Miedo al Covid: cómo lidiar con nuestras batallas mentales
Temor al contagio propio. Temor a contagiar a alguien querido. Temor al recontagio. Temor a haberse contagiado y tener secuelas permanentes. Temor a que no haya vacuna, temor a vacunarse, temor a un rebrote. "Para mí, yo ya tuve coronavirus como cinco veces", les dice Laura a sus amigas. "Yo me hisopé tres", relata Sofía. "Yo tuve, y ningún chequeo fue suficiente para quedarme tranquilo con el pos-Covid", cuenta Luciano. Evidentemente, si hay algo con lo que aprendimos a convivir, además del virus, es con el miedo al virus.
La batalla psicológica se libra día a día y no resulta sencilla para quienes la padecen. Vivir con miedo trae aparejados grandes niveles de estrés, mucha angustia y una sensación permanente de alerta. La información cambia, y la necesidad de chequear las últimas noticias también se incrementa.
"Yo creo que es una epidemia doble: está la epidemia en sí misma y la infodemia, la epidemia de información que hay y, como nunca, la información es absolutamente variable, con interpretaciones diametralmente opuestas y con hipótesis de tratamiento y amenazas de todo tipo. Esto hace que la gente esté aprehensiva, porque estamos viviendo una amenaza invisible, que se instaló desde el comienzo como mortal, cuando es cierto que hay un riesgo pero no es tan significativo como la amenaza que se vive, al punto de que creo que se desarrolló en mucha gente más miedo al coronavirus que a la muerte", sostiene el doctor Harry Campos Cervera, psiquiatra y psicoanalista de APA.
Precisamente el acceso constante a la información fue una de las cuestiones que más perjudicaron a Sofía, contadora de 35 años, agudizando una hipocondría previa, que la llevó a hisoparse tres veces y en la que experimentó síntomas de todo tipo. "Tengo mucho registro del cuerpo, y la idea de un virus mundial que nos puede matar, me hizo entrar en pánico. Además, primero eran pocos pero después los síntomas empezaron a proliferar y cualquier cosa podía ser Covid: una diarrea, una mancha en la cara, dolor de cuerpo. Y yo todos los días experimentaba, me tomaba la fiebre mañana y noche, de una axila y de la otra. Los primeros dos meses miraba noticias todo el tiempo, cuánta gente murió en cada país", relata. Y es que, como nunca, los "pacientes" accedimos voluntaria e involuntariamente a información constante sobre un virus que podríamos llegar a tener hasta en forma silenciosa, como los asintomáticos. La prevención que podía llegar a generar esa información se transformó en pánico para muchos. "El problema central en la difusión masiva de información médica es la confusión entre dato y conocimiento. Una noticia (por ejemplo, el fallecimiento de alguien muy joven) sin su contexto y trascendencia estadística genera alarma: todos los jóvenes están en peligro. Solo el análisis y experiencia del especialista pueden transformar el dato en conocimiento útil para la toma decisiones", advierte Pedro Horvat, psiquiatra y psicoanalista.
Si bien esta pandemia impactó de lleno en las peores fantasías de personas hipocondríacas, a nivel general los expertos prefieren hablar de ansiedad. "Todas las personas están permanentemente expuestas a un mosaico desordenado de rumores, comprobaciones parciales y pocos hechos fehacientes. La inevitable confusión deja a todos a merced de su propia selección e interpretación, orientadas en general por sus temores y prejuicios, porque siempre primero sentimos y más tarde –cuando podemos– pensamos. Esta incertidumbre, en un contexto de amenaza real, multiplica la ansiedad", sostiene Horvat.
Claro que más allá de lo racional, cuando se tienen síntomas, es muy difícil evitar la angustia. Es el caso de Luciano, sociólogo de 37 años, que, a pesar de haber sido leve, desde el momento que se contagió coronavirus vivió una pesadilla más ligada a los miedos que a su cuadro clínico. "Por mi trabajo tenía que leer mucha información referida al tema, y como se sabía muy poco acá empezaban a llegar notas con todas las secuelas que en Europa estaban teniendo los convalecientes. Yo sentía que cada testimonio hablaba de lo que podía pasarme", cuenta. Y agrega: "Los primeros meses luego de recuperarme estaba muy cansado, empecé a sentir hormigueos y un día se me movió un dedo involuntariamente. Fui a una neuróloga y me dijo que tenía estrés pos traumático. Encima leía notas que hablaban de la variedad y cantidad de síntomas que alguien curado podía tener, de que armaban grupos en Facebook y de long Covid, y todo eso me hacía peor. Después empecé a leer mucho sobre secuelas cardíacas y pulmonares. Los expertos en la tele decían que los convalecientes debíamos observar nuestro corazón: yo jamás tuve nada, no sabía qué era preocupante. Así que fui a un médico clínico, me hicieron todos los estudios, y me dijo que estaba bien. Pero seguía con miedo, así que después fui a un cardiólogo. Con muchas consultas médicas y sesiones de terapia pude transitar ese momento", relata.
Un poco hipocondríacos
¿Nos volvimos todos un poco hipocondríacos? "La preocupación acerca del cuerpo que genera el Covid no es una irrealidad, es producto de un estado de estrés permanente, que hace que la persona esté muy hipervigilante sobre lo que pasa, se magnifica la percepción de cualquier sensación y produce más miedo", explica Campos Cerdera.
Por su parte Horvat afirma: "Con las diferencias derivadas de la personalidad de base, nadie en esta pandemia ha estado libre de sentirse un tanto hipocondríaco y un tanto paranoico. Los trastornos de ansiedad han sido muy frecuentes frente a cualquier síntoma sospechoso, ya que, en medio de la acumulación de mensajes, toda señal puede ser una amenaza", agrega Horvat.
Juliana, abogada de 42 años, creyó que hacía lo correcto lavándose las manos todo el tiempo, bañándose y lavando toda la ropa al volver incluso del súper y aislando a su hija de 4 años desde que comenzó la pandemia por terror de contagiarse ella y no tener con quién dejarla. Luego de que le advirtieran que su hija debía tener algún tipo de interacción en un período tan prolongado la llevó a la plaza, pero si la nena tocaba algo accidentalmente la miraba aterrada y le ponía las manos para arriba para que la madre le pasara alcohol en gel. Tuvo que empezar a relajar las medidas porque entendió mediante terapia que podía generarle un trauma.
"La hipocondría es el temor a contraer una enfermedad asociado a un final catastrófico. Esto puede llevar a conductas preventivas que exceden lo establecido por la OMS, como lavarse las manos excesivamente o evitar encuentros sociales con el distanciamiento apropiado. Esto termina teniendo un impacto en la calidad de vida de la persona, no solo por el tiempo que le insume, sino por el malestar que provoca", alerta María Obiglio, coordinadora de Psicología del Centro Integral de Salud Mental Argentino (Cisma). Al parecer, no son solamente los síntomas clínicos los que deben atenderse. Los expertos lo advierten, y salta a la vista: el cuidado de la salud es imprescindible. Pero, a estar atentos: que la salud mental y la calidad de vida no sean dos cuentas pendientes durante esta larga pandemia.