Midón: un rey para los niños
Desde hace tres décadas, revaloriza el teatro infantil. Tanto, que obras suyas, hoy en cartel, como Huesito caracú y Vivitos y coleando, convocan a gente de todas las edades. En el inicio de las vacaciones de invierno, una entrevista con este maestro del género y una guía de propuestas para los chicos
Hugo Midón jugaba.
En su infancia. En San Isidro. En la calle cortada por la que pasaban pocos autos.
Al hoyo pelota, a las bolitas, al balero. Al fútbol, a los indios, a las escondidas.
–Como la calle tenía dos cuadras, pasaban por ahí los autos de nuestros padres, y nos tenían que pedir permiso para pasar. La calle era nuestra.
Hoy, Hugo Midón escribe, dirige e imagina obras de teatro para chicos. Recibió premios, llenó salas, lo aplaudieron, lo aplauden, lo recuerdan. Es un señor moreno con ojos de tifón, que dirige también un sitio bautizado Río Plateado donde aprenden el arte de la actuación chicos, adolescentes, jóvenes y adultos. Es, también, autor de canciones que muchos recuerdan, tararean y repasan según pasan los años, porque el tiempo no las lija.
Y es probable, y sólo probable, que el secreto del éxito de Hugo Midón esté en la sopa.
Hugo Midón, de chiquito, odiaba la sopa, porque en su casa había sopa todos los días, y esa sopa, la que hacía su mamá, le parecía horrible. Un asco. Una cosa repugnante. Hasta que un día su papá, un señor que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas cuando había una vez un país en el que las obras públicas existían, lo llevó de visita al ministerio donde hacía, precisamente, pública obra.
Eran las 12 del mediodía. Hora del almuerzo. Hugo Midón y su padre entraron de la mano en el comedor y Hugo Midón vio esto: sentadas, en mesas larguísimas, codo a codo, cuatrocientas personas. Cuatrocientos señores de pura raza obrera. Y a lo largo de los oceánicos pasillos que separaban las mesas como olas, vio cómo otros señores, cucharón en mano, avanzaban hundiendo el cucharón en el buche de grandes ollas y descargaban a manos llenas en los platos de los cuatrocientos el elemento tan temido. El líquido odiado. La sopa. Entonces a Hugo la tripa le hizo cruac, y pensó que nunca antes se había cruzado con algo que oliera tan rico. Pero Papá Midón, que no quería pataletas, le disparó despacito en la oreja esta frase como un maní: “Mirá, no quiero líos, si querés tomá la sopa, y si no, no”. A Hugo el corazón le dio una vuelta de campana, y levantó la mano, dijo sí, sí, sí quiero, como un novio –petizo, eso sí– ante el altar.
–Era la primera vez que me preguntaban si quería. Y cuando me dejaron decidir, dije que sí.
Fue el primer día en que tomó la sopa feliz. Desde entonces, Hugo Midón cree que la sopa es un manjar delicioso y toma sopa en todas partes.
Desde aquel día, la sopa le pareció la forma –calentita y sabrosa– de la palabra libertad.
Hoy, muchos años después de aquella sopa, lleva pantalones de cuero, arrugas marcadas, voz de quien ha fumado y cigarrillo en mano de quien fuma.
No. No es un redondito simplón, ni parece inocente de nada, ni saluda a las flores con nariz de payaso antes de desayunar, ni se ríe tocándose la panza, jo jo jo. Hugo Midón es un hombre serio.
–Hace años, una señora me conoció personalmente y me dijo: Ah, ¿es usted? Me lo imaginaba gordito y blanco. Como hace teatro para chicos.... La gente cree que hay que ser como un ángel para hablar con los chicos y no es así. Al contrario. Hay chicos fantásticos, chicos interesantes, sosos, inteligentes, sensibles, pero no todos son mágicos, no todos son inocentes. Hay chicos caprichosos, chicos rencorosos. A esos chicos, ir por el lado de la magia, la inocencia, la fragilidad, no les produce nada. Acá en la escuela yo veo que imaginan cosas tremebundas. Si yo hiciera teatro con los temas que recojo de los chicos tendría que hacer teatro del horror. Me acuerdo de unos que habían armado una situación en la que una hacía de mamá y otros de hijos. La mamá no los dejaba ir a una fiesta. Entonces la cortaron en pedacitos, la metieron en la bañera, fueron a la fiesta, y cuando volvieron la volvieron a armar. La mamá, renacida, les dice: Ah, qué tal chicos, qué hacían. Y los chicos: Bien, mamá, estuvimos jugando en el cuarto. Lo solucionaron de una manera natural, pero monstruosa. Yo no voy a decirles: No, a la mamá no se la corta en pedacitos. Pero me impresionó. Te encontrás todo el tiempo con mucha cosa oscura, negra, cosas muy arbritrarias, y también muy poéticas, sin pretensión de serlo.
