Michael Rockefeller: el heredero rebelde que desapareció misteriosamente entre caníbales y cocodrilos
Michael Rockefeller tenía 23 años en aquel fatídico día de noviembre de 1961 en el que desapareció. Era el bisnieto del magnate petrolero John D. Rockefeller, fundador de la Standard Oil, y el hijo del gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller. Como portador de ese apellido, formaba parte una de las dinastías más poderosas de los Estados Unidos. Pero había decidido hacer su propio camino.
Diplomado con honores en Historia y Economía en la Universidad de Harvard, el joven Rockefeller se dedicó a la antropología y se lanzó a la aventura de estudiar la vida de tribus exóticas. En eso estaba, interesado en las costumbres y los objetos de arte de la etnia Asmat de Nueva Guinea, cuando lo alcanzó la tragedia. La precaria embarcación en la que viajaba junto a un colega holandés sufrió un desperfecto y quedó a la deriva a una decena de kilómetros de la costa. Luego de unas horas a la espera de la llegada de ayuda, Michael se impacientó. Improvisó un flotador con bidones de gasolina, se lanzó al agua y nadó hacia la orilla. Nunca más se supo de él.
La versión oficial dijo que el joven se había ahogado en su intento de llegar a destino. Pero hay hipótesis más escalofriantes. Una de ellas señala que fue atacado por tiburones. Pero la teoría que más inquieta es la que asegura que Michael, el heredero de una de las mayores fortunas del mundo, fue asesinado y luego devorado en un ritual caníbal por la misma tribu primitiva que él estudiaba.
Lejos de las finanzas
Michael Clark Rockefeller nació el 18 de mayo de 1938. Era el quinto de los hijos de Nelson Rockefeller, el hombre que se convertiría en gobernador de Nueva York, primero y vicepresidente de los Estados Unidos, años más tarde, en 1974, con la presidencia de Gerald Ford. Contrariamente a lo que había sucedido con gran parte de su familia, el mundo de las finanzas y de la política no le interesaba para nada a Michael, que decidió volcarse a la antropología y la etnografía desde su juventud.
El joven vástago de los Rockefeller quería explorar el mundo y conocer nuevas civilizaciones. Además, con sus visitas a pueblos culturalmente incontaminados por occidente, pensaba también buscar objetos artesanales para nutrir el Museo de Arte Primitivo que había fundado su padre en el año 1957 en Nueva York y del que él formaba parte como miembro de su directorio.
Posiblemente en su afán por conocer culturas alejadas del mundo opulento de los Rockefeller y por la buena fama de los objetos de arte que elaboraban los pueblos de la isla de Nueva Guinea, Michael dirigió hacia allí sus intereses.
Su experiencia en Nueva Guinea
Con el desparpajo de su juventud y una alta preparación universitaria, Michael llegó con una expedición a las costas del sudoeste de Papúa, en la Isla de Nueva Guinea, al norte de Australia, un territorio que para ese entonces estaba dominado por los holandeses, pero en el que vivían tribus que todavía estaban en la edad de piedra.
Un fresco y carismático Michael, siempre sonriente y dispuesto a maravillarse con todo lo que encontraba, primero estuvo un tiempo con la etnia Dani. Luego visitó a los Asmat, un grupo poblacional prácticamente inexplorado, conocido por sus prácticas de canibalismo, su violencia intertribal y por sus impresionantes esculturas. En especial, sus postes conocidos como Bisj, realizados con madera y caracolas marinas, que, perfectamente trabajados, utilizaban para los rituales funerarios.
Michael vivió durante octubre del 61 con los Asmat. De acuerdo con la reconstrucción de su viaje realizada por el medio estadounidense New York Post, visitó 13 aldeas de esta tribu en tres semanas.
Aprendió mucho las costumbres y rituales de este grupo de cazadores y recolectores que habitaban la zona desde los tiempos en que llegaron sus ancestros, unos 40.000 años atrás. No conocían el acero, ni el papel, ni tenían caminos o carreteras. Pero eran virtuosos artistas. Rockefeller pudo hacerse de cientos de las artesanías elaboradas por los Asmat -uno de los objetivos de su viaje- a cambio de entregar a los pobladores piezas de acero o tabaco, un producto al cual los nativos se habían vuelto adictos.
