La historia de Harland Sanders enseña que el triunfo no responde a edades, sino a quienes se atreven a superar los fracasos y enfrentar los desafíos
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Harland revisó el contrato que el representante de Shell Oil Company había deslizado frente a él, una vez más, buscaba algo que en la primera lectura se le hubiese pasado. La oferta era simple y tentadora para alguien como él, con más años en su cuerpo que victorias en el recuerdo y sin nada que perder: la gestión de una nueva estación de servicio sobre la Ruta 25 en Corbin, Kentucky. Recibiría, como compensación, una modesta vivienda para su familia, pegada a la estación, y un porcentaje de las ventas. Soltó el aire, apretó el bolígrafo y garabateó su nombre en el papel. En ese momento, Harland no sospechó que aquel sitio, insignificante a simple vista, sería la puerta donde su vida cambiaría para siempre.
¿Quién era Harland Sander?
Harland David Sanders nació el 9 de septiembre de 1890 en Henryville, Indiana, Estados Unidos, en el seno de una familia granjera de raíces irlandesas. Como el hijo mayor de tres hermanos, desde muy chico conoció de cerca las carencias de su hogar. Tenía apenas cinco años cuando su padre murió. Esa pérdida lo obligó a madurar antes de tiempo, a dejar los juegos para ayudar a su madre con las tareas del hogar. Fue entonces cuando aprendió a cocinar.
Unos años más tarde, cuando cumplió los 12, Harland abandonó la escuela para dedicarse por completo a las tareas de la granja familiar. Su madre se había vuelto a casar, pero la relación con su padrastro pronto se tornó difícil. El hombre, de carácter áspero, no tardó en descargar su violencia en Harland y sus hermanas. Luego de un año, cansado de la opresión de su hogar, Harland huyó a la casa de unos tíos que vivían en New Albany, Indiana.
A los 15, Harland decidió alterar su documento de identidad para agregarse algunos años. Con esta falsificación logró alistarse en el ejército y poco después fue enviado a servir en Cuba. En 1908, conoció a Josephine King, se enamoró y poco después se casaron. Fue su primera esposa. Juntos formaron una familia, tuvieron tres hijos. Durante esos años, Harland exploró múltiples empleos: trabajó como marino mercante, vendedor de seguros, bombero y granjero. Sin embargo, su temperamento le jugaba en contra y rara vez mantenía un trabajo por mucho tiempo. Se dijo que en una ocasión protagonizó una pelea violenta con un compañero de trabajo y que en otra, perdió la paciencia con un cliente que se negaba a pagar y resolvió el asunto a los golpes.
Tras saltar de un empleo a otro, decidió emprender su propio camino en los negocios. Invirtió parte de sus ahorros en un sistema de iluminación a base de gas de acetileno... pero la red eléctrica alcanzó las zonas rurales antes de lo previsto y el negocio se vino abajo. Sin desanimarse, decidió entonces establecer un cruce de ferry en Jeffersonville, Indiana. Esta vez, su esfuerzo rindió frutos y el negocio prosperó tanto que Harland llegó a amasar una pequeña fortuna.
A finales de la década de 1920, Harland se mudó a Camp Nelson, Kentucky. Allí se convirtió en vendedor de neumáticos para Michelin. Pero mantuvo poco tiempo ese empleo, hasta que apareció la oportunidad de administrar una estación de servicio en las cercanías de Nicholasville. Estaba entusiasmado con su nuevo proyecto. Pero, el destino tenía otros planes para él, una sequía implacable y el desplome de Wall Street en 1929 se encargaron de reducir la demanda de combustible. El negocio quebró.
Al año siguiente, Shell Oil Company, conocedora de las habilidades de Harland para las ventas, se acercó con una propuesta singular: le ofreció la administración de una nueva estación de servicio en la Ruta 25, en Corbin, Kentucky. El acuerdo incluía un porcentaje de las ventas y una vivienda junto a la estación, para que él y su familia pudieran mudarse sin preocuparse por el alquiler. Harland aceptó la oferta, convencido de que era una buena oportunidad, sin imaginar el desenlace.
Manjares en la ruta: un oasis en el camino
Harland tenía 40 años cuando comenzó a manejar la estación de servicio de Shell Oil Company. Fue allí, en medio del ir y venir de viajeros y conductores, donde se dio cuenta que podía ganar un poco de dinero extra haciendo algo que le gustaba hacer desde la infancia y que dominaba con naturalidad: la cocina. Así, en esa aquella pequeña estación de servicio, comenzó a forjar su legado.