Midón nació en un lugar alejado de las alas de los ángeles, en Lanús, Puente Alsina, frente a la fábrica de frazadas Campomar. Ahí, en lo que él recuerda como barrios bravos, se crió.
–Mis padres tenían con mis tíos una panadería, La Chiquita. Después nos mudamos a San Isidro, cerca del río. Un cambio grosso. Mi viejo compró un terreno, hizo la casa. Crecí pegado al río, a las barrancas.
En San Isidro, descubrió que existían las escuelas mixtas, donde podía compartir la turbulencia adolescente con chicas de su misma edad. Estudió Magisterio. Creció despacio. Y un día vio el OVNI, 15 años recién puestos y Huguito deslumbrado en la vereda.
–Había un teatro municipal, con un elenco que hacía funciones en distintos lugares del partido de San Isidro, al aire libre. Entonces un verano andábamos dando la vuelta del perro, de la plaza a la estación, tomando helado, y veo que en una zona estaba todo oscurecido, hasta los negocios, y un escenario iluminado. Parecía que había bajado un OVNI, todo oscuro y eso iluminado. Vi una obra de Chéjov, y un sainete. A los pocos días vi que había carteles anunciando la inscripción en esa escuela, me metí, y seguí con el teatro toda la vida.
A los 20 se mudó a Belgrano, solo, e ingresó en el Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, que dejó de funcionar en 1966, después de las Noche de los Bastones Largos.
–Yo terminé ahí y tenía idea de ir a estudiar afuera, pero como no tenía plata, inventé un espectáculo y me puse en contacto con algunos lugares de América latina, para hacer una gira en la que hacía talleres, cursos, y mi espectáculo teatral. Una obra de Samuel Beckett. Para adultos.
Se fue con su mujer, dos valijas, vestuario, maquillaje, poca cosa.
–Ibamos mochila al hombro, mi mujer hacía puerta, boletería, yo encendía las luces del teatro cuando llegaba y las apagaba cuando me iba. Era lindo, pero sacrificado. Podía pasar cualquier cosa. Se paraba el micro en medio de la selva ecuatoriana, lloviendo, se enterraba y se quedaba ahí horas.
Llegaron hasta Nueva York. Cruzaron a Europa. Volvieron. En Buenos Aires, se reunió con sus compañeros del Instituto de Teatro de la UBA y empezaron a improvisar un espectáculo entre todos. Así nació la primera obra, estrenada en 1970. Se llamó La vuelta manzana y estuvo diez años en cartel.
–Estrenamos con un préstamo que sacamos en una cueva de por entonces. Ninguno de nosotros podía responder por un préstamo. Ninguno tenía plata. Hicimos una cooperativa de diez, doce personas, y el préstamo era a devolver en tres meses. Hicimos el espectáculo, estrenamos en el Regina, y estuvo lleno, lleno, lleno. Devolvimos el préstamo en 27 días. Yo tenía 27 años, y creo que ahí se juntó mi cosa docente con lo teatral. Mientras fui maestro, tenía con los chicos una relación bárbara. Lo mejor que me pasaba en el Magisterio, que es algo que me pasó en las obras, fue el afecto genuino que me despiertan los chicos. Son personas que me interesan. No hago ningún esfuerzo por comunicarme, hay gente que hace teatro para chicos a la que no le pasa eso.
Desde entonces, hizo más de 18 espectáculos, entre los que se cuentan hitos como Huesito caracú, Vivitos y coleando, Sorpresas, Cantando sobre la mesa, El imaginario, Objetos maravillosos, El gato con botas. Ganó el Premio Argentores en 1970, 1991, 1992, 1993 y 1994 por La vuelta manzana, Popeye y Olivia y El gato con botas. En 1980, ganó el Premio Molière por su labor realizada en el teatro para chicos. En 1990 y 2000, el Premio Konex. En 1993, 1994 y 1999, el ACE. Desde abril último repuso dos de sus espectáculos: uno, Huesito caracú, en el Complejo La Plaza, de Corrientes y Montevideo; el otro, Vivitos y coleando, en el Auditorium de San Isidro, en Avenida del Libertador 16.138.