Para continuar con sus aventuras antropológicas, Michael decidió trasladarse a un punto distante de la misma isla con el objetivo de visitar otra población Asmat. Nueva Guinea era un territorio apto para sus nativos, pero difícil para los visitantes, incluso para los más osados. Es, aún hoy, una ínsula selvática de tupida vegetación, ríos, cascadas, numerosos manglares y áreas pantanosas, atestadas de cocodrilos, jabalíes, mosquitos y otros tantos peligros naturales.
Un viaje que terminaría mal
En ese complicado contexto ambiental, a mediados de noviembre de 1961, Michael se montó a un precario catamarán armado con dos canoas junto a un colega holandés llamado René Wassing y a dos guías locales para llegar a la aldea Atsj. Para alcanzar su meta, la opción era atravesar los ríos y pantanos internos, o, más bien, salir al océano y aproximarse al destino por el complicado mar de Arafura. Esta última fue la opción que eligieron los antropólogos, pero el problema se dio cuando su embarcación se acercó a la desembocadura del temible río Eilanden (también llamado Betsj).
Y allí fue cuando las cosas salieron mal. El oleaje embravecido en la desembocadura se volcó brutal sobre el catamarán, el motor fuera de borda se descompuso y la nave se paralizó, a unos 5 kilómetros de la costa. Con la embarcación a la deriva y semihundida, los dos guías se tiraron al agua inmediatamente para ir a buscar ayuda. Pero las horas transcurrieron, pasó la noche y no había noticias del rescate de la nave zozobrada.
La mañana del 19 de noviembre, harto de esperar y sabiendo que su colega Wassing no sabía nadar, Michael decidió tomar las riendas del asunto y hacer su propia búsqueda del heroísmo. Tomó de la nave dos bidones de gasolina, los ató a su cinturón para hacer un improvisado flotador y se lanzó al agua. Wassing quiso convencerlo de que se quedara un rato más, y de que no era necesario ese acto de arrojo irresponsable, pero el heredero de los Rockefeller se sentía confiado y se lanzó al agua.
Horas después, los guías nativos regresaron al catamarán con la ayuda necesaria. Wassing fue rescatado, pero de Michael no se supo más nada.
Búsqueda frenética
Inmediatamente la noticia de la desaparición del joven Rockefeller conmovió al mundo. El entonces gobernador de Nueva York y padre de Michael asistió al lugar junto a Mary, la hermana melliza del desaparecido. Removieron, casi literalmente, cielo, mar, pantanos y tierra de la zona de la pérdida para hallar al joven.
Participaron de la búsqueda efectivos del ejército holandés, la VI flota de los Estados Unidos y unos 7000 hombres de la ínsula. Utilizaron barcos, helicópteros y aviones. Los trabajos de rastrillaje fueron intensos durante una decena de días, pero luego se fueron perdiendo las esperanzas. Se encontraron, eso sí, los bidones de gasolina que había utilizado Michael para lanzarse a la costa. Pero nada más que eso.
Tres años después, el joven fue declarado oficialmente muerto. La causa del deceso, que Nelson y la familia aceptaron sin discusión, fue "ahogamiento".
Por supuesto que hubo gente que no se quiso quedar con esta versión, y trató de investigar un poco más. Las primeras versiones que surgieron decían que el joven había sido devorado por tiburones, pero no había registros de ataques de escualos en la región, por lo que la idea era improbable.
Pero otra hipótesis que siempre estuvo en el aire, mucho más exótica, es la que sugiere que Michael fue víctima de los propios Asmat, que primero lo mataron y luego, en un ritual caníbal, se lo terminaron comiendo.
¿Víctima de un ritual caníbal?
Fue el periodista estadounidense especializado en tribus de Nueva Guinea y Borneo, Carl Hoffman, el que se hizo cargo de darle consistencia a estas teorías sobre la antropofagia sufrida por el joven heredero, en su libro Savage Harvest, a Tale of Cannibals, Colonialism, and Michael Rockefeller’s tragic quest for primitive art (Cosecha Salvaje; una historia de Caníbales, colonialismo y la trágica búsqueda de arte primitivo por parte de Michael Rockefeller).
