Milena Busquets: la heredera del buen gusto
La infancia rodeada de grandes escritores, la independencia de Cataluña y la devoción por Messi, de todo ello habló esta exitosa autora, cuando recibió en 2019 a la revista en su casa de Barcelona
La línea del metro termina en aquella estación al pie de la montaña Tibidabo. ¿Para qué dinamitar la piedra? ¿Para qué someter a la naturaleza a semejante violencia? Hacer ruido, sacudir, derribar, siempre es ideal, pero la agresión, jamás. Los pasajeros descienden. Algunas calles conducen por la ladera empinada hacia el extremo de la ciudad y luego, un poco más al norte, solo habitan algunos colegios, ideas y recuerdos. Una maestra reta a un niño con la mano en alto y ante la mirada adulta de una desconocida, baja el tono y lo obliga a ingresar en el patio del colegio. Hacer ruido, puede ser; sacudir, jamás. Un timbre, un segundo timbre, una escalera, un descanso, una segunda escalera. Es el mediodía del día que comienza la primavera. Un árbol de Navidad recibe a la visitante.
–Lo he encendido para ti –da la bienvenida Milena Busquets con una carcajada.
El ruido, siempre; sacudir, también; la agresión, nunca. Su estilo es la libertad, la rebeldía, la ausencia total de solemnidad e imposturas de una arqueóloga formada en Londres, una dama que domina el inglés, el francés, el español y el catalán. Milena Busquets es hija de la gran editora Esther Tusquets . Umberto Eco le hacía dibujos para entretenerla cada vez que, durante sus visitas a Barcelona , su madre le prestaba la casa para las entrevistas. Ahora es ella la que piensa y dialoga. No responde. No espera la pregunta, sino que conversa. "Aquí puedes hacer lo que quieras. Puedes fumar. ¿Tienes hambre?".
En esa buhardilla hay una mesa y, sobre ella, cosméticos, crema para las manos, pastillas para la migraña, una vela encendida y el último tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. En esa mesa suave al tacto ("Es de Ikea, no me avergüenza decirlo") escribe su próxima novela, el esperado regreso a la ficción luego del éxito de También esto pasará. Mientras tanto, presenta Hombres elegantes y otros artículos (Anagrama), una selección de los mejores textos publicados en los últimos años en medios españoles y ahora publicados en un libro de dos dimensiones, aunque las prosas emerjan como un libro pop-up con sus colores, sabores, aroma a mar y una voz nítida y provocadora.
–En estos artículos estás vos, sin exhibicionismo, pero con una gran sinceridad, aparece lo que te lastima, lo doméstico…
–Y lo que me gusta, no solo mis desventuras. No tengo otra forma de ser. Ni como escritora ni como persona. Lo mejor que tengo es lo que doy y no hay mucho más. Me nutro solo de mí misma, está lo que veo, lo que investigo. Hay mucho de Blanca que es uno de mis álter ego.
–Qué bueno que digas que tenés un álter ego, no todos los autores admiten que lo tienen o reconocen a un personaje como tal.
–¡Claro! Es que a los escritores nos gusta pensar que somos superpoderosos y que nos lo inventamos todos. Y lo guay es decir: "Creé un mundo entero". Una de mis novelas de cabecera es El extranjero, y seguro que hay algo de Mersault en Camus, pero eso no significa que Camus haya matado a nadie. Somos muy vanidosos los escritores y nos gustaría pensar que creamos todo desde cero.
–¿Qué podés adelantar de tu próxima novela?
–Nada (risas). No, no sé qué decirte. Sigue siendo un álter ego mío. No es una continuación de También esto pasará. Hay días que me parece que será buena y otros, una mierda. Aún no la termino, me he retrasado.
–Y mientras, te animaste a escribir artículos.
–Necesitaba limpiarme de la novela anterior, una experiencia muy fuerte. Cuando empecé, les dije a los periódicos que no quería ceñirme a la actualidad política, que en España y en Cataluña en estos dos años ha sido bestial. Hay escritores muy literarios que, de repente, cuando empiezan a escribir en periódicos o en revistas sienten la obligación de hablar de política, de actualidad y de sociedad. Hablo de política cuando tengo algo que decir, que no es lo común, o cuando se me ha ocurrido una idea que es distinta.
–Hablás de cuestiones muy complejas, sin academicismo.
–Eso no. Odio lo pretencioso. Sigo siendo un poco rebelde. Cuando hemos nacido en mundos formales, ya tendemos para siempre a lo contrario. Detesto la impostura en el periodismo y en la literatura. Prefiero la cosa de Michel Houellebecq , asquerosa, con mal gusto. Pero eso es un gusto personal.
–Deslizás en un momento que Houellebecq es un gran romántico.
–Creo que lo es. La gente piensa que si alguien habla de sexo ya no es un romántico. En nosotros conviven las dos vertientes. A Houellebecq le gusta muchísimo provocar, escandalizar, y lo increíble es que la gente se escandaliza, y pica por esto, simplemente porque escribe sobre coños viejos. ¿Quién hay que no sea romántico? En el fondo lo somos todos. Después del siglo XIX, el romanticismo alemán se va expandiendo por Europa, Goethe, el suicidio y la palabra romanticismo se pervierte y se va convirtiendo en un cliché. Esto es una corriente literaria que te puede gustar más o menos…
–Y hablando de los románticos y del siglo XIX, estamos en una buhardilla.