Harland y su mujer preparaban la comida en su casa y luego la colocaban sobre la mesa del comedor esperando que los viajantes, en su mayoría camioneros agotados, muchos de ellos con días sin probar una comida que recordara a su hogar, se acercaran y probaran. Aquella modesta mesa familiar pronto se convirtió en un oasis en el camino, una parada obligada de quienes querían disfrutar de un buen plato de comida.
El éxito fue tal que Harland decidió reinaugurar su negocio en un local propio. La calidad de sus platos hizo que su fama creciera rápidamente, convirtiendo el lugar en un punto de referencia en la zona. Su popularidad alcanzó tal nivel que, en 1935, el propio gobernador de Kentucky le otorgó el título de “Coronel”, un honor reservado a quienes representan lo mejor del estado, en su caso, en reconocimiento a su destacada labor culinaria. Curiosamente, al principio Harland evitó incluir pollo en su menú, decía que le tomaría demasiado tiempo prepararlo “como es debido”. Irónicamente, el plato que algún momento lo haría famoso, era justamente el que él consideró un obstáculo en aquellos primeros días.
La receta original
Un año después, Harland dio un paso audaz y abrió otro restaurante más grande enfrente. Lo llamó “Sanders restaurante”. Fue allí donde, finalmente, decidió agregar el pollo frito a su menú. Lo cocinaba en una sartén especial y con una receta única que incluía la mezcla secreta de 11 hierbas y especias que patentaría en 1940. La llamó “Receta Original”. El resultado fue tan extraordinario que el pollo frito se convirtió en el plato estrella del restaurante, atrayendo a multitudes.
Sin embargo, Harland enfrentaba un desafío importante: su plato requería una cocción de al menos 30 minutos, un tiempo que ponía a prueba la paciencia de los hambrientos viajeros. Pero, como si el destino estuviera de su lado, encontró la solución en el lugar menos esperado: en una ferretería local hicieron una demostración de una olla de presión. Al ver que ese utensilio permitía acortar los tiempos de cocción de los alimentos, Harland se preguntó si sería posible adaptarla para su emblemático pollo frito. Decidido a probar, encargó la fabricación de una versión especial que pudiera usarse con aceite en lugar de agua. Después de numerosos intentos finalmente dio con el punto exacto: un pollo crujiente por fuera, jugoso por dentro, sin exceso de grasa y lo mejor de todo era que lograba cocinarse en menos de 10 minutos.
En 1947, Harland se divorció de Josephine. Un año después se casó con Claudia Price, una trabajadora de su restaurante que se convertiría en su compañera fiel hasta el final de sus días. A la par las ventas del restaurante seguían creciendo, los críticos culinarios de la época elogiaban sus platos, despertando un aluvión de clientes que llegaban desde lejos solo para probar su famosa receta. Motivado por este éxito desbordante, Harland decidió ampliar las instalaciones de su restaurante para poder atenderlos a todos. Parecía que finalmente la fortuna le sonreía.
Sin embargo, a comienzos de la década de 1950 se construyó, paralela a la ruta 25 y a varios kilómetros al oeste, la carretera interestatal 75, lo que no solo desvió el tráfico, sino también a sus preciados clientes. Ahora su restaurante, que había sido un imán de viajeros, quedaba peligrosamente apartado del camino. El negocio comenzó a caer y a generar deudas por lo que Harland decidió venderlo.
Después de pagar todas las deudas, tuvo que aprender a sobrevivir con una modesta pensión estatal de 105 dólares. A los 62, había probado el sabor del éxito, pero este se había desvanecido. Con el peso de los años y los sueños rotos a cuestas, Harland contaría luego que llegó a contemplar la posibilidad de terminar con su vida. Pero no se dejó vencer. Con una mezcla de terquedad y el recuerdo de todo lo que alguna vez había construido, decidió volver a intentarlo una vez más.
La última gran apuesta: el nacimiento de “El coronel Sanders”
Una mañana, Harland decidió que “desde entonces y para siempre” se presentaría como “El coronel Sanders”. Quería parecer tan serio como un verdadero coronel, alguien con quien nadie se atrevería a cuestionar. Dejó crecer su bigote y una pequeña barba en la pera, que blanqueó hasta hacerlos coincidir con su cabello ya canoso. Comenzó a vestirse con trajes oscuros, pero pronto se dio cuenta de que necesitaba algo más llamativo, algo que lo diferenciara de cualquier hombre de negocios ordinario. Así fue como adoptó el traje blanco que acabaría por inmortalizarlo. Diría luego que sentía que vestía como un militar que había conquistado los paladares de los norteamericanos.