En el libro, publicado en 2014, Hoffman relata, en base a testimonios de religiosos y personas que vivieron con los Asmat en tiempos de la desaparición de Michael, lo que pudo sucederle al hijo menor de Nelson Rockefeller.
En primer lugar, el periodista señaló que los Asmat tenían una relación ancestralmente violenta con las tribus próximas, que incluía la caza de cabezas y el canibalismo. Si bien el comer personas no era una costumbre cotidiana en este grupo, era algo que realizaban ritualmente en ocasiones especiales. Por ejemplo, ellos concebían que la muerte de alguno de sus miembros debía ser cobrada tomando la vida de un enemigo y luego alimentándose de su cuerpo. Solo así se restablecía un equilibrio necesario, según sus creencias, para la supervivencia de la tribu.
Unos años antes de que llegara Michael al pueblo Asmat de Otsjanep (donde lo terminó llevando el desperfecto de la nave), el ejército holandés había tratado de acabar con los enfrentamientos entre los habitantes de esta aldea y los de la vecina Omadesep. Aparentemente, la pacificación no fue llevada de manera fácil ni tranquila, y los soldados holandeses mataron a balazos a unos cinco hombres de Otsjanep.
Michael habría llegado justamente a las costas donde vivían estas tribus en el momento menos indicado. Según lo que narró Hoffman en su libro, el hijo de Nelson Rockefeller había arribado ese 19 de noviembre de 1961 al dominio de los Asmats para que ellos restablecieran el equilibrio entre la vida y la muerte que habían roto con su plomo los uniformados holandeses. Los salvajes ejercieron con Michael, blanco como los neerlandeses, su particular concepto del "ojo por ojo".
"El mundo de los Asmat estaba desequilibrado cuando Michael apareció en la orilla", contó Hoffman en una entrevista a la cadena National Public Radio de los Estados Unidos. En Cosecha Salvaje, el periodista reconstruyó su muerte. Los nativos encontraron exhausto a Michael sobre la costa, lo rodearon y lo mataron de un solo lanzazo. Luego comenzaron con él el proceso de antropofagia, que no incluyó su cabeza, y que toda la tribu habría compartido.
Un detective privado y tres calaveras
En el mismo sentido, y mucho antes de la publicación del libro de Hoffman, de acuerdo con un documental sobre la desaparición de Michael realizado por History Channel, la propia madre del joven, Mary Clark, separada de Nelson Rockefeller poco tiempo después de la pérdida de su hijo, habría encargado a un detective privado que buscara pistas de la verdadera causa de su muerte.
Esto ocurrió a finales de los años 70. El investigador privado, de origen australiano, recibió un cuarto de millón de dólares por su trabajo, se trasladó a Papúa, intercambió mercancías con los nativos y se trajo de allí tres calaveras de víctimas de rituales Asmat. La versión más optimista que circuló entonces, pero que nunca pasó de ser un mito urbano, fue que una de esos tres cráneos era el que correspondía a Michael. Pero la familia Rockefeller jamás dio la mínima información en ese sentido.
Los abonados a la teoría de la antropofagia de Michael explicaron que las autoridades holandesas de la isla habían decidido no indagar demasiado en el tema para no entrar en problemas con la familia Rockefeller, que era casi como meterse contra los Estados Unidos. Lo cierto es que hasta el día de hoy persiste la versión oficial del ahogamiento.
En sus últimas visitas a las tribus Asmat, el propio Hoffman señaló que los nativos, convertidos ahora al cristianismo, se rehúsan a hablar de lo que pudo haber pasado con Michael y prefieren omitir cualquier versión acerca de sus costumbres pasadas que incluían el canibalismo.
En 1974, el año en que Nelson se convirtió en vicepresidente de los Estados Unidos, el Museo de Arte Primitivo cerró sus puertas. El material recogido por Michael en Papúa Nueva Guinea fue donado al MET de Nueva York. El legado como etnógrafo del joven Rockefeller también incluyó unos 4000 negativos en blanco y negro, testimonio de su visita a los Dani y los Asmat. Una experiencia fascinante, pero que, de una forma o de otra, le costaría la vida.
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