–La idea surgió el año último, cuando sentí que estábamos viviendo una situación en el país similar a la que vivíamos cuando estrenamos Vivitos y coleando, en 1989. Los problemas siguen siendo los mismos.
Miren, si no, el tema Piratas, de Vivitos y coleando: “Piratas,/ en todas partes hay muchos piratas./ En el asfalto de la gran ciudad y en alta mar también./ Se llevan lo que hay, no les importa si el botín es personal/ o de la sociedad, lo mismo da/ para un pirata”.
–Yo empecé haciendo espectáculos que atendían más bien las necesidades de los chicos de acuerdo a su etapa evolutiva, basado en algunas concepciones más pedagógicas que artísticas, de las que me fui apartando a medida que iba conociendo. Ariel Buffano decía que no había flores para niños y flores para los adultos, que no había un mar para los niños y un mar para los adultos, que él hacía espectáculos para todo público, donde la idea era que, como en el mar, cada uno haga de acuerdo a su edad.
En una de sus pasadas por la televisión, Midón inventó un programa para chicos llamado, sí, Vivitos y coleando.
–Hicimos cuarenta programas de una hora, casi cuarenta comedias musicales. Montábamos tres coreografías originales por día. Iba por ATC, y me habían llamado para reemplazar otro programa para chicos. Yo propuse eso y les pareció bien, pero creo que cualquier propuesta les hubiera parecido bien, porque no tienen ni idea. Lo que saben en televisión es que el programa para chicos tiene que ser barato. Lo poco que hay hoy, sigue siendo lo mismo. Programas baratos, que usan a la gente. Los niveles de producción nunca son los niveles de producción de un programa para adultos. Yo me quedé pensando en eso que decía Buffano, y ya cuando hice un espectáculo que se llamó Narices, empecé a probar con hacer algo para todos los públicos. En Vivitos y coleando, hablo sobre la canasta familiar, la guerra, el cacerolazo.
Espectáculos para todo público, donde el todo público está más pensado para incluir a los padres que para admitir a los chicos. Guiones con lecturas que se sumergen mansamente como capas de cebollas civilizadas, canciones que van más allá de la superficie para que oiga el que puede oír.
–Pero el teatro para chicos sigue bastardeado, en manos de gente que todavía piensa que el teatro para chicos es un escalón inferior para después hacer teatro para adultos. La calidad de la crítica del teatro para adultos y para chicos en los medios es distinta. Desde la crítica, también se lo toma como algo inferior. Cuando yo empecé, los empresarios de las salas sólo nos permitían usar cuatro de los 60 spots que había en el teatro, todo lo demás era de la puesta de luces de la noche. Hoy podés usar treinta, y cuarenta son de la noche. Ahora podés usar todo el escenario, pero nos ha pasado de tener que tapar con cajas o tela la escenografía de la noche y trabajar en es el espacio que quedaba libre adelante. Está colocado en un lugar de menor importancia, y eso la tele lo refleja muy bien. Me parece cierto colonialismo, una idea que también está instalada en las familias, donde los chicos ocupan lugares menos importantes que el papá o la mamá. Me molesta porque la sociedad se pierde de aprender y refrescar ciertas verdades, conocimientos, apreciaciones de la realidad que vienen de los chicos, que tienen una mirada renovada, ingenua, a la que yo atiendo. La mirada adulta sobre la realidad te envicia, nos vamos endureciendo, y aparecen otros valores que no son tam importantes, pero empiezan a serlo. El mercado, el dinero, la competencia. El contacto con los chicos te refresca la idea de que vale la pena. Tenemos idea de que la política es una cosa sucia y contaminante, pero cuando vivís en carne propia los resultados de esa indiferencia, salís a la calle porque ya no podés ser indiferente. Te das cuenta de que la justicia depende de la justicia que uno vaya imponiendo en los actos cotidianos. De cómo te manejás con tus vecinos del departamento de al lado.
Vivitos y coleando –la canción– dice: “Cuando yo siento que estoy atento/ y preguntando por todas partes qué está pasando/ me siento vivo, vivito y coleando”.
Para los chicos, para los grandes, para los que ven a primera vista, para los que tienen que volver a mirar, para los que se ríen, para los que recuerdan, para los que lloran, para los que entienden. Para los que no quieren entender.