–Quería que la vieras porque aquí ha entrado muy poca gente.
De la loca del ático, el tópico victoriano, al cuarto propio, en Barcelona una mujer logró, en otra época, cincelar una voz y un estilo, en la parte más alta de una casa en la parte más alta de la ciudad donde se respira aire puro del Mediterráneo. En su habitación hay una ventana que da un jardín donde impera una enredadera color lavanda. "Aquí duermen mis hijos", muestra la habitación contigua, abre las puertas del baño y enseña el interior. En esa calidez de hogar hay libros en una biblioteca frente a un piano, libros en estantes, libros sobre sillas, libros sobre las repisas de yeso, libros en disposición vertical, libros en disposición horizontal, libros sobre el suelo, en el pasillo, en la sala, en la cocina, en la mesa de trabajo, en la mesa de luz y en la mesa ratona frente al televisor. Un retrato de Chéjov y una foto de Esther Tusquets junto a Pablo Neruda custodian un patio interno y la mejor portada de todas las que tuvo (y tendrá) También esto pasará: la que su hijo Héctor diseñó.
–Escribís artículos muy valientes, como "Soraya" [en alusión a la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría, del conservador Partido Popular, a quien considera una feminista]. Proponés ahí que si llegara a pasar por Barcelona, que te avise para tomarse una copa.
–¿Y sabes que me llamó?
–¿Qué te dijo?
–Me llamaron de El Periódico y me preguntaron si le podían pasar mi teléfono. Estuve toda la tarde temblando. Esta mujer da un poco de miedo porque es tan seria, en plan Merkel. Pero es encantadora. Acá perdí amigos por esto, no amigos del alma, pero hay gente que me dijo: "¿Cómo te atreves a hablar bien de Soraya o decir que Rajoy te da pena?".
–También decís que no escribís para hacer amigos, para aburrir ni para congraciarte.
–Exacto. En el caso de Soraya me pareció que no había salido nadie a defenderla como mujer. Las feministas defienden mucho a las mujeres que están de su lado. En el caso de Soraya, como es de derechas, es un poco más difícil. Si voy a decir lo que dice todo el mundo, para eso, me callo. Para decir que soy feminista, no voy a escribir un artículo. Solo hay que ver cómo vivo, es evidente.
–Con ella, no estuvo bien el gesto de Monedero... [Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, luego de la moción de censura que puso fin al gobierno del PP, tomó por los hombros a Sáenz de Santamaría a la salida del Congreso],
–Es muy poco elegante, hablando de "hombres elegantes". No son muy elegantes los de Podemos en general. Soy socialista, de izquierdas, nunca he votado al PP. Los que hemos sido un poco rebeldes, siempre tenemos ese deseo de provocar. A veces escribes para meter el dedo en el ojo, despertar a alguien.
–Lo mismo te ocurre con el separatismo en Cataluña.
–Yo no quiero la independencia de Cataluña, pero me parece muy mal que los independentistas estén en la cárcel tanto tiempo.
–¿Se partió Cataluña con esta crisis?
–No lo creo. La situación está mejor que hace un tiempo. Sigue siendo un sitio bueno para vivir. Hemos discutido muchísimo, nos hemos peleado e insultado, pero en el medio de los dos extremos estamos nosotros.
–Decís que todo autor tiene tres o cuatro temas. Los tuyos son la soledad, el paso del tiempo…
–A ver, ¡te diré que no! ¡Que no has entendido nada! (carcajada). Sí, esos temas, la amistad, el amor... Creo que la vida es una combinación de ir a comprar tomates, de charlar con el vecino, de reflexiones más hondas, y después lo que pasa en el mundo. Puedes escribirlos con grandes palabras o palabras pequeñas mientras compras los yogures en el supermercado. Y también está la nostalgia de las personas que no están, o de las que están, pero que de alguna forma has perdido. Y sin darnos cuenta, porque no lo queremos ver, porque nos da miedo, nosotros también cambiamos. De cuatro años a aquí, de También esto pasará a aquí, no soy exactamente la persona que era, ni me enamoro como me enamoraba. En el camino vamos dejando a nuestros dobles, como un camino lleno de ti.
–¿Te imaginás cómo hubieses sido como madre con una hija rebelde como vos fuiste?
–Ostras. Me encantaría tener una hija; no me da pena no haber tenido, porque tengo dos hijos fantásticos. Debería ser muy insoportable en la adolescencia. La amaría locamente porque igual sería recuperar una Milena que dejé en el camino. Me gusta mucho la gente y las mujeres, porque hay mujeres a las que no les gustan las mujeres, que compiten entre ellas. ¿Cómo podemos juzgarnos entre mujeres con tanta dureza? Me han hecho sufrir mucho más las mujeres que los hombres.
