero dice, también de corrido, que es lo mejor que le pudo haber pasado; lo mejor, lo mejor.
Lo que no dice es todo lo que la marcó que sus padres hicieran una diferencia atroz entre ella y su hermano. Según la biografía escrita por Javier Villa para el catálogo de Marta Minujín. Obras 1959-1989, la muestra que expone el Malba hasta el 14 de este mes, a su hermano lo bautizaron, lo llenaron de regalos y lo llevaron de viaje. A ella no. A ella nada de eso. A ella no la querían, explica Minujín, porque sus padres hubieran preferido tener un varón. En síntesis: un festín para la psicología de entre casa, o la vieja historia de cómo sublimar una infancia dolorosa gracias al arte.
El arte es la contracara de todo lo otro. Minujín repasa su historia con el arte, a pedido, como una simple sucesión de hechos. Dice que desde que nació sintió que era artista. Que a los once años ya pintaba. Que a los doce entró en Bellas Artes. Que hizo escultura, pintura, dibujo y grabado. Que pasó por tres escuelas porque era muy rebelde. Que quería aprender las técnicas para después destruirlas. Que pintó cuarenta cuadros y los destruyó porque no quería ser sólo una buena pintora. Y que un día necesitó ser más ella misma, agarró el colchón de su cama y lo metió en una obra.
-En vez de inventar la cosa la tomé hecha.
Suena su celular. Dice: Ay, qué es esto, y mira al aparato como si viera el rostro a lunares de un enano verde recién bajado de un plato volador de lentejuelas.
-Cecilia no te puedo hablar porque estoy en medio de una entrevista llamame a la noche gracias chau. ¿Qué me decías?
-Me contabas de los colchones...
-Vivía en París y arrastraba los colchones que encontraba en las calles hasta mi taller. Era muy pobre, todo lo que había ganado con una beca lo ponía en la obra. En vez de alquilar un departamento coqueto alquilé un galpón sin agua, sin luz, sin baño. Iba al baño en la esquina. Me moría de frío. Una locura.
Pausa. Los lentes espejados hacen foco a lo lejos.
-Huy, por qué no nos vamos para arriba porque justo hay alguien que no quiero ver...
Agarra su cartera. Se para. Hay que irse.
Cualquier incursión en el mundo Minujín será fragmentada. O no será.
2
En la sala 5 del segundo piso del Malba Minujín pega la cara a un cuadro que pintó a los 16 años. Mira por arriba de los Ray-Ban.
-Mirá cómo está pintado esto. Fabuloso... La mezcla de colores... Esto no lo podría hacer hoy...
-¿Por qué?
-Y... la mano no te queda. Es práctica...
La sala -prolija, moderna, esterilizada- del Malba está vacía de gente, pero llena de sonidos. Hay pantallas de todo tamaño y color con proyecciones corriendo en simultáneo. El murmullo conspira contra la charla. Minujín camina por el sector que expone sus famosos colchones con el apuro de un Pac-Man buscando un lugar para guarecerse.
-Ay... Acá vamos a tener ruido por todos lados... Mirá estos colchones... A ver si encontramos un lugar sin ruido... Fabulosos... A ver acá...
Se mete en el cubículo donde se homenajea a La Menesunda, su ambientación de 1965 para el Instituto Di Tella. La obra es: una cama matrimonial con sábanas revueltas, algunos cuadritos, una cómoda, un ventilador y una pareja de humanos haciendo como que nadie los ve. Los humanos no están, es día libre para los actores. Minujín mira peligrosamente la cama.
-Puede ser acá...
Por suerte el ruido se cuela por todos lados.
-Ay... hay más ruido acá que en el bar...
Por suerte.
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Sigue habiendo ruido, pero el sillón es grande. Grande, circular y naranja. Es el rincón que expone su período más hippie. El lugar indicado para seguir alimentando al personaje y contar una de sus anécdotas preferidas: cuando vivía en París, pero de una manera muy pobre y era muy existencialista y se vestía de negro y la enloquecía el ser y la nada. Y, un día, volviendo de la Bienal de Venecia la bajaron del tren porque le faltaba un permiso de entrada. Caminando, por ahí, le ocurrió algo tremendo. Tremendo, dice.
