Nuevas reflexiones de los adolescentes que se acercan a Clubes Ted-Ed, un espacio para conocer qué les pasa a los jóvenes del país en la sociedad que vivimos.
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Nacemos en un cardumen. Seguimos corrientes que, quizás, no nos son propias. Viajamos por rutas que no solemos cuestionar. Hasta que un día lo hacemos, y nos convertimos en aquel pez que nada a contramano.
Hace un tiempo yo era Mili. Y, así como si nada, Mili dejó de sentirse cómoda en sus espacios. Dejó de sentirse cómoda en el estilo de vida con el que le iba tan bien. Tenía muchos amigos (o creía); iba a muchas fiestas; sus fines de semana estaban explotados.
Un día Mili se dio cuenta de que no le divertían tanto el tipo de fiestas a las que iba. La mitad de las personas con las que pasaba el poco tiempo que tenía libre no le importaban. Tanta pose para Instagram no la hacía feliz. Cuando estaba sola, se la pasaba mirando por las redes que hacía el resto. Mili odiaba quedarse sin planes el fin de semana. Pasaba mucho tiempo pensando y eligiendo sus outfits para que fueran fichados, y que terminaban siendo iguales al resto de las 50 chicas que estaban cerca suyo.
Mili se dio cuenta de que estaba perdida. Eligió nadar contra la corriente. Se llenó de enojo, y tuvo ganas, muchas ganas de gritar.
Cuando el cardumen en el que nadás no es en el que querés estar, es normal llenarse de ganas de gritar. Da la sensación de que estuviste mucho tiempo en silencio. Ver que hay un montón de cosas que hacemos sin saber por qué y empezar a indagar en eso, ¿porque lo hacemos? ¿de dónde surge? ¿qué pasa si no hago lo que solía hacer? ¿qué pasa si todos dejamos de hacerlo? Es incómodo. Incómodo para el resto del cardumen, que está muy cómodo en su ruta, confiando en que va a llegar a buen destino. Porque un pez a contramano te choca, te confronta, se mete en tu camino. Es un obstáculo. Pero también es incómodo para una.
Tu pequeña realidad se empieza a romper. Todo es cuestionable. Y, entonces, todo indica que la desesperación es un buen camino y gritar se hace inevitable, pero no.
Cuando me di cuenta de que estaba en un cardumen en el que no me reconocía, lo mejor que pude hacer fue reconocerme a mí. Quizás, mostrarse como una realmente es resulta difícil. Pero con la cantidad de formas que tenemos, ¿¡cómo no lo vamos a hacer!? Pintando, escribiendo, a través de mi ropa, o de mi pelo fueron algunas de las formas que yo elegí.
Mis noches pasaron de transcurrir en un lugar cerrado, con música monótona y gente transpirada que te aplasta, a mirar las estrellas mientras canto o leo poesía alrededor de un fogón con mi nuevo grupo de amigos. Descubrí lo maravilloso que es transmitir sentimientos a través de la escritura y conocí el mundo de la meditación.
No digo que sea fácil. No se puede estar todo el tiempo rodeado de gente que busca un destino parecido o que, por lo menos, quiere una ruta distinta a lo esperado. Se puede hacer difícil estar encerrada 8 horas en el colegio, la facultad o el trabajo con gente que piensa muy distinto a uno. O tener permanentes discusiones con tus viejos. Pero vale la pena. El desafío está en encontrar el equilibrio, aunque esté en constante movimiento.
El arte me ayudó, pero también puede ser la música, cantando, bailando, actuando, tatuando, maquillando. ¡Qué sé yo! Las formas son infinitas y, seguramente, hay más herramientas que me pueden ayudar a mí o que le pueden servir a otros. Esto no termina acá.
De lo que estoy segura, es que no hay sentimiento más hermoso que sentirse dueña de tu ruta, de tus ideales, tus formas y, encima, poder compartirlos.
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