–También hay hombres que no leen a mujeres.
–¿Tú crees? Me parece tan increíble. Me parece una locura. Esto lo decía mi madre, cuando tenía una charla con Carmen Martín Gaite o Ana María Matute: "Es que ellos no nos leen". Es curioso. Me gustaría saber si está cambiando en las generaciones más jóvenes. Un hombre, Jordi Évole, presentó mi libro en Barcelona…
–¿Por qué Jordi Évole? [Uno de los periodistas más prestigiosos de España, quien hace unas semanas entrevistó a Nicolás Maduro en Caracas y también al papa Francisco, líder de audiencia con su programa Salvados, los domingos por la noche].
–Sí, es que es muy fan, es que es rarísimo, ¿no es una locura? El hace más periodismo social.
–Además del hombre que lee a autoras mujeres, el hombre que escucha, que no insulta en las redes sociales, esos son los "hombres elegantes" que describís.
–Me gusta el título, es un poco arbitrario, pero yo soy un poco arbitraria, lo reconozco. En este momento, el mundo es de la gente que grita más fuerte. A los que somos gentiles, se nos oye menos. La influencia de Donald Trump es bestial. Al margen de que sea un mentiroso y un pésimo presidente, no deja de estar en un puesto de poder increíble. No deja de ser el emperador repulsivo que ha dado permiso para empezar a gritar. Creo que hay que dar voz a los que hablan bajito.
–Te fuiste de las redes sociales.
–Me fui de Twitter, de Facebook y tampoco leo los comentarios del periódico. Porque, ojalá tengas razón tú que dices que soy valiente, pero una vez que he acabado el artículo y lo he enviado, empiezo a sufrir. A mí no me resbalan las críticas. Por eso, me fui. Aunque tuviera grandes faltas de ortografía, pensar que alguien desde no sé dónde te reprueba de una forma tan violenta me afecta muchísimo. ¿Qué tengo que hacer? ¿Ponerme a gritar como ellos? ¿Ponerme a insultar?
Alta literatura y batidos de chocolate
Las palabras nos rodean, nos asfixian, confunden. Quino retrató a Esther Busquets con una larga y ensortijada cabellera de palabras. Ese dibujo enmarcado está a la vista de Milena en esa mesa de comedor que es también el lugar donde escribe, donde mira las noticias, donde descansa Proust junto a un estuche con las siluetas de labios carmesí. En la biblioteca de la sala están los tesoros más preciados de un acervo cultural único: el legado de una editora pionera y valiente, que se animó en plena dictadura a hacer lo que pocos (o nadie) hicieron. "Espérate, espérate", dice mientras pasa las hojas de aquellas páginas dedicadas a su madre, como si después de un mensaje de Gabriela Mistral, de Alberti, de Jacinto Benavente, de Somerset Maughan y Tennessee Williams alguien pudiera seguir sorprendiéndose. Y ahí está, un yo-yo con cara de un señor barbudo, con anteojos. Ese señor es Umberto Eco: "A Esther, pendularmente", firma el italiano.
La rebeldía quizá sea genética. Milena recuerda que su madre publicó las memorias de Leni Riefenstahl, una de las impulsoras de la propaganda nazi. "¿Si hubiese nacido en otra época, habría sido una gran cineasta?", pregunta Milena, se pregunta, pregunta para comenzar a pensar, no en busca de una respuesta.
–Estás diciendo algo quizá polémico.
–Es que su elección fue errónea. No es que hiciese videos de lo que le diera la gana y después se fuese a comer con Hitler. Son videos de propaganda de un régimen.
–¿Pensás que se puede ser buen escritor, promover valores, y ser una mala persona?
–No lo sé. No estoy segura. No lo había pensado. No sé si te pasa, pero cuando leo a alguien sé si me gustaría tenerlo o no de amigo. A veces, el talento y la bondad no van juntos. A veces, ni siquiera el talento y la inteligencia. Un escritor que no sea inteligente no puede hacer grandes libros, pero hay pintores que tienen solamente un sentido visual y estético. Esto pasa también el fútbol.
–Amás a Messi…
–Amo mucho a Messi y, personalmente, quizá no es tan interesante. Quiero entrevistarlo.
–Mezclás a Messi, con Proust, con Eco, con Avicii y Baremboin…
–No eliges mucho qué te va a impactar. Ni la gente que te va impactar ni nada. Es negativo pensar que solo vas a leer alta literatura. A mí me gusta a veces un batido de chocolate con mucha crema encima. El mestizaje cultural creo que es bueno. No hay alto y bajo. Ni todos los que miran el fútbol son unos idiotas ni los que leen a Proust son superiores.
Milena es también elegante. Una elegancia que le escapa a lo efímero de la moda, y a la imagen. Aquello que la viste es su originalidad y mirada sensible que atraviesa a los demás. En el pie de la escalera que lleva a su casa hay un colgador donde penden, livianas, varias perchas sin abrigos y, quizá, en esta imagen, haya una metáfora de su expresión. Así es su escritura: libre de etiquetas y también de cobijos. Prosas que provocan. Transparentes.
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