-Paso por una vidriera y veo una pollera y un gorro pop turquesa con flores. Y me los compro. Desde ese día uso colores flúo.
El cuento, con toda su trivialidad, adquiere relevancia por el impacto que esa pollera, ese gorro, esas flores, tuvieron en las dos grandes obras de Minujín: sus cuadros y Marta Minujín, el personaje.
-Ese overol que tenés puesto, ¿lo compraste?
-No, lo mandé a hacer.
-¿Cuándo decidiste empezar a usar overoles?
-Cuando era joven. Era linda y todos los artistas me querían levantar. Vestida así disimulaba el cuerpo, cambiaba el lenguaje. Neutralizaba la situación.
-¿Y los anteojos oscuros?
-En 1970. Porque tengo miedo de la policía.
-Ahá... te escucho...
-Me querían meter presa porque caminaba descalza por la calle. Era hippie y los hippies andaban descalzos. Los policías me preguntaban si era hombre o mujer. Así que decidí vestirme con trajes de hombre y usar anteojos.
Silencio. Se aburre. Escanea con los cristales espejados el piso del rincón hippie.
-Ese piso lo pinté yo así... flúo. ¿No es genial?
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Lo más fácil: decir que Minujín está completamente loca.
Lo siguiente más fácil: decir que cualquiera pone un colchón parado. Que eso no es arte.
Lo más difícil: hacerlo, saber capitalizarlo, sostenerlo en el tiempo y transformarse en una artista valorada en distintos puntos del planeta.
Victoria Noorthoorn es la curadora de la retrospectiva antológica del Malba y lo resume en el catálogo de la muestra. Para ella, hay tres claves en la carrera de Minujín: la capacidad de proponer una constante redefinición de las categorías del arte, la posibilidad de imaginar un destino a escala mundial y la necesidad de afirmar la libertad de cuerpo y espíritu. Algo de eso vieron las más de 70 mil personas que ya visitaron el Malba. El sentido que hay en el aparente sinsentido. Lo que hay de Minujín, más allá de Minujín.
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Desde la pantalla Jimi Hendrix musicaliza: desgarra una guitarra a fuerza de rasguños. En el sillón naranja Minujín habla de amor.
-Creo en el amor. Soy hippie. La violencia me genera horror.
-Pero a todos nos toca vivir situaciones de violencia... ¿Qué hacés en esos casos?
-¿Sabés qué hago? Desaparezco. Antes de pelearme con alguien desaparezco.
-¿Tenés enemigos?
-Bueno, mucha gente me tiene celos y hasta me quieren matar...
-¿Matar?
-Que desaparezca, que me muera. Muchos hombres no pueden creer que una mujer haya hecho las cosas que he hecho yo. Los artistas hombres son muy celosos.
-Las artistas mujeres, ¿no?
-No, las mujeres me admiran.
-Y que te quieran matar, ¿te da miedo?
-Mirá (muestra sus puños: tres anillos en cada mano con forma de ojo). Contra la mala onda. Y esto también (unas miniesculturas que lleva como collar). Las hice yo, son obras mías.
-¿Y eso para qué sirve?
-Es mi fortaleza. Y los anteojos también. Me defiendo.
Alguien se asoma a lo lejos. La buscan para hacerle una nota para televisión. Grita.
-No, falta mucho, mucho, mucho, eh... No, hasta las 7 y media no...
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El jueves 25 de noviembre de 2010 debería haber sido un día de fiesta para Minujín. Pero no. El Malba inauguraba la muestra que por primera vez hacía justicia a su obra. Al cóctel de inauguración llegaron unas cuatro mil personas. Muchas de ellas todavía se deben preguntar cómo no lograron ver a la artista: en la mitad del evento Minujín se escapó, se encerró en las oficinas del museo y salió, escapando por el garaje, cuando todo había pasado.
-Creí que me moría. Me agarraban, me pellizcaban, todos me querían besar... Y yo no soy Susana Giménez...
-Te fuiste...
-Sí. Eran miles de personas que me miraban y no miraban la obra. Como si fuera un ser de otro planeta. Tanto lo dije que parece que se lo creyeron.
-Te escapaste de la inauguración de tu muestra...
-Es que fueron cuatro mil personas. Cuatro mil es mucho... ¿O no?
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El ascensor vidriado del Malba, con su hermetismo, es un buen lugar para hablar de arte. De arte y dinero.
-No debe ser fácil vivir del arte...
-No, es inseguro, muy inseguro...
-¿Vos lográs vivir bien de tu arte?
-Ahora sí, pero antes no vivía nada...
-¿Necesitás mucho dinero para vivir?
-Naaaa, nada... No gasto nada.
-¿En qué gastás?
-En materiales y en la gente que me ayuda a trabajar.
-¿Ropa?
-La ropa la tengo por canje. Canjeo obras por ropa. Lo mismo con hoteles, pasajes de avión... De todo hago canje... En cualquier parte del mundo.
-Para ellos es negocio...
-Y para mí también, porque no pago con plata. Me gusta corromper a la gente con el arte.
Las puertas del ascensor se abren.
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El banco ahora es de madera. Atrás, una pantalla gigante: Minujín, con 28 años menos, inaugura, megáfono en mano, el Partenón de libros en la avenida 9 de Julio. Tan enérgica ella, tan intensa su imagen, que el imponente Partenón hecho de 20 mil libros parece poca cosa.
-Mucha gente cree que soy puro marketing.
Al banco llega una señora, una señora bien. Lleva una chalina muy delicada. Le dice espectacular, que esto (mira alrededor) es espectacular. Se le llenan los ojos de lágrimas. La besa. Cuando se da vuelta para irse se ve que bajo la chalina tiene una remera con la firma de Minujín estampada en la espalda.
-Marta, la señora tiene una remera con tu firma...
-No la vi... ¡Qué locura!
9
A Minujín le obsesiona mostrarse pura luz y color. Pero a veces...
-Gala, tu hija, es licenciada en Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella, tiene una maestría en Bolonia y otra en Políticas Públicas en la Universidad de Pittsburgh. Facundo, tu hijo, es presidente de arteBA y Senior Country Officer de J.P. Morgan. Ninguno te salió artista...
-No, por suerte no.
-¿Por suerte?
-Sí, no es una felicidad ser artista. Sufrís mucho...
A veces se permite alguna sombra.
-Pero a vos se te ve muy feliz...
-Sí, se me ve...
-¿Entonces?
-Se me ve porque me pongo contenta cuando estoy con gente. Pero si no, no estoy feliz.
A veces, sin fuegos artificiales.
-Mientras trabajo me siento fantástica. Pero en el intermedio no me siento bien. En la vida cotidiana, no me gusta levantarme a la mañana y que venga la vida...
Sin fuegos artificiales.
-Soy bohemia total, me gusta comer cuando tengo hambre, dormir cuando tengo sueño... Ahora tengo ganas de tomar otro café... Vamos a tomar otro café...
Le gusta mostrarse pura luz y color.
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Transcurría 1983 y Franco Macri le había prometido financiar con 25 mil dólares el Partenón de libros que quería hacer. Un día, durante una reunión en la oficina del empresario, él le dijo que no, que no podía. Minujín se paró, fue hasta la ventana y amenazó con tirarse.
-Bueno, como me creen tan loca... Soy capaz de cualquier cosa, ¿no?
Macri terminó financiando el Partenón de libros.
-¿Estás tan loca como te creen?
-Nooo. ¡No soy loca, soy así!
Mira el reloj: una mala actuación.
-A ver... ¿qué hora es? Son siete y media. Hablamos bastante, ¿no?
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El taller de Minujín está en el barrio de San Cristóbal. Es una típica casa chorizo de cuando las casas eran molduras por todos lados, cuartos de techos altos y un patio central. Ella está de entre casa: overol blanco y guantes descartables. No lleva collares, no lleva colores flúo, no lleva sus Ray-Ban. Sin anteojos su impermeabilidad se ve seriamente dañada. Parece más vulnerable cuando uno puede mirarla a los ojos. En el lugar hay dos hombres y tres mujeres: sus asistentes. El clima es más bien reconcentrado. Fernando Bravo es el único que habla, desde la radio, en un rincón. Minujín pega tiritas de tela pintadas con colores flúo en un gran cuadro. Un cuadro completamente lleno de tiritas de tela de colores flúo. Se las alcanza un asistente después de embadurnarlas con cola.
-Yo si no trabajo, me muero. Me siento mal.
-¿Y qué hacés los fines de semana?
-Sufro...
Ofrece café. Se saca los guantes.
-Hablemos, pero no más de veinte minutos...
-¿Podemos hablar de la droga?
-Eso fue lo mejor que me pasó en la vida.
Los diarios del 13 de febrero de 2004 anunciaban que el día anterior la excéntrica artista plástica Marta Minujín había sido detenida en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, cuando estaba a punto de embarcarse en un avión rumbo a París. Minujín, según los diarios, pretendía subir al avión con tres sobres de una sustancia blanca: cocaína.
-Fue lo mejor: se me acabó la impunidad.
Mientras los medios se hacían una fiesta con la noticia, Minujín pasaba la noche en un calabozo VIP. Fue una noche de reflexión.
-Reflexioné. Fue como si mi otro yo me dijera: Con lo que te gusta ser libre y estás esclava. Y ahí... paf... Se me dio vuelta la cabeza
-¿Desde cuándo consumías?
-Hacía 20 años. No podía estar ni cinco minutos sin tomar... Paré hace seis. Los dealers me seguían llamando. Y yo: No, basta, se acabó. Me decían que nunca iba a poder parar y paré. Fue lo mejor que me pasó en la vida. Nunca más probé, pero nunca más.
Nunca más, dice. Casi lo grita.
-Me sirvió ver que no era omnipotente... Que aunque fuera Marta Minujín me habían detenido... En vez de ganar libertad la perdía. Fue tan brutal que preferí largar todo.
-¿Y algo de eso se vio reflejado en tu obra?
-Creo que perdí 8 o 10 años de trabajo... Me atrasé. Estaba pendiente del dealer, de la bolsa con droga, de esconderme para tomar... Horrible.
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Minujín está fatigada. Puede pasarse días enteros subida a los andamios, pegando tiritas de tela. Pero hablar de algunos temas le consume demasiada energía.
-Te preocupás mucho por mantener a tu familia apartada de tu imagen pública...
-Totalmente apartada...
-¿Y eso por qué?
-Porque es una parte mía que no tiene nada que ver con el arte, como la droga. El arte es mi droga más fuerte y mi motivo de vida; sin arte no puedo vivir. Y la familia no es suficiente. Cuando dejo de trabajar estoy bien con ellos, pero que no se mezclen.
-¿Cómo sos como madre?
-Y... normal, como una persona normal...
-¿Sos una señora que hace las cosas de la casa?
-No, señora, no, pero los chicos salieron todos fantásticos... Son totalmente normales, porque mi marido es normal también.
Es curioso el concepto de normalidad así, sin ningún tipo de carga, ni positiva ni negativa. Minujín lo usa para hablar de algo que ella no tiene, que no añora, pero que valora en otra gente, como su familia.
-No puedo estar mucho con ellos porque me sofoco con su normalidad. Si estoy más de ocho o nueve días, exploto. No es una familia típica... No somos pegoteados. Mi marido no sabe nada de arte, nunca salimos juntos, no tenemos los mismos amigos. De todos mis amigos ninguno es casado ni tiene hijos. Son marginales. Ninguno tiene plata, y los de él sí.
-¿Cuánto hace que están casados?
-Desde los 16 años... Tenemos el mismo amor que a los 16 años.
Minujín mira el reloj. Le pide auxilio. "Faltan cinco minutos", dice.
-¿Hay alguna posibilidad de que hable con tu marido?
-Naaa... no mezcles. Me lo piden todos, pero yo no mezclo.
-Me intriga bastante...
-Mala suerte, olvidate.
13
El marido de Marta Minujín es un hombre corpulento, calvo, con anteojos de montura plateada. Lleva pantalones beige, un llavero con un manojo de seis llaves colgado del cinturón, camisa celeste con rayas blancas y lapicera en el bolsillo. Entra en el bar, en la esquina de su oficina, y saluda por su nombre a Juan y a Ramón, los mozos.
Se llama Juan Carlos Gómez Sabaini. Tiene 72 años. Es economista; su especialidad es la economía fiscal. Fue subsecretario de Política Tributaria en los gobiernos de Levingston, Alfonsín y De la Rúa. Hoy es consultor de organismos internacionales. Su hobby es el yachting.
