Michael Halstrick. "La Argentina despierta la inspiración"
Nacido en Alemania e integrante de la familia Swarovski, vive desde hace 24 años en Mendoza, donde dirige la Bodega Norton
Fue durante un paseo por la estancia que su familia tiene en la Patagonia que Michael Halstrick le dijo a su padrastro, Gernot Langes-Swarovski, cabeza del llamado "imperio del cristal", que aceptaría dejar Viena y su trabajo en uno de los bancos más importantes de Europa para afincarse en Mendoza y hacerse cargo de la bodega que el Grupo Swarovski acababa de comprar. La bodega, que este año celebra su 120° aniversario, era Norton y en ese entonces Michael, a quien hoy todos llaman Miguel, tenía 27 años.
Alemán de nacimiento, se mudó a los 4 años a Austria cuando su madre contrajo matrimonio con Gernot. Vivió en Suiza, Italia, Venezuela y los Estados Unidos (donde se graduó en Administración de Empresas), pero, dice, halló su lugar en el mundo en Mendoza. Allí es donde trabaja desde hace 24 años. Casado con Susana Monzó -una abogada mendocina "de pura cepa"- y padre de Tanya (23) y Lara (17), Halstrick, de 51 años, ocupa el lugar de CEO y presidente de la bodega, y asegura que la Argentina estimula su lado más creativo.
-¿Cómo era tu vida el día antes de venir aquí?
-Trabajaba en el banco que hoy es el Bank Austria, primero en Innsbruck y luego en Viena, donde estaba la oficina principal. Fue una gran experiencia, porque tuve la posibilidad de vivir el momento en el que, ante el advenimiento de la Unión Europea, todas las compañías se fusionaban.
-¿Por qué decidiste venir?
-A mi familia siempre le gustó la Argentina. Era el lugar elegido para ir de vacaciones, siempre después de Navidad. Cuando compramos la bodega no fue una inversión porque sí: hay mucha pasión atrás, una pasión más allá del cristal que es el gran negocio familiar. Mi padre en Austria tiene una pequeña bodega que hace unas 2000 botellas sólo para sus amigos, y yo cuando estudiaba en los Estados Unidos compraba con mis amigos vino de todas partes para probar. Mi padre compró Norton en el 89, y recuerdo que por aquel entonces fuimos a andar en auto por la Patagonia y él me dijo: "Estás trabajando en un banco, te va bien, pero no estás trabajando en ninguna empresa familiar y como vos sabés he comprado una bodega. ¿Por qué no la vas a visitar para conocerla?" Fui a visitar Norton en el 90, durante la cosecha, que es el mejor momento, donde uno puede ver las nuevas joyas por venir. Volví a la estancia y otra vez salimos de paseo con mi padre. "No quiero entrar en la bodega como el hijo del dueño -le dije-. Quiero armar un equipo de trabajo y estar desde el principio." Así fue como tuve la suerte de ver el crecimiento y el cambio que ha vivido esta industria desde entonces, que es realmente impresionante.
-¿Cómo era el vino argentino cuando llegaste al país? ¿Qué ha cambiado desde entonces?
-Han cambiado muchísimas cosas. En ese momento se vendía en la Argentina un estilo de vino que era más rústico, oxidado, muy distinto al tipo de vino que hoy estamos buscando. Tampoco existían prácticamente los varietales, muy pocas bodegas tenían malbec o cabernet. Norton entonces era una de las pocas que tenía un varietal de malbec. ¿Qué ha cambiado? Primero, el estilo de vino, pero también que hoy tenemos una variedad que nos representa que es el malbec, y que si uno habla de malbec habla de la Argentina. Ahora lo lindo es que estamos en una segunda etapa en la que, como industria, estamos entrando en los vinos de terroir. Ahí Norton tiene la colección de Lote que muestra diferentes altitudes y terroirs. Después, que el vino argentino ha ganado muchos premios afuera; en el caso de Norton empezamos la exportación en el 91 y hoy estamos en 65 países, y seguimos creciendo, siempre con calidad. Hay muchas bodegas en este camino, por suerte, porque el nombre de la Argentina no lo hace una bodega, sino muchas.
-¿Qué creés que tiene el vino argentino que le permite destacarse en el mundo?
-El vino argentino tiene alma. Es un vino que tiene una dulzura y una fruta muy importante, pero también tiene elegancia. Cada vez que la gente compara los grandes vinos argentinos con los del mundo, los argentinos se destacan. Porque son diferentes y para ser alguien hay que ser diferente. Hoy la Argentina no copia, tiene su propio estilo. Nosotros, por ejemplo, estamos haciendo un sangiovese que es una variedad importante en Italia, pero no queremos hacer un sangiovese italiano, porque si no se convierte en un commodity. Además, en relación precio-calidad, creo que es el mejor país con precio-calidad en el mundo del vino.
-Fuera del vino, ¿qué otras cosas te apasionan?
-Me fascina la tecnología y la comunicación, la rapidez que hoy tienen los medios. Pero al mismo tiempo me gusta mucho todo lo que tiene que ver con la naturaleza, que es el refugio para buscar nuevas ideas. Me gusta caminar por los bosques, andar a caballo, acampar en alta montaña. De la naturaleza uno puede aprender mucho caminando y teniendo los ojos abiertos. Esa es mi filosofía: hay que caminar y ver qué pasa alrededor. En un mundo cada vez más rápido creo que hay que tener los ojos abiertos para hallar nuevas oportunidades.
-¿Qué te gusta de este país?
-Hay una cosa que me encanta y son los valores. El argentino es gente de familia. Me gusta mucho el concepto de lo familiar, de los amigos, la reunión, el asado, el compartir. Es algo muy fuerte y algo que tal vez uno no encuentra en Europa, donde a veces falta calidez humana y grupal. Después, más allá de eso, la Argentina es un gran país: ¡tenemos todo! Estoy hablando en primera persona porque me siento en parte argentino, soy argentino. He vivido en muchos lugares y mucha gente me pregunta: "Miguel, ¿por qué la Argentina?" Yo no lo cambiaría por ninguna parte. Es lindo y aquí hay mucho por hacer.
-¿Qué parte de tu personalidad potenció vivir en la Argentina?
-La creatividad y el estar siempre con la mente abierta, es algo que uno desarrolla mucho en la Argentina, así como el buscar nuevos desafios constantemente. Tal vez en un país donde todo es más seguro uno no lo necesita. Pero acá uno tiene que ser creativo y buscar diferentes formas de salir de situaciones o momentos de crisis, que no tienen que ser sólo algo negativo. Creo que lo peor es entrar en una crisis y decir "no se puede". Justamente ahí se puede más que nunca, porque despierta la inspiración y el trabajo en equipo. Eso es algo que aprendí en la Argentina, el saber adaptarme a los cambios.