Miguel Grinberg: la brújula en el camino
En su lugar de trabajo, el autor de Cómo vino la mano tiene una estatuilla de Thomas Merton, el poeta y monje trapense que lo marcó en su juventud
En el estudio que Miguel Grinberg tiene en su casa de la calle Venezuela reina un saludable desorden. Hay libros y carpetas por todas partes. Parece la buhardilla de un joven inquieto y tal vez lo sea: con 80 años recién cumplidos, su dueño no ha perdido los entusiasmos que lo llevaron a ser un pionero de la contracultura y la ecología, el cronista de los inicios del rock nacional, un poeta y librepensador al margen de modas e ideologías. Sobre su mesa de trabajo hay una estatuilla de Thomas Merton, poeta y monje trapense norteamericano que fue su amigo y mentor. Se trata del Premio Louie, que la Thomas Merton International Society le otorgó en 1993. Es su objeto más preciado. Uno sospecha que simboliza tanto la coherencia entre la idea y el acto como la fidelidad a los valores que abrazó en su juventud. “Merton me indicó un camino”, dice Miguel.
Antes hubo un camino que lo llevó a Merton. Miguel cuenta que conoció al escritor Antonio Dal Masetto en la salida de artistas del teatro Caminito. Andaban noviando con coristas y se hicieron amigos mientras esperaban que acabara la función. Tras hacer juntos un viaje iniciático a Río de Janeiro, y al no conseguir que las revistas porteñas publicaran sus poemas, en 1961 Grinberg y Dal Masetto crean Eco contemporáneo, en cuyas páginas convivieron jóvenes escritores locales con Camus, Artaud, Henry Miller y poetas beats como Ginsberg y Ferlinghetti.
“En distintas capitales latinoamericanas habían brotado revistas como la nuestra y establecimos entre todas una gran red epistolar. En una de ellas, El corno emplumado, que Margaret Randall y Sergio Mondragón hacían en México, leí un poema de Merton, Retrato de Lee Ying. Quise publicarlo en Eco y ellos me dijeron que le escribiera a su autor. Así empezó nuestro intercambio.”
Esa red de poetas panamericanos le inspiró a Grinberg la creación del Movimiento Nueva Solidaridad, que tuvo su asamblea en Ciudad de México, en febrero de 1964, donde se encontraron poetas de 14 países. Miguel le pidió a Merton que presidiera esa “reunión fraternal” de vates. A causa de los hábitos, el monje declinó el honor, pero envió un Mensaje a los poetas que fue leído al grupo. “Merton iba a viajar al congreso. Pero el abad temía que no volviera y le canceló el permiso. Eso lo frustró. Sin embargo, ya en México, recibí una carta suya. Le habían permitido que fuera a visitarlo.”
Rafael Squirru, entonces director de asuntos culturales en la OEA, le programó a Grinberg una serie de conferencias sobre Nueva Solidaridad. Así Miguel pudo viajar a Washington y de allí a la Abadía de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, donde pasó una semana con Merton. “Me recibió como un amigo. Fue como si nos hubiéramos conocido de siempre. Era de sonrisa fácil, muy jovial. Por las tardes caminábamos por los jardines de la abadía. Su conversación era una invitación a la paz, al diálogo, a la solidaridad. Merton me dio una clase práctica de no violencia y de desobediencia pacífica. Yo no fui a buscar un gurú o un profeta. Pero él era un maestro de la serenidad.”
Miguel no lo volvió a ver. Pero se escribió con él hasta su muerte, en 1968. En el mensaje a los poetas que envió a México en 1964, el monje y poeta, autor de La montaña de los siete círculos y Ascenso a la verdad, escribió: “Estemos orgullosos de no ser brujos, sino hombres comunes. Estemos orgullosos de no ser expertos en algo. Estemos orgullosos de las palabras que se nos dan para nada; no para adoctrinar, no para refutar a nadie, no para demostrar que nadie sea absurdo, sino para señalar, más allá de todos los objetos, el silencio donde nada puede decirse”. Eso es de algún modo lo que ha hecho Miguel Grinberg durante toda su vida. Y ahí está la estatuilla de Thomas Merton para atestiguarlo.