Conoció a Minujín en 1959, en una exposición que la artista de los happenings hacía en Mar del Plata. Dos años después se casaban y se separaban: Minujín se fue becada a París y él se quedó en Buenos Aires. Dice que lo primero que le atrajo de ella fue su ejercicio de la libertad.
Está de acuerdo con el celo de su esposa para con su intimidad. En un mundo en el que todos exponen sus miserias y su intimidad más absoluta es bueno que haya alguien que no lo haga, dice.
-¿Cómo es Minujín como madre?
-Ah... es muy dedicada. Es una persona muy cariñosa. Una idishe mame.
-¿Idishe mame?
-Sí, (media sonrisa). Aunque ella dice que no, yo creo que sí (risas). Llama a los hijos todos los días, varias veces. No pasa día sin hablar con ellos.
-Difícil de imaginar si uno se guía por el personaje...
-El personaje parece que siempre está en lo suyo (hace un gesto: un giro de la mano en el aire, como si dijera volado). En un mundo abstracto. No, no, ella siempre fue una madre muy presente. Las primeras llamadas en las mañanas son para ellos.
-¿Y como esposa?
-Muy buena, espectacular.
-No me refería a buena o mala, sino a cómo es... ¿Algún detalle?
-Hay cosas que no le gusta hacer. Como a todo el mundo. Por ejemplo, Marta no cocina.
-¿Cocina usted?
-Sí, si no me muero de hambre (carcajadas).
-Minujín sigue sin poder comer sentada a la mesa...
-No, desde su infancia. Los padres, que eran bastante rígidos, la obligaban. Se ve que le quedó un trauma, ¿no? Bueno, ya a esta altura del partido más vale conservarlo, porque sacárselo le va a costar un montón de plata (risas). A Marta le gusta sentarse en la mesa solamente en el desayuno.
-El desayuno lo comparten...
-Todos los días.
-Es el momento del día que comparten...
-Definitivamente. Compartir los desayunos, eso le gusta a ella.
-¿Qué tipo de salidas comparten?
-El cine, ir a caminar... Vamos a caminar a diario.
-Debe ser difícil andar por la calle con un personaje como Minujín...
-Ultimamente se tornó complicado. La paran para sacarse fotos. Como si fuera..., no sé..., un ícono. Es enormemente querida. La palabra más común que le dicen es diosa.
-Bueno, también dicen que está loca...
-Sí.
-¿Y está un poco loca?
-No, en absoluto. Es más cuerda que todos nosotros juntos. No tiene absolutamente nada de loca.
-Me imagino que con ella uno debe vivir todo el tiempo cosas disparatadas...
-Todos los días... Vivir con Marta es una aventura. Hay que estar cuidándose, porque se olvida las llaves, deja el gas prendido, no encuentra los papeles... Es así.
Le suena el celular. Sí, acá estamos, dice. Todo perfecto, aclara. Es Marta, quiere hablar con vos.
-Hola Leonardo necesito cambiar el día para las fotos al final estás con mi marido aprovechalo que es una excepción que hice eh ojo con lo que le preguntás chau...
-¿Qué piensa de la obra de su esposa?
-No lo puedo decir...
-¿Por qué?
-Porque soy parte comprometida en la cuestión. No puedo tener una visión objetiva. Me parece extraordinaria porque la hace ella.
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Tal vez no haya tanto oculto. Tal vez Marta Minujín sea toda esa alegría disparatada y toda esa oscuridad llena de colores flúo.
-Juan Carlos, ¿usted reconoce algo de su mujer en el personaje que ella misma construyó?
-Yo no sé si ella construyó el personaje o el personaje la construyó a ella. La verdad es que a esta altura no lo sé. Marta es así. Es una persona con mucha libertad, desordenada, atropellada, inquieta... Cargada de circunstancias de su pasado. Lo que suele manifestar públicamente, pero con otra cara.
Tal vez todo sea una cuestión de caras. Tal vez la verdadera Minujín sea esa superposición de máscaras que muestra. ¿No es eso a veces el arte?: máscaras para que veamos los hilos que las sostienen.
Fuegos artificiales, para que veamos el cielo.