Con su nuevo look comenzó a manejar por las rutas de los Estados Unidos. La mayoría de las noches dormía en su auto para ahorrar en gastos. Iba de restaurante en restaurante preparando su pollo frito para que los dueños lo probaran. Si la reacción era positiva entonces “El coronel Sanders” cerraba un trato ofreciendo su receta y la técnica para prepararla a cambio de cuatro centavos de dólar por cada plato vendido. Era solo el comienzo, pero él lo sabía: cada plato servido era una victoria y en su mirada se reflejaba la ambición de un hombre que no pararía hasta que su nombre, su receta, y su inconfundible imagen fueran conocidos. Llamó a su producto Kentucky Fried Chicken (KFC).
Aunque recibió muchos “no” como respuesta, un día de 1952 logró concretar su primera franquicia con Pete Harman, dueño de una hamburguesería en Salt Lake City (Utah). Luego de agregar el pollo frito al menú del restaurante sus ventas se triplicaron. Mientras tanto, el Coronel Sanders seguía recorriendo los restaurantes de los Estados Unidos en busca de más franquiciados.
“La idea de que un hombre de 66 años tuviera que comenzar prácticamente de nuevo era desalentadora, pero resultó ser la etapa más interesante de mi vida. A mi edad, era un desafío, aunque tenía fe en mi producto, en mí mismo y en mi capacidad para lograrlo”, escribió en sus memorias.
“Empezar de nuevo a los 66 años no me asustaba. Ya había estado en la miseria antes. Había estado tan deprimido y hambriento como puede estarlo un ser humano, y no me molestaba pensar que volvería a tocar fondo. Pero debo admitir que nunca pensé que el proyecto que comencé tan tarde en mi vida llegaría a ser tan grande como lo fue”, agregó.
En 1964, con 74 años de edad, el “Coronel Sanders” había conseguido más de 600 establecimientos, ubicados en los Estados Unidos y Canadá, vendieran su pollo frito. Hasta ese momento el negocio continuaba siendo familiar: Harland se encargaba de las ventas y su mujer de mezclar las especias secretas que enviaban a los franquiciados.
“Nunca cobré por otorgar una franquicia; empleaba un sistema de honor. Al principio, no recibiría ningún pago. Yo mismo debía invertir para llegar hasta un restaurante y hacer una demostración. Solo después, cuando mis franquiciados empezaban a ganar, recuperaba algo a cambio. Muchos se han preguntado cómo logré manejar mi negocio de franquicias confiando en el honor, sin ser engañado... Para mí, poder vivir de esa manera, sin tener que presionar a nadie, era invaluable”, explicó Harland en su biografía.
Pero la compañía creció a un ritmo tan acelerado que al matrimonio le resultaba cada vez más difícil abastecer a todos sus franquiciados. Fue por este motivo que, en 1964, decidió vender la mayor parte de sus acciones a un grupo inversor por 2 millones de dólares (alrededor de 16 millones de dólares actualmente). Harland permaneció en la empresa como portavoz por un salario de 40.000 dólares anuales, pero pronto se elevó a 75.000 al año por el crecimiento de las ventas (equivalente a más de 500.000 dólares actuales).
Para 1970, la visión del “Coronel Sanders” había superado todas las fronteras. Su marca se había convertido en una de las compañías de comida rápida más grandes del mundo. Existían más de 2700 franquicias que se levantaban como símbolo de aquella hazaña que nació del esfuerzo y la perseverancia de un hombre que, a sus 70 años, se negó a darse por vencido.
“Cuando las personas mayores me preguntan: “¿Cómo tuvo tanto éxito después de los 65 años?”, les digo: “Cualquiera que haya llegado a los 65 años de edad tiene un mundo de experiencia a sus espaldas. Ha tenido sus altibajos y todas las pruebas y tribulaciones de la vida. Sin duda, debería ser capaz de sacar algo de todo eso, algo que pueda reunir al final de sus 65 años para poder empezar de nuevo”, concluyó el “coronel” en su libro.
Harland, o el “coronel Sanders”, murió el 16 de diciembre de 1980. Tenía 90 años. Se repite, casi como un mito, que la receta con los nombres de las misteriosas hierbas y especias sigue siendo un secreto guardado con recelo. Existe, según cuentan, un papel firmado de puño y letra por el propio Harland, donde yace la receta original. Ese documento, que casi parece un talismán, estaría bajo estricta vigilancia en una caja fuerte en la sede de KFC, en Louisville. Solo dos altos ejecutivos conocen el código para abrirla. En su honor, los propietarios de KFC decidieron conservar su imagen como emblema de la